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autor: José Zahonero editor: Edu Robsy textos disponibles


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Naita

José Zahonero


Cuento


I

En la playa llamada del Orzán, en la Coruña, hacía sus correrías el pilluelo Naita. No era coruñés, no era gallego, y casi se hubiera podido decir que no era español: era vascongado. Entre los diablillos audaces y desarrapados que pululaban por el puerto y vagaban por las playas, tenía como segundo apodo el pez, logrado por su valentía en nadar; pero generalmente le llamaban Naita.

Naita era un diminutivo, corrupción de la palabra nada. El verdadero nombre era desconocido. Le llamaban Naita, porque no se dedicaba á ninguna de las aficiones ó pequeñas industrias de los niños del mar: ni acolchaba, ni calafateaba, ni remaba, ni servía en la incesante carga y descarga del puerto, ni era capaz de echarse un maletín ó una sombrerera al brazo ó al hombro, ¿qué menos? ni hablaba, ó si hablaba, ninguno le entendía.

Vivía aislado, y si por acaso alguna vez se reunía á los chicuelos de diez ó doce años, es decir, á los de su edad, permanecía callado ó lanzaba gritos ásperos y palabras que nadie comprendía.

En una ocasión vió una gaviota lanzarse sobre el agua, y exclamó:

—¡Urollua! (Vascuence; ave acuática.)

Sus compañeros se echaron á reir.

—Chilla como la gaviota —dijeron.

Siempre se hallaba sólo y siempre triste.

El mutismo á que condena vivir entre gentes que no hablan nuestro idioma, el forzoso aislamiento que tal desgracia trae consigo y el dolor, que causa hallarse lejos del país en que se ha nacido, mantenían á Naita en constante gravedad, impropia de sus años tal vez, pero muy en armonía con el fondo de su alma, donde gravitaba un pesar hondo y oscuro; un dolor inmenso: la orfandad.

No se sabe cómo ni porque aquel niño se hallaba en la Coruña.

Había llegado con una pobre mujer, tía suya en realidad; pero para los que conocían á Naita era un misterio el parentesco.


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Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Camita Nueva

José Zahonero


Cuento


Á la distinguida Srta. D.ª Consuelo Rojo Arias.

I

Seis duros y medio nos costó, bien lo recuerdo, y la pobre María se acuerda cual si hoy mismo la hubiéramos pagado; como que hubimos de abonar seis reales todas las semanas durante más de cinco meses… gota á gota.

—Pedro, por Dios, no te olvides de los seis reales de la cama, me decía mi mujer todos los sábados al llevarme la comida á la obra. María pensaba en la hora de cobrar los jornales y me echaba aquel lazo para que no pudiese entrar en la taberna; porque la camita era para nuestra chiquitína.

El día que fuimos á comprarla al almacén, era domingo, llovía á hilos finísimos; por nuestro barrio que es de los más apartados y estaba entonces cuasi desnudo de casas se tendió una neblina espesa que impedía ver á más allá de dos pasos. María iba del brazete conmigo ni más ni menos que una duquesa con su duque; la pobre estaba para salir del grave aprieto, y darme un hijo más que ya pesaba en su vientre y pesaría siempre sobre nuestros corazones; habíamos dejado á Luisilla en casa del Sr. Claudio el carpintero y su mujer, gente de ley y buenos vecinos, no era cosa de que su madre la llevase á cuestas, tenía ya cuatro años y pesaba más que un ternero, era rolliza y sanota como yo.

De la cuna pasaría á la camita nueva dejando aquella al huésped que Dios nos mandaba.

En el almacén hallamos con su pluma á la oreja á un dependiente, miren si lo tengo todo bien en la memoria, muy parlero y solícito, nos daba voces y nos hablaba como si María y yo hubiéramos sido dos patanes recien llegados á Madrid, sin miaja de conocimiento, ni gusto para comprender lo que valían las cosas, dimos de fiador al maestro… y cainita nuestra, es decir de Luisilla.

—Oye Luisilla, le dije á la chiquitína, ¿á que no sabes lo que madre te va hacer hoy?


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Dominio público
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Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

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