Textos más vistos de José María de Pereda publicados por Edu Robsy | pág. 6

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autor: José María de Pereda editor: Edu Robsy


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El Buey Suelto

José María de Pereda


Novela


AL SEÑOR D. M. MENÉNDEZ Y PELAYO

DOCTOR EN FILOSOFÍA Y LETRAS

Aunque tú nos has dicho, y has dicho muy bien, que «el que lanza al mundo un libro con sus tachas buenas ó malas, debe responder de todas, confiéselas ó no,» quiero, á buena cuenta y por lo que valga, invocarte por testigo de que al borrajear estos cuadros, casi á tu presencia, no me guió el propósito de resolver en ellos problema alguno, sino el de fantasear sobre un tema determinado, con el mismo derecho que han tenido otros escritores para fantasear con opuesta tendencia; y acusarte después, como te acuso, de haber creído y de seguir creyendo que en este rimero de cuartillas, escritas sin plan meditado y verdaderamente á vuelapluma, hay un libro que debe publicarse, porque, bien leído, no carece de útiles enseñanzas.

Esto dicho sin temor de que me desmientas, declaro que, no obstante lo mucho que pesan tus dictámenes sobre mis pareceres, por esta vez, ateniéndome al mío, diametralmente opuesto al tuyo denunciado, quedáranse estos cuadros, como algunos de sus hermanos mayores, sin ver la luz de la imprenta, á no animarme á publicarlos la esperanza de que el lector ha de perdonar las tachas de la obra, en gracia de lo virgen del terreno en que penetra.


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232 págs. / 6 horas, 46 minutos / 202 visitas.

Publicado el 10 de agosto de 2017 por Edu Robsy.

El Cervantismo

José María de Pereda


Cuento


El Diccionario de la Academia no contiene este vocablo; pero es uno de los propuestos por el último de los individuos del insigne cuerpo literario para la edición que está imprimiéndose. Por si la Academia no le acepta, conste que entiendo yo por

Cervantismo: La manía de los Cervantistas; y por

Cervantista: El admirador de Cervantes, y el que se dedica a ilustrar y comentar sus obras.

En rigor, pues, estos párrafos debieran haberse incluido entre los que, bajo el rótulo de Manías, quedan algunas páginas atrás; pero son tantos, y de tal índole la enfermedad a que se refieren, que bien merecen vivir de cuenta propia y establecerse capítulo aparte.

Dice Chateaubriand, hablando de los españoles como soldados, que nuestro empuje en el campo de batalla es irresistible; pero que nos conformamos con arrojar al enemigo de sus posiciones, en las cuales nos tendemos, con el cigarrillo en la boca y la guitarra en las manos, a celebrar la victoria.

Si despojamos a esta pintura del colorido francés que la califica, nos queda en ella un exactísimo retrato del carácter español, no sólo en la guerra, sino en todas las imaginables situaciones de la vida.

Ya que no la guitarra, la pereza nacional nos absorbe los cinco sentidos, y sólo cuando el hambre aprieta, o la bambolla empuja, o la curiosidad nos mueve, sacudimos la modorra. Entonces embestimos con el lucero del alba para estar donde él estuvo, medrar de lo que medró y hacer todo cuanto él hizo.


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14 págs. / 25 minutos / 43 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Jándalo

José María de Pereda


Poesía


I

Después que lanza el invierno
el penúltimo suspiro,
y cuando montes y peñas
de este rincón bendecido
sobre campo de esmeralda
pardos levantan los picos,
y más clara el agua corre,
y en sus cauces van los ríos,
llega el espléndido mayo
sobre las auras mecido,
despejando el horizonte
y aliviando reumatismos;
tras de mayo viene junio,
como siempre ha sucedido,
y San Juan, según el orden
que va siguiendo hace siglos,
antes que junio se acabe
da al pueblo su día magnífico.
Todo lo cual significa,
para evitar laberintos,
que en San Juan vienen los jándalos
y que entonces vino el mío.

Ya tocaba en el ocaso
del sol el fúlgido disco,
y sobre el campo cayendo
leves gotas de rocío,
daban vida á los maizales
y al retoño ya marchito,
cuando en la loma de un cerro
á cierto lugar vecino,
cuyo nombre no hace al caso,
y por eso no le cito,
un jinete apareció
sobre indefinible bicho,
pues desde el lomo á los pechos
y desde el rabo al hocico,
llevaba más alamares
que sustos pasa un marido.
Todo un curro era el jinete,
á juzgar por su trapío:
faja negra, calañés
y sobre la faja un cinto
con municiones de caza,
pantalón ajustadísimo,
marsellés con más colores
que la túnica de un chino,
y una escopeta, al arzón
unida por verde cinto.

Al ver entre matorrales
destacarse y entre espinos
el escueto campanario,
de su hogar místico abrigo,
detuvo la lenta marcha
del engalanado bicho,
descubrióse la cabeza,
exhaló tierno suspiro,
meditó algunos instantes …
y continuó su camino.


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5 págs. / 9 minutos / 71 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Marqués de la Mansedumbre

José María de Pereda


Cuento


Llegó a los cincuenta años sin haber salido de Madrid y sus contornos. El Retiro, la Virgen del Puerto, y a lo sumo el Pardo, eran para él las mayores espesuras y fragosidades de la Naturaleza. El mar podría tener, en cuanto alcanzase la vista, diez, veinte... hasta cien estanques como el Grande, si se quería. Estanque más o menos, ¿qué más daba? Del Manzanares al Saja, o al Deva, o al Ebro, o al Guadalquivir, habría la diferencia de algunas cántaras de agua en verano: en invierno, ninguna. En cuanto a praderas, no serían más verdes ni más extensas las del Norte que las que contemplaba él desde el cerrillo de San Blas cuando el trigo comenzaba a crecer. La temperatura estival de la corte no le afligía gran cosa, porque, además de estar formado en ella, no conocía otras más agradables.

Por lo cual, y sin mujer que le pidiera veraneos, y sin hijas que exhibir en las provincias, metódico y rutinario, amén de enemigo irreconciliable de toda lectura que a viajes y a novelas trascendiese, ni una sola vez sintió la tentación de meterse en alguna de las diligencias que salían de Madrid a varias horas y por todas las puertas de la villa, durante el verano, entre muchedumbres de curiosos que envidiaban la suerte de los pocos mortales que abandonaban aquel asadero implacable, y eso que él era uno de los curiosos. Antes al contrario, se compadecía de aquella carne embutida entre los cuatro inseguros tableros de la diligencia; carne cuyo destino era harto dudoso, considerando los riesgos que afrontaba, echándose a rodar por cuestas y desfiladeros, durante media semana, y a merced de bestias y mayorales. ¡Cuánto más higiénicos y menos arriesgados eran los paseos matinales que él se daba por los alrededores del estanque de las Campanillas; o vespertinos, junto al pilón de la Fuente Castellana!


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6 págs. / 10 minutos / 44 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Peor Bicho

José María de Pereda


Cuento


Si cambiándose un día las tornas, o trastrocándose los poderes, fueros y obligaciones entre los seres condenados a purgar sobre la pícara tierra el delito de haber nacido, se tomara residencia por los que hoy son sus esclavos al tiranuelo implume, al bípedo soberbio que habla y legisla de todo y sobre todo de tejas abajo, y aun, a las veces, osa levantar sus ojos profanos más arriba del campanario de su lugar, como si todo le perteneciera en absoluta indisputable propiedad, ¡magnífica lotería le iba a caer!

Y cuenta que no hablo del hombre encallecido en el crimen; ni del a quien la altura de su poderío hizo desvanecerse y desconocer la índole y naturaleza de sus gobernados; ni del guerrero indomable a quien embriaga la sed de una funesta gloria, y han hecho creer que ésta puede fundarse alguna vez sobre montones de cadáveres mutilados y de ruinas humeantes: refiérome al hombre vulgar, al hombre de la familia, y, por tanto, no excluyo a las mujeres ni a los niños; tomo, en fin, por tipo para mis observaciones al hombre de bien, a la mujer de su casa, al niño cándido; y empiezo por asegurar que ninguna de estas criaturas se acuesta una sola noche sin un delito que, en justas represalias, no le costara una mano de leña, cuando no el pellejo, si se suspendieran las garantías que hoy nos mantienen en despótico dominio sobre los irracionales, y tocara a éstos empuñar el látigo.

No pretendo ser el descubridor de esta verdad manoseada en fábulas y alegorías hasta el infinito; pero nihil est novum sub sole; y si la forma de mi breve tarea lo parece, en ello doy cuanto puede exigírseme.


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11 págs. / 19 minutos / 39 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Primer Sombrero

José María de Pereda


Cuento


I

Un conocido mío que estuvo en Santander quince años ha y volvió a esta ciudad el último verano, me decía, después de recorrer sus barrios y admirar los atrevidos muelles de Maliaño, desde el monumental de Calderón:

—Decididamente es Santander una de las poblaciones que más han adelantado en menos tiempo.

Y después de hablar así del paisaje, echóse a estudiar el paisanaje, es decir, la masa popular, en la cual reside siempre, y en todas partes, el sello típico del país, el verdadero color de localidad: pero tanto y tanto resabio censurable encontró en él, tanta y tanta inconveniencia admitida y respetada por el uso; tanto y tanto defecto condenable ante el más rudimentario código de policía y buen gobierno, que, olvidado de que semejantes contrastes son moneda corriente aun en las capitales más importantes de España, exclamó con desaliento:

—¡Qué lástima que las costumbres populares de Santander no hayan sufrido una reforma tan radical como la ciudad misma!

Y el observador, al hablar así, estaba muy lejos de lo cierto; porque precisamente es más notable el cambio operado aquí en las costumbres públicas, que el que aquél admiraba tanto en la parte material de la ciudad.

Considérese, por de pronto, que los vicios de que adolecen actualmente las costumbres de este pueblo, no sólo han disminuido en número, con respecto a ayer, sino en intensidad, como diría un gacetillero hablando de las invasiones de una epidemia que se acaba; y téngase luego muy en cuenta que en todas las escenas en que hoy toma parte el llamado pueblo bajo, y en otras muchas más, figuraba antes en primer término la juventud perteneciente a las clases sociales más encopetadas.

Y no acoto con muertos, como vulgarmente se dice, pues aún no peinan canas muchos de los personajes que llevaban la mejor parte en empresas que más de dos veces degeneraron en trágicas.


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11 págs. / 19 minutos / 35 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Raquero

José María de Pereda


Cuento


I

Antes que la moderna civilización en forma de locomotora asomara las narices á la puerta de esta capital; cuando el alípedo genio de la plaza, acostumbrado á vivir, como la péndola de un reló, entre dos puntos fijos, perdía el tino sacándole de una carreta de bueyes ó de la bodega de un buque mercante; cuando su enlace con las artes y la industria le parecía una utopía, y un sueño el poder que algunos le atribuían de llevar la vida, el movimiento y la riqueza á un páramo desierto y miserable; cuando, desconociendo los tesoros que germinaban bajo su estéril caduceo, los cotizaba con dinero encima, sin reparar que sutiles zahories los atisbaban desde extrañas naciones, y que más tarde los habían de explotar con tan pingüe resultado, que con sus residuos había de enriquecerse él; cuando miraba con incrédula sonrisa arrojar pedruscos al fondo de la bahía; cuando, en fin, la aglomeración de estos pedruscos aún no había llegado á la superficie, ni él advertido que se trataba de improvisar un pueblo grande, bello y rico, el Muelle de las Naos, ó como decía y sigue diciendo el vulgo, el Muelle Anaos, era una región de la que se hablaba en el centro de Santander como de Fernando Póo ó del Cabo de Hornos.

Confinado á un extremo de la población y sin objeto ya para las faenas diarias del comercio, era el basurero, digámoslo así, del Muelle nuevo y el cementerio de sus despojos.

Muchos de mis lectores se acordarán, como yo me acuerdo, de su negro y desigual pavimento, de sus edificios que se reducían á cuatro ó cinco fraguas mezquinas y algunas desvencijadas barracas que servían de depósitos de alquitrán y brea; de sus montones de escombros, anclotes, mástiles, maderas de todas especies y jarcia vieja; y, por último, de los seres que respiraban constantemente su atmósfera pegajosa y denegrida siempre con el humo de las carenas.


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14 págs. / 24 minutos / 159 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Reo de P...

José María de Pereda


Cuento


La mañana era brumosa y fría, y escaseaba la luz, porque aún no había traspuesto el sol las lomas del Oriente. Se me habían «pegado las sábanas» aquel día, y llevaba muy contados los minutos cuando salí de casa; temía llegar tarde y apretaba el paso, con lo que doblaba el empuje y la frialdad del terralillo madrugador, que me daba de frente.

Al entrar en el espacioso vestíbulo de la estación, observé que salía de él bastante gente de pueblo, en la que predominaban las mujeres. Nada tenía esto de particular a aquellas horas y en aquel sitio; pero sí lo tuvo para mí el que todas las frases que iba sorprendiendo, al pasar rápidamente para llegar al despacho de billetes antes de que le cerraran, fueran la expresión de una misma idea, de un mismo sentimiento; del mismo, precisamente, como recordé de pronto, que las de unos chicuelos que se habían cruzado conmigo en las inmediaciones de la estación: frases compasivas, exclamaciones de pena, dedicadas a alguien que no se nombraba terminantemente. Lo apurado del tiempo me impidió enterarme allí mismo de lo que ocurría; tan apurado, que no sé cuál fue antes, si el dar yo el primer paso en dirección al andén con el billete comprado, o el oír el golpe del ventanillo que se cerraba.


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18 págs. / 31 minutos / 45 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Tirano de la Aldea

José María de Pereda


Cuento


I

Cándidos hay todavía que creen que existe sobre la tierra algún rinconcillo donde es posible la paz del espíritu, y, como consecuencia inmediata, el perfecto equilibrio de los humores.

Las grandes pasiones, los choques infinitos de los múltiples elementos y encontradas tendencias que constituyen la vida social en los grandes centros de población, aturden al hombre pacífico y sedentario.

—¡Dichoso el campesino —exclama a menudo—, que vive sin ruido, sin política, sin literatos, sin filosofía, sin periódicos, sin gas, sin talleres... y sin guantes! El sol refulgente, la pradera florida, el verde follaje, el río murmurando, la dulce brisa, las mieses fecundas, la sonora esquila y el santo trabajo a la luz del astro vivificante, para depositar en las entrañas de la madre tierra el leve grano que, bendecido por la mano de Dios, ha de producir la suculenta hogaza... Esta es la vida. ¡Gloria a Dios en las alturas, y paz a los hombres de buena voluntad!

Concédanme ustedes que no hay versión más admitida entre los desengañados de la civilización. Pero ¿dónde está ese rincón bendecido?


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17 págs. / 30 minutos / 54 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

En Candelero

José María de Pereda


Cuento


—Que va a Alicante; que prefiere a Valencia; que acaso se decida por Barcelona.

—Que ya no va a Barcelona, ni a Valencia, ni a Alicante, porque viene a Santander.

—Que ya no va a ninguna parte.

—Que le son indispensables los baños de mar, y que tiene que tomarlos.

—Que se decide por la playa del Sardinero.

—Que vendrá en julio; que acaso no pueda venir hasta principios de agosto; que lo probable es que ya no venga hasta muy cerca de setiembre.

—Que ya no viene ni en julio, ni en agosto, ni en setiembre.

—Que, por fin, viene, y se cree que se hospedará en una fonda del Sardinero.

—Que es cosa resuelta que llegará el tantos de julio, y que no se hospedará en el Sardinero, sino en la ciudad.

—Que no se sabe si le tendrá en su casa el marqués de X, o el conde de Z, o don Pedro, o don Juan, o don Diego.

—Que resueltamente se hospedará en casa del señor de Tal.

Eso, y mucho más por el estilo, cuentan, corrigen, desmienten, rectifican y aseguran todos los días estos periódicos locales, con el testimonio de los de Madrid y algunas correspondencias particulares, desde mayo a fin de julio, casi en cada año, refiriéndose a alguno de los personajes que a la sazón se hallen en candelero.

Un día vemos conducir a hombros, por la calle, una lujosa sillería, un espejo raro, una mesa de noche muy historiada... algo, en fin, que no se ve en público a todas horas; observamos que las señoras indígenas transeúntes se quedan atónitas mirando los muebles, y hasta las oímos exclamar: «Son para el gabinete que le están poniendo. El espejo es de Fulanita, la mesa de Mengaño y la sillería de Perengaño».

Y llega el tantos de julio; y por la tarde se ven fraques, levitas y tal cual uniforme, camino de la Estación, y además el carruaje que envía el señor de Tal, propio, si le tiene, y si no, prestado.


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4 págs. / 7 minutos / 34 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

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