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autor: José María Eça de Queirós etiqueta: Cuento


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El Difunto

José María Eça de Queirós


Cuento


I

En el año 1474, tan abundante en mercedes divinas para toda la cristiandad, reinando en Castilla el rey Enrique IV, vino a habitar en la ciudad de Segovia, en donde había heredado huertos y moradas, un joven caballero, de limpio linaje y gentil parecer, que se llamaba don Ruy de Cárdenas.

Su casa, legado de un tío, arcediano y maestro en cánones, quedaba al lado y en la sombra silenciosa de la iglesia de Nuestra Señora del Pilar; y enfrente, más allá del atrio, donde cantaban los tres chorros de un chafariz antiguo, erguíase el oscuro palacio de don Alonso de Lara, hidalgo de riquezas dilatadas y maneras sombrías, que ya en la madurez de la edad, todo grisáceo, desposárase con una joven citada en Castilla por su blancura, por sus cabellos del color de la aurora y por su cuello de garza real. Don Ruy había sido apadrinado, al nacer, por Nuestra Señora del Pilar, de quien siempre se conservó devoto y fiel servidor; aunque siendo de sangre brava y alegre, gustábanle las armas, la caza, los salones galantes, y por veces, las noches ruidosas de taberna con dados y pellejos de vino. Por amor, y por las facilidades de la santa vecindad, adquiriera la piadosa costumbre, desde su llegada a Segovia, de visitar todas las mañanas a su celestial madrina y de pedirla, a medio de tres Avemarías, la bendición y la gracia.

Al oscurecer, después de alguna ruda correría por campo y monte con los lebreles y el halcón, aún volvía, a la hora de las Vísperas, para murmurar dulcemente una Salve.

Y todos los domingos compraba en el atrio, a una ramilletera morisca, algún atado de junquillos o claveles o rosas silvestres, que esparcía con ternura y cuidado galantes enfrente del altar de la Virgen.


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33 págs. / 58 minutos / 64 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Singularidades de una Señorita Rubia

José María Eça de Queirós


Cuento


I

Comenzó por decirme que su caso era natural, y que se llamaba Macario.

Debo contar que conocí a este hombre en un hospedaje del Miño. Era alto y grueso; tenía una calva larga, lúcida y lisa, con pelos raros y finos que se le erizaban en derredor; y sus ojos negros, con la piel en torno arrugada y amarillenta, y ojeras papudas, tenían una singular claridad y rectitud, por detrás de sus anteojos redondos con aros de concha. Tenía la barba rapada, el mentón saliente y resuelto. Traía una corbata de raso negro, apretada por detrás con una hebilla; una levita larga color de piñón, con las mangas estrechas y justas y bocamangas de veludillo. Por la larga abertura de su chaleco de seda, en donde relucía una cadena antigua, asomaban los blandos pliegues de una camisa bordada.

Era esto en septiembre; ya anochecía más pronto, con una frialdad fina y seca y una oscuridad espantosa. Yo me había apeado de la diligencia, fatigado, hambriento, arrebozado en un cobertor de listas escarlata.


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26 págs. / 47 minutos / 51 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

José Matías

José María Eça de Queirós


Cuento


¡Linda tarde, amigo mío!... Estoy esperando el entierro de José Matías —del José Matías de Albuquerque, sobrino del vizconde de Garmilde... Usted lo conoció seguramente: un muchacho airoso, rubio como una espiga, con un bigote crespo de paladín sobre una boca indecisa de contemplativo, diestro caballero, de una elegancia sobria y fina. ¡Y espíritu curioso, muy aficionado a las ideas generales, tan penetrante, que comprendió mi Defensa de la Filosofía Hegeliana! Esta imagen de José Matías data de 1865; porque la última vez que le encontré, en una tarde agreste de enero, metido en un portal de la calle de San Benito, tiritaba dentro de una levita color de miel, roída en los codos, y olía abominablemente a aguardiente.

¡Pero usted, en una ocasión en que José Matías detúvose en Coimbra, volviendo de Oporto, cenó con él en el Pazo del Conde! Hasta recuerdo que Craveiro, que preparaba las Ironías y Dolores de Satán para irritar más la disputa entre la Escuela Purista y la Escuela Satánica, recitó aquel soneto suyo, de tan fúnebre idealismo: En la jaula de mi pecho, el corazón... Y recuerdo todavía a José Matías, con una gran corbata de seda negra hinchada entre el cuello de lino blanco, sin despegar los ojos de las velas de los candeleros, sonriendo pálidamente a aquel corazón que rugía en su jaula... Era una noche de abril, de luna llena. Después paseamos en bando, con guitarras, por el Puente y por el Choupal. Januario cantó ardientemente las endechas románticas de nuestro tiempo:


Ayer de tarde, al sol puesto,
contemplabas silenciosa
la corriente caudalosa
que retozaba a tus pies...


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25 págs. / 45 minutos / 51 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Tesoro

José María Eça de Queirós


Cuento


I

Los tres hermanos de Medranhos, Ruy, Guannes y Rostabal, eran entonces, en todo el Reino de las Asturias, los hidalgos más hambrientos y los más remendados.

En los Pazos de Medranhos, a que el viento de la sierra llevara vidrios y teja, pasaban ellos las tardes de ese invierno, enovillados en sus abrigos de camelote, batiendo las suelas rotas sobre las losas de la cocina, delante del vasto lar negro, en donde desde ya mucho antes no estallaba fuego, ni hervía nada en el puchero de hierro. Al oscurecer devoraban una corteza de pan negro, refregada con ajo. Luego, sin candil, a través del patio, hundiendo la nieve, iban a dormir a la cuadra, para aprovechar el calor de las tres yeguas leprosas que, tan famélicas como ellos, roían las tablas del pesebre. La miseria hiciera a estos señores más bravíos que lobos.

Un día, en primavera, en una silenciosa mañana de domingo, yendo los tres por el bosque de Roquelanes acechando pisadas de caza y cogiendo hongos entre los robles, en tanto las tres yeguas pastaban la hierba nueva de abril, los hermanos de Medranhos encontraron, por detrás de una mata de espinos, en una cueva de roca, un viejo cofre de hierro. Como si lo resguardase una torre segura, conservaba sus tres llaves en sus tres cerraduras; sobre la tapa, mal descifrable, a través del herrumbre, corría un dístico en letras árabes. ¡Y dentro, hasta los bordes, estaba lleno de doblones de oro!


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7 págs. / 13 minutos / 40 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

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