Ensalada de Pollos
José Tomás de Cuéllar
Novela
Los muchachos del ilustrado siglo XIX —dije para mí— llegan a viejos sin haber sido nunca jóvenes.
Fígaro
Primera parte
I. En el que el curioso lector se inicia en algunos misterios de la incubación de la raza
Don Jacobo Baca es un padre de familia, de esos que hay muchos, sobre los que pesa una grave responsabilidad que no conocen, y que están haciendo un perjuicio trascendental de que no se dan cuenta.
Don Jacobo ha sido alternativamente impresor, varillero, ayudante del alcaide de la cárcel, por «cierto mal negocio»; después jicarero, encargado de pulquería, y últimamente ha sentado plaza de arbitrista, que es como se la va pasando.
Don Jacobo cree que sabe leer y escribir, pero buen chasco se lleva; pues en materias gramaticales confiesa él mismo, con admirable ingenuidad, que nunca se ha metido en camisa de once varas.
En otra de las cosas en que se lleva chasco don Jacobo, es en creer que sabe hacer algo, pues nosotros, que bien le conocemos, estamos seguros de que, a pesar de sus letras, no sabe hacer nada.
Su inutilidad lo condujo, aunque paulatinamente, a la situación lamentable en que el lector lo encuentra.
Aburrido don Jacobo de buscar destino, y más aburrido de no hallarlo, pensó en una cosa. Esta cosa la han pensado las nueve décimas partes de los hombres útiles que hay en el país: lanzarse a la revolución.
Esta idea, acariciada en medio de la ociosidad y de los vicios, es el calor con que la madre discordia empolla a sus hijuelos; esta idea ha sido el prólogo de muchas epopeyas, así como el primer paso en la senda del crimen; esta idea entra en el número de las resoluciones desesperadas, y se equipara con la de suicidarse.
Respetamos, aunque no aludiendo a don Jacobo, esta misma idea de lanzarse a la revolución, cuando es engendrada por el noble arranque del patriotismo.
Dominio público
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Publicado el 24 de diciembre de 2018 por Edu Robsy.