Textos más populares esta semana de José María de Pereda | pág. 5

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autor: José María de Pereda


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El Buen Paño en el Arca se Vende

José María de Pereda


Cuento


Tengo el gusto de presentar a ustedes a la señora doña Calixta Vendaval y Chumacera, de Guerrilla y Somatén, mujer de cincuenta eneros cumpliditos, enjunta de carnes, pálida de cutis, sutil y hasta punzante de mirada, y bajita de estatura.

Dice a cuantos se lo preguntan, y a muchos más, que su marido es coronel retirado del ejército de la Isla de Cuba, en donde ganó el grado rechazando la invasión del filibustero López; pero yo sé de buena tinta que el señor Guerrilla y Somatén no pasó jamás de teniente con grado de capitán, carrera, en mi concepto, brillante para un hombre que, como el marido de doña Calixta, procede de la clase de tropa y es además muy bruto y muy feo. Pero doña Calixta no es de esta opinión; y lejos de ello, es capaz de arañarse con cualquiera que se atreva a poner en duda que su marido es un hermoso y bizarro militar que tiene tres galones como tres luceros. Sírvales a ustedes de gobierno esta circunstancia, especialmente en este instante en que van a ser presentados por mí a la simpática familia de aquella señora.


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11 págs. / 20 minutos / 64 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Arroz y Gallo Muerto

José María de Pereda


Cuento


I

Aún no se habrían extinguido las últimas chispas de la hoguera, y apenas asomaban los primeros rayos del sol sobre la cúspide de las montañas vecinas, cuando las campanas del lugar comenzaron á tocar al alba. Sin duda el sacristán había pasado la noche con sus convecinos bailando al fulgor de la hoguera; pues de otro modo, según pública fama, no hubiera sido capaz de tomar la delantera al sol para abandonar el lecho.

Comenzaba yo, entre sueños, á reparar en la tan, para mí, inusitada música, y tal vez hubiera conseguido no salir con ella del plácido letargo que me dominaba, cuando la tos, las pisadas y los gritos de mi tío que entraba en la alcoba con el objeto de despertarme, ahuyentaron completamente el sueño que, por ser el de la aurora, es el que más me gusta.

—¡Arriba, perezoso, que ya es hora!—oí gritar entre garrotazos sacudidos sobre los muebles, y taconazos y patadas en el suelo.

—¡Pero, señor, si está amaneciendo!—contesté balbuciente y restregándome los ojos.

—Eso es: será mejor levantarse al mediodía como hacéis en la ciudad…. ¡Fuera pereza!—añadió con una risotada, tirando de un manotazo la ropa que me cubría, á los pies de la cama.—Alza esos huesos y disponte á celebrar á San Juan como es debido.

Estas últimas palabras me hicieron recordar que era el día de mi tío, y que por ello había llegado yo la víspera á su casa. Felicitéle cordialmente, y no pude menos de admirar aquella humanidad robusta y, á pesar de los sesenta años que contaba de fecha, fresca y rebosando en vida.

Estaba ya afeitado y vestido con la ropa de los domingos, traje que sin ser de rigorosa elegancia, ni mucho menos, tampoco bajaba hasta el vulgar de los campesinos: ancho, fino y cómodo, como pertenecía á un señor bien acomodado de aldea; categoría en que figura mi tío con tanto derecho como el mejor caballero de la provincia.


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Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Los de Becerril

José María de Pereda


Cuento


Los taleguillos blancos llenos de ropa de muda, unas alforjas atacadas de chorizos y garbanzos, y un paraguas. Éste es el equipaje de cada familia al meterse en el tren en la estación más próxima.

Cuando se apean en Santander, el padre carga con las alforjas, amén de la capa, que también se echa al hombro; la madre con un taleguillo y la criatura que amamanta; una jovenzuela, con el otro talego, y un rapaz de doce años, con el paraguas.

Vienen a Santander porque el padre tiene dúlceras en las piernas, y dúlceras en el cuadril de la derecha; la madre, desde el último parto, «añudados los gonces» de la rodilla izquierda; el mamoncillo no puede echar los últimos dientes «de por sí solo»; la jovenzuela ha cumplido ya quince años y está pálida como la cera, y el rapaz, que va para doce, tiene los labios como un embudo, el cuello como un botijo, y le salen ya los lamparones por detrás de las orejas.

Por consejo del médico de Becerril de Campos, vienen a tomar los baños de mar, porque éstos han de curar todas y cada una de las dolencias enumeradas.

Con estas esperanzas y aquel equipaje, y en el orden de formación en que hemos ido citándolos, llegan a la Dársena y echan Muelle adelante con el asombro pintado en los ojos y en la boca.


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3 págs. / 5 minutos / 61 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Fisiología del Baile

José María de Pereda


Cuento


«El baile es un círculo cuyo centro es el diablo».

Esto lo dijo un teólogo que no era rana.

Mas para los moralistas de ogaño esta definición no es admisible, porque, prescindiendo de que el tiempo de los sábados y de las metamorfosis ha pasado, el círculo no es la figura simbólica de nuestros bailes. Demasiado saben ustedes que cada pareja se va por donde se le antoja, pierde el compás cuando le acomoda y vuelve cuando le da la gana; luego si no hay círculo, no hay centro; ergo si no hay centro, mal puede el diablo hallarse en él.

Sin embargo, la opinión del teólogo tiene su fundamento. «Las mujeres son el mismo diablo», se dice vulgarmente; y admitiendo la denominación de círculo que suele darse a las reuniones danzantes, y teniendo en cuenta que «el bello sexo» es el núcleo o centro de estas reuniones, «el baile es un círculo cuyo centro es la mujer».

Sustituyendo ahora en lugar de este término su equivalente «el mismo diablo», viene a quedar probada la exactitud de la máxima del teólogo.

Pero de este modo se infiere un gravísimo cargo a las mujeres; pues no es lo mismo decir que «son el diablo», que «el diablo es la mujer»; y apelo en testimonio a la gramática.

Buscando un término medio a estas combinaciones diabólicas, he llegado yo a creer que el teólogo citó al diablo por dar alguna forma decente a las tentaciones.

Por lo que hace a éstas, los mismos que no creen en brujas y se ríen del diablo, no se atreverán a negar que tienen en el baile la mejor parte. Yo las he visto, y no soy escrupuloso ni aprensivo.

Pero sean las tentaciones o el diablo el centro abominable del baile, según el consabido teólogo, conste que he querido comprobar su máxima para que no se me diga que la acepto por sistema; porque yo la acepto... Ergo, detesto el baile.


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7 págs. / 12 minutos / 56 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Las Visitas

José María de Pereda


Cuento


I

Ponte los guantes, lector; sacude el blanco polvo de la levita que llevabas puesta cuando despachaste el último correo (supongamos que eres hombre de pro); calza las charoladas botas que, de fijo, posees; ponte majo que hoy es día de huelga, no hay negocios en vamos a hacer visitas.

Este modo de pasar el tiempo no será muy productivo que digamos; no rendirá partidas para el debe de un libro de caja; pero es preciso hacer un pequeño sacrificio, lo menos una vez a la semana, en pro del hombre-especie de parte del hombre individuo; es decir, dejar de ser comerciante para ser una vez sociable.

Y para ser sociable, es de todo punto necesario atender a las exigencias del gran señor que se llama Buen-tono. Ser vecino honrado, independiente y hasta elector, son cualidades que puede tener un mozo de cuerda que haya sacado un premio gordo a la lotería.

Para vivir dignamente en medio de esta marejada social, es indispensable tener muchas «relaciones», hacer muchas visitas, aunque entre todas ellas no se tenga un amigo.

Porque amistad es hoy una palabra vana: es un papel sin valor, que nadie toma, aunque le encuentre en medio de la calle.

La amistad, tal como la comprenden los hombres de buena fe, es una señora que, si bien produce algunas satisfacciones, en cambio acarrea muy serios compromisos, y no es esto lo que nos conviene. Hállese un afecto, llámese como quiera, que aparentando las primeras evite los segundos, y entonces estaremos montados a la dernière. En esta época de grandes reformas todo lo viejo debe desaparecer como innecesario, si no quiere pintarse al uso moderno.


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24 págs. / 43 minutos / 52 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Cosas de Don Paco

José María de Pereda


Cuento


Tú le conoces, lector.

Cien veces le has encontrado en el paseo, en el teatro, en las reuniones que frecuentas, en el café, en misa y hasta en los entierros.

Es de baja estatura; gordo y rollizo como un flamenco; dos ojos pequeñitos y alegres; boca risueña; dos hoyitos en las mejillas, blancas y sonrosadas como las de una dama; un par de chuletas negras y rizadas; el pelo, corto y áspero, pero muy cuidado y recogido hacia el cogote; la frente, angosta; el tórax y el abdomen, como los de un bolsista, anchos y prominentes; el chaleco, muy abierto; la camisa, muy blanca; las solapas del gabán, hacia la espalda. Siempre tiene la misma edad; nunca pasa de los treinta y cinco años; nadie le ha conocido de niño y todos son contemporáneos suyos.

Hasta los perros le tratan con intimidad, y, sin embargo, se ignora de dónde viene y adónde va.

No se le conocen rentas, ni oficio ni beneficio; pero de todo goza y en todas partes es bien recibido.

Es el oráculo de las mamás, el confidente de las jamonas, el tormento de los amantes, el juez de las polluelas, la pesadilla de los tipos, el solaz de las babiecas, el mentor de los calaveras de afición y el desprecio del sentido común.

Él solo goza de más derechos sociales que treinta ciudadanos juntos.

Su palabra no reconoce tasa; sus manos tienen pasaporte para todo.

Lo que a un hombre vulgar, como él llama a los que no se le parecen, le produce un desaire, a él le vale un triunfo.

«Cosas de don Paco». He aquí la frase sacramental que le pone al abrigo de toda responsabilidad.

Entra en tu casa cuando aún estás en la cama durmiendo, rocía tu cara con el agua que quedó en la palangana la noche anterior, y, al despertar furioso, tienes que exclamar, viéndole a tu lado: «¡Qué cosas tiene este don Paco!».


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Publicado el 6 de febrero de 2023 por Edu Robsy.

Los Buenos Muchachos

José María de Pereda


Cuento


I

Lector, cualquiera que tú seas, con tal que procedas de uno de esos que llamamos centros civilizados, me atrevo a asegurar que estás cansado de codearte con los personajes de mi cuento.

Así y todo, pudiera suceder que no bastase el rótulo antecedente para que desde luego sepas de qué gente se trata; pues aunque ciertas cosas son en el fondo idénticas en todas partes, varían en el nombre y en algunos accidentes exteriores, según las exigencias de la localidad en que existen.

Teniendo esto en cuenta, voy a presentarte esos chicos definidos por sí mismos.

—«Yo soy un hombre muy tolerante; dejo a todo el mundo vivir a su gusto; respeto los de cada uno; no tengo pretensiones de ninguna clase; me amoldo a todos los caracteres; hago al prójimo el bien que puedo, y me consagro al desempeño de mis obligaciones».

Esta definición ya es algo; pero como quiera que la inmodestia es un detalle bastante común en la humanidad, pudiera aquélla, por demasiado genérica, no precisar bien el asunto a que me dirijo.

Declaro, aun a riesgo de perder la fama de buen muchacho, si es que, por desgracia, la tengo entre algunos de los que me leen, que soy un tanto aprensivo y malicioso en cuanto se trata de gentes que alardean de virtuosas.

Esta suspicacia que, de escarmentado, a más de montañés, poseo, es la causa de que los llamados por ahí «buenos muchachos» hayan sido repetidas veces, para mí, objeto de un detenido estudio. Por consiguiente, me encuentro en aptitud de ser, en datos y definiciones, tan pródigo como sea necesario hasta que aparezca con todos sus pelos y señales lo que tratamos de definir.


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16 págs. / 29 minutos / 51 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Tirano de la Aldea

José María de Pereda


Cuento


I

Cándidos hay todavía que creen que existe sobre la tierra algún rinconcillo donde es posible la paz del espíritu, y, como consecuencia inmediata, el perfecto equilibrio de los humores.

Las grandes pasiones, los choques infinitos de los múltiples elementos y encontradas tendencias que constituyen la vida social en los grandes centros de población, aturden al hombre pacífico y sedentario.

—¡Dichoso el campesino —exclama a menudo—, que vive sin ruido, sin política, sin literatos, sin filosofía, sin periódicos, sin gas, sin talleres... y sin guantes! El sol refulgente, la pradera florida, el verde follaje, el río murmurando, la dulce brisa, las mieses fecundas, la sonora esquila y el santo trabajo a la luz del astro vivificante, para depositar en las entrañas de la madre tierra el leve grano que, bendecido por la mano de Dios, ha de producir la suculenta hogaza... Esta es la vida. ¡Gloria a Dios en las alturas, y paz a los hombres de buena voluntad!

Concédanme ustedes que no hay versión más admitida entre los desengañados de la civilización. Pero ¿dónde está ese rincón bendecido?


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17 págs. / 30 minutos / 51 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Los Chicos de la Calle

José María de Pereda


Cuento


I

Los seres que con este nombre se designan vulgarmente en Santander tienen más de seis años y no pasan de doce; andan en bandadas, como los gorriones, y, como éstos, son dañinos y objeto de general antipatía.

Usan un remendado pantalón de indefinible género, una camisa que siempre es vieja, y a las veces blusa: nada de zapatos y muy poco de gorra.

Son alumnos de la escuela de balde; y aunque concurren a ella dos o, a lo sumo, tres veces al mes, llevan siempre al costado, y pendiente de un hiladillo azul, una cartera o bolsa de lienzo manchada de tinta, que contiene un Amigo de los niños; una pluma reseca y abierta de puntos; un pliego de papel rayado para planas de segunda o, cuando más, de cuarta, la mitad de ellas en blanco y la otra mitad escritas, todas éstas corregidas por el maestro con la calificación de «pésimo» entre unas cuantas crucecitas que significan otros tantos palmetazos, ya cobrados; y, por último, un cuaderno, de hechura casera, para cuentas, con forro de papel de estraza.

El destino de estas criaturas es vivir al aire libre, fijarse en todo cuanto ven, atropellar lo más respetable, atravesarse donde más estorban... hacer, en fin, todo lo contrario de lo que conviene a los demás.

Empiezan sus proezas al amanecer, porque es de advertir que los angelitos madrugan tanto como el sol. Revuelven los basureros, y son objeto de su predilección los recortes de papel y de telas de color, los pedazos de cuerda, cacerolas de latón y todo objeto sonoro, y las ratas. ¡Las ratas! Un hallazgo de esta clase es una ganga para ellos: cogerlas vivas, la mayor de sus satisfacciones.


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10 págs. / 17 minutos / 49 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Un Sabio

José María de Pereda


Cuento


Al siguiente día de su llegada a Santander, o acaso sin sacudirse el polvo del camino, dase a conocer en tertulias y corrillos diciendo, con la mayor impavidez, que España es un país de estúpidos, y que la capital de la Montaña es el último rincón del país, puesto que no hay un solo montañés que conozca la telematología, ni la filosofía del sentimiento estético en sus relaciones con la actividad del yo pensante, en, dentro, sobre, sobre en y por debajo de la conciencia universal. Pero esta ignorancia no le sorprende en un pueblo en que todavía oyen misa los hombres que se llaman ilustrados, y desconocen a Jeeéguel (muy arrastrada la J) o Hegel, como decimos las personas vulgares.

Y ahora que el lector sabe algo sobre la venida de este huésped, voy a decirle otro poco acerca de su procedencia.

La humana debilidad tiende, por instinto, a lo más cómodo, hacedero y comprensible.

Por eso a los grandes apóstatas, aunque arrastrados a la apostasía por el demonio de la soberbia, o de la codicia, o de la concupiscencia, nunca les han faltado inocentes que formen su cortejo.


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7 págs. / 12 minutos / 48 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

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