Textos más populares este mes de José Pedro Bellán publicados por Edu Robsy disponibles | pág. 2

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autor: José Pedro Bellán editor: Edu Robsy textos disponibles


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La Otra Faz de la Física Elemental

José Pedro Bellán


Cuento


«Todo movimiento en las moléculas de los cuerpos produce vibración» Pero... ¿Y está allí la definición del sonido?


Rodolfo Mendeville dejó el Club a la una de la mañana y rehusando el carruaje que se le ofrecía, travesó la plaza Independencia, a pasos lentos, despreocupado por la distancia, Al llegar a la calle Andes, un señor que andaba en sentido inverso, le llamó en voz alta:

—¡Eh!, Mendeville. ¿Hacia dónde va Vd?—Pero como no obtuviera respuesta, volvió a alzar la voz:

—Caramba... ¿está Vd. ordo?...

—¡Ah!... perdón, contestó Rodolfo algo cohibido. No me siento bien.

—¿Viene Vd. del Club?

—Sí.

—¿Ha ganado?

—No... creo que no...

—¿Se juega fuerte?

—Bastante.

—Voy hacia allá. Hasta mañana.

—Adios. —Y se alejó sin volver la cabeza, andando torpemente, sin elegancia, con la galera echada hacia atrás.

Hallábase sorprendido de sí mismo. Nunca hasta entonces habíasele ocurrido dejar el juego tan temprano, prescindir del coche y descuidar su línea.

Además se turbaba. Vivía dentro de si un vaivén tan contínuo de ideas y de recuerdos que su espíritu se confundía ante ellos, se agobiaba por momentos, como vencido por una carga demasiado pesada para su vida correcta y elegante.


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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Imagen

José Pedro Bellán


Cuento


En una de las últimas casitas del barrio de los pescadores, casi junto al mar, el viejo Leopoldo, de setenta años, fuma en su pipa cargada de Virginia. Frente a él, su nuera, espoleada por un pensamiento tenaz, remienda que no surce, una media gris deshecha en el talón. Así permanecen largo rato: callados, sin mirarse, como si estuvieran solos. Sin embargo, quizá piensen lo mismo.

El temporal no cesa. Hace tres horas que conmueve al barrio y lo llena de pavor.

El mar es un turbión inmenso que ensordece. Sus promontorios de agua persisten un instante, convulsos, inquietos y se desploman en masa. Parecen que hierven.

Todas las barcas han vuelto menos una.

—María ya tarda demasiado, dijo Leopoldo, rompiendo el mutismo.

Se refería a su nietita de diez años, hermosa chiquilla de ojos azules, blanca y endeble. Habíanla mandado por tres veces en demanda de noticias y por tercera vez, buscaba a los amigos de su padre, a los pescadores salvos, y les imploraba datos, aun los más sencillos, los más insignificantes.

Al volver contestó de la misma manera que contestara antes.

—Nadie sabe nada... nadie lo ha visto. —Se sentó cerca de la mesa y recostóse sobre ella. Sus manecitas sin sangre se juntaron que pedían perdón.

La escena recalcitró. La frígida imagen de un reconcentramiento abrazado a las cosas, caló la habitación. Pasó un rato.

Leopoldo vuelve a hablar. Su voz inquietante atemoriza.

—¡Este viento! —Elena escucha con ansiedad. Después, obligada por su pensamiento pregunta:

—¿Cuántos fueron en la barca?

—Los de siempre. El y los dos muchachos.

Hace una pausa. Luego dice con atropello:

—Yo, una vez, estuve a punto de ahogarme.

Elena pregunta con viveza:

—¿Y cómo se salvó?...


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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Cruz de Piedra

José Pedro Bellán


Cuento


Después de la vida diaria, pensada o acostumbrada toda ella a partir de un mismo punto como una constante carrera de sentimientos, queda algo oculto en nuestro corazón algo adormecido en nuestro ser que despierta en muy raros casos. Tales manifestaciones en la generalidad de los caracteres no son más que segundos de vida desconocida, sensaciones fugaces, efímeras que cruzan por los jardines de nuestras almas, como fáciles golondrinas o que iluminan las tempestuosas nubes de nuestras ras, con la vertiginosidad del rayo. En cambio, en los caracteres donde la imaginación vive soberana, estos momentos persisten, hasta ahogarse por completo en lo voluptuo.


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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Perfiles de Maridos

José Pedro Bellán


Cuento


—¡Al diablo!,—dijo don Pablo Ramírez.

Me dejó Vd. turulato. Hace cosas de meses que no bebe alcohol, y ahora decide casarse, Es Vd. sorprenden te, querido amigo.

Adolfo Barrés, un poco avergonzado, respondió en voz baja.

—Advierta don Pablo, que estarnos en distintas circunstancias. A pesar de su edad, se mantiene joven y puede gozar a lo loco de esa libertad deliciosa. En cambio, yo, debo formalizar mi existencia cuanto antes. No ignorará Vd. que mis treinta y dos años, ya sólo me dan achaques y constipados. —Hizo una pausa y con ha voz abovedada agregó sentenciosamente: —Además, a Vd. le consta que no soy capaz de cometer una tonteria sino a causa de una razón muy poderosa.

Ramírez, lisonjeado, satisfecho por aquel reconocimiento hacia su constitución física, le sonrió paternalmente y llamó al mozo.

Estaban en la Giralda en redor de una de las mesas colocadas en la vereda por el lado de la Avenida.

Era sábado y acababa de ser las ocho de la noche. La multitud que llenaba las aceras iba invadiendo la plaza, desde donde, se dividía para atollar los teatros, los cafés y los arrabales.

El Giralda estaba inaccesible. Hasta en los rincones, la gente gesticulaba y bebía, ávida de noticias, de comentarios, de chismes. Las palabras se mezclaban, formando un vaivén sonoro, monótono y persistente que recorría el ámbito del salón.

—¡Cognac, dijo la voz de Ramírez al dependiente que se acercaba. Luego, con la mirada fija en los grupos de traseuntes, exclamó con entusiasmo:

—¡Mire Vd. que mujer, Barrés, mire Vd!

Y Barrés buscó.

Una mujer elegante, marchaba sola, con lentitud. Al pasar junto a ellos, Ramírez pronunció un beso lleno de sadismo. Ella ni se dignó sonreir ni se dignó fastidiarse. Pasó serenamente, derecho el talle, alto el busto y se alejó de igual modo.


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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Humano

José Pedro Bellán


Cuento


—Fué la mejor de mis defensas y sin embargo no pude salvarle, dijo el doctor Luppi escépticamente.

—Es que es un caso monstruo, agregó el otro abogado.

—Verá Vd. La mujer violada y muerta exasperaba los ánimos de tal manera que, a pesar de desarrollarse la escena en un ambiente culto, surgieron manifestaciones tan bárbaras que me hicieron dudar por muchos momentos en el curso de mi defensa. El reo permanecía en un estado soporífico, como sumido en una idiotez sin tregua. A fuerza de este estado su expresión había desaparecido:

Ni un repliegue, ni una mueca, ni un gesto: era una cara vacía, completamente despojada de vida. Durante todo el proceso contestaba alzando los hombros o afirmando con la cabeza. No negó nada, no quiso nada, no alegó nada.

Cuando supo lo inexorable de su condena se reanimó. Pidió que le dejaran escribir y no con. sintió en que le visitaran.

En la mañana de la ejecución lo encontré más animado. Al verme sonrió y me estrechó la mano efusiva mente.

—Sé que ha hecho Vd. todo lo que ha podido,—se limitó a decirme. Yo quise hablar de la energía humana; pero él muy hábilmente me cortó el tema. Conversamos sobre la belleza de la mañana y algo de historia. Su serenidad me preocupaba. Diríase que aquel individuo se hubiera desahogado, que hubiera vivido y dicho todo lo que un humano puede decir para alejarse de la vida, tan sin un preámbulo, sin un indicio afectivo. De pronto, me alargó la mano con una carta, diciéndome:

—Tome; es para Vd. Puede que alguna vez le sirva.—

Yo la metí en mi bolsillo, de una manera torpe, sin comprender. Luego nos despedimos y, algunos minutos después, algo entristecido, oí la detonación y vi como su cuerpo caía exánime, llevado a la muerte de un solo golpe.


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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

En el Prado

José Pedro Bellán


Cuento


Una tarde de agosto, fría y seca, paseaba por el Prado. Acababa de dejar el puente y me dirigía por la avenida, a paso lento, perdido, sintiendo una tranquilidad confortable que me hacía feliz.

Ya frente a los pabellones, me llamó la atención un transeúnte que venía por la misma acera. Era un hombre alto, fuerte, vestido con corrección. Un automóvil le seguía a corta distancia.

"¡Calla!... si es Fortuny, mi amigo, es decir, mi ex amigo, mi antiguo compañero de estudios", me dije.

Pareció reconocerme; pero dudaba. Nos contemplamos un instante y luego, Fortuny, levantando sus manoplas al cielo, exclamó:

—Pero... ¿y eres tú?...

Nos dimos un abrazo formidable.

—Nunca lo hubiera soñado,—decía movido por una reaparición espontánea de nuestra vida pasada.

Me soltó para mirarme. ¡Pero si estás lo mismo!... Mira que no haberte reconocido en seguid a... No has cambiado, no has cambiado...

—En cambio tú estás hecho un hércules.

—¿Un hércules?... ¡Ja... Ja!... Un hércules que tiene afectado un pulmón.

—¡Tú! ¡No creo...

—¡Eh!... ¿no crees?... Pero no hablemos de esto ahora... Vaya... acompáñame. Es un trayecto que hago cuatro veces en la semana... por prescripción de la ciencia. Míe bajo del coche a la entrada del Prado y sigo a pie hasta al casino. Allí siempre bebo algo.

Nos tomamos del brazo y empezamos a andar hacia el hotel. Pero él caminaba de prisa: me llevaba a remolque.

—¿Por qué te apuras tanto? —pregunté.—¿Tienes algún asunto?

—No, no... es que lo hago sin darme cuenta. Es una costumbre en mí, una costumbre que se traduce en el menor acto. Como de prisa, bebo de prisa, vivo de prisa. El tiempo me asedia de tal modo que, aun cuando no tenga nada que hacer, no puedo desprenderme de esta rara sensación de vencimiento o plazo fijo.

—Pero... ¿y qué haces, a qué te dedicas?

—Gano dinero.


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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Señora del Pino

José Pedro Bellán


Cuento


Llegué a la ciudad de X., un domingo a las siete de la noche. En ese momento, mi amigo, confundido entre una multitud de personas, recorría el andén mientras observaba el interior de los vagones

Se llamaba Julio Serrano. Frisaba en los treinta y dos años. Era alto, fornido, de juicio recto y muy animoso.

Habíase graduado en Medicina a los veintisiete años. Médico al fin, resolvió establecer su consultorio en uno de los pueblos cercanos a la Capital, donde casó un año más tarde, con la hija de un rico negociante, hermosa mujer, que lo mostraba con orgullo en los salones, cual si hubiese hecho una adquisición rara y costosa.

Poseía, Julio, en extremo, ese don que tienen algunos hombres, de agradar al primer golpe de vista. Su gran cultura le permitía colocarse en un plano de inferioridad intencionada, cosa que le había valide la sonrisa de las mujeres y la confianza de los hombres.

Se hizo médico de moda; se hizo ese ser necesario, enigmático, que penetra en las alcobas suntuosas, lento y desdeñoso. Y aun cuando él me asegurara en sus cartas que en el transcurso de tres años, sólo había hecho tres curas, sus triunfes comenzaban a celebrarse en la capital.

Me dirigí a él, llamándole, y como sucede generalmente en esos casos, sólo me vió cuando le tuve abrazado.

—¡Al diablo!... ¡Cómo no te vi!—exclamó con alegría.

—Ahí está el peligro de ver las cosas muy de cerca,—contesté riendo.

Nos abrazamos de nuevo, y el cariño que nos unía desde tanto tiempo, acreció en aquel instante.

Entramos en una de las salas de espera y nos sentamos. Preguntaba él, preguntaba yo. En un breve plazo revivimos los hechos principales en los cuales habíamos actuado separadamente. Y así, después de haber formado esa red de comunicación que tejen las ideas y los sentimientos, nos pareció que no había mediado entre nosotros ausencia alguna.


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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Vía Libre

José Pedro Bellán


Cuento


No, no puedo irme sin aniquilarlo. me moriría de despecho. Anduvo unos pasos más, y se detuvo, apoyándose sobre la verja de la última casa del pueblo. En su cerebro, las ideas iban y venían en tumulto, fuertes, fugitivas, vacilantes y todas girando en redor de; pensamiento tenaz, poderoso, que se había apropiado de su vida hacía unos tres años.

—Lo matare— murmuraba, y el odio despertaba, lleno de rabia, provocado por las ideas, latiendo fogosamente en sus músculos, en su carne y en sus pensamientos febriles y trágicos.

Era un odio continuo, socarrón e hipócrita, que se había unido estrechamente a su vida y se había mezclado en sus fines e intereses; un odio sangriento y diabólico que había germinado en ciertas circunstancias, por las cuales, la naturaleza de las cosas coloca a dos hombres frente a frente, el uno víctima, el otro victimario.

La vendetta, la terrible vendetta, le causaba un alivio, una alegría feroz, en la cual descansaba su alma como en un consuelo. Había ideado muertes, estudiado ensañamientos, pero ninguno le satisfacía: necesitaba algo fuerte, algo que fuera monstruoso, y el sentimiento de venganza, a fuerza de perpetuarse, había concluido por refinarse, por tender a lo perfecto, como una obra de arte.


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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Un Suicidio??...

José Pedro Bellán


Cuento


20 de Agosto.

Son las tres de la tarde. Bajo la amplia avenida del gran cementerio, por entre los panteones cubiertos de mármol. Una fuerte soledad, una colosal soledad, arriba, a izquierda, a derecha, abajo.

Abajo?... Sufro un ligero escozor que me recorre todo el cuerpo como una vibración. ¡ah! es mi enfermedad, el lado vulnerable de mi existencia. ¿No podré librarme jamás de esta preocupación incesante? Me sacudo cual si un cuerpo físico se posara sobre mí. Es necesario olvidar, es absolutamente necesario. ¿Por qué vine? Hago un esfuerzo y logro en algún modo encerrar la memoria. Fumaré. El cigarro me hace bien.


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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Sine Qua Non

José Pedro Bellán


Cuento


I

Fué al final de una fiesta.

Con bastante regularidad dedicábamos un día de cada mes para una excursión al aire libre.

Nos reuníamos basta cuarenta individuos, de ambos sexos, amigos, amigas, no faltando a veces, matrimonios jóvenes, alegres aún, que nos acompañaban de buen corazón.

Desde que dejamos las últimas casas de la ciudad, empezamos a experimentar ese placer casi físico que se siente a la vista del campo.

Ese día, el tiempo se mostraba como un verdadero camarada.

Todo el encanto de la mañana estaba sobre el horizonte cargado de oro y la luz corría como desbordando por la comba del cielo cruzado por nubecillas que se crispaban de rojo.

Nada más admirable para un hombre de la ciudad que este espectáculo del sol.

Por un momento todos marchamos silenciosos, sin orden, amontonados, y por un momento nos detuvimos frente a la luz.

—¡Qué hermoso!...—exclamó una voz de mujer.—Nadie repuso una palabra.

Seguimos andando, pero, un instante después, cuando el sol mostró su superficie vidriada e inquieta, la alegría se apoderó de nosotros, una alegría ruidosa, muscular, que se manifestaba en gritos y carcajadas.

Llegamos a las ocho. Era una quinta que, además del terreno dedicado a la labranza, poseía una extensión considerable de campo libre.

Nos cambiamos de ropa y el grupo se dispersó. En poco tiempo, sólo quedamos en la casa, un viejo y yo. Se llamaba Juan, hacía el oficio de mayordomo y cantaba canciones tristes al final de las comidas.

—¡Cómo, tú aquí!—dijo, fingiendo sorpresa.

Respondí sin entender:

—¿Y no sabía usted que yo había venido?

El viejo me guiñó un ojo.

—¡Sí... eh?... ¿Y Rosita?...

Le miré más extrañado aún.


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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

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