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Un Tipo Más

José María de Pereda


Cuento


Corría el mes de noviembre: hacía poco más de una hora que había amanecido, y llovía a cántaros. Excusado creo decir que aún me hallaba yo en la cama, tan abrigadito y campante, gozando de ese dulce sopor que está a dos dedos del sueno y a otros tantos del desvelo, pero que, sin embargo, dista millares de leguas de los dolores, amarguras y contrariedades de la vida; estado feliz de inocente abandono en que la imaginación camina menos que una carreta cuesta arriba, y no procura más luz que la estrictamente necesaria para que la perezosa razón comprenda la bienaventuranza envidiable que disfrutan en esta tierra escabrosa los tontos de la cabeza. Punto y seguido. Abrieron de pronto la puerta de mi cuarto, y avisáronme la llegada de una persona que deseaba hablarme con mucha urgencia.


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22 págs. / 39 minutos / 34 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Un Sabio

José María de Pereda


Cuento


Al siguiente día de su llegada a Santander, o acaso sin sacudirse el polvo del camino, dase a conocer en tertulias y corrillos diciendo, con la mayor impavidez, que España es un país de estúpidos, y que la capital de la Montaña es el último rincón del país, puesto que no hay un solo montañés que conozca la telematología, ni la filosofía del sentimiento estético en sus relaciones con la actividad del yo pensante, en, dentro, sobre, sobre en y por debajo de la conciencia universal. Pero esta ignorancia no le sorprende en un pueblo en que todavía oyen misa los hombres que se llaman ilustrados, y desconocen a Jeeéguel (muy arrastrada la J) o Hegel, como decimos las personas vulgares.

Y ahora que el lector sabe algo sobre la venida de este huésped, voy a decirle otro poco acerca de su procedencia.

La humana debilidad tiende, por instinto, a lo más cómodo, hacedero y comprensible.

Por eso a los grandes apóstatas, aunque arrastrados a la apostasía por el demonio de la soberbia, o de la codicia, o de la concupiscencia, nunca les han faltado inocentes que formen su cortejo.


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7 págs. / 12 minutos / 48 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Un Marino

José María de Pereda


Cuento


Marino, como ustedes saben muy bien, significa genéricamente, hombre que se dedica á la navegación, que profesa la náutica, empleado en la marina, etc., etc.

Pero «un marino» en Santander, hasta hace muy pocos años, hasta que llegó á la clásica tierra de los garbanzos ese airecillo que aclimató la crinolina en Bezana y la cerveza en San Román, significaba otra cosa más concreta y determinada. «Un marino» significaba, precisamente, un joven de veinte á treinta años, con patillas á la catalana, tostado de rostro, cargado de espaldas, de andar tardo y oscilante, como buque entre dos mares, con chaquetón pardo abotonado, gorra azul con galón de oro y botón de ancla, corbata de seda negra al desgaire, botas de agua, mucha greña, y cada puño como una mandarria.

«Un marino» no era capitán, ni contramaestre, ni simplemente marinero; era, por precisión, tercero, ó examinado de segundo, ó, á lo sumo, piloto en efectividad.

Cuando estudiaba en el Instituto, no se había embarcado jamás, y, sin embargo, ya era tostado de color y cargado de hombros, y se balanceaba al andar…; en fin, ya olía á brea y alquitrán. Cualquiera diría que, como destinado á la mar, estaba construído de macho de trinquete ó de piezas de cuaderna, y no de carne y hueso como nosotros.

Entonces se llamaba náutico, y se largaba cada piña que derrengaba.

La clase de filosofía que contaba con un par de estos alumnos que sacase la cara por ella, ya se creía capaz de hacer frente á la pandilla de Cuco, el del muelle de las Naos, ó al rebaño de mozos más aguerridos de Monte.

Correrla entre nosotros, equivalía á pasar las horas de la cátedra jugando á paso en el Prado de Viñas, ó pescando luciatos en el Paredón, ó acometiendo alguna empresa inocente en el Alta.


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11 págs. / 20 minutos / 33 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Un Joven Distinguido (Visto Desde sus Pensamientos)

José María de Pereda


Cuento


I. En un cuarto de una fonda

No me digan a mí (enfrente del espejo y en ropas menores) que aquellos hombres de anchas espaldas y robusto pecho, que gastaban gabanes de acero y pantalones de hierro colado, eran el tipo de belleza varonil... Serían, todo lo más, forzudos; pero ¿elegantes?... ¡bah!... Hay que desengañarse: es mucho más hermosa la juventud de ahora... ¿Qué hay que pedir a esta pierna larga y delgada, como un mimbre?, ¿a este brazo descarnado y suelto, como si no tuviera coyunturas?, ¿y a este talle que se cimbrea?, ¿y a este pescuezo de cisne?... ¡Si no fuera por esta pícara nuez! Pero se me ha corregido mucho, y a la hora menos pensada desaparece por completo. De todas maneras, la cubriré con la barba... cuando la tenga... Y en verdad que sentiré tenerla, porque con ella perderá el cutis su frescura: ¡cuidado si es fresco y sonrosado mi cutis! ¡Si estuviera la cara un poco más llena de carnes y fueran los dientes algo más blancos y menudos!... porque con estos ojos rasgados, este bigotillo de seda y este pelo negro echado hacia atrás... ¡Qué hermosa frente tengo!... Y eso que no es muy ancha... Bien. Ahora el traje amelí de negligé. ¡Qué bien cae el pantalón sobre los pies! Me gustan estas campanas tan anchas, porque tapan los juanetes. ¡Pícaros juanetes! ¿Por qué he de tener yo juanetes como un hombre vulgar?... No sé si me ponga el sombrero de paja a la marinera, o el de fieltro. Como es por la tarde... Me decido por el de paja. No viste tanto, pero me va muy bien... Ahora los guantes de piel de Suecia, el bastón de espino ruso... Y a la calle... Vaya antes una mirada general... ¡Intachable!... ¡Cómo se nos conoce en el aire a los chicos distinguidos!... ¡Por cierto que estos provincianos de Santander tienen un afán de arrimarse a uno!... Y luego serán capaces de quejarse si se les da un desaire...


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Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Un Artista

José María de Pereda


Cuento


—¡Gusta usted que le sirva, cabayero!

—Sí, señor.

—Sírvase usted tomar asiento aquí...

—¿Qué va a ser?

—¿Cuál?

—Digo si gusta usted cortarse, rizarse...

—Quiero que me afeiten.

—Al momento, cabayero... ¿Le gusta a usted así el respaldo? ¿Quiere usted que le suba... que le baje?

—No, señor.

—Muy bien. ¿Fría o caliente?

—Como a usted le dé la gana, con tal que me afeite pronto y bien.

—¡Oh!, como una seda, cabayero... Un poquito más alta la barbiya, si usted gusta... Así... ¡Qué calores tenemos, eh? ¡Cómo se estará asando aquel Madrí!... ¿Hace mucho que no ha estado usted por Madrí, cabayero?

—Y ¿qué sabe usted si yo he estado allá alguna vez?

—¡Oh!, yo le conozco a usted.

—Pues que sea por muchos años.

—Sí, señor. Cuando vino usted a cortarse el pelo anteayer, me lo dijo el chico que le sirvió a usted.

—Es decir, que es usted nuevo en esta peluquería.

—Ocho días hace que llegué de Madrí.

—Como en verano se aumenta la parroquia...

—No, señor: yo he venido de placer; quiero decir, a baños.

—Vamos, afeita usted por recreo.

—Hágase usted cuenta que sí; porque lo que sucede es de que al saberse que yo había venido, me solicitó el maestro; y yo, por hacerle un favor...

—Ya lo comprendo.

—Como a mí, en dejándome tiempo para bañarme, una hora para el café y otras dos para ir con los amigos al paseo, no me hace falta el resto del día...

—¿Y todos los años viene usted a bañarse aquí?

—No, señor. Ésta es la primera vez; pero otros amigos de mi arte han venido otros veranos, y me han hablado muy bien de este pueblo. Lo demás, yo siempre he salido a San Sebastián. Hay muy buena sociedad allí.

—¿De modo que usted no piensa quedarse todo el año en esta barbería?


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Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Un Aprensivo

José María de Pereda


Cuento


Puede ser de Rioseco, lo mismo que de Palencia o de Zamarramala. No es viejo, ni tampoco joven, ni rubio, ni moreno, ni alto ni bajo, ni rico ni pobre. Trajo baúl de cuero peludo y sombrerera de cartón. Hospedóse como pudo, y al día siguiente fue a entregar la carta de crédito que traía, a su orden, contra una casa mercantil de la plaza.

—¿Los señores de Tal y Cual y Compañía?

—Servidores de usted.

—Tenga usted la bondad de enterarse de esta esquelita.

—Cúbrase usted y siéntese.

—Muchas gracias.

—¿Quiere usted recibir ahora la cantidad que los señores Morcajo y Compañía nos mandan poner a su disposición?

—No, señor; iré tomando a cuenta lo que necesite, si a ustedes les parece.

—Como usted guste. Y ¿cómo están aquellos señores?

—Tan guapamente... quiero decir, salvo el sobrehueso del don Atanasio, que no le deja moverse de la silla cuatro años hace.

—Eso es lo peor. Y usted, a lo que parece, ¿se ha venido por ahí a veranear?

—No fuera malo, señor mío. Por ese solo placer quedárame en casa, que los tiempos no están para moverse de ella. Vengo, créalo usted, por la necesidad que tengo de tomar los baños.

—¿Y ya está usted instalado?

—Sí, señor: ahí paro en cá de un paisano, en Santa Clara. Mucha bestia, mucha mosca y bastante ruido hay; pero como dicen que el olor de la cuadra es bueno para el pecho, no me pesa haber encontrado eso. Yo mejor querría un parador con vistas a la mar alta; pero ¡mire usted que llegué a dar hasta doce reales por un cuarto en el Sardinero, y el demontres del posaero se me echó a reír! Conque volvíme ahumando a la ciudad, donde pago medio duro. Le digo a usted que la vida cuesta aquí un sentido. Pero la pícara necesidad de los baños...

—Pues, hombre, el semblante de usted revela mucha salud.


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10 págs. / 17 minutos / 36 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Reminescencias

José María de Pereda


Cuento


Esto de comparar tiempos con tiempos, no es siempre una manía propia de la vejez, como la fama asegura y muchos ejemplos lo acreditan.

Manía es, en los que se van, creerse de mejor madera que los que vienen, porque la raza humana, desde Caín acá, ha variado muy poco en el fondo; pero ¿quién podrá negar que en el siglo que corre, como en ningún otro, los usos y las costumbres y el aspecto exterior de los hombres, ofrecen notabilísimas diferencias, de generación en generación, de año en año, de día en día?

Tales y parecidas cavilaciones me asaltan la mente cada vez que, obligado a ello por una irresistible exigencia de carácter, me detengo a contemplar con infantil curiosidad esos enjambres de niños que a las horas de paseo invaden las alamedas, y corren, y saltan, y gritan, y dan vida, gracia y armonías, como los pájaros al bosque, con sus regocijos y colores, a aquel monótono bamboleo de señores graves y de jovenzuelas presumidas, que recorren, arriba y abajo, el recto y empolvado arrecife, como tropa disciplinada en revista de comisario.

¡Qué asombrosa variedad de formas, de matices, de adornos, de calidades, la de aquellos arreos infantiles! No se ven dos vestidos iguales, ni rapaz que no varíe el suyo tres veces a la semana; y cada traje es lo que aparenta, es decir, que no es pana lo que parece terciopelo, ni talco lo que por oro toma la vista.


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13 págs. / 24 minutos / 31 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Pasa-Calle

José María de Pereda


Cuento


Dame tu brazo, lector, o toma el mío si lo prefieres, y vámonos a matar dos horas que me sobran, brujuleando por las calles de la Muy Noble, Leal y Decidida ciudad; que todos estos títulos ostenta en su ejecutoria la perínclita capital de la Montaña, desde don Fernando el Santo hasta Echevarría el faccioso, o, si lo quieres más digerible, desde la toma de Sevilla hasta la «batalla de Vargas». La noche, como de otoño, está serena y apacible; y si bien el gas de los faroles que acaban de encenderse apenas bastaría para hacer visible la oscuridad, como, si mal no recuerdo, dijo en parecido caso, el discretísimo y ameno Curioso Parlante, para no darnos de testarazos contra las esquinas tendremos a nuestra disposición los plateados rayos de la luna que, como una enorme criba roja, llega en este instante, entre nubes de púrpura y naranja, sobre los viejos paredones de la solitaria venta de Pedreña.


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26 págs. / 45 minutos / 30 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Para Ser un Buen Arriero...

José María de Pereda


Cuento


I

Blas del Tejo y Paula Turuleque eran de un mismo pueblo de la Montaña, y entrambos huérfanos de padre y madre y hasta de toda clase de parientes. Blas poseía, por herencia, un cierro de ocho carros de tierra y un par de bueyes. Paula era dueña, en igual concepto que Blas, de una casuca con huerto, de dos novillas y de una carreta.

Paula y Blas convinieron un día en que si sus respectivas herencias se convirtiesen en una sola propiedad y se añadiesen a ésta algunas reses en aparcería y algunas tierras a renta, se podría pasar con todo ello una vida que ni la del archipámpano de Sevilla.

Y Blas y Paula se casaron para realizar el cálculo, y pronto, como eran honrados, hallaron quien les diese en renta veinte carros de prado y otros tantos de labrantío, más un par de vacas en aparcería.

Blas era gordinflón, bajito, risueño y tan inofensivo como una calabaza.

Paula no era más alta que Blas, y allá se le iba en carnes y en malicias.

Cogían maíz para ocho meses, partían con el amo una novilla cada año y mataban un cerdo de siete arrobas por Navidad. Paula tenía siempre colgados en la vara, sobre la cama, un jubón de cúbica negra, una saya de estameña del Carmen con randa de panilla, y un pañuelo de espumilla para los días de fiesta. Blas, por su parte, nunca estaba sin unos calzones y una chaqueta de paño fino, y un sombrero serrano para las grandes solemnidades.

Blas no probaba el vino más que para celebrar los días de fiesta, y en estos casos nunca pasaba de medio cuartillo, y Paula se escandalizaba cuando oía decir que algunas de sus vecinas empeñaban las ropas o vendían el maíz para beber aguardiente.


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28 págs. / 49 minutos / 89 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Más Reminescencias

José María de Pereda


Cuento


I

Creo que fue Mad. de Sevigné quien dijo que sucede con los recuerdos lo que con las cerezas en canastilla: se tira de una y salen muchas enredadas. Los evocados en el cuadro anterior traen a mi memoria mil, íntima y necesariamente encadenados a ellos.

El primero que me asalta es el de mi ingreso en el Instituto Cántabro; suceso por todo extremo señalado en aquella edad y en aquellos tiempos, y muy especialmente para mí, y otros pocos más, por las singularísimas circunstancias que concurrieron en el paso, verdaderamente heroico y transcendental.

Comúnmente, pasar de la escuela de primeras letras al Instituto de segunda enseñanza, era, y es, cambiar de local, de maestro y de libros, y ascender un grado en categoría. El trabajo viene a ser el mismo en una y otra región y aún menos engorroso y molesto en la segunda. Pero entrar en el Instituto el año en que yo entré, saliendo, como yo había salido, de la escuela de Rojí, donde le trataban a uno hasta con mimos, era como dejar el blando y regalado lecho en que se ha soñado con la gloria celestial, para ponerse delante de un toro del Jarama, o meterse, desnudo e indefenso, en la jaula de un oso blanco en ayunas.


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18 págs. / 31 minutos / 28 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

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