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Para Ser un Buen Arriero...

José María de Pereda


Cuento


I

Blas del Tejo y Paula Turuleque eran de un mismo pueblo de la Montaña, y entrambos huérfanos de padre y madre y hasta de toda clase de parientes. Blas poseía, por herencia, un cierro de ocho carros de tierra y un par de bueyes. Paula era dueña, en igual concepto que Blas, de una casuca con huerto, de dos novillas y de una carreta.

Paula y Blas convinieron un día en que si sus respectivas herencias se convirtiesen en una sola propiedad y se añadiesen a ésta algunas reses en aparcería y algunas tierras a renta, se podría pasar con todo ello una vida que ni la del archipámpano de Sevilla.

Y Blas y Paula se casaron para realizar el cálculo, y pronto, como eran honrados, hallaron quien les diese en renta veinte carros de prado y otros tantos de labrantío, más un par de vacas en aparcería.

Blas era gordinflón, bajito, risueño y tan inofensivo como una calabaza.

Paula no era más alta que Blas, y allá se le iba en carnes y en malicias.

Cogían maíz para ocho meses, partían con el amo una novilla cada año y mataban un cerdo de siete arrobas por Navidad. Paula tenía siempre colgados en la vara, sobre la cama, un jubón de cúbica negra, una saya de estameña del Carmen con randa de panilla, y un pañuelo de espumilla para los días de fiesta. Blas, por su parte, nunca estaba sin unos calzones y una chaqueta de paño fino, y un sombrero serrano para las grandes solemnidades.

Blas no probaba el vino más que para celebrar los días de fiesta, y en estos casos nunca pasaba de medio cuartillo, y Paula se escandalizaba cuando oía decir que algunas de sus vecinas empeñaban las ropas o vendían el maíz para beber aguardiente.


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28 págs. / 49 minutos / 92 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Las Interesantísimas Señoras

José María de Pereda


Cuento


Generalmente son dos: rubia la una, morena la otra; pero esbeltas y garridas mozas ambas. Arrastran las sedas y los tules como una tempestad las hojas de otoño. De aquí que unos las crean elegantísimas, y otros charras y amaneradas. Pero lo cierto es que los otros y los unos se detienen para verlas pasar, y las ceden media calle, como cuando pasa el rey.

Como nadie las conoce en el pueblo, las conjeturas sobre procedencia, calidad y jerarquía, no cesan un punto.

El velo fantástico de sus caprichosos sombrerillos, que llevan siempre sobre la cara, es el primer motivo de controversias entre el sexo barbudo. Si aquellos ojos rasgados, y aquellas mejillas tersas, y aquellos labios de rosa que se ven como entre brumas diáfanas, son primores de la naturaleza o artificios de droguería. Esta es una de las cuestiones. Pero aunque se resolviera en favor de la pintura, no sería un dato; porque ¿qué mujer no se pinta ya?

Otra duda: ¿dónde viven? Se averigua que se hospedaron en una fonda muy conocida, a su llegada a Santander, y que permanecieron en ella tres días, durante los cuales las acompañó por la calle varias veces un inglés cerrado.

Primera deducción: Que son inglesas.

A esto replica un curioso que las siguió entonces muy de cerca, que siempre hablaban por señas a su acompañante, y que le decían «aisé» para llamar su atención. Dato feroz: de él se desprende que no son inglesas ni tienen la más esmerada educación, puesto que usan ese vocablo con que el tosco populacho bautiza a todo extranjero cuando quiere decirle algo.

Pero un joven optimista hace saber que esa palabra es compuesta de dos inglesas, muy usuales en la conversación, y que equivalen a digo yo, o mejor aún, a nuestro familiar oiga usted.

Se desecha el dato desagradable.


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3 págs. / 5 minutos / 73 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Fisiología del Baile

José María de Pereda


Cuento


«El baile es un círculo cuyo centro es el diablo».

Esto lo dijo un teólogo que no era rana.

Mas para los moralistas de ogaño esta definición no es admisible, porque, prescindiendo de que el tiempo de los sábados y de las metamorfosis ha pasado, el círculo no es la figura simbólica de nuestros bailes. Demasiado saben ustedes que cada pareja se va por donde se le antoja, pierde el compás cuando le acomoda y vuelve cuando le da la gana; luego si no hay círculo, no hay centro; ergo si no hay centro, mal puede el diablo hallarse en él.

Sin embargo, la opinión del teólogo tiene su fundamento. «Las mujeres son el mismo diablo», se dice vulgarmente; y admitiendo la denominación de círculo que suele darse a las reuniones danzantes, y teniendo en cuenta que «el bello sexo» es el núcleo o centro de estas reuniones, «el baile es un círculo cuyo centro es la mujer».

Sustituyendo ahora en lugar de este término su equivalente «el mismo diablo», viene a quedar probada la exactitud de la máxima del teólogo.

Pero de este modo se infiere un gravísimo cargo a las mujeres; pues no es lo mismo decir que «son el diablo», que «el diablo es la mujer»; y apelo en testimonio a la gramática.

Buscando un término medio a estas combinaciones diabólicas, he llegado yo a creer que el teólogo citó al diablo por dar alguna forma decente a las tentaciones.

Por lo que hace a éstas, los mismos que no creen en brujas y se ríen del diablo, no se atreverán a negar que tienen en el baile la mejor parte. Yo las he visto, y no soy escrupuloso ni aprensivo.

Pero sean las tentaciones o el diablo el centro abominable del baile, según el consabido teólogo, conste que he querido comprobar su máxima para que no se me diga que la acepto por sistema; porque yo la acepto... Ergo, detesto el baile.


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7 págs. / 12 minutos / 67 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Costurera

José María de Pereda


Cuento


—Qué linda está usted hoy, Teresa!

—¡Vaya!

—Es la pura verdad. Ese pañolito de crespón rojo junto á ese cuello tan blanco….

—¡Dale!

—Ese pelo, tan negro como los ojos….

—¡Otra!

—Y luego, una cinturita como la de usted, entre los pliegues de una falda tan graciosa. ¡Vaya una indiana bonita!

—¡Jesús!

—Es que me gusta mucho el color de lila…, cae muy bien sobre un zapatito de charol tan mono como el de usted…. ¡Ay qué pie tan chiquitín!… ¡Si le sacara un poco más!…

—¡Hija, qué hombre!

—Yo quisiera tener una fotografía de usted en esa postura, pero mirándome á mí.

—¡Vaya un gusto!

—Ya se ve que sí.

—Pues también yo tengo fotografías, sépalo usted.

—¡Hola!

—Y hecha por Pica-Groom.

—¿En la postura que yo digo?

—¡Quiá!; no, señor. Estoy de baile, como iba el domingo cuando usté nos encontró junto á la fábrica del gas.

—Por cierto que no quiso usted mirarme. ¡Como iba usted tan entretenida!…

—¡Si éramos ocho ó nueve!

—¡Pero qué nueve, Teresa! Parecían ustedes un coro de Musas.

—Usté siempre poniendo motes á todo el mundo.

—Es que entre aquellos árboles, y subiendo la cuesta…, ni más ni menos que la del monte Helicona….

—¿Ónde está eso?

—¿Helicona?… Un poco más allá de Torrelavega. El que no me gustó fué aquel Apolo que las acompañaba á ustedes.

—Si no se llama Polo…. Es un chico del comercio.

-Lo supongo. Quiero decir que iba algo cursi. ¡Y ustedes iban tan vaporosas, tan bonitas!

—¡Otra! Si íbamos al baile de Miranda, como todos los domingos.

—Ya oí el organillo.


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9 págs. / 17 minutos / 66 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Fin de una Raza

José María de Pereda


Cuento


I

Nos despedimos de él diez y seis años ha, y ya era viejo entonces. Iba Muelle arriba, descollando su gigantesca arboladura sobre un enjambre de pescadoras y granujas que le rodeaban. Gemían unas, suspiraban otras, y se secaban los ojos muy á menudo con la orilla del delantal, ó con el dorso de la mano, mientras hormigueaban entre ellas los muchachos con el escozor de la curiosidad. Hablaba él con todos sin mirar á nadie, forjando los secos razonamientos á empellones, como si derribara las palabras de sus hombros y les diera el acento con los puños. Quien sólo le viera y no le escuchara, tomárale por fiero capataz de un rebaño de esclavos, y no por el paño de lágrimas de aquella turba de afligidos.

En tanto, cerca del promontorio de San Marín balanceábase un buque del Estado, arrojando de sus entrañas de hierro, entre sordos mugidos, espesa columna de humo que el fresco Nordeste impelía hacia la ciudad, como si fuera el adiós fervoroso con que se despedían de ella, y de cuanto en ella dejaban, quizá para siempre, agrupados junto á la borda, los valientes pescadores santanderinos, arrancados de sus hogares por la última leva.


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22 págs. / 39 minutos / 48 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Cervantismo

José María de Pereda


Cuento


El Diccionario de la Academia no contiene este vocablo; pero es uno de los propuestos por el último de los individuos del insigne cuerpo literario para la edición que está imprimiéndose. Por si la Academia no le acepta, conste que entiendo yo por

Cervantismo: La manía de los Cervantistas; y por

Cervantista: El admirador de Cervantes, y el que se dedica a ilustrar y comentar sus obras.

En rigor, pues, estos párrafos debieran haberse incluido entre los que, bajo el rótulo de Manías, quedan algunas páginas atrás; pero son tantos, y de tal índole la enfermedad a que se refieren, que bien merecen vivir de cuenta propia y establecerse capítulo aparte.

Dice Chateaubriand, hablando de los españoles como soldados, que nuestro empuje en el campo de batalla es irresistible; pero que nos conformamos con arrojar al enemigo de sus posiciones, en las cuales nos tendemos, con el cigarrillo en la boca y la guitarra en las manos, a celebrar la victoria.

Si despojamos a esta pintura del colorido francés que la califica, nos queda en ella un exactísimo retrato del carácter español, no sólo en la guerra, sino en todas las imaginables situaciones de la vida.

Ya que no la guitarra, la pereza nacional nos absorbe los cinco sentidos, y sólo cuando el hambre aprieta, o la bambolla empuja, o la curiosidad nos mueve, sacudimos la modorra. Entonces embestimos con el lucero del alba para estar donde él estuvo, medrar de lo que medró y hacer todo cuanto él hizo.


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Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Un Artista

José María de Pereda


Cuento


—¡Gusta usted que le sirva, cabayero!

—Sí, señor.

—Sírvase usted tomar asiento aquí...

—¿Qué va a ser?

—¿Cuál?

—Digo si gusta usted cortarse, rizarse...

—Quiero que me afeiten.

—Al momento, cabayero... ¿Le gusta a usted así el respaldo? ¿Quiere usted que le suba... que le baje?

—No, señor.

—Muy bien. ¿Fría o caliente?

—Como a usted le dé la gana, con tal que me afeite pronto y bien.

—¡Oh!, como una seda, cabayero... Un poquito más alta la barbiya, si usted gusta... Así... ¡Qué calores tenemos, eh? ¡Cómo se estará asando aquel Madrí!... ¿Hace mucho que no ha estado usted por Madrí, cabayero?

—Y ¿qué sabe usted si yo he estado allá alguna vez?

—¡Oh!, yo le conozco a usted.

—Pues que sea por muchos años.

—Sí, señor. Cuando vino usted a cortarse el pelo anteayer, me lo dijo el chico que le sirvió a usted.

—Es decir, que es usted nuevo en esta peluquería.

—Ocho días hace que llegué de Madrí.

—Como en verano se aumenta la parroquia...

—No, señor: yo he venido de placer; quiero decir, a baños.

—Vamos, afeita usted por recreo.

—Hágase usted cuenta que sí; porque lo que sucede es de que al saberse que yo había venido, me solicitó el maestro; y yo, por hacerle un favor...

—Ya lo comprendo.

—Como a mí, en dejándome tiempo para bañarme, una hora para el café y otras dos para ir con los amigos al paseo, no me hace falta el resto del día...

—¿Y todos los años viene usted a bañarse aquí?

—No, señor. Ésta es la primera vez; pero otros amigos de mi arte han venido otros veranos, y me han hablado muy bien de este pueblo. Lo demás, yo siempre he salido a San Sebastián. Hay muy buena sociedad allí.

—¿De modo que usted no piensa quedarse todo el año en esta barbería?


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Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Intolerancia

José María de Pereda


Cuento


Al señor don Sinforoso Quintanilla

Bien saben los que a usted y a mí nos conocen, que de este pecado no tenemos, gracias a Dios, que arrepentirnos.

No van, pues, conmigo ni con usted los presentes Rasguños, aunque mi pluma los trace y a usted se los dedique; ni van tampoco con los que tengan, en el particular, la conciencia menos tranquila que la nuestra, porque los pecadores de este jaez ni se arrepienten ni se enmiendan; además de que a mí no me da el naipe para convertir infieles. Son, por tanto, las presentes líneas, un inofensivo desahogo entre usted y yo, en el seno de la intimidad y bajo la mayor reserva. Vamos, como quien dice, a echar un párrafo, en confianza, en este rinconcito del libro, como pudiéramos echarle dando un paseo por las soledades de Puerto-Chico a las altas horas de la noche. El asunto no es de transcendencia; pero sí de perenne actualidad, como ahora se dice, y se presta, como ningún otro, a la salsa de una murmuración lícita, sin ofensa para nadie, como las que a usted le gustan, y de cuya rayano pasa aunque le desuellen vivo.

Ya sabe usted, por lo que nos cuentan los que de allá vienen, lo que se llama en la Isla de Cuba un ¡ataja! Un quidam toma de una tienda un pañuelo... o una oblea; le sorprende el tendero, huye el delincuente, sale aquél tras éste, plántase en la acera, y grita ¡ataja!, y de la tienda inmediata, y de todas las demás, por cuyos frentes va pasando a escape el fugitivo, le salen al encuentro banquetas, palos, pesas, ladrillos y cuanto Dios o el arte formaron de más duro y contundente. El atajado así, según su estrella, muere, unas veces en el acto, y otras al día siguiente, o sale con vida del apuro; pero, por bien que le vaya en él, no se libra de una tunda que le balda.


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Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Las Tres Infancias

José María de Pereda


Cuento


Al señor don Tomás C. de Agüero

He de decirlo, aunque el atrevimiento me cueste una multa municipal: para un hombre de mi temperamento, por no decir idiosincrasia, tiene gravísimos inconvenientes la amistad de un señor alcalde, a cuya persona se profesa un arraigado y (por desgracia mutuo) ya viejo cariño, afianzado con el doble remache de sus raros talentos y no comunes virtudes. Cuando un amigo semejante se nos acerca, y, otorgando a nuestro ingenio una alcurnia que no tiene, nos pide una chispa de su luz para convertirla en pan para los menesterosos, no hay medio de resistirle, ni de negarle un esfuerzo heroico en pro de su noble intento. Y entonces se llama a las puertas del ingenio, holgado y desprevenido; pero el ingenio, que parece fundido en corazón de avaro, echa todos los cerrojos de su mazmorra, y más se esconde cuanto más se le invoca.

Y aquí las perplejidades y las angustias; porque la súplica es mandato, y el tiempo avanza, y el término fatal se acerca, y lo que era crepúsculo en la mente, llega a hacerse noche tenebrosa.

Expongo estos hechos ante el insigne jurisconsulto, para que en aprecio los tome el magistrado, como razones atenuantes, si mi franqueza llega a parecerle merecedora del papel en que se saldan con la autoridad las cuentas del desacato a ciertos preceptos de sus Ordenanzas; o no la halla bastante castigada con haberme sacado al palo, que no otra cosa es, en sustancia, poner a un hombre avezado a la oscuridad de todos los aislamientos, en estas alturas por tantos soles alumbradas y expuestas al rigor de los huracanes de la crítica.


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14 págs. / 25 minutos / 35 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Esbozo

José María de Pereda


Cuento


El sujeto de él no es producto castizamente español; pero, a tuertas o a derechas, ya le tenemos acá, y tan aclimatado como otras muchas cosas que por españolas pasan, porque en España viven y crecen y hasta se multiplican; y si no se acomodan rigorosamente a nuestro genuino modo de ser, vamos nosotros acomodándonos a ellas, y tanto monta.

No apareció sobre la haz de esta tierra por la obra lenta y gradual de una gestación sometida a las leyes inalterables de la Naturaleza, sino por el esfuerzo violento de un cultivo artificial, semejante al que produce los tomates en diciembre, y los pollos vivos y efectivos sin el calor de la gallina. Trájole la arbitraria ley de una necesidad de los tiempos que corren; un antojo de las gentes de ahora, que exigen, para alimento de su voracidad, no los manjares de ayer, suculentos, pero en grandes y muy contadas dosis, sino la comidilla incesante, la parvidad continua, estimulante y cáustica, que mantenga el apetito en actividad perenne.


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13 págs. / 22 minutos / 32 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

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