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autor: José María de Pereda etiqueta: Cuento


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La Leva

José María de Pereda


Cuento


I

Enfrente de la habitación en que escribo estas líneas hay un casucho de miserable aspecto. Este casucho tiene tres pisos. El primero se adivina por tres angostísimas ventanas abiertas á la calle. Nunca he podido conocer los seres que viven en él. El segundo tiene un desmantelado balcón que se extiende por todo el ancho de la fachada. El tercero le componen dos buhardillones independientes entre sí. En el de mi derecha vive, digo mal, vivía hace pocos días, un matrimonio, joven aún, con algunos hijos de corta edad. El marido era bizco, de escasa talla, cetrino, de ruda y alborotada cabellera; gastaba ordinariamente una elástica verde remendada y unos pantalones pardos, rígidos, indomables ya por los remiendos y la mugre. Llamábanle de mote el Tuerto. La mujer no es bizca como su marido, ni morena; pero tiene los cabellos tan cerdosos como él, y una rubicundez en la cara, entre bermellón y chocolate, que no hay quien la resista. Gasta saya de bayeta anaranjada, jubón de estameña parda y pañuelo blanco á la cabeza. Los chiquillos no tienen fisonomía propia, pues como no se lavan, según es el tizne con que primero se ensucian, así es la cara conque yo los veo. En cuanto á traje, tampoco se le conozco determinado, pues en verano andan en cueros vivos, ó se disputan una desgarrada camisa que á cada hora cambia de poseedor. En invierno se las arreglan, de un modo análogo, con las ropas de desperdicio del padre, con un refajo de la madre, ó con la manta de la cama.

El Tuerto era pescador, su mujer es sardinera, y los niños … viven de milagro.


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24 págs. / 43 minutos / 108 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La mujer del ciego ¿para quién se afeita?

José María de Pereda


Cuento


I

Es evidente que el hombre se acostumbra a todo.

Ama con delirio a su esposa, a su hijo, a su madre: cree que si la muerte le arrebatara el objeto de su amor, no podría sobrevivirle; y llega la muerte al cabo, y le lleva la prenda querida... y no se muere: la llora una semana, suspira un mes, viste de luto un año; y con el crespón que arranca de su sombrero a los trece meses, desarraiga de su pecho el último recuerdo doloroso.

Vive en la opulencia, contempla la miseria que agobia a su vecino, y cree de buena fe que si él se arruinara sucumbiría al rigor de la desesperación antes que aclimatarse a las privaciones, a la levita mugrienta, a la estrechez de una buhardilla y, sobre todo, al desdén de los ricos. Y un día la inestable rueda da media vuelta, y le coge debajo, y le desocupa los bolsillos, y le desgarra el frac, y le reduce a la más precaria de las situaciones; y lejos de morirse, frota y cepilla sus harapos, devora los mendrugos de su miseria, y con cada humillación que le produce el desprecio de sus mismas hechuras, más afortunadas que él, siente mayor apego a la vida.

Quien se imagina, porque nació en América, que sin aquel sol, sin plátanos, sin dril y jipi-japa, fenecería en breve; y la suerte le trasplanta a la mismísima Laponia, y allí, bajo una choza de hielo, sin sol, chupando témpanos, royendo correas de bacalao y vestido de pieles, engorda como un tudesco.

Quien otro, artista fanático, gana el pan que le sustenta vergando pipas de aceite o pesando fardos de pimentón...

Y si así no fuera; si Dios, en su infinita misericordia, al echar sobre la raza de Adán tantísima desdicha, tanta contrariedad, no hubiera dado al hombre una memoria frágil, un corazón ingrato, un cuerpo de hierro y una razón débil y tornadiza, ¿cómo llegaría al término de su peregrinación por este mundo pícaro sin ser un santo?


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11 págs. / 20 minutos / 105 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Las de Cascajares

José María de Pereda


Cuento


No es aristócrata por la sangre, ni siquiera tiene un título nobiliario de los de nuevo cuño; no por haber llegado tarde al reparto de ellos, sino acaso por distinguirse más, llamándose a secas el señor de Cascajares.

El cual es un banquero, o hacendado, o contratista de alto bordo, muy rico, según la fama, que reside en Madrid, en donde, al decir de los que de allá vienen a pasar las vacaciones de verano, habita espléndido palacio en el paseo de Recoletos, o elegante casa en la calle de Alcalá o en la del Barquillo.

Es diputado a Cortes cuantas veces quiere, y lo quiere casi siempre, porque todos los gobiernos apoyan su candidatura, en cambio de la decisión con que él aplaude a todos los gobiernos. Sin embargo, no es hombre político: sólo se comunica con los del poder por el ministerio de Hacienda.

Su señora tiene más conexiones e intimidades que él con los altos personajes de la cosa pública. Se tutea con muchos de ellos, aunque tampoco es aficionada a la cábala ni al cabildeo; es decir, que le gusta el personaje por lo que brilla, y nada más.

Tiene tres hijas solteras, y «va con ellas al gran mundo». Ni éstas son modelos de hermosura, ni la madre encaja, por ninguna parte que se la mire, en el más modesto de los moldes aristocráticos; pero, así y todo, pasan en la corte por «ornamentos distinguidísimos de la alta sociedad». Lo cierto es que los Asmodeos y Pedros Fernández las citan siempre, en sus almibaradas crónicas de salones, en el catálogo de las bellas, discretas y elegantes.


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4 págs. / 7 minutos / 97 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Para Ser un Buen Arriero...

José María de Pereda


Cuento


I

Blas del Tejo y Paula Turuleque eran de un mismo pueblo de la Montaña, y entrambos huérfanos de padre y madre y hasta de toda clase de parientes. Blas poseía, por herencia, un cierro de ocho carros de tierra y un par de bueyes. Paula era dueña, en igual concepto que Blas, de una casuca con huerto, de dos novillas y de una carreta.

Paula y Blas convinieron un día en que si sus respectivas herencias se convirtiesen en una sola propiedad y se añadiesen a ésta algunas reses en aparcería y algunas tierras a renta, se podría pasar con todo ello una vida que ni la del archipámpano de Sevilla.

Y Blas y Paula se casaron para realizar el cálculo, y pronto, como eran honrados, hallaron quien les diese en renta veinte carros de prado y otros tantos de labrantío, más un par de vacas en aparcería.

Blas era gordinflón, bajito, risueño y tan inofensivo como una calabaza.

Paula no era más alta que Blas, y allá se le iba en carnes y en malicias.

Cogían maíz para ocho meses, partían con el amo una novilla cada año y mataban un cerdo de siete arrobas por Navidad. Paula tenía siempre colgados en la vara, sobre la cama, un jubón de cúbica negra, una saya de estameña del Carmen con randa de panilla, y un pañuelo de espumilla para los días de fiesta. Blas, por su parte, nunca estaba sin unos calzones y una chaqueta de paño fino, y un sombrero serrano para las grandes solemnidades.

Blas no probaba el vino más que para celebrar los días de fiesta, y en estos casos nunca pasaba de medio cuartillo, y Paula se escandalizaba cuando oía decir que algunas de sus vecinas empeñaban las ropas o vendían el maíz para beber aguardiente.


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28 págs. / 49 minutos / 89 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Las Interesantísimas Señoras

José María de Pereda


Cuento


Generalmente son dos: rubia la una, morena la otra; pero esbeltas y garridas mozas ambas. Arrastran las sedas y los tules como una tempestad las hojas de otoño. De aquí que unos las crean elegantísimas, y otros charras y amaneradas. Pero lo cierto es que los otros y los unos se detienen para verlas pasar, y las ceden media calle, como cuando pasa el rey.

Como nadie las conoce en el pueblo, las conjeturas sobre procedencia, calidad y jerarquía, no cesan un punto.

El velo fantástico de sus caprichosos sombrerillos, que llevan siempre sobre la cara, es el primer motivo de controversias entre el sexo barbudo. Si aquellos ojos rasgados, y aquellas mejillas tersas, y aquellos labios de rosa que se ven como entre brumas diáfanas, son primores de la naturaleza o artificios de droguería. Esta es una de las cuestiones. Pero aunque se resolviera en favor de la pintura, no sería un dato; porque ¿qué mujer no se pinta ya?

Otra duda: ¿dónde viven? Se averigua que se hospedaron en una fonda muy conocida, a su llegada a Santander, y que permanecieron en ella tres días, durante los cuales las acompañó por la calle varias veces un inglés cerrado.

Primera deducción: Que son inglesas.

A esto replica un curioso que las siguió entonces muy de cerca, que siempre hablaban por señas a su acompañante, y que le decían «aisé» para llamar su atención. Dato feroz: de él se desprende que no son inglesas ni tienen la más esmerada educación, puesto que usan ese vocablo con que el tosco populacho bautiza a todo extranjero cuando quiere decirle algo.

Pero un joven optimista hace saber que esa palabra es compuesta de dos inglesas, muy usuales en la conversación, y que equivalen a digo yo, o mejor aún, a nuestro familiar oiga usted.

Se desecha el dato desagradable.


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3 págs. / 5 minutos / 71 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Fisiología del Baile

José María de Pereda


Cuento


«El baile es un círculo cuyo centro es el diablo».

Esto lo dijo un teólogo que no era rana.

Mas para los moralistas de ogaño esta definición no es admisible, porque, prescindiendo de que el tiempo de los sábados y de las metamorfosis ha pasado, el círculo no es la figura simbólica de nuestros bailes. Demasiado saben ustedes que cada pareja se va por donde se le antoja, pierde el compás cuando le acomoda y vuelve cuando le da la gana; luego si no hay círculo, no hay centro; ergo si no hay centro, mal puede el diablo hallarse en él.

Sin embargo, la opinión del teólogo tiene su fundamento. «Las mujeres son el mismo diablo», se dice vulgarmente; y admitiendo la denominación de círculo que suele darse a las reuniones danzantes, y teniendo en cuenta que «el bello sexo» es el núcleo o centro de estas reuniones, «el baile es un círculo cuyo centro es la mujer».

Sustituyendo ahora en lugar de este término su equivalente «el mismo diablo», viene a quedar probada la exactitud de la máxima del teólogo.

Pero de este modo se infiere un gravísimo cargo a las mujeres; pues no es lo mismo decir que «son el diablo», que «el diablo es la mujer»; y apelo en testimonio a la gramática.

Buscando un término medio a estas combinaciones diabólicas, he llegado yo a creer que el teólogo citó al diablo por dar alguna forma decente a las tentaciones.

Por lo que hace a éstas, los mismos que no creen en brujas y se ríen del diablo, no se atreverán a negar que tienen en el baile la mejor parte. Yo las he visto, y no soy escrupuloso ni aprensivo.

Pero sean las tentaciones o el diablo el centro abominable del baile, según el consabido teólogo, conste que he querido comprobar su máxima para que no se me diga que la acepto por sistema; porque yo la acepto... Ergo, detesto el baile.


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7 págs. / 12 minutos / 64 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Los de Becerril

José María de Pereda


Cuento


Los taleguillos blancos llenos de ropa de muda, unas alforjas atacadas de chorizos y garbanzos, y un paraguas. Éste es el equipaje de cada familia al meterse en el tren en la estación más próxima.

Cuando se apean en Santander, el padre carga con las alforjas, amén de la capa, que también se echa al hombro; la madre con un taleguillo y la criatura que amamanta; una jovenzuela, con el otro talego, y un rapaz de doce años, con el paraguas.

Vienen a Santander porque el padre tiene dúlceras en las piernas, y dúlceras en el cuadril de la derecha; la madre, desde el último parto, «añudados los gonces» de la rodilla izquierda; el mamoncillo no puede echar los últimos dientes «de por sí solo»; la jovenzuela ha cumplido ya quince años y está pálida como la cera, y el rapaz, que va para doce, tiene los labios como un embudo, el cuello como un botijo, y le salen ya los lamparones por detrás de las orejas.

Por consejo del médico de Becerril de Campos, vienen a tomar los baños de mar, porque éstos han de curar todas y cada una de las dolencias enumeradas.

Con estas esperanzas y aquel equipaje, y en el orden de formación en que hemos ido citándolos, llegan a la Dársena y echan Muelle adelante con el asombro pintado en los ojos y en la boca.


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Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Las Visitas

José María de Pereda


Cuento


I

Ponte los guantes, lector; sacude el blanco polvo de la levita que llevabas puesta cuando despachaste el último correo (supongamos que eres hombre de pro); calza las charoladas botas que, de fijo, posees; ponte majo que hoy es día de huelga, no hay negocios en vamos a hacer visitas.

Este modo de pasar el tiempo no será muy productivo que digamos; no rendirá partidas para el debe de un libro de caja; pero es preciso hacer un pequeño sacrificio, lo menos una vez a la semana, en pro del hombre-especie de parte del hombre individuo; es decir, dejar de ser comerciante para ser una vez sociable.

Y para ser sociable, es de todo punto necesario atender a las exigencias del gran señor que se llama Buen-tono. Ser vecino honrado, independiente y hasta elector, son cualidades que puede tener un mozo de cuerda que haya sacado un premio gordo a la lotería.

Para vivir dignamente en medio de esta marejada social, es indispensable tener muchas «relaciones», hacer muchas visitas, aunque entre todas ellas no se tenga un amigo.

Porque amistad es hoy una palabra vana: es un papel sin valor, que nadie toma, aunque le encuentre en medio de la calle.

La amistad, tal como la comprenden los hombres de buena fe, es una señora que, si bien produce algunas satisfacciones, en cambio acarrea muy serios compromisos, y no es esto lo que nos conviene. Hállese un afecto, llámese como quiera, que aparentando las primeras evite los segundos, y entonces estaremos montados a la dernière. En esta época de grandes reformas todo lo viejo debe desaparecer como innecesario, si no quiere pintarse al uso moderno.


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Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Tirano de la Aldea

José María de Pereda


Cuento


I

Cándidos hay todavía que creen que existe sobre la tierra algún rinconcillo donde es posible la paz del espíritu, y, como consecuencia inmediata, el perfecto equilibrio de los humores.

Las grandes pasiones, los choques infinitos de los múltiples elementos y encontradas tendencias que constituyen la vida social en los grandes centros de población, aturden al hombre pacífico y sedentario.

—¡Dichoso el campesino —exclama a menudo—, que vive sin ruido, sin política, sin literatos, sin filosofía, sin periódicos, sin gas, sin talleres... y sin guantes! El sol refulgente, la pradera florida, el verde follaje, el río murmurando, la dulce brisa, las mieses fecundas, la sonora esquila y el santo trabajo a la luz del astro vivificante, para depositar en las entrañas de la madre tierra el leve grano que, bendecido por la mano de Dios, ha de producir la suculenta hogaza... Esta es la vida. ¡Gloria a Dios en las alturas, y paz a los hombres de buena voluntad!

Concédanme ustedes que no hay versión más admitida entre los desengañados de la civilización. Pero ¿dónde está ese rincón bendecido?


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Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Los Buenos Muchachos

José María de Pereda


Cuento


I

Lector, cualquiera que tú seas, con tal que procedas de uno de esos que llamamos centros civilizados, me atrevo a asegurar que estás cansado de codearte con los personajes de mi cuento.

Así y todo, pudiera suceder que no bastase el rótulo antecedente para que desde luego sepas de qué gente se trata; pues aunque ciertas cosas son en el fondo idénticas en todas partes, varían en el nombre y en algunos accidentes exteriores, según las exigencias de la localidad en que existen.

Teniendo esto en cuenta, voy a presentarte esos chicos definidos por sí mismos.

—«Yo soy un hombre muy tolerante; dejo a todo el mundo vivir a su gusto; respeto los de cada uno; no tengo pretensiones de ninguna clase; me amoldo a todos los caracteres; hago al prójimo el bien que puedo, y me consagro al desempeño de mis obligaciones».

Esta definición ya es algo; pero como quiera que la inmodestia es un detalle bastante común en la humanidad, pudiera aquélla, por demasiado genérica, no precisar bien el asunto a que me dirijo.

Declaro, aun a riesgo de perder la fama de buen muchacho, si es que, por desgracia, la tengo entre algunos de los que me leen, que soy un tanto aprensivo y malicioso en cuanto se trata de gentes que alardean de virtuosas.

Esta suspicacia que, de escarmentado, a más de montañés, poseo, es la causa de que los llamados por ahí «buenos muchachos» hayan sido repetidas veces, para mí, objeto de un detenido estudio. Por consiguiente, me encuentro en aptitud de ser, en datos y definiciones, tan pródigo como sea necesario hasta que aparezca con todos sus pelos y señales lo que tratamos de definir.


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16 págs. / 29 minutos / 52 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

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