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autor: José María de Pereda etiqueta: Cuento


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La Romería del Carmen

José María de Pereda


Cuento


I

Yo deploro ese espíritu inquieto y ambicioso que viene, años hace, apoderándose del hombre; yo abomino ese monstruo de pulmones de hierro que, devorando distancias y taladrando el corazón de las montañas, ha arrojado de nuestros pacíficos solares las tradiciones risueñas y el inocente bienestar de los patriarcas.

Me apresuro a advertir que esto no lo digo yo. Quien lo dice, y mucho más, a todas las horas del día, es mi respetable amigo el señor don Anacleto Remanso.

Necesito decir a ustedes quién es y de dónde viene este apreciable sujeto.

Don Anacleto era allá por el año 15 un mozo perfectamente reputado en el comercio de esta plaza. Tenía excelente letra y manejaba los libros con rara inteligencia. Merced a estas cualidades, su principal le aumentó el modestísimo sueldo que había estado ganando durante doce años, y cuando hubieron pasado seis más, le interesó en los negocios de la casa. Con este pie de fortuna, y gracias a no sé qué plaga que llovió sobre los trigos extranjeros tiempo andando, don Anacleto se encontró de la noche a la mañana con un capital neto de veinte mil duros. Entonces se plantó, contrajo matrimonio con una honesta doncella, su contemporánea; y libre de las penas y zozobras que torturan el alma de los que fían su bienestar en el acrecentamiento de la fortuna, comenzó a gustar las delicias de la paz del hogar, tras una sabrosísima luna de miel.

No hace a mi propósito seguir a este buen señor paso a paso en todos los de su vida hasta el año 48, época en que yo le conocí.


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23 págs. / 41 minutos / 38 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Raquero

José María de Pereda


Cuento


I

Antes que la moderna civilización en forma de locomotora asomara las narices á la puerta de esta capital; cuando el alípedo genio de la plaza, acostumbrado á vivir, como la péndola de un reló, entre dos puntos fijos, perdía el tino sacándole de una carreta de bueyes ó de la bodega de un buque mercante; cuando su enlace con las artes y la industria le parecía una utopía, y un sueño el poder que algunos le atribuían de llevar la vida, el movimiento y la riqueza á un páramo desierto y miserable; cuando, desconociendo los tesoros que germinaban bajo su estéril caduceo, los cotizaba con dinero encima, sin reparar que sutiles zahories los atisbaban desde extrañas naciones, y que más tarde los habían de explotar con tan pingüe resultado, que con sus residuos había de enriquecerse él; cuando miraba con incrédula sonrisa arrojar pedruscos al fondo de la bahía; cuando, en fin, la aglomeración de estos pedruscos aún no había llegado á la superficie, ni él advertido que se trataba de improvisar un pueblo grande, bello y rico, el Muelle de las Naos, ó como decía y sigue diciendo el vulgo, el Muelle Anaos, era una región de la que se hablaba en el centro de Santander como de Fernando Póo ó del Cabo de Hornos.

Confinado á un extremo de la población y sin objeto ya para las faenas diarias del comercio, era el basurero, digámoslo así, del Muelle nuevo y el cementerio de sus despojos.

Muchos de mis lectores se acordarán, como yo me acuerdo, de su negro y desigual pavimento, de sus edificios que se reducían á cuatro ó cinco fraguas mezquinas y algunas desvencijadas barracas que servían de depósitos de alquitrán y brea; de sus montones de escombros, anclotes, mástiles, maderas de todas especies y jarcia vieja; y, por último, de los seres que respiraban constantemente su atmósfera pegajosa y denegrida siempre con el humo de las carenas.


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14 págs. / 24 minutos / 159 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Leva

José María de Pereda


Cuento


I

Enfrente de la habitación en que escribo estas líneas hay un casucho de miserable aspecto. Este casucho tiene tres pisos. El primero se adivina por tres angostísimas ventanas abiertas á la calle. Nunca he podido conocer los seres que viven en él. El segundo tiene un desmantelado balcón que se extiende por todo el ancho de la fachada. El tercero le componen dos buhardillones independientes entre sí. En el de mi derecha vive, digo mal, vivía hace pocos días, un matrimonio, joven aún, con algunos hijos de corta edad. El marido era bizco, de escasa talla, cetrino, de ruda y alborotada cabellera; gastaba ordinariamente una elástica verde remendada y unos pantalones pardos, rígidos, indomables ya por los remiendos y la mugre. Llamábanle de mote el Tuerto. La mujer no es bizca como su marido, ni morena; pero tiene los cabellos tan cerdosos como él, y una rubicundez en la cara, entre bermellón y chocolate, que no hay quien la resista. Gasta saya de bayeta anaranjada, jubón de estameña parda y pañuelo blanco á la cabeza. Los chiquillos no tienen fisonomía propia, pues como no se lavan, según es el tizne con que primero se ensucian, así es la cara conque yo los veo. En cuanto á traje, tampoco se le conozco determinado, pues en verano andan en cueros vivos, ó se disputan una desgarrada camisa que á cada hora cambia de poseedor. En invierno se las arreglan, de un modo análogo, con las ropas de desperdicio del padre, con un refajo de la madre, ó con la manta de la cama.

El Tuerto era pescador, su mujer es sardinera, y los niños … viven de milagro.


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24 págs. / 43 minutos / 108 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La mujer del ciego ¿para quién se afeita?

José María de Pereda


Cuento


I

Es evidente que el hombre se acostumbra a todo.

Ama con delirio a su esposa, a su hijo, a su madre: cree que si la muerte le arrebatara el objeto de su amor, no podría sobrevivirle; y llega la muerte al cabo, y le lleva la prenda querida... y no se muere: la llora una semana, suspira un mes, viste de luto un año; y con el crespón que arranca de su sombrero a los trece meses, desarraiga de su pecho el último recuerdo doloroso.

Vive en la opulencia, contempla la miseria que agobia a su vecino, y cree de buena fe que si él se arruinara sucumbiría al rigor de la desesperación antes que aclimatarse a las privaciones, a la levita mugrienta, a la estrechez de una buhardilla y, sobre todo, al desdén de los ricos. Y un día la inestable rueda da media vuelta, y le coge debajo, y le desocupa los bolsillos, y le desgarra el frac, y le reduce a la más precaria de las situaciones; y lejos de morirse, frota y cepilla sus harapos, devora los mendrugos de su miseria, y con cada humillación que le produce el desprecio de sus mismas hechuras, más afortunadas que él, siente mayor apego a la vida.

Quien se imagina, porque nació en América, que sin aquel sol, sin plátanos, sin dril y jipi-japa, fenecería en breve; y la suerte le trasplanta a la mismísima Laponia, y allí, bajo una choza de hielo, sin sol, chupando témpanos, royendo correas de bacalao y vestido de pieles, engorda como un tudesco.

Quien otro, artista fanático, gana el pan que le sustenta vergando pipas de aceite o pesando fardos de pimentón...

Y si así no fuera; si Dios, en su infinita misericordia, al echar sobre la raza de Adán tantísima desdicha, tanta contrariedad, no hubiera dado al hombre una memoria frágil, un corazón ingrato, un cuerpo de hierro y una razón débil y tornadiza, ¿cómo llegaría al término de su peregrinación por este mundo pícaro sin ser un santo?


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11 págs. / 20 minutos / 106 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Los Baños del Sardinero

José María de Pereda


Cuento


—¿Y en qué coche vamos?

—En el primero que encontremos en la Plaza Nueva.

—Ahí tiene usted tres... cuatro...

—Todos ellos son peores; pero vamos a tomar aquél que se está ocupando ya, porque será el primero que salga. Iremos en la delantera, si a usted le parece.

—Perfectamente: con eso veré mejor el paisaje. A mí me gusta mucho la campiña de aquí. Además, ya sabe usted que no he visto aún la mar, porque me guardo esa sorpresa para hoy: quiero verla de sopetón, como si dijéramos... ¡Oiga! ¿Sabe usted que son de rechupete estas dos madamitas que van en el interior? ¡Caracoles, y qué bien les cae el sombrerito ladeado!... Pues mire usted la señora que está en el rincón de mi derecha: ocupa ella sola medio coche... y parece joven y muy bonita; digo, si el velo del demonio del gorro que lleva puesto no me engaña.

—Que todo podrá ser.

—¿Le parece a usted?

—Lo que a mí me parece es que está usted muy animado para ser tan tempranito.

—¡Qué quiere usted, hombre! Viene uno de aquel demonches de Campos donde todo se ve de un color, y ese malo, y parece que aquí se ensancha el corazón entre tanto verde, y, sobre todo, entre tanta gracia como Dios echó encima de estas criaturas... ¡Zape! qué mal movimiento tiene este coche... ¡Buenas casas son éstas!... ¡digo, pues es nuevo todo el barrio!... Una iglesia en construcción...

—Por construida pasa hoy.

—Hará poco que se empezó.

—Muy poco, unos trece años.

—¡Anda! ¿pues y eso? Escasearía el dinero.

—No, señor: con lo que han costado esas paredes se hubiera hecho una catedral en cualquier otro pueblo.

—Pues no lo comprendo.

—Ni yo tampoco.

—¡Qué repecho tan penoso!... y se llama «Calle de Motezuma». ¡Y qué fea es la condenada de la calle!... ¡Hola!, ya estamos en el camino real... Me parece que aquello es la plaza de toros, ¿eh?


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11 págs. / 20 minutos / 96 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Las Interesantísimas Señoras

José María de Pereda


Cuento


Generalmente son dos: rubia la una, morena la otra; pero esbeltas y garridas mozas ambas. Arrastran las sedas y los tules como una tempestad las hojas de otoño. De aquí que unos las crean elegantísimas, y otros charras y amaneradas. Pero lo cierto es que los otros y los unos se detienen para verlas pasar, y las ceden media calle, como cuando pasa el rey.

Como nadie las conoce en el pueblo, las conjeturas sobre procedencia, calidad y jerarquía, no cesan un punto.

El velo fantástico de sus caprichosos sombrerillos, que llevan siempre sobre la cara, es el primer motivo de controversias entre el sexo barbudo. Si aquellos ojos rasgados, y aquellas mejillas tersas, y aquellos labios de rosa que se ven como entre brumas diáfanas, son primores de la naturaleza o artificios de droguería. Esta es una de las cuestiones. Pero aunque se resolviera en favor de la pintura, no sería un dato; porque ¿qué mujer no se pinta ya?

Otra duda: ¿dónde viven? Se averigua que se hospedaron en una fonda muy conocida, a su llegada a Santander, y que permanecieron en ella tres días, durante los cuales las acompañó por la calle varias veces un inglés cerrado.

Primera deducción: Que son inglesas.

A esto replica un curioso que las siguió entonces muy de cerca, que siempre hablaban por señas a su acompañante, y que le decían «aisé» para llamar su atención. Dato feroz: de él se desprende que no son inglesas ni tienen la más esmerada educación, puesto que usan ese vocablo con que el tosco populacho bautiza a todo extranjero cuando quiere decirle algo.

Pero un joven optimista hace saber que esa palabra es compuesta de dos inglesas, muy usuales en la conversación, y que equivalen a digo yo, o mejor aún, a nuestro familiar oiga usted.

Se desecha el dato desagradable.


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3 págs. / 5 minutos / 72 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Buen Paño en el Arca se Vende

José María de Pereda


Cuento


Tengo el gusto de presentar a ustedes a la señora doña Calixta Vendaval y Chumacera, de Guerrilla y Somatén, mujer de cincuenta eneros cumpliditos, enjunta de carnes, pálida de cutis, sutil y hasta punzante de mirada, y bajita de estatura.

Dice a cuantos se lo preguntan, y a muchos más, que su marido es coronel retirado del ejército de la Isla de Cuba, en donde ganó el grado rechazando la invasión del filibustero López; pero yo sé de buena tinta que el señor Guerrilla y Somatén no pasó jamás de teniente con grado de capitán, carrera, en mi concepto, brillante para un hombre que, como el marido de doña Calixta, procede de la clase de tropa y es además muy bruto y muy feo. Pero doña Calixta no es de esta opinión; y lejos de ello, es capaz de arañarse con cualquiera que se atreva a poner en duda que su marido es un hermoso y bizarro militar que tiene tres galones como tres luceros. Sírvales a ustedes de gobierno esta circunstancia, especialmente en este instante en que van a ser presentados por mí a la simpática familia de aquella señora.


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Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Al Trasluz

José María de Pereda


Cuento


O hay que convenir en que la mujer es susceptible de adquirir cuantos aspectos y actitudes morales quiera darle la educación, o debemos confesar que la naturaleza tiene, de vez en cuando, caprichos muy singulares.

Esto, que probablemente se habrá dicho cincuenta mil veces a propósito de las mujeres que se han hecho célebres en el campo de las ciencias, en el de las artes, en el de las letras... y hasta en el de las armas, cuadra perfectamente al hablar de cierto tipo que, no por pasar como un relámpago todos los años sobre la fisonomía veraniega de Santander, deja de imprimirse en ella; y no así como quiera, sino como imprime un pintor de fama el sello de su ingenio, su idiosincrasia artística, si vale la palabra, sobre todas las figuras de sus cuadros.

Nacida y propagada esta verdadera originalidad del sexo débil en regiones algo inverosímiles todavía en la tradicional y cachazuda España, cuando aparece en una, señal es de que allí puede vivir ya; de que en ella se encuentran los elementos que necesita su vida de ostentación y de aventuras. Estos elementos son: los hombres de Estado, los ricos banqueros, los famosos calaveras, los pontífices de las letras y de las artes, y, como a manera de orla de todo el catálogo, una muchedumbre de damas del llamado gran mundo, y de mozuelos esclavos de la moda.

De que Santander reúne todo eso y ha llegado ya, por ende, a la alta categoría que alcanzan en el mundo elegante tantos otros puertos extranjeros, en cuyas aguas lavan cada verano sus distinguidas mataduras las primeras aristocracias europeas, es evidente prueba el que nos visita todos los años, desde muchos acá, algún ejemplar de aquella fenomenal especie.

Mas antes que el lector eche a mala parte lo que le dije de los elementos vitales de esta señora, apresúrome a indicarle en qué concepto los necesita hoy.


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Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Arroz y Gallo Muerto

José María de Pereda


Cuento


I

Aún no se habrían extinguido las últimas chispas de la hoguera, y apenas asomaban los primeros rayos del sol sobre la cúspide de las montañas vecinas, cuando las campanas del lugar comenzaron á tocar al alba. Sin duda el sacristán había pasado la noche con sus convecinos bailando al fulgor de la hoguera; pues de otro modo, según pública fama, no hubiera sido capaz de tomar la delantera al sol para abandonar el lecho.

Comenzaba yo, entre sueños, á reparar en la tan, para mí, inusitada música, y tal vez hubiera conseguido no salir con ella del plácido letargo que me dominaba, cuando la tos, las pisadas y los gritos de mi tío que entraba en la alcoba con el objeto de despertarme, ahuyentaron completamente el sueño que, por ser el de la aurora, es el que más me gusta.

—¡Arriba, perezoso, que ya es hora!—oí gritar entre garrotazos sacudidos sobre los muebles, y taconazos y patadas en el suelo.

—¡Pero, señor, si está amaneciendo!—contesté balbuciente y restregándome los ojos.

—Eso es: será mejor levantarse al mediodía como hacéis en la ciudad…. ¡Fuera pereza!—añadió con una risotada, tirando de un manotazo la ropa que me cubría, á los pies de la cama.—Alza esos huesos y disponte á celebrar á San Juan como es debido.

Estas últimas palabras me hicieron recordar que era el día de mi tío, y que por ello había llegado yo la víspera á su casa. Felicitéle cordialmente, y no pude menos de admirar aquella humanidad robusta y, á pesar de los sesenta años que contaba de fecha, fresca y rebosando en vida.

Estaba ya afeitado y vestido con la ropa de los domingos, traje que sin ser de rigorosa elegancia, ni mucho menos, tampoco bajaba hasta el vulgar de los campesinos: ancho, fino y cómodo, como pertenecía á un señor bien acomodado de aldea; categoría en que figura mi tío con tanto derecho como el mejor caballero de la provincia.


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Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Un Despreocupado

José María de Pereda


Cuento


Se da un aire a todos los hombres que conocemos o recordamos, de escasa talla, comunicativos, afables sin afectación ni aparato, limpios y aseados, que siempre parecen jóvenes, y llegan a morirse de viejos sin que nadie lo crea, porque hasta el último instante se les ha llamado muchachos y por tales se les ha tenido; hombres, por el exterior, insignificantes y vulgares hasta en el menor de sus detalles; hombres, en fin, de todos los pueblos, de todos los días y de todas partes.

Se llama Galindo, o Manzanos, o Cañales, o Arenal... o algo parecido a esto, pero a secas; y a nadie se le ocurre que tenga otro nombre de pila, ni él mismo le usa jamás.

—¡Ya vino Galindo! —se nos dice aquí un día al principiar el verano. Y cuantos lo oyen saben de quién se trata, como si se dijera:

—Ya llegaron las golondrinas.

Tiene fama, bien adquirida, de fino y caballero en sus amistades y contratos, y no se ignora que vive de sus rentas, o, a lo menos, sin pedir prestado a nadie, ni dar un chasco a la patrona al fin de cada temporada; y esto es bastante para que hasta los más encopetados de acá se crean muy favorecidos en cultivar su trato ameno.

Al oírle hablar de las cinco partes del mundo con el aplomo de quien las conoce a palmos, tómanle algunos por un aristocrático Esaú que ha vendido su primogenitura por un par de talegas «para correrla»; quién por un aventurero osado, sin cuna ni solar conocidos; quién por antiguo miembro del cuerpo consular, o diplomático de segunda fila... Pero lo indudable es que ha viajado mucho, y con fruto; y que no teniendo en su frontispicio pelo ni señal que no sean comunes y vulgares, no hay terreno en que se le coloque del cual no salga airoso, cuando no sale en triunfo.

Tampoco, mirado por dentro, posee cualidad alguna que brillante sea.

No es elocuente, no es poeta, no es artista: no es perfecto ni acabado en nada.


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5 págs. / 9 minutos / 65 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

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