Textos más descargados de José María de Pereda etiquetados como Cuento disponibles | pág. 5

Mostrando 41 a 50 de 68 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: José María de Pereda etiqueta: Cuento textos disponibles


34567

Las Bellas Teorías

José María de Pereda


Cuento


¡Dichosa edad, dichoso siglo XIX! ¡Tú, con, tu ciencia, arrancaste a los pueblos de la barbarie de sus antecesores; tú, con la razón por bandera, redimiste a la humanidad del pecado de la estúpida ignorancia de nuestros abuelos! Ya no hay privilegios, ya no hay distancias, ya no hay razas, ya no hay fuertes ni débiles, víctimas ni verdugos. Las diversas naciones del mundo culto forman un solo pueblo; los hombres una sola familia; todos somos hermanos con una sola religión, la ciencia; con un solo gobierno, la virtud; con una misma riqueza, el trabajo. La antorcha de la razón, disipando las densas tinieblas de las viejas preocupaciones, ha transformado la naturaleza pensante. La razón es la luz, la razón es el pan, la razón es la Providencia, la razón es la famosa palanca que soñó el sabio. Yo digo que blanco, mi vecino que negro: he aquí la palanca. Demuestro yo mi teoría, sostiene el otro la suya: he aquí el punto de apoyo. Se la combate, me la protesta, se formaliza el debate, la discusión, que llamamos; he aquí que el mundo se tambalea y que al fin acaba por dar la voltereta.

Resumen: El talento es el árbitro soberano de la tierra.

Corolario: Sólo los necios tendrán hambre, sed y frío.

Vamos a verlo.

Juan era todo un mozo modelado a la última (no quiero decirlo en francés). Admiraba la ciencia, adoraba la idea y respetaba el talento. Tenía fe ciega en el progreso moderno, soñaba con la perfectibilidad hasta el extremo de vislumbrar lo perfecto; creía en todo, de tejas abajo, porque todo cabía dentro de la razón; dudaba de todo cuanto debía dudar un hombre que creía como él creía, cuanto debía dudar un verdadero espíritu fuerte; dudaba, en fin, de tejas arriba, de todo.


Leer / Descargar texto

Dominio público
16 págs. / 28 minutos / 27 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Romería del Carmen

José María de Pereda


Cuento


I

Yo deploro ese espíritu inquieto y ambicioso que viene, años hace, apoderándose del hombre; yo abomino ese monstruo de pulmones de hierro que, devorando distancias y taladrando el corazón de las montañas, ha arrojado de nuestros pacíficos solares las tradiciones risueñas y el inocente bienestar de los patriarcas.

Me apresuro a advertir que esto no lo digo yo. Quien lo dice, y mucho más, a todas las horas del día, es mi respetable amigo el señor don Anacleto Remanso.

Necesito decir a ustedes quién es y de dónde viene este apreciable sujeto.

Don Anacleto era allá por el año 15 un mozo perfectamente reputado en el comercio de esta plaza. Tenía excelente letra y manejaba los libros con rara inteligencia. Merced a estas cualidades, su principal le aumentó el modestísimo sueldo que había estado ganando durante doce años, y cuando hubieron pasado seis más, le interesó en los negocios de la casa. Con este pie de fortuna, y gracias a no sé qué plaga que llovió sobre los trigos extranjeros tiempo andando, don Anacleto se encontró de la noche a la mañana con un capital neto de veinte mil duros. Entonces se plantó, contrajo matrimonio con una honesta doncella, su contemporánea; y libre de las penas y zozobras que torturan el alma de los que fían su bienestar en el acrecentamiento de la fortuna, comenzó a gustar las delicias de la paz del hogar, tras una sabrosísima luna de miel.

No hace a mi propósito seguir a este buen señor paso a paso en todos los de su vida hasta el año 48, época en que yo le conocí.


Leer / Descargar texto

Dominio público
23 págs. / 41 minutos / 38 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Robla

José María de Pereda


Cuento


De maldita de Dios la cosa sirvieran los contratos de compraventa, si al tiempo de consumarlos no llevaran más requisitos que el mutuo convenio de los contratantes y el ante mí del tabelión más competente del juzgado.

Y cuidado, señores legistas, con atribuirme la pretensión de poner en duda la legalidad de las fórmulas que sobre el particular se vengan usando desde la fecha de las Pandectas.

¡Líbreme de ello Dios! Voy separándome del centro civilizado donde la ley se halla en toda su pomposidad, y estoy refiriéndome á los incultos moradores del campo, entre los cuales, sin dejar de acatarse el vigente código en todo lo que vale, aún se rinde culto reverente á la tradición, la cual constituye para ellos un derecho tan sagrado como el que más se funde en cuantas leyes se vengan haciendo desde la fabla de don Alonso el Sabio.

Desengáñese la previsora jurisprudencia: sin un requisito que les sea peculiar, estos paisanos no dan por terminado ningún negocio, aunque para cumplir con la ley le amortajen en más testimonios y sellos que hay en un archivo de hipotecas. Pasar un objeto de las manos de Juan á las de Pedro sin cierta solemnidad sui géneris, valdría tanto como para la conciencia de un cristiano viejo un buen creyente sin bautizar, símil en que, sin duda alguna se fundaron los académicos de mi lugar para llamar á dicha ceremonia mojar el asunto.


Leer / Descargar texto

Dominio público
10 págs. / 19 minutos / 39 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La mujer del ciego ¿para quién se afeita?

José María de Pereda


Cuento


I

Es evidente que el hombre se acostumbra a todo.

Ama con delirio a su esposa, a su hijo, a su madre: cree que si la muerte le arrebatara el objeto de su amor, no podría sobrevivirle; y llega la muerte al cabo, y le lleva la prenda querida... y no se muere: la llora una semana, suspira un mes, viste de luto un año; y con el crespón que arranca de su sombrero a los trece meses, desarraiga de su pecho el último recuerdo doloroso.

Vive en la opulencia, contempla la miseria que agobia a su vecino, y cree de buena fe que si él se arruinara sucumbiría al rigor de la desesperación antes que aclimatarse a las privaciones, a la levita mugrienta, a la estrechez de una buhardilla y, sobre todo, al desdén de los ricos. Y un día la inestable rueda da media vuelta, y le coge debajo, y le desocupa los bolsillos, y le desgarra el frac, y le reduce a la más precaria de las situaciones; y lejos de morirse, frota y cepilla sus harapos, devora los mendrugos de su miseria, y con cada humillación que le produce el desprecio de sus mismas hechuras, más afortunadas que él, siente mayor apego a la vida.

Quien se imagina, porque nació en América, que sin aquel sol, sin plátanos, sin dril y jipi-japa, fenecería en breve; y la suerte le trasplanta a la mismísima Laponia, y allí, bajo una choza de hielo, sin sol, chupando témpanos, royendo correas de bacalao y vestido de pieles, engorda como un tudesco.

Quien otro, artista fanático, gana el pan que le sustenta vergando pipas de aceite o pesando fardos de pimentón...

Y si así no fuera; si Dios, en su infinita misericordia, al echar sobre la raza de Adán tantísima desdicha, tanta contrariedad, no hubiera dado al hombre una memoria frágil, un corazón ingrato, un cuerpo de hierro y una razón débil y tornadiza, ¿cómo llegaría al término de su peregrinación por este mundo pícaro sin ser un santo?


Leer / Descargar texto

Dominio público
11 págs. / 20 minutos / 105 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Lima de los Deseos

José María de Pereda


Cuento


Apuntes de mi cartera


Apenas un asomo de razón iluminó las obscuridades de su cerebro, ya vieron sus ojos obstáculos mortificantes, y sintió en su corazón el ansia de librarse de ellos. El silabario fue su pesadilla, porque envidiaba a los que leían «en Fleury» y escribían «de palotes»; llegó a hacerlos, y le desazonaba la experta mano que guiaba a la suya, débil y torpe; escribió solo, y maldijo del método que le obligaba a trazar las letras a pulso entre líneas paralelas; escribió después libre y suelto sobre la blanca superficie del papel, y le quitaron el sueño las lecciones de memoria, los primeros problemas de la Aritmética, la vigilancia de la niñera que le acompañaba en sus ratos de huelga en plazas y paseos; y deseó con ansia llegar a esa edad en que termina la fastidiosa tutela de los rodrigones, y comienza el niño a campar por sus respetos.


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 310 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Intolerancia

José María de Pereda


Cuento


Al señor don Sinforoso Quintanilla

Bien saben los que a usted y a mí nos conocen, que de este pecado no tenemos, gracias a Dios, que arrepentirnos.

No van, pues, conmigo ni con usted los presentes Rasguños, aunque mi pluma los trace y a usted se los dedique; ni van tampoco con los que tengan, en el particular, la conciencia menos tranquila que la nuestra, porque los pecadores de este jaez ni se arrepienten ni se enmiendan; además de que a mí no me da el naipe para convertir infieles. Son, por tanto, las presentes líneas, un inofensivo desahogo entre usted y yo, en el seno de la intimidad y bajo la mayor reserva. Vamos, como quien dice, a echar un párrafo, en confianza, en este rinconcito del libro, como pudiéramos echarle dando un paseo por las soledades de Puerto-Chico a las altas horas de la noche. El asunto no es de transcendencia; pero sí de perenne actualidad, como ahora se dice, y se presta, como ningún otro, a la salsa de una murmuración lícita, sin ofensa para nadie, como las que a usted le gustan, y de cuya rayano pasa aunque le desuellen vivo.

Ya sabe usted, por lo que nos cuentan los que de allá vienen, lo que se llama en la Isla de Cuba un ¡ataja! Un quidam toma de una tienda un pañuelo... o una oblea; le sorprende el tendero, huye el delincuente, sale aquél tras éste, plántase en la acera, y grita ¡ataja!, y de la tienda inmediata, y de todas las demás, por cuyos frentes va pasando a escape el fugitivo, le salen al encuentro banquetas, palos, pesas, ladrillos y cuanto Dios o el arte formaron de más duro y contundente. El atajado así, según su estrella, muere, unas veces en el acto, y otras al día siguiente, o sale con vida del apuro; pero, por bien que le vaya en él, no se libra de una tunda que le balda.


Leer / Descargar texto

Dominio público
13 págs. / 23 minutos / 36 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Guantería

José María de Pereda


Cuento


I

Afuer de retratista concienzudo, aunque ramplón y adocenado, no debo privar a la fisonomía de Santander de un detalle tan característico, tan popular, como la Guantería. Mis lectores de aquende le han echado de menos en mis Escenas Montañesas, y no me perdonarían si, en ocasión tan propicia como ésta, no reparara aquella falta. Tómenlo en cuenta los lectores de allende (si tan dichoso soy que cuento algunos de esta clase), al tacharme este cuadro por demasiado local.

Y tú, mi excelente amigo, el hombre más honrado de cuantos he conocido en este mundo de bellacos y farsantes; tú, cuya biografía, si lícito me fuera publicarla, la declarara el Gobierno como libro de texto en todas las escuelas de la nación; tú, a quien es dado únicamente, por un privilegio inconcebible entre la quisquillosa raza humana, simpatizar con todos los caracteres, y lo que es más inaudito, hacer que todos simpaticen contigo; tú, ante quien deponen sus charoles y atributos ostentosos las altas jerarquías oficiales para hacerse accesibles a tu confianza, eximiéndote de antesalas, tratamientos y reverencias; tú, que no tienes un enemigo entre los millares de hijos de Adán que te estrechan la mano y te piden un fósforo... y algo más, que no siempre te devuelven; tú, en fin, «guantero» por antonomasia: perdona a mi tosca pluma el atrevimiento de intrusarse en tu propiedad, sin previo permiso, para sacar a la vergüenza pública más de un secreto, si tal puede llamarse a lo que está a la vista de todo el que quiera tomarse, como yo, el trabajo de estudiarlo un poco.


Leer / Descargar texto

Dominio público
13 págs. / 22 minutos / 34 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Cruz de Pámanes

José María de Pereda


Cuento


Novela romántica, por don Cayetano de Noriega


Introducción


Corría el año de 18... La guerra civil ardía en casi todos los ámbitos de la Península Ibérica. Los dos partidos beligerantes estaban más empeñados que nunca en una lucha, que más tarde había de terminarse por un abrazo más o menos cordial, pero que, al fin, era un abrazo, no de despreciar en unas circunstancias en que no se repartían más que mojicones. Los pueblos, aterrorizados con el olor de la pólvora y el tufillo de la sangre, como en tiempos de cólera morbo, no pensaban en el mañana, si no era para prepararse a bien morir. Los padres miraban con angustiosa ternura hacia sus hijos, y, casi paganos, los encomendaban al dios de las batallas, única divinidad que por entonces se dejaba sentir más a las claras. Los hijos, mirando de soslayo hacia sus padres, parecían hacerles graves cargos por haberlos arrojado al mundo en una época tan calamitosa. Las hijas, a semejanza de esas flores que nacen fuera de estación, y, todavía en capullo, empiezan a marchitarse con las escarchas, arrastraban una vida angustiosa e hipocondríaca, porque los campos de batalla consumían a millares sus más vigorosas y risueñas ilusiones. El amor... Entonces no se amaba, o, si se amaba, era de sopetón y sin miras ulteriores. Cupidito se había quitado la venda y, empuñando el fusil, se batía divinamente a las órdenes de un general cristino... ¡Lástima de metrallazo! (Con perdón de mis lectoras.) Pero ésta no es ocasión de retratar la situación de España en aquel tiempo, ni Cayetano nació cortado para ello. Vamos al asunto...


Leer / Descargar texto

Dominio público
5 págs. / 10 minutos / 46 visitas.

Publicado el 6 de febrero de 2023 por Edu Robsy.

Ir por Lana...

José María de Pereda


Cuento


I

Nutrida de carnes, sana de color, ancha de caderas, roma de nariz, alta de pecho, alegre de mirada y frisando en los veintidós, Fonsa, hija de un viejo matrimonio cargado de trabajo, de arrugas y privaciones, era quien se llevaba la palma entre todas las mozas de su lugar. Rondábanla por la noche y bailábanla a porfía los domingos en el corro los mozos más gallardos; poníanle arcos de flores a la ventana durante la velada de San Juan, y la hacían, en fin, objeto de cuantas manifestaciones es susceptible la rústica galantería montañesa.

Pero Fonsa no era feliz, a pesar de todo. Su único hermano había marchado a América poco tiempo hacía, y dos amigas y convecinas que servían en Santander, se habían presentado en el pueblo con vestido de merino de lana y botas de charol. Lo primero la tenía en constante esperanza de ser señora; lo segundo la hizo reparar más de lo conveniente en que ella aún vestía bayeta y percal, y que, descalza casi siempre, se pasaba lo más del año cavando la tierra y sufriendo la inclemencia del sol y del frío. Por eso se dijo una vez, a su modo, por supuesto: «Mi hermano me ha prometido hacerme una señora principal, pero mañana u otro día; y de aquí allá, ya hay lugar para morirse de hambre. Yo podía, para entretener mejor el tiempo, irme a servir a Santander, donde dicen mis compañeras que se divierten mucho y comen y se visten bien y trabajan poco».

Y a Fonsa empezó a quitarle el sueño el condenado gusanillo de la ambición, que está haciendo y ha hecho en la Montaña más estragos que el oidium, la epizootia y el cólera juntos.


Leer / Descargar texto

Dominio público
27 págs. / 47 minutos / 41 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Esbozo

José María de Pereda


Cuento


El sujeto de él no es producto castizamente español; pero, a tuertas o a derechas, ya le tenemos acá, y tan aclimatado como otras muchas cosas que por españolas pasan, porque en España viven y crecen y hasta se multiplican; y si no se acomodan rigorosamente a nuestro genuino modo de ser, vamos nosotros acomodándonos a ellas, y tanto monta.

No apareció sobre la haz de esta tierra por la obra lenta y gradual de una gestación sometida a las leyes inalterables de la Naturaleza, sino por el esfuerzo violento de un cultivo artificial, semejante al que produce los tomates en diciembre, y los pollos vivos y efectivos sin el calor de la gallina. Trájole la arbitraria ley de una necesidad de los tiempos que corren; un antojo de las gentes de ahora, que exigen, para alimento de su voracidad, no los manjares de ayer, suculentos, pero en grandes y muy contadas dosis, sino la comidilla incesante, la parvidad continua, estimulante y cáustica, que mantenga el apetito en actividad perenne.


Leer / Descargar texto

Dominio público
13 págs. / 22 minutos / 32 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

34567