Textos más descargados de José María de Pereda etiquetados como Cuento disponibles

Mostrando 1 a 10 de 68 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: José María de Pereda etiqueta: Cuento textos disponibles


12345

Las Brujas

José María de Pereda


Cuento


I

Con decir que el paisaje que el teatro representa en este cuadro es montañés, está dicho que es bello, en el sentido más poético de la palabra. De los detalles de él, sólo nos importa conocer un grupo o barriada de ocho o diez casas cortadas por otros tantos patrones diferentes; pero todos del carácter peculiar a la arquitectura rural del país. Tampoco nos importa conocer toda la barriada. Para la necesaria orientación del lector, basta que éste se fije en dos casas de ella: una con portalada, solana de madera y ancho portal, y otra enfrente, separada de la primera por un campillo o plazoleta rústica, tapizada de hierba fina, malvas, juncias y poleos. Esta casa, que apenas merece los honores de choza, sólo descubre el lado o fachada principal correspondiente a la plazuela; los otros tres quedan dentro de un huertecillo protegido por un alto seto de espinos, zarzas y saúco. Los tesoros que guarda este cercado son una parra achacosa, verde, de un solo miembro; dos manzanos tísicos y algunos posarmos, o berza arbórea, diseminados por el huerto, que apenas mide medio carro de tierra.

En el momento en que le contemplamos, la parra tiene media docena de racimos negros; los manzanos están en cueros vivos, y los posarmos en todo su vigor; la puerta de la casuca permanece herméticamente cerrada, y, agrupados junto a la parte más transparente del seto, hay hasta cinco chicuelos mirando al interior del huerto, todos descalzos y en pelo, con un tirante solo los más, y los calzones íntegros los menos.

El más alto es mellado; el más bajo es rubio, como el pelo de una panoja; otro es gordinflón, con unos ojazos como los del buey más grande de su padre; el cuarto tiene un enorme lunar blanco en medio del cogote, y el quinto las cejas corridas y un ojo extraviado.

—¡Madre del devino Dios! —exclama el rojillo—. ¡Qué grande es aquel que cuelga cancia el suelo!


Leer / Descargar texto

Dominio público
34 págs. / 59 minutos / 138 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Los Chicos de la Calle

José María de Pereda


Cuento


I

Los seres que con este nombre se designan vulgarmente en Santander tienen más de seis años y no pasan de doce; andan en bandadas, como los gorriones, y, como éstos, son dañinos y objeto de general antipatía.

Usan un remendado pantalón de indefinible género, una camisa que siempre es vieja, y a las veces blusa: nada de zapatos y muy poco de gorra.

Son alumnos de la escuela de balde; y aunque concurren a ella dos o, a lo sumo, tres veces al mes, llevan siempre al costado, y pendiente de un hiladillo azul, una cartera o bolsa de lienzo manchada de tinta, que contiene un Amigo de los niños; una pluma reseca y abierta de puntos; un pliego de papel rayado para planas de segunda o, cuando más, de cuarta, la mitad de ellas en blanco y la otra mitad escritas, todas éstas corregidas por el maestro con la calificación de «pésimo» entre unas cuantas crucecitas que significan otros tantos palmetazos, ya cobrados; y, por último, un cuaderno, de hechura casera, para cuentas, con forro de papel de estraza.

El destino de estas criaturas es vivir al aire libre, fijarse en todo cuanto ven, atropellar lo más respetable, atravesarse donde más estorban... hacer, en fin, todo lo contrario de lo que conviene a los demás.

Empiezan sus proezas al amanecer, porque es de advertir que los angelitos madrugan tanto como el sol. Revuelven los basureros, y son objeto de su predilección los recortes de papel y de telas de color, los pedazos de cuerda, cacerolas de latón y todo objeto sonoro, y las ratas. ¡Las ratas! Un hallazgo de esta clase es una ganga para ellos: cogerlas vivas, la mayor de sus satisfacciones.


Leer / Descargar texto

Dominio público
10 págs. / 17 minutos / 57 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Noche de Navidad

José María de Pereda


Cuento


I

Está apagando el sol el último de sus resplandores, y corre un gris de todos los demonios. Á la desnuda campiña parece que se la ve tiritar de frío; las chimeneas de la barriada lanzan á borbotones el humo que se lleva rápido el helado norte, dejando en cambio algunos copos de nieve. Pía sobresaltada la miruella, guareciéndose en el desnudo bardal, ó cita cariñosa á su pareja desde la copa de un manzano; óyese, triste y monótono, de vez en cuando, el ¡tuba!, ¡tuba! del labrador que llama su ganado; tal cual sonido de almadreñas sobre los morrillos de una calleja…; y paren ustedes de escuchar, porque ningún otro ruido indica que vive aquella mustia y pálida naturaleza.

En el ancho soportal de una de las casas que adornan este lóbrego paisaje, y sobre una pila de junco seco, están dos chicuelos tumbados panza abajo y mirándose cara á cara, apoyadas éstas en las respectivas manos de cada uno.

Han pasado la tarde retozando sobre el mullido lugar en que descansan ahora, y por eso, aunque mal vestidos, les basta para vencer el frío que apenas sienten, soplarse las uñas de vez en cuando.

De los dos muchachos, el uno es de la casa y el otro de la inmediata.

De repente exclama el primero, en la misma postura y dándose con los talones desnudos en las asentaderas:

—Yo voy á comer torrejas … ¡anda!

—Y yo tamién—contesta el otro con idéntica mímica.

—Pero las mías tendrán miel.

—Y las mías azúcara, que es mejor.

—Pues en mi casa hay guisao de carne y pan de trigo pa con ello….

—Y mi padre trijo ayer dos basallones … ¡más grandes!…


Leer / Descargar texto

Dominio público
11 págs. / 19 minutos / 180 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Va de Cuento

José María de Pereda


Cuento


Vase un lugarejo (lindante, por más señas, con el mío) de reducidos términos y hacienda escasa, pero rico en galas y ornamentos de la naturaleza: floridos prados, selvas umbrías, montes abruptos, rumor de oleajes, auras marinas... lugar costeño, en fin, de la Montaña, y está dicho todo.

Habitábanle pobres labriegos, tan pobres, que a duras penas sacaban de los senos de la madre tierra, dándoles muchas vueltas cada año, el necesario jugo para nutrir mal y vestir a medias el cuerpo encanijado. En cambio, gozaban fama, muy bien adquirida, de ser la gente más lista de toda la comarca. Sabían algo de letras de molde, y se perecían por estar al tanto de las cosas y sucesos del mundo.

Érase, al mismo tiempo, un señorón de la corte, que había dado en la gracia de visitar a menudo aquel lugar, tentado de la codicia de sus bellezas naturales. El tal señorón no lo parecía por la sencillez de su porte, ni por la suavidad de su carácter, ni por la llaneza patriarcal de sus costumbres. Súpose, al cabo, allí, que no era «sujeto de los de tres al cuarto», por la fama vocinglera, que ya lo tenía bien pregonado por esos mundos de Dios; y fue la noticia motivo de gran asombro para aquellos aldeanos, no sólo por lo que les descubría de repente, sino porque no acertaban a explicarse cómo un hombre de tan erguido copete y de tan grande poder se daba por contento allí con trepar a las montañas, pintar en unas tablucas caseríos y peñascos, coger en el arenal caracoles y concharras, y con verlo y observarlo todo, grande y chico... y desde lejos, para no molestar a nadie, sin pedirles jamás nada, ni siquiera el voto a favor de un candidato para alcalde del lugar, ni una parcela de lo baldío para anzuelo de otras muchas que iría pescando poco a poco, hasta alzarse «en su día» con todo el territorio comunal.


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 87 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Lima de los Deseos

José María de Pereda


Cuento


Apuntes de mi cartera


Apenas un asomo de razón iluminó las obscuridades de su cerebro, ya vieron sus ojos obstáculos mortificantes, y sintió en su corazón el ansia de librarse de ellos. El silabario fue su pesadilla, porque envidiaba a los que leían «en Fleury» y escribían «de palotes»; llegó a hacerlos, y le desazonaba la experta mano que guiaba a la suya, débil y torpe; escribió solo, y maldijo del método que le obligaba a trazar las letras a pulso entre líneas paralelas; escribió después libre y suelto sobre la blanca superficie del papel, y le quitaron el sueño las lecciones de memoria, los primeros problemas de la Aritmética, la vigilancia de la niñera que le acompañaba en sus ratos de huelga en plazas y paseos; y deseó con ansia llegar a esa edad en que termina la fastidiosa tutela de los rodrigones, y comienza el niño a campar por sus respetos.


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 321 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Primer Sombrero

José María de Pereda


Cuento


I

Un conocido mío que estuvo en Santander quince años ha y volvió a esta ciudad el último verano, me decía, después de recorrer sus barrios y admirar los atrevidos muelles de Maliaño, desde el monumental de Calderón:

—Decididamente es Santander una de las poblaciones que más han adelantado en menos tiempo.

Y después de hablar así del paisaje, echóse a estudiar el paisanaje, es decir, la masa popular, en la cual reside siempre, y en todas partes, el sello típico del país, el verdadero color de localidad: pero tanto y tanto resabio censurable encontró en él, tanta y tanta inconveniencia admitida y respetada por el uso; tanto y tanto defecto condenable ante el más rudimentario código de policía y buen gobierno, que, olvidado de que semejantes contrastes son moneda corriente aun en las capitales más importantes de España, exclamó con desaliento:

—¡Qué lástima que las costumbres populares de Santander no hayan sufrido una reforma tan radical como la ciudad misma!

Y el observador, al hablar así, estaba muy lejos de lo cierto; porque precisamente es más notable el cambio operado aquí en las costumbres públicas, que el que aquél admiraba tanto en la parte material de la ciudad.

Considérese, por de pronto, que los vicios de que adolecen actualmente las costumbres de este pueblo, no sólo han disminuido en número, con respecto a ayer, sino en intensidad, como diría un gacetillero hablando de las invasiones de una epidemia que se acaba; y téngase luego muy en cuenta que en todas las escenas en que hoy toma parte el llamado pueblo bajo, y en otras muchas más, figuraba antes en primer término la juventud perteneciente a las clases sociales más encopetadas.

Y no acoto con muertos, como vulgarmente se dice, pues aún no peinan canas muchos de los personajes que llevaban la mejor parte en empresas que más de dos veces degeneraron en trágicas.


Leer / Descargar texto

Dominio público
11 págs. / 19 minutos / 38 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Cervantismo

José María de Pereda


Cuento


El Diccionario de la Academia no contiene este vocablo; pero es uno de los propuestos por el último de los individuos del insigne cuerpo literario para la edición que está imprimiéndose. Por si la Academia no le acepta, conste que entiendo yo por

Cervantismo: La manía de los Cervantistas; y por

Cervantista: El admirador de Cervantes, y el que se dedica a ilustrar y comentar sus obras.

En rigor, pues, estos párrafos debieran haberse incluido entre los que, bajo el rótulo de Manías, quedan algunas páginas atrás; pero son tantos, y de tal índole la enfermedad a que se refieren, que bien merecen vivir de cuenta propia y establecerse capítulo aparte.

Dice Chateaubriand, hablando de los españoles como soldados, que nuestro empuje en el campo de batalla es irresistible; pero que nos conformamos con arrojar al enemigo de sus posiciones, en las cuales nos tendemos, con el cigarrillo en la boca y la guitarra en las manos, a celebrar la victoria.

Si despojamos a esta pintura del colorido francés que la califica, nos queda en ella un exactísimo retrato del carácter español, no sólo en la guerra, sino en todas las imaginables situaciones de la vida.

Ya que no la guitarra, la pereza nacional nos absorbe los cinco sentidos, y sólo cuando el hambre aprieta, o la bambolla empuja, o la curiosidad nos mueve, sacudimos la modorra. Entonces embestimos con el lucero del alba para estar donde él estuvo, medrar de lo que medró y hacer todo cuanto él hizo.


Leer / Descargar texto

Dominio público
14 págs. / 25 minutos / 45 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Santander

José María de Pereda


Cuento


I

Las plantas del Norte se marchitan con el sol de los trópicos.

La esclavizada raza de Mahoma se asfixia bajo el peso de la libertad europea.

El sencillo aldeano de nuestros campos, tan risueño y expansivo entre los suyos, enmudece y se apena en medio del bullicio de la ciudad.

Todo lo cual no nos priva de ensalzar las ventajas que tienen los Cármenes de Granada sobre las estepas de Rusia, ni de empeñarnos en que usen tirillas y fraque las kabilas de Anghera, y en que dejen sus tardas yuntas por las veloces locomotoras nuestros patriarcales campesinos….

Pero sí me autoriza un tanto para reirme de esas largas disertaciones encaminadas á demostrar que los nietos de Caín no supieron lo que era felicidad hasta que vinieron los fósforos al mundo, ó, mejor dicho, los fosforeros, ó como si dijéramos, los hombres de ogaño.

Y me río muy descuidado de la desdeñosa compasión con que hoy se mira á los tiempos de nuestros padres, porque éstos, en los suyos, también se reían de los de nuestros abuelos, que, asimismo, se rieron de los de sus antepasados; del mismo modo que nuestros hijos se reirán mañana de nosotros; porque, como es público y notorio, las generaciones, desde Adán, se vienen riendo las unas de las otras.

Quién hasta hoy se haya reído con más razón, es lo que aún no se ha podido averiguar y es probable que no se averigüe hasta que ría el último; pero que cada generación cree tener más derechos que ninguna otra para reirse de todas las demás, es evidente.

He dicho que el hombre se ríe de cuanto le ha antecedido en el mundo; y he dicho mal: también se ríe de lo que le sigue mientras le quedan mandíbulas que batir.


Leer / Descargar texto

Dominio público
15 págs. / 26 minutos / 46 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Por lo que Valga

José María de Pereda


Cuento


También yo, aunque lego, voy a echar mi cuarto a espadas, o si se prefiere, porque encaje mal cuanto se parezca a broma en un caso tan serio, a poner la pluma en el que han sacado a relucir en las columnas de El Atlántico dos entusiastas y distinguidos redactores de él, en los números correspondientes al sábado y el domingo últimos. En el primer artículo se trata la cuestión, con la autoridad y la lucidez de un experto criminalista, doctrinalmente y con el más alto e independiente espíritu de crítica; en el segundo, sin perderse de vista este aspecto de la cuestión, se apela al sentimiento público con hermosos arranques de generosa piedad, a favor del reo condenado a muerte por esta Audiencia, en el juicio oral celebrado ante ella pocos días hace. Ambos escritores afirman, y afirman la pura verdad, que fue hondísimo el sentimiento, y más grande aún la sorpresa que recibió el público al conocer ese terrible fallo del Tribunal de derecho. Natural es lo del sentimiento en este triste caso y en otros de igual linaje; pero ¿qué hay de anómalo, de irregular o de raro en este negro proceso para que la extrañeza haya sido tan grande como la conmiseración entre las gentes que teníamos fija la atención en él, no tratándose de un criminal a la usanza de los famosos del día, sino de un obscuro, vulgar y embrutecido presidiario, extraño en todo y por todo a la tierra montañesa y jamás visto de nadie aquí? Según los dos escritores mencionados, según lo que pudo verse y estimarse en lo que tuvo de público el juicio oral, cuya parte más larga y minuciosa, por lo que había en ella de escandaloso y repulsivo a la moral, se celebró a puertas cerradas, la inconcebible exigencia de un precepto legal absurdo, que obligó a tres dignos y rectos magistrados a ser, antes que jueces justicieros, hombres de ley inexorables.


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 33 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Para Ser un Buen Arriero...

José María de Pereda


Cuento


I

Blas del Tejo y Paula Turuleque eran de un mismo pueblo de la Montaña, y entrambos huérfanos de padre y madre y hasta de toda clase de parientes. Blas poseía, por herencia, un cierro de ocho carros de tierra y un par de bueyes. Paula era dueña, en igual concepto que Blas, de una casuca con huerto, de dos novillas y de una carreta.

Paula y Blas convinieron un día en que si sus respectivas herencias se convirtiesen en una sola propiedad y se añadiesen a ésta algunas reses en aparcería y algunas tierras a renta, se podría pasar con todo ello una vida que ni la del archipámpano de Sevilla.

Y Blas y Paula se casaron para realizar el cálculo, y pronto, como eran honrados, hallaron quien les diese en renta veinte carros de prado y otros tantos de labrantío, más un par de vacas en aparcería.

Blas era gordinflón, bajito, risueño y tan inofensivo como una calabaza.

Paula no era más alta que Blas, y allá se le iba en carnes y en malicias.

Cogían maíz para ocho meses, partían con el amo una novilla cada año y mataban un cerdo de siete arrobas por Navidad. Paula tenía siempre colgados en la vara, sobre la cama, un jubón de cúbica negra, una saya de estameña del Carmen con randa de panilla, y un pañuelo de espumilla para los días de fiesta. Blas, por su parte, nunca estaba sin unos calzones y una chaqueta de paño fino, y un sombrero serrano para las grandes solemnidades.

Blas no probaba el vino más que para celebrar los días de fiesta, y en estos casos nunca pasaba de medio cuartillo, y Paula se escandalizaba cuando oía decir que algunas de sus vecinas empeñaban las ropas o vendían el maíz para beber aguardiente.


Leer / Descargar texto

Dominio público
28 págs. / 49 minutos / 95 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

12345