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autor: José Zahonero editor: Edu Robsy textos disponibles


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Los Reyes Magos

José Zahonero


Cuento


I

Eran los días de Eduardo; rebosaba la cazoleta de ébano del torneado tarjetero de cartitas y billetes de cortesía; durante el día había estado en continuo estremecimiento la campanilla de la puerta; los amigos íntimos habían ido á visitarle; todo eran sonrisas, palabras afables, apretones de manos, plácemes y satisfacciones.

Había recibido un hermoso plato de confitura, un soberbio castillo almenado, con foso relleno de huevos hilados y riscos de mazapán y peritas en dulce. Margarita y Toñito sintieron vivos deseos de arremeter con sus dientecillos de ratón, de alacena aquel monumento feudal, ostentoso y formidable.

Hay épocas de una felicidad sin término. Para aquellos dos golosillos, de bocas como capullos de rosa, el día era de grandes dichas; oían el continuo platear del comedor y el batir de la cocinera, muy afanosa, y á la noche siguiente habrían de venir los Reyes…

Los buenos Reyes, que repletos de juguetes y cajitas de dulces, volando por las densas nubes, no bien atisbaban un balcón ó el agujero de una chimenea de las casas en que había niños, cuando muy bonitamente dejaban caer en aquel ó por esta sus preciosos regalillos.

¡Reyes magnánimos, que así se portaban con los niños, solo porque rabiara Herodes en los infiernos!

En esto llegó á la casa D. Pascual, dejando chasqueados á los niños que, al oir llamar, pensaban que el que llamaba era tío Luís, un hermano de Eduardo, que debía mantener muy estrechas relaciones con SS. MM. los Reyes Magos, pues él anunciaba á los niños cuándo los generosos monarcas habían de pasar, y hasta les daba seguridades acerca de su esplendidez y buen gusto.

—¡Es D. Pascual! —exclamó Margarita con acento dulce, en el que apenas se dejaba percibir su notita de descontento.

—¡Bah, es D. Pascual! —dijo con rudo despecho el franco Toñito.


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10 págs. / 17 minutos / 61 visitas.

Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Cuentos Pequeñitos

José Zahonero


Cuentos, colección


A D. Ramón de Campoamor

Como es antigua costumbre de los que escriben libros acogerse á la protección de magnánimos príncipes que han gozo en dispensarla para bien de las artes y provecho de la república; pido á vuecelencia acoja este mi libro de los Cuentos Pequeñitos: no rica, sino humildemente vestido, pero sin manchas que puedan deshonrar sus páginas, va á rendirse á vuecelencia que es príncipes de la poesía castellana, y aun pienso que por derecho divino, pues dotó Dios á vuecelencia de portentosa inspiración, con más que lo es por el universal sufragio de las aclamaciones y de los aplausos.

No rindo yo vasallaje á otros príncipes, que soy antiguo y probado republicano. Es vuecelencia mi maestro, pues ensenó la manera de expresar en pequeñas composiciones ideas y sentimientos nobles y elevados, y aunque yo no haya sabido hacerlo, el intento revela buenos deseos, y si con estos no puedo disimular mis ciertos méritos, aguijan mi animo de tal modo que reducen á la nada mis muchas desventuras.— De Madrid á 4 de Marzo de 1887.


Criado de vuestra excelencia,


José Zahonero.

Dos palabras al lector

No existe ya el amigo que mayor deseo mostró de ver publicados estos cuentos, y solo por cumplir con un sagrado deber publicamos el prólogo que para ellos había escrito, toda vez que en los inmerecidos elogios que en él se prodigan al autor, resalta sobre manera la bondad de corazón del Sr. D. Antonio del Val.


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209 págs. / 6 horas, 5 minutos / 112 visitas.

Publicado el 16 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Pocita de la Rosa

José Zahonero


Cuento


I

Tan limpio como podéis dejar un espejo echándole vuestro aliento y pasando luego por el empañado cristal un lienzo, quedó una mañana el cielo al soplo de la brisa. El sol alumbraba con luz intensa, y á ella debían los erguidos árboles su tono de vivo colorido, y por ella lucía su hermosura una rosa, Rosa fuego, colocada en lo más alto de un espléndido rosal.

Que no me vengan á mí con razones que nieguen cosas, que aunque no las sé me las sospecho desde hace mucho tiempo. ¡Cómo que había de estarse aquella rosa sin su coquetería correspondiente siendo bella á no pedir más! Y mucho que presumía dejándose mecer suavemente por la brisa como una linda criolla en su hamaca, en tanto le hacían el rorro dos importunos moscardones y andábale á las vueltas, para plantarle un beso al descuido, una blanca y aturdida mariposa.

¿Quién sabe lo que la flor soñaría?

Tal vez le pareciera poco elevado el puesto en que se hallaba, que es propio y natural en los afortunados no estar jamás satisfechos con la suerte y aún es más insaciable el deseo de ostentación en los vanidosos.

Pues ni más ni menos; lo que os digo. Rosa fuego soñaba para sí en mayor fortuna. «¡No puede menos, se decía; he de estar yo destinada á grandes cosas; segura estoy en que he de coronar la cabeza de alguna dama menos bella que yo, pero á quien yo haré más bella que todas las otras damas; tal vez me arrebate un príncipe para hacer conmigo un delicado obsequio á alguna reina; tal vez me cante algún poeta; pero no he de estar mucho tiempo prendida á este rosal insociable que hiere con sus espinas á cuantos se acercan á admirar mis colores y aspirar mi fragancia; no he de vivir yo como mis hermanas enorgullecidas con lo que son! Ya me canso de ver siempre lo mismo. ¡Oh, qué desgraciada soy aquí presa; qué feliz he de ser en un solo día, pasando de mano en mano haciendo abrirse todos los ojos de admiración!»


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3 págs. / 6 minutos / 33 visitas.

Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Los Juegos del Gato Pik

José Zahonero


Cuento


I

Pues, señor, este era un gato llamado Pik; tenía una cabecita graciosa, y como Marramaquiz de la gatomaquia, tenía en los ojos dos niñas de color de esmeraldas diamantadas, y cual todos los gatos, según el sabio Bufón, las uñitas guardadas en un estuche de terciopelo; y, en fin, debo añadir para terminar el retrato, que era blanquinegro como una ficha de dominó, tenía el rabo unas veces erguido, y enroscado otras, las orejas movibles y un hociquito de color de rosa. Aún no llegaba á los seis meses, pero ya tenía unos bigotes que darían envidia á un jovenzuelo y hubieran podido competir con los de un tambor mayor; felizmente ya no hay tambores, de lo que deben dar gracias al cielo nuestros oídos.

Pero no salgamos de nuestro cuento, que él ha de ser pequeñito, y no hay cosa que más enoje que las digresiones impertinentes, pues en ocasiones el ruido es más que las nueces, ó se hace mucho ruido para nada. ¿Ustedes creen que por lo largo de sus bigotes era Pik formalote y grave? Ni mucho menos. Era el mismísimo diablo en trazas de gato.

Os aseguro que no encontraréis gato más revoltoso.

Jugaba con todo: con los flecos que caen de los sillones, las puntillas de las colchas y almohadas, los papeles, los cordones de las campanillas; todo esto le servía para divertirse á su placer; y si lograba hallar á su alcance la cajita ó neceser de una señora, en un dos por tres hacía rodar los carretes de hilos, los alfileteros, los dedales, y á veces cogía entre sus dientes una almohadilla y escapaba con su presa á trote ligero, como un raterillo de la calle con lo primero que arrebata á los descuidados.


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3 págs. / 6 minutos / 44 visitas.

Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Marinita Peregrina

José Zahonero


Cuento


I

Fue rubia y blanca; pero el oro de sus cabellos se volvió de un tinte trigueño, y la blancura de su rostro se cambió en pálido con manchas amoratadas. Iba de aquí para allá pidiendo limosna; pero un día se atrevió á salir de un país donde no hallaba socorros. Figuraos una hojita que, desprendida del árbol, es arrastrada con el polvo por el viento y marcha á merced de los caprichos de su soplo, violento unas veces, leve otras; así marchaba Marinita por un camino abierto en el valle, como si el viento la impulsara, caminando de prisa, parándose bruscamente y volviendo á emprender su paso.

Aunque ya se hacía sentir el frío del invierno, aún había algunos hormigueros abiertos, y cerca de una piedra descubrió uno, chiquito como un dedal, y paróse á contemplarle, cuando de pronto empezaron á caer del cielo gruesas gotas de agua, que mojaron el roto y ligero vestido de la niña y humedecieron sus carnes.

Entonces la niña, acobardada, miró alrededor por ver si descubría donde guarecerse, y no halló una casa, ni una choza, ni una roca, ni un árbol, y bajó sus ojos para mirar al hormiguerito, y pensó:

—¿Por qué harán las casas sobre la tierra y no como las hormigas, en la tierra? Sería más fácil esto. Bastaría un agujerito en el suelo.

Pensando así, y disponiéndose á continuar su camino, dirigió una mirada de despedida al hormiguero, y no le halló, se había cerrado.

—¡Quién fuera tan pequeñita, tan pequeñita como una hormiga! —dijo compungida Marinita Peregrina.

II

La lluvia había cesado, pero el viento no; y la niña que tenía sus vestidos y su cuerpo empapados, tiritaba de frío.


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3 págs. / 6 minutos / 35 visitas.

Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Contramaestre

José Zahonero


Cuento


Á vuela pluma.

I

Tenía un humor de mil diablos «debe estar podrido todo el cordelaje de mi cuerpo» decía. Cuando su rostro se hallaba sereno se veían en él rayas, quebraduras y patas de gallo, estaba estrellado, con aquella red que formaba de gestos huraños, el emperrado carácter del viejo marino.

Tosía «como una carraca vieja», su habla era oscura y torpe, fumaba mucho, juraba más, de aquella boca de negros dientes no salían sino humo y palabrotas.

Y sin embargo era un ángel.

El reuma le mortificaba y estaba siempre triste «por dentro» según acostumbraba á decir.

Cuando ya nadie le quería ajustar, ni ya podía servir á bordo sino para cuidar las gallinas ó hacer de perro ratonero; cuando no le restaba otro consuelo que el de contemplar desde la costa la mar y los barcos que entraban y salían del puerto, ó el de darse el placer de contar á los boquiabiertos pilludos de playa que le escuchaban, su vida de marinero, una señora de la ciudad le proporcionó la plaza de maestro de maniobras en un Barco Asilo, escuela flotante de marineros.

La chiquillería le alegraba, en el discordante tumulto de vocecillas infantiles, en la inquieta movilidad de los niños hallaba él los ruidos, las gracias, las incesantes ondulaciones, el espectáculo mismo que siempre había tenido ante sí, algo muy semejante á la mar, y que como esta sujetaba el ánimo en un encanto, y en un asombro constante.

Á veces se aburría también, «los muñecos» eran buenos para nietos, pero demasiado poco para marineros; además, no hay cosa más terrible para un hombre de mar que estar á bordo de un buque siempre anclado; esto produce efectos de pesadilla; hallarse un marino preso en tierra es mejor que verse condenado á permanecer en un barco paralítico.

Y el Barco Asilo no podía moverse.


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5 págs. / 9 minutos / 35 visitas.

Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Don Dieguín

José Zahonero


Cuento


I

—Descanse V.: aquí subimos pocas veces; cuando más, si necesitamos tomar algún objeto. Bajaré la luz del gas, y podrá V. dormir si gusta.

Mucho agradecí la invitación, y con buen deseo la acepté.

¿Qué ha de suceder? esto de trabajar todo el día, ganar poco y gastar más acaba con las fuerzas de un Hércules. Un dolor de cabeza me obligó á despachar de prisa y corriendo el negocio comercial que me había llevado á la tienda de los Tiroleses, pero uno de los dependientes de la casa, persona muy amable, compadecido de mi estado, me proporcionó el medio de lograr un ligero reposo á la fatiga.

No quedé mal del todo luego que pasaron algunos minutos, durante los cuales, con la cabeza entre las manos, los codos en los brazos del sillón, los piés sobre un calentador y los ojos cerrados, olvidé mis preocupaciones y permanecí como aletargado, medio despierto y medio dormido. ¡El descanso es una medicina eficaz!

De modo que al poco tiempo, sin acordarme del tanto por ciento por comisión, ni de los pedidos, ni del debe y haber, ni del precio de fábrica, ni del recargo de aduana… me acordé de vosotros, mis niños queridos, sentí la cabeza despejada, y creedlo, me sonreí, y aun creo que hablé solo… mas luego volvió á amenazarme el tedio. ¡Ah! pero en buen lugar me hallaba para que durara mucho mi tristeza. No necesitaré deciros que «Los Tiroleses» es una tienda de juguetes que lleva este nombre.


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Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Pintorín y Gorgorito

José Zahonero


Cuento


Á Marietita.

I

Un libróte majestuoso que pierde el equilibrio es cosa trágica.— Víctor Hugo.


¿Qué cantas? ¿Qué parloteas ahí en tu lengua? ¿Por qué mueves á un lado y otro tu cabecita como los pájaros prisioneros cuando á través de las rejas miran al cielo y adoran al sol? ¡Irreverente! En vez de contestarme, cubres con un sombrero el venerable busto de Cervantes. ¡El efecto! ¡Buscabas el efecto, y, verdaderamente, cualquiera diría que en esa cabeza de yeso va á aparecer una sonrisa!

¿Podré detenerte, diablillo? ¡Adiós! ya te apoderas de la cajita de obleas y las esparces por el suelo.

¿Buscabas otro efecto? Lindo es, en verdad, para ti; ese cuadro de alfombra está lleno de florecillas rojas, blancas y azules.

Imposible; no hay modo de llamarte al orden. ¡Cataplum! al suelo Platón, Rousseau, Santa Teresa, Cabanis, Voltaire, de Maistre, Darwin y Augusto Nicolás. ¡Querube hermoso, que das al traste con la torre de Babel de los sistemas humanos, hé ahí los grandes libros por el suelo, y tú te ries! Otro efecto.

Marietita, eres una artista.

Me miras con tus brillantes ojos.

¿Ista has dicho? Sí, una artista.

Esto no lo comprendes hoy, revolucionaria irreducible; pero voy á escribírtelo; hay correo para las distancias, y le hay para el tiempo; fechado esto hoy, que tiene V. cuatro años, lo recibirá V. cuando llegue á los diez.


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Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Las Estatuas Vivas

José Zahonero


Cuento


I

Cuadra tan bien que á ciertos días se les llame tristes, que triste llamaremos aquel en que comienza el primer suceso de nuestro relato. Amontonáronse por el Oriente nubes parduzcas que velaron, al extenderse, entoldando el espacio, la luz del sol, y tan débil hubo de ser el calor, que rara vez descendió por las grietas de nubes en pálidos rayos, que no pudo servir sino para hacer más viva la ingrata sensación producida por el cierzo frío.

Parecían grises las blancas tapias de las casitas diseminadas acá y acullá, entre Madrid y el pueblecillo de la Guindalera; oscuros todos los campos, lo mismo aquellos en que verdeaban ya las puntitas del trigo, primicias de la siembra, como los otros en que aún amarilleaban las últimas huellas ó rastrojos de la pasada recolección; así las tierras aradas recientemente, como las alzadas para dejarlas de barbecho; el terreno rojizo arcilloso, que aquellos en los que pudiera encontrar el ganado el pasto otoñal; manchas negras eran las alamedas y bosquecillos, y borrosos los montes lejanos, como la gran masa de edificios en que se mostraba á los ojos el extenso Madrid. Todo se daba en un monótono claro-oscuro, y á todo faltaba la magia del color.

De una de las casas más apartadas del citado pueblecillo salía, dirigiéndose á este, un chicuelo sucio, pobremente vestido, peor calzado, royendo con los dientes un mendrugo, que, por lo duro, era difícil roer. Pendiente de un cordón cruzado á pecho y espalda, llevaba una bolsa en forma de cartera. La tal bolsa-taleguillo había sido hecha de dos pedazos de alfombra vieja; en ella guardaba algunos librejos medio deshechos, que tenía rajados y destrozados los cartones de la pasta, arrolladas y sucias las puntas de las hojas, y la mayor parte desprendidas del cosido y rotas. El chicuelo iba á la escuela.


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Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Las Mariposas

José Zahonero


Cuento


I

Julio era un precioso muchacho lleno de gracia y de talento.

Ambas cualidades se reciben como dones de inestimable precio por la naturaleza; pero se pierden al abandonar la virtud, esa hermosura del corazón, y el estudio, ese medio poderoso de robustecer la inteligencia.

Correr sin objeto más del tiempo debido, dedicar las horas de trabajo á la contemplación de los juguetes, olvidar las graves ideas recibidas en el aula por atender á los soldaditos de plomo ó á la pelota, son acciones que al cabo de algún tiempo conducen á un funesto resultado.

Todos estos pasatiempos hicieron de Julio un niño torpe é indiscreto. No hace mucho tiempo que vimos lo que le aconteció á este pobre niño, y pensamos que los niños que dedican algunos momentos al provechoso placer de la lectura, podrían referir el hecho á algún amiguito descuidado que se hallara en igual caso que nuestro Julio.

En la vida la amistad es el sentimiento que más nos acerca á nuestros semejantes, y por ella nos auxiliamos y protegemos mutuamente.

Nosotros, pensando prestar un servicio, intentamos referir este cuento á nuestros amiguitos.

II

¡Cuán desdichado es el hombre que se levanta todos los días sin tener que pensar en el trabajo!

El ingeniero abandona el lecho para calcular y dibujar sus planos; construye puentes, perfora montes, une los continentes apartados, inventa máquinas y aparatos de gran utilidad; el pintor prepara su caballete y su lienzo, vierte el color, copia preciosos paisajes y traza los grandes episodios históricos, alcanzando por este medio las primeras medallas en las exposiciones; el escritor estudia y dispone de la manera más bella sus escritos para instruir y moralizar y todos desenvuelven su provechosa y saludable actividad, mereciendo nombre y gloria, y contribuyendo al progreso de su patria.


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4 págs. / 7 minutos / 33 visitas.

Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

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