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autor: José Pedro Bellán


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Vía Libre

José Pedro Bellán


Cuento


No, no puedo irme sin aniquilarlo. me moriría de despecho. Anduvo unos pasos más, y se detuvo, apoyándose sobre la verja de la última casa del pueblo. En su cerebro, las ideas iban y venían en tumulto, fuertes, fugitivas, vacilantes y todas girando en redor de; pensamiento tenaz, poderoso, que se había apropiado de su vida hacía unos tres años.

—Lo matare— murmuraba, y el odio despertaba, lleno de rabia, provocado por las ideas, latiendo fogosamente en sus músculos, en su carne y en sus pensamientos febriles y trágicos.

Era un odio continuo, socarrón e hipócrita, que se había unido estrechamente a su vida y se había mezclado en sus fines e intereses; un odio sangriento y diabólico que había germinado en ciertas circunstancias, por las cuales, la naturaleza de las cosas coloca a dos hombres frente a frente, el uno víctima, el otro victimario.

La vendetta, la terrible vendetta, le causaba un alivio, una alegría feroz, en la cual descansaba su alma como en un consuelo. Había ideado muertes, estudiado ensañamientos, pero ninguno le satisfacía: necesitaba algo fuerte, algo que fuera monstruoso, y el sentimiento de venganza, a fuerza de perpetuarse, había concluido por refinarse, por tender a lo perfecto, como una obra de arte.


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4 págs. / 8 minutos / 36 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Otra Faz de la Física Elemental

José Pedro Bellán


Cuento


«Todo movimiento en las moléculas de los cuerpos produce vibración» Pero... ¿Y está allí la definición del sonido?


Rodolfo Mendeville dejó el Club a la una de la mañana y rehusando el carruaje que se le ofrecía, travesó la plaza Independencia, a pasos lentos, despreocupado por la distancia, Al llegar a la calle Andes, un señor que andaba en sentido inverso, le llamó en voz alta:

—¡Eh!, Mendeville. ¿Hacia dónde va Vd?—Pero como no obtuviera respuesta, volvió a alzar la voz:

—Caramba... ¿está Vd. ordo?...

—¡Ah!... perdón, contestó Rodolfo algo cohibido. No me siento bien.

—¿Viene Vd. del Club?

—Sí.

—¿Ha ganado?

—No... creo que no...

—¿Se juega fuerte?

—Bastante.

—Voy hacia allá. Hasta mañana.

—Adios. —Y se alejó sin volver la cabeza, andando torpemente, sin elegancia, con la galera echada hacia atrás.

Hallábase sorprendido de sí mismo. Nunca hasta entonces habíasele ocurrido dejar el juego tan temprano, prescindir del coche y descuidar su línea.

Además se turbaba. Vivía dentro de si un vaivén tan contínuo de ideas y de recuerdos que su espíritu se confundía ante ellos, se agobiaba por momentos, como vencido por una carga demasiado pesada para su vida correcta y elegante.


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6 págs. / 10 minutos / 48 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Pecado de Alejandra Leonard

José Pedro Bellán


Cuento


Capítulo 1

Aquella mañana, la pequeña Alejandra, de nueve años de edad, encontró en el corral una paloma muerta. Su primer impulso fue echar a correr para dar el aviso. En cuatro saltos, espantando a las aves que la rodeaban, dejó el corral, pasó por los patios y entró en el escritorio de su padre, el profesor Leonard, buen historiador, que en ese instante se hallaba atareadísimo, abstraído, subyugado por el vaho sedante de los textos antiguos.

—Papá, papá… una paloma se murió.

El profesor Leonard dijo sin ninguna intención:

—¡Bah!… todos tenemos que morirnos.

Hubo un silencio prolongado, una inmovilidad absoluta. Por dos o tres veces se oyó el murmullo de la página que se vuelve. Un momento después, el llanto de la pequeña.

El profesor Leonard creyó soñar. Dejó el libro, quitóse las gafas y descubrió a su hija, acurrucada entre la puerta y la biblioteca. Alarmado corrió hacia ella.

—¿Por qué lloras? ¿Te lastimaste? ¿Qué tienes, di?… — La tenía ahora en sus brazos y le besaba los ojos, las lágrimas, haciéndole mil preguntas. Pero la pequeña gemía, balbuceando el sollozo en una palabra trunca, sofocada, convulsa, mirando a su padre insistentemente. Entonces, él recordó lo de la paloma. —¿Es por la paloma que lloras?… ¡Pero si tienes muchas otras, tú! El palomar está lleno y son todas tuyas. No llores así!… Si quieres te compraré una igual a esa. ¿Cómo era, a ver; dime cómo era? Fue necesario esperar. Después la pequeña preguntó a su vez:

—¿Tú también te morirás?… — El silencio se produjo de nuevo. Inmóviles los párpados, padre e hija se observaron durante unos segundos. Luego, sorprendido aún, le interrogó:


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Publicado el 21 de junio de 2018 por Edu Robsy.

En el Prado

José Pedro Bellán


Cuento


Una tarde de agosto, fría y seca, paseaba por el Prado. Acababa de dejar el puente y me dirigía por la avenida, a paso lento, perdido, sintiendo una tranquilidad confortable que me hacía feliz.

Ya frente a los pabellones, me llamó la atención un transeúnte que venía por la misma acera. Era un hombre alto, fuerte, vestido con corrección. Un automóvil le seguía a corta distancia.

"¡Calla!... si es Fortuny, mi amigo, es decir, mi ex amigo, mi antiguo compañero de estudios", me dije.

Pareció reconocerme; pero dudaba. Nos contemplamos un instante y luego, Fortuny, levantando sus manoplas al cielo, exclamó:

—Pero... ¿y eres tú?...

Nos dimos un abrazo formidable.

—Nunca lo hubiera soñado,—decía movido por una reaparición espontánea de nuestra vida pasada.

Me soltó para mirarme. ¡Pero si estás lo mismo!... Mira que no haberte reconocido en seguid a... No has cambiado, no has cambiado...

—En cambio tú estás hecho un hércules.

—¿Un hércules?... ¡Ja... Ja!... Un hércules que tiene afectado un pulmón.

—¡Tú! ¡No creo...

—¡Eh!... ¿no crees?... Pero no hablemos de esto ahora... Vaya... acompáñame. Es un trayecto que hago cuatro veces en la semana... por prescripción de la ciencia. Míe bajo del coche a la entrada del Prado y sigo a pie hasta al casino. Allí siempre bebo algo.

Nos tomamos del brazo y empezamos a andar hacia el hotel. Pero él caminaba de prisa: me llevaba a remolque.

—¿Por qué te apuras tanto? —pregunté.—¿Tienes algún asunto?

—No, no... es que lo hago sin darme cuenta. Es una costumbre en mí, una costumbre que se traduce en el menor acto. Como de prisa, bebo de prisa, vivo de prisa. El tiempo me asedia de tal modo que, aun cuando no tenga nada que hacer, no puedo desprenderme de esta rara sensación de vencimiento o plazo fijo.

—Pero... ¿y qué haces, a qué te dedicas?

—Gano dinero.


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4 págs. / 8 minutos / 43 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Huerco

José Pedro Bellán


Cuentos, colección


Mi ruina

Hoy logré contemplar el albor de la mañana.

Con su claridad, a través de su claridad, buscaba mis lugares, mis calles y mis caminos. Toda la ciudad se abría ante la luz, entre el mar y los árboles.

Hacia el norte, la gran masa vegetal, con su tinte obscuro, asomaba por detrás de la muralla de edificios, descubriéndose ante el sol tangente, suave, cuyos rayos se escurrían por sobre las cúpulas y las torres. El cielo, colosal, sonrosado apenas, se desgarraba al encajar entre el sube y baja de los pardos techos: era la pureza de un color que se manchaba al llegar a la tierra.

Crecía el murmullo y se hacía el ruido por toda la ciudad. El astro llameante había dado el impulso y eran ya en la realidad, el trabajo, el hambre y la estulticia.

Mi vista abarcó de nuevo el semi-círculo azul y caí como un pájaro en precipitado vuelo sobre las arboledas del norte.

Allí aun reinaba el silencio: érase mi mundo. Las aves, desprendidas de sus nidos saeteaban los poros del boscaje que se abría en la altura luminosa. Las trayectorias inconclusas y los colores indefinidos se unían harmónicamente. Faltaba el matiz de las flores, pero, en cambio, las hojas abandonadas las unas sobre la otras, movidas por un impulso lento, débil, acompasado, me llenaron de voluptuosidad. Todo un harem de mujeres orientales cruzó por mi imaginación. Sólo la realidad de un vetusto estanque logró expulsarlas de mí.

Noté primero un intervalo en la vegetación, luego, como algo que se ve apenas, una reja en forma de circunferencia hirióme la retina. Me acerqué a ella. Era antigua... muy antigua. Su color, allá, en su infancia, debió ser de un marrón obscuro; ahora era apenas perceptible. Llena de manchas, de herrumbre y musgo, la pobre reja antigua se arqueaba dolorosamente.


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68 págs. / 2 horas / 76 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Humano

José Pedro Bellán


Cuento


—Fué la mejor de mis defensas y sin embargo no pude salvarle, dijo el doctor Luppi escépticamente.

—Es que es un caso monstruo, agregó el otro abogado.

—Verá Vd. La mujer violada y muerta exasperaba los ánimos de tal manera que, a pesar de desarrollarse la escena en un ambiente culto, surgieron manifestaciones tan bárbaras que me hicieron dudar por muchos momentos en el curso de mi defensa. El reo permanecía en un estado soporífico, como sumido en una idiotez sin tregua. A fuerza de este estado su expresión había desaparecido:

Ni un repliegue, ni una mueca, ni un gesto: era una cara vacía, completamente despojada de vida. Durante todo el proceso contestaba alzando los hombros o afirmando con la cabeza. No negó nada, no quiso nada, no alegó nada.

Cuando supo lo inexorable de su condena se reanimó. Pidió que le dejaran escribir y no con. sintió en que le visitaran.

En la mañana de la ejecución lo encontré más animado. Al verme sonrió y me estrechó la mano efusiva mente.

—Sé que ha hecho Vd. todo lo que ha podido,—se limitó a decirme. Yo quise hablar de la energía humana; pero él muy hábilmente me cortó el tema. Conversamos sobre la belleza de la mañana y algo de historia. Su serenidad me preocupaba. Diríase que aquel individuo se hubiera desahogado, que hubiera vivido y dicho todo lo que un humano puede decir para alejarse de la vida, tan sin un preámbulo, sin un indicio afectivo. De pronto, me alargó la mano con una carta, diciéndome:

—Tome; es para Vd. Puede que alguna vez le sirva.—

Yo la metí en mi bolsillo, de una manera torpe, sin comprender. Luego nos despedimos y, algunos minutos después, algo entristecido, oí la detonación y vi como su cuerpo caía exánime, llevado a la muerte de un solo golpe.


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5 págs. / 9 minutos / 33 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Bestia

José Pedro Bellán


Cuento


Hacía cuatro días que la mujer de mi amigo reposaba entre la tierra húmeda y aún no había conseguido saber la verdadera circunstancia de su muerte en la que aparecía una mona, presa ahora en una fuerte jaula colocada hacia el fondo de su jardín.

Los diarios afirmaron que la señora había sido víctima de una fiera oculta por las apariencias de la domesticidad, cosa que a mi me parecía falsa ya que mi amigo, involuntariamente dióme a sospechar de su veracidad.

Al quinto día de mi permanencia en su casa quinta apenas si habíamos cambiado algunas frases frívolas. Estaba No se sentía triste ni melancólico. Al contrario. Parecía dominarlo un fuerte deseo de movimiento y andaba de aquí para allá sin objeto alguno. Al menor asunto, saltaba vivamente, impetuoso y salvaje.

Sin embargo, como a las cinco de la tarde de ese mismo día observé que se apaciguaba. Estaba en mi cuarto, preocupado en mí mismo, cuando entró sin hacer ruido. Su rostro ya no estaba tirante ni eran fijas sus miradas. Sentóse a mi lado, me pidió un cigarro y con la voz sorda y dolorida díjome confidencialmente.

—Ya me he fumado más de dos cajillas.

Quedamos callados, casi en una misma actitud, uno al lado del otro. Por tres o cuatro veces intenté hablar, quise decir algo, pero no me decidía. Mi imaginación trabajaba infatigablemente y la idea de que en el alma de mi amigo hubiera algo extraño, algo inmenso; la presunción de que en sus sentidos se agitara un secreto de esos que no deben decirse, que no pueden expresarse me ataban inconscientemente a un respeto grave y profundo.

Acabó de fumar y arrojó la colilla descuidadamente. Después, como siguiera ensimismándose, me ví obligado a decirle:

—Advierto que el dolor no te suelta y que tú te dejas dominar demasiado.


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4 págs. / 7 minutos / 53 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Cruz de Piedra

José Pedro Bellán


Cuento


Después de la vida diaria, pensada o acostumbrada toda ella a partir de un mismo punto como una constante carrera de sentimientos, queda algo oculto en nuestro corazón algo adormecido en nuestro ser que despierta en muy raros casos. Tales manifestaciones en la generalidad de los caracteres no son más que segundos de vida desconocida, sensaciones fugaces, efímeras que cruzan por los jardines de nuestras almas, como fáciles golondrinas o que iluminan las tempestuosas nubes de nuestras ras, con la vertiginosidad del rayo. En cambio, en los caracteres donde la imaginación vive soberana, estos momentos persisten, hasta ahogarse por completo en lo voluptuo.


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Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

No Se Sabe Cómo

José Pedro Bellán


Cuento


No se sabe cómo pero, lo cierto es que la gran reina Leonora, víctima de un feroz naufragio, era arrastrada por las olas, sobre un pequeño bote, hacia las costas de una isla montañosa, pero pequeña.

La gran señora, una vez en tierra, con el ánimo abatido y el cuerpo desfalleciente, miró con asombro la gran desolación que la rodeaba. El mar, aún iracundo, sucio y despiadado, en constante lucha, ya se amontonaba, ya se abría, barbullando como una muchedumbre acorralada. Sobre él, un cielo obscuro, completamente cerrado, se prolongaba hasta el horizonte, siempre en la misma tonalidad.

En vano intentaba la señora reina ver allá lejos, formas de buques en les contorsiones de las olas; en vano se esforzaba por empinarse; en vano poníase horizontalmente las manos sobre las arcadas de las cejas: todo era inútil. Allí no había más que agua y agua terrible, tumultuosa, convertida en una Hidra invencible.

Desalentada, se internó en la isla con mucho miedo y mucha precaución. Buscó un sitio y después de limpiarlo, se sentó sobre la hierba, sin atinar a sacarse sus vestidos que, debido al agua que absorbieran, estaban lisos, mansos, superficiales, sin blondas y sin fruc-fruc.

En este estado desesperante, casi de atontamiento, los recuerdos golpearon en su cerebro. Se vió nuevamente en el Océano, en el momento de la catástrofe. Recién entonces bebió un poco de amargura y se dijo muy inocentemente:

—¡Qué terrible es la vida!...

Una emoción intensa la conmovió. Recordaba cómo el gran ministro, en su afán de salvarse, la había arrojado al agua, donde hubiese perecido si la suerte no hubiera hecho pasar por su lado a un bote que, libre de cabos escapaba del circuito fatal. Recordó esto y muchas cosas más, tan parecidas entre sí, que le produjeron el mismo efecto.


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3 págs. / 5 minutos / 34 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Un Suicidio??...

José Pedro Bellán


Cuento


20 de Agosto.

Son las tres de la tarde. Bajo la amplia avenida del gran cementerio, por entre los panteones cubiertos de mármol. Una fuerte soledad, una colosal soledad, arriba, a izquierda, a derecha, abajo.

Abajo?... Sufro un ligero escozor que me recorre todo el cuerpo como una vibración. ¡ah! es mi enfermedad, el lado vulnerable de mi existencia. ¿No podré librarme jamás de esta preocupación incesante? Me sacudo cual si un cuerpo físico se posara sobre mí. Es necesario olvidar, es absolutamente necesario. ¿Por qué vine? Hago un esfuerzo y logro en algún modo encerrar la memoria. Fumaré. El cigarro me hace bien.


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14 págs. / 24 minutos / 47 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

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