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autor: José Pedro Bellán editor: Edu Robsy textos disponibles


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El Momento

José Pedro Bellán


Cuento


Un domingo, a las siete de la tarde, Teresa Mugnone subía la escalera que conducía a la azotea de su casa, una casa sencilla, de dos pisos, edificada en la Avenida Agraciada, a cien metros de la Iglesia y en la parte más alta de la colina.

Llevaba consigo un jarrón lleno de agua, con la cual bañó tres plantas, de claveles, robustas y florecientes, cuyos tallos y ramitos se aglomeraban en redor de las cañas clavadas en la tierra. Hizo esta operación con cariño, enderezando los guías, soplando sobre los pétalos cubiertos de polvo. Concluyó por hablarlas:

—¡Muertas de sed, pobrecitas, muertas de sed! ¡Si no fuera por mí! ¡Ave María... qué casa esta!...

Y enseguida, como notara que uno de los tallos principales se inclinaba demasiado, se acercó a él y prosiguió en un tono quejumbroso:

—¡Mire Vd... en qué estado!... Pero aguarda. Verás que pronto te pongo fuerte. Tomó una astilla de caña, removió la tierra, aporcó el pie y con una cinta, llagada ya, envolvió los tallos en un sólo haz. Cuando hubo terminado quedó abstraída, con su cara junto a las flores, cuyas tonalidades, de un rojo palpitante, se reflejaban en su carne. Luego, sin apresuramientos besó un clavel. Iba a retirarse, cuando, sorprendida por un sentimiento de justicia volvió hacia la planta y repitió la operación con los catorce individuos. Satisfecha, se acercó a la baranda y miró la ciudad.

Era una muchacha de veinte años, algo gruesa, pero conforme a su estatura que pasaba de mediana.


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Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 37 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Pecado de Alejandra Leonard

José Pedro Bellán


Cuento


Capítulo 1

Aquella mañana, la pequeña Alejandra, de nueve años de edad, encontró en el corral una paloma muerta. Su primer impulso fue echar a correr para dar el aviso. En cuatro saltos, espantando a las aves que la rodeaban, dejó el corral, pasó por los patios y entró en el escritorio de su padre, el profesor Leonard, buen historiador, que en ese instante se hallaba atareadísimo, abstraído, subyugado por el vaho sedante de los textos antiguos.

—Papá, papá… una paloma se murió.

El profesor Leonard dijo sin ninguna intención:

—¡Bah!… todos tenemos que morirnos.

Hubo un silencio prolongado, una inmovilidad absoluta. Por dos o tres veces se oyó el murmullo de la página que se vuelve. Un momento después, el llanto de la pequeña.

El profesor Leonard creyó soñar. Dejó el libro, quitóse las gafas y descubrió a su hija, acurrucada entre la puerta y la biblioteca. Alarmado corrió hacia ella.

—¿Por qué lloras? ¿Te lastimaste? ¿Qué tienes, di?… — La tenía ahora en sus brazos y le besaba los ojos, las lágrimas, haciéndole mil preguntas. Pero la pequeña gemía, balbuceando el sollozo en una palabra trunca, sofocada, convulsa, mirando a su padre insistentemente. Entonces, él recordó lo de la paloma. —¿Es por la paloma que lloras?… ¡Pero si tienes muchas otras, tú! El palomar está lleno y son todas tuyas. No llores así!… Si quieres te compraré una igual a esa. ¿Cómo era, a ver; dime cómo era? Fue necesario esperar. Después la pequeña preguntó a su vez:

—¿Tú también te morirás?… — El silencio se produjo de nuevo. Inmóviles los párpados, padre e hija se observaron durante unos segundos. Luego, sorprendido aún, le interrogó:


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Dominio público
33 págs. / 58 minutos / 143 visitas.

Publicado el 21 de junio de 2018 por Edu Robsy.

Doñarramona y Otros Relatos

José Pedro Bellán


Cuentos, novelas cortas, colección


José Pedro Bellán

José Pedro Bellan no es sólo un desconocido para nuestro gran público,—gran, en el sentido numérico,—el cual se encuentra incapacitado para elegir sus manjares literarios, sino que tampoco es familiar en nuestro reducido mundo de las letras, a pesar de que hace varios años que escribe y que tiene en su haber—antes que el presente—dos libros de indiscutible mérito. "Amor", un drama raro e intenso y "Huerco", historias fantásticas. Débese esto a la vida aislada, casi misantrópica, que hace este escritor a quien hastían casi todos los espectáculos que nos placen a los más. Siente, como Ibsen, la necesidad de estar aislado, exasperado por la trivialidad de los hombres de cuyas luchas y miserias no es más que un distraído espectador. Caúsale repulsión la popularidad, fácil gloriola, y no quiere desperdigar su vida gastándola en roces continuos con los otros hombres. Quiere reconcentrarla para gustarla en toda, su egoísta intensidad, como un avaro su tesoro, como un enamorado su bien. De ahí que escriba simplemente por necesidad psíquica, como todos los verdaderos artistas y no por vanidad como lo hacen muchos arrivistas, esclavos del ansia de figurar a cualquier precio. Impresos sus libros, no se ha preocupado mayormente por su éxito de librería, ni corrió detrás de los periodistas mendigando sueltos elogiosos, ni dirigió dedicatorias hipócritas y acarameladas. Como nunca frecuentó cenáculos literarios tampoco tiene de esos amigos para todos los usos, de esos amigos que ayudan a subir en comandita poniendo en práctica el principio del apoyo mutuo y haciendo sonar ruidosamente, venga bien o no, el parche sonoro del bombo mutuo.


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Dominio público
125 págs. / 3 horas, 39 minutos / 64 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Señora del Pino

José Pedro Bellán


Cuento


Llegué a la ciudad de X., un domingo a las siete de la noche. En ese momento, mi amigo, confundido entre una multitud de personas, recorría el andén mientras observaba el interior de los vagones

Se llamaba Julio Serrano. Frisaba en los treinta y dos años. Era alto, fornido, de juicio recto y muy animoso.

Habíase graduado en Medicina a los veintisiete años. Médico al fin, resolvió establecer su consultorio en uno de los pueblos cercanos a la Capital, donde casó un año más tarde, con la hija de un rico negociante, hermosa mujer, que lo mostraba con orgullo en los salones, cual si hubiese hecho una adquisición rara y costosa.

Poseía, Julio, en extremo, ese don que tienen algunos hombres, de agradar al primer golpe de vista. Su gran cultura le permitía colocarse en un plano de inferioridad intencionada, cosa que le había valide la sonrisa de las mujeres y la confianza de los hombres.

Se hizo médico de moda; se hizo ese ser necesario, enigmático, que penetra en las alcobas suntuosas, lento y desdeñoso. Y aun cuando él me asegurara en sus cartas que en el transcurso de tres años, sólo había hecho tres curas, sus triunfes comenzaban a celebrarse en la capital.

Me dirigí a él, llamándole, y como sucede generalmente en esos casos, sólo me vió cuando le tuve abrazado.

—¡Al diablo!... ¡Cómo no te vi!—exclamó con alegría.

—Ahí está el peligro de ver las cosas muy de cerca,—contesté riendo.

Nos abrazamos de nuevo, y el cariño que nos unía desde tanto tiempo, acreció en aquel instante.

Entramos en una de las salas de espera y nos sentamos. Preguntaba él, preguntaba yo. En un breve plazo revivimos los hechos principales en los cuales habíamos actuado separadamente. Y así, después de haber formado esa red de comunicación que tejen las ideas y los sentimientos, nos pareció que no había mediado entre nosotros ausencia alguna.


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17 págs. / 30 minutos / 33 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Mi Ruina

José Pedro Bellán


Cuento


Hoy logré contemplar el albor de la mañana.

Con su claridad, a través de su claridad, buscaba mis lugares, mis calles y mis caminos. Toda la ciudad se abría ante la luz, entre el mar y los árboles.

Hacia el norte, la gran masa vegetal, con su tinte obscuro, asomaba por detrás de la muralla de edificios, descubriéndose ante el sol tangente, suave, cuyos rayos se escurrían por sobre las cúpulas y las torres. El cielo, colosal, sonrosado apenas, se desgarraba al encajar entre el sube y baja de los pardos techos: era la pureza de un color que se manchaba al llegar a la tierra.

Crecía el murmullo y se hacía el ruido por toda la ciudad. El astro llameante había dado el impulso y eran ya en la realidad, el trabajo, el hambre y la estulticia.

Mi vista abarcó de nuevo el semi-círculo azul y caí como un pájaro en precipitado vuelo sobre las arboledas del norte.

Allí aun reinaba el silencio: érase mi mundo. Las aves, desprendidas de sus nidos saeteaban los poros del boscaje que se abría en la altura luminosa. Las trayectorias inconclusas y los colores indefinidos se unían harmónicamente. Faltaba el matiz de las flores, pero, en cambio, las hojas abandonadas las unas sobre la otras, movidas por un impulso lento, débil, acompasado, me llenaron de voluptuosidad. Todo un harem de mujeres orientales cruzó por mi imaginación. Sólo la realidad de un vetusto estanque logró expulsarlas de mí.

Noté primero un intervalo en la vegetación, luego, como algo que se ve apenas, una reja en forma de circunferencia hirióme la retina. Me acerqué a ella. Era antigua... muy antigua. Su color, allá, en su infancia, debió ser de un marrón obscuro; ahora era apenas perceptible. Llena de manchas, de herrumbre y musgo, la pobre reja antigua se arqueaba dolorosamente.


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2 págs. / 4 minutos / 33 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

No Se Sabe Cómo

José Pedro Bellán


Cuento


No se sabe cómo pero, lo cierto es que la gran reina Leonora, víctima de un feroz naufragio, era arrastrada por las olas, sobre un pequeño bote, hacia las costas de una isla montañosa, pero pequeña.

La gran señora, una vez en tierra, con el ánimo abatido y el cuerpo desfalleciente, miró con asombro la gran desolación que la rodeaba. El mar, aún iracundo, sucio y despiadado, en constante lucha, ya se amontonaba, ya se abría, barbullando como una muchedumbre acorralada. Sobre él, un cielo obscuro, completamente cerrado, se prolongaba hasta el horizonte, siempre en la misma tonalidad.

En vano intentaba la señora reina ver allá lejos, formas de buques en les contorsiones de las olas; en vano se esforzaba por empinarse; en vano poníase horizontalmente las manos sobre las arcadas de las cejas: todo era inútil. Allí no había más que agua y agua terrible, tumultuosa, convertida en una Hidra invencible.

Desalentada, se internó en la isla con mucho miedo y mucha precaución. Buscó un sitio y después de limpiarlo, se sentó sobre la hierba, sin atinar a sacarse sus vestidos que, debido al agua que absorbieran, estaban lisos, mansos, superficiales, sin blondas y sin fruc-fruc.

En este estado desesperante, casi de atontamiento, los recuerdos golpearon en su cerebro. Se vió nuevamente en el Océano, en el momento de la catástrofe. Recién entonces bebió un poco de amargura y se dijo muy inocentemente:

—¡Qué terrible es la vida!...

Una emoción intensa la conmovió. Recordaba cómo el gran ministro, en su afán de salvarse, la había arrojado al agua, donde hubiese perecido si la suerte no hubiera hecho pasar por su lado a un bote que, libre de cabos escapaba del circuito fatal. Recordó esto y muchas cosas más, tan parecidas entre sí, que le produjeron el mismo efecto.


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3 págs. / 5 minutos / 31 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Vía Libre

José Pedro Bellán


Cuento


No, no puedo irme sin aniquilarlo. me moriría de despecho. Anduvo unos pasos más, y se detuvo, apoyándose sobre la verja de la última casa del pueblo. En su cerebro, las ideas iban y venían en tumulto, fuertes, fugitivas, vacilantes y todas girando en redor de; pensamiento tenaz, poderoso, que se había apropiado de su vida hacía unos tres años.

—Lo matare— murmuraba, y el odio despertaba, lleno de rabia, provocado por las ideas, latiendo fogosamente en sus músculos, en su carne y en sus pensamientos febriles y trágicos.

Era un odio continuo, socarrón e hipócrita, que se había unido estrechamente a su vida y se había mezclado en sus fines e intereses; un odio sangriento y diabólico que había germinado en ciertas circunstancias, por las cuales, la naturaleza de las cosas coloca a dos hombres frente a frente, el uno víctima, el otro victimario.

La vendetta, la terrible vendetta, le causaba un alivio, una alegría feroz, en la cual descansaba su alma como en un consuelo. Había ideado muertes, estudiado ensañamientos, pero ninguno le satisfacía: necesitaba algo fuerte, algo que fuera monstruoso, y el sentimiento de venganza, a fuerza de perpetuarse, había concluido por refinarse, por tender a lo perfecto, como una obra de arte.


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4 págs. / 8 minutos / 32 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Bestia

José Pedro Bellán


Cuento


Hacía cuatro días que la mujer de mi amigo reposaba entre la tierra húmeda y aún no había conseguido saber la verdadera circunstancia de su muerte en la que aparecía una mona, presa ahora en una fuerte jaula colocada hacia el fondo de su jardín.

Los diarios afirmaron que la señora había sido víctima de una fiera oculta por las apariencias de la domesticidad, cosa que a mi me parecía falsa ya que mi amigo, involuntariamente dióme a sospechar de su veracidad.

Al quinto día de mi permanencia en su casa quinta apenas si habíamos cambiado algunas frases frívolas. Estaba No se sentía triste ni melancólico. Al contrario. Parecía dominarlo un fuerte deseo de movimiento y andaba de aquí para allá sin objeto alguno. Al menor asunto, saltaba vivamente, impetuoso y salvaje.

Sin embargo, como a las cinco de la tarde de ese mismo día observé que se apaciguaba. Estaba en mi cuarto, preocupado en mí mismo, cuando entró sin hacer ruido. Su rostro ya no estaba tirante ni eran fijas sus miradas. Sentóse a mi lado, me pidió un cigarro y con la voz sorda y dolorida díjome confidencialmente.

—Ya me he fumado más de dos cajillas.

Quedamos callados, casi en una misma actitud, uno al lado del otro. Por tres o cuatro veces intenté hablar, quise decir algo, pero no me decidía. Mi imaginación trabajaba infatigablemente y la idea de que en el alma de mi amigo hubiera algo extraño, algo inmenso; la presunción de que en sus sentidos se agitara un secreto de esos que no deben decirse, que no pueden expresarse me ataban inconscientemente a un respeto grave y profundo.

Acabó de fumar y arrojó la colilla descuidadamente. Después, como siguiera ensimismándose, me ví obligado a decirle:

—Advierto que el dolor no te suelta y que tú te dejas dominar demasiado.


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4 págs. / 7 minutos / 47 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Un Suicidio??...

José Pedro Bellán


Cuento


20 de Agosto.

Son las tres de la tarde. Bajo la amplia avenida del gran cementerio, por entre los panteones cubiertos de mármol. Una fuerte soledad, una colosal soledad, arriba, a izquierda, a derecha, abajo.

Abajo?... Sufro un ligero escozor que me recorre todo el cuerpo como una vibración. ¡ah! es mi enfermedad, el lado vulnerable de mi existencia. ¿No podré librarme jamás de esta preocupación incesante? Me sacudo cual si un cuerpo físico se posara sobre mí. Es necesario olvidar, es absolutamente necesario. ¿Por qué vine? Hago un esfuerzo y logro en algún modo encerrar la memoria. Fumaré. El cigarro me hace bien.


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14 págs. / 24 minutos / 44 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Huerco

José Pedro Bellán


Cuentos, colección


Mi ruina

Hoy logré contemplar el albor de la mañana.

Con su claridad, a través de su claridad, buscaba mis lugares, mis calles y mis caminos. Toda la ciudad se abría ante la luz, entre el mar y los árboles.

Hacia el norte, la gran masa vegetal, con su tinte obscuro, asomaba por detrás de la muralla de edificios, descubriéndose ante el sol tangente, suave, cuyos rayos se escurrían por sobre las cúpulas y las torres. El cielo, colosal, sonrosado apenas, se desgarraba al encajar entre el sube y baja de los pardos techos: era la pureza de un color que se manchaba al llegar a la tierra.

Crecía el murmullo y se hacía el ruido por toda la ciudad. El astro llameante había dado el impulso y eran ya en la realidad, el trabajo, el hambre y la estulticia.

Mi vista abarcó de nuevo el semi-círculo azul y caí como un pájaro en precipitado vuelo sobre las arboledas del norte.

Allí aun reinaba el silencio: érase mi mundo. Las aves, desprendidas de sus nidos saeteaban los poros del boscaje que se abría en la altura luminosa. Las trayectorias inconclusas y los colores indefinidos se unían harmónicamente. Faltaba el matiz de las flores, pero, en cambio, las hojas abandonadas las unas sobre la otras, movidas por un impulso lento, débil, acompasado, me llenaron de voluptuosidad. Todo un harem de mujeres orientales cruzó por mi imaginación. Sólo la realidad de un vetusto estanque logró expulsarlas de mí.

Noté primero un intervalo en la vegetación, luego, como algo que se ve apenas, una reja en forma de circunferencia hirióme la retina. Me acerqué a ella. Era antigua... muy antigua. Su color, allá, en su infancia, debió ser de un marrón obscuro; ahora era apenas perceptible. Llena de manchas, de herrumbre y musgo, la pobre reja antigua se arqueaba dolorosamente.


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68 págs. / 2 horas / 71 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

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