La Historia de Chucho el Ninfo
José Tomás de Cuéllar
Novela
Con datos auténticos
debidos a indiscreciones femeniles
(de las que el autor se huelga)
Parte primera
I. En el que se ve que el amor acaramelado de las mamás no es el más a propósito para criar héroes
Allá por los años de cuarenta a cuarenta y uno pasaba todas las mañanas por el costado del norte de la Alameda, una criada joven, limpia y relamida, conduciendo a un niño muy lindo.
La criada se miraba en el niño; lo cual no era un obstáculo para que el alamedero se viera en la criada; porque al pasar, criada y niño, por la puerta que ve a la Santa Veracruz, el alamedero se paraba allí invariablemente para saludar a la criada.
El niño se veía libre de la mano que lo conducía y se ponía a jugar, mientras el alamedero hablaba cosas más formales con la criada.
Al niño, al alamedero y a la criada se les hacía tarde. Solía transcurrir una hora, de esas que parecen un soplo, horas de niño, horas de amor, que se pierden sin saber cómo.
Al cabo de esa hora, el calor del día había aumentado, y con el calor los colores de la criada, que estaba entonces más bonita; el niño se había empolvado los zapatitos y el alamedero había tenido tiempo de hacer en el respaldo de la banca un agujerito donde le cabía el dedo.
Como todos los días se sentaban en el mismo lugar, el agujerito iba siendo más hondo.
Esta manía de perforación no es sólo peculiar del alamedero en cuestión; la incuria tiene una mímica taladrante, significativa y especial.
El indio, sobre todo, no trata de asuntos amorosos sin rascar la pared; la beldad cerril no oye si no rasca, y el elocuente lenguaje de las manos, el recomendado acto segundo, se reduce en ciertas gentes a hacer un agujerito.
La criada y el niño seguían el camino de la escuela y el alamedero se quedaba parado.
Dominio público
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Publicado el 23 de diciembre de 2018 por Edu Robsy.