La Feíta
José Zahonero
Cuento
I
Desde el día de su llegada á Madrid, Andrés Lasso iba todas las mañanas al hotel de María Nieves, la amiga de su madre.
Allí almorzaba algunos días y permanecía dos ó tres horas siempre, junto á las niñas, que bordaban en el jardín ó en el gabinetito ochavado junto á la galería de cristales.
Aurora, Cristina y Andrés habían pasado juntos su infancia en Granada; se conocían, ó creían conocerse, y seguramente se amaban.
Las niñas le esperaban con impaciencia, y se apenaban cuando por acaso el joven dejaba de ir algún día; Cristina entonces temía que le hubiese ocurrido alguna desgracia, y Aurora se enojaba, achacándole el defecto de la volubilidad ó el de la inconstancia.
Aurora tenía ese dominio exigente, esa soberbia de reina, que es como el producto fatal de toda hermosura femenil.
Cuando la manecilla del reloj apuntaba minutos más de las nueve y Andrés no había llegado, Aurora exclamaba:
—Pues señor, Andrés se da importancia durmiendo más de lo que puede tolerársele á un poeta.
Cristina, en cambio, era siempre la que á través de la verja del jardín y de los troncos de los árboles descubría al joven cuando este llegaba por el paseo.
—Ya le tienes ató, mujer, solía decir Cristina á su hermana con voz de cierto dejo de melancólica reconvención.
Ya le tienes ahí, exigente, codiciosa, afortunada insaciable; le reclamas enojada por su tardanza, cuando te pertenece por completo, como te pertenezco yo y te pertenecemos todos. Esto quería con tales palabras decir Cristina, si bien se hallaba al decirlas, tan lejos de la envidia como interesada á pesar suyo, en defender al joven.
Dominio público
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Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.