El Chino del Abanico
José Zahonero
Cuento
I
Á la Sra. Marquesa de Valdegamas.
No tiene media pulgada de altura; su carita redonda es menor que
un botón de camisa; va lindamente vestido; habita en un hermoso país, no
lejos de un kiosco de campanillas con picos y cuernos chinescos junto á
un bosquecillo de árboles frutales y en un espacio alfombrado por verde
esmeralda cortado por la franja plateada de un arroyuelo y bordado por
hierbezuelas aplastadas en forma de estrella; en lontananza se ven las
azules montañas sobre las cuales luce un rojizo esplendor que lo mismo
puede ser el brillante anuncio de la aurora como el último fulgurar del
sol poniente.
Thong-Thing es feliz, pero ha estado á punto de perder su dicha para siempre.
Ya había él leído antes de salir de Pekin que no hay nadie en el mundo contento con su suerte. Y en esto se pasaba pensando la mayor parte del tiempo.
Yo quería viajar (se dijo un día), recorrer todos los países, pero sin abandonar el mío, sin salir de mi casa, véase que locura; y sin embargo, nada le era difícil al sabio Kungo Kunquin, y me redujo al tamaño que hoy tengo, y de igual manera redujo mi casa, mi huerto, mi país á una medida proporcional á la mía, hizo lo propio con Mininga, con mis hijos, con mis criados y mis amigos, y puso todo y nos puso á todos en un abanico, y por arte de su magia hemos recorrido medio mundo sin salir de país chino. Pero francamente me aburro, quiero ver las cosas más de cerca y he de aventurarme á correr riesgos y sorpresas. Mininga está, como se ha visto, muy entrenida asomada al mirador, y no bien se duerma la niña, nuestra dueña que de continuo nos zarandea de uno á otro lado ó nos priva de la luz cerrando bruscamente el abanico, me escaparé. ¡Vaya si me escaparé!
Dominio público
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Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.