La Señora del Pino
José Pedro Bellán
Cuento
Llegué a la ciudad de X., un domingo a las siete de la noche. En ese momento, mi amigo, confundido entre una multitud de personas, recorría el andén mientras observaba el interior de los vagones
Se llamaba Julio Serrano. Frisaba en los treinta y dos años. Era alto, fornido, de juicio recto y muy animoso.
Habíase graduado en Medicina a los veintisiete años. Médico al fin, resolvió establecer su consultorio en uno de los pueblos cercanos a la Capital, donde casó un año más tarde, con la hija de un rico negociante, hermosa mujer, que lo mostraba con orgullo en los salones, cual si hubiese hecho una adquisición rara y costosa.
Poseía, Julio, en extremo, ese don que tienen algunos hombres, de agradar al primer golpe de vista. Su gran cultura le permitía colocarse en un plano de inferioridad intencionada, cosa que le había valide la sonrisa de las mujeres y la confianza de los hombres.
Se hizo médico de moda; se hizo ese ser necesario, enigmático, que penetra en las alcobas suntuosas, lento y desdeñoso. Y aun cuando él me asegurara en sus cartas que en el transcurso de tres años, sólo había hecho tres curas, sus triunfes comenzaban a celebrarse en la capital.
Me dirigí a él, llamándole, y como sucede generalmente en esos casos, sólo me vió cuando le tuve abrazado.
—¡Al diablo!... ¡Cómo no te vi!—exclamó con alegría.
—Ahí está el peligro de ver las cosas muy de cerca,—contesté riendo.
Nos abrazamos de nuevo, y el cariño que nos unía desde tanto tiempo, acreció en aquel instante.
Entramos en una de las salas de espera y nos sentamos. Preguntaba él, preguntaba yo. En un breve plazo revivimos los hechos principales en los cuales habíamos actuado separadamente. Y así, después de haber formado esa red de comunicación que tejen las ideas y los sentimientos, nos pareció que no había mediado entre nosotros ausencia alguna.
Dominio público
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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.