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autor: José Zahonero editor: Edu Robsy etiqueta: Cuento


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Las Estatuas Vivas

José Zahonero


Cuento


I

Cuadra tan bien que á ciertos días se les llame tristes, que triste llamaremos aquel en que comienza el primer suceso de nuestro relato. Amontonáronse por el Oriente nubes parduzcas que velaron, al extenderse, entoldando el espacio, la luz del sol, y tan débil hubo de ser el calor, que rara vez descendió por las grietas de nubes en pálidos rayos, que no pudo servir sino para hacer más viva la ingrata sensación producida por el cierzo frío.

Parecían grises las blancas tapias de las casitas diseminadas acá y acullá, entre Madrid y el pueblecillo de la Guindalera; oscuros todos los campos, lo mismo aquellos en que verdeaban ya las puntitas del trigo, primicias de la siembra, como los otros en que aún amarilleaban las últimas huellas ó rastrojos de la pasada recolección; así las tierras aradas recientemente, como las alzadas para dejarlas de barbecho; el terreno rojizo arcilloso, que aquellos en los que pudiera encontrar el ganado el pasto otoñal; manchas negras eran las alamedas y bosquecillos, y borrosos los montes lejanos, como la gran masa de edificios en que se mostraba á los ojos el extenso Madrid. Todo se daba en un monótono claro-oscuro, y á todo faltaba la magia del color.

De una de las casas más apartadas del citado pueblecillo salía, dirigiéndose á este, un chicuelo sucio, pobremente vestido, peor calzado, royendo con los dientes un mendrugo, que, por lo duro, era difícil roer. Pendiente de un cordón cruzado á pecho y espalda, llevaba una bolsa en forma de cartera. La tal bolsa-taleguillo había sido hecha de dos pedazos de alfombra vieja; en ella guardaba algunos librejos medio deshechos, que tenía rajados y destrozados los cartones de la pasta, arrolladas y sucias las puntas de las hojas, y la mayor parte desprendidas del cosido y rotas. El chicuelo iba á la escuela.


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10 págs. / 18 minutos / 37 visitas.

Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Cosas del Amor

José Zahonero


Cuento


Á Mariano Urrutia.

I

La señora de Vierzo no conocía al inquilino del segundo interior. El portero le había mostrado la habitación, el portero le entregó el contrato para que lo firmase, el portero cobraba las mensualidades del arriendo y con el portero se entendía en todo y por todo.

La señora de Vierzo no quería ni aun dejarse ver de los inquilinos de los cuartos interiores, y con los del exterior guardaba ceremonias y reservas; esta conducta entraba en los propósitos que, como dueña de la casa y como mujer ordenada y prudente, se había formado.

La amistad ó el trato con los inquilinos podía dar lugar á los abusos de estos.

Al inquilino del segundo interior, le sentía bajar todas las mañanas á la misma hora, oía golpe tras golpe sus pasos á través del tabique del oratorio, que daba á la escalera interior; esta exactitud, semejante á la que Magdalena guardaba poniéndose á rezar siempre á las cinco de la mañana en punto, hizo que preguntase al portero quién era el vecino que madrugaba tanto.

—Es el inquilino del segundo interior —replicaba el portero.

La ventana del oratorio tenía preciosas pinturas en los cristales, daba á un patio y caía enfrente y un poco más abajo de las ventanas del cuarto segundo interior; desde este se veía el órgano expresivo, la hermosa lámpara de plata, el reclinatorio de la señora y la mesa del altar, cubierta por una sabanilla blanca y bordada, y adornada de floreros de porcelana y candelabros de plata.

Desde el oratorio solo se veían los visillos de las ventanas del referido cuarto interior, recogidos á uno y otro lado por cintitas azules; eran dos: la del comedor y la de una alcoba estucada.


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6 págs. / 10 minutos / 62 visitas.

Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Las Mariposas

José Zahonero


Cuento


I

Julio era un precioso muchacho lleno de gracia y de talento.

Ambas cualidades se reciben como dones de inestimable precio por la naturaleza; pero se pierden al abandonar la virtud, esa hermosura del corazón, y el estudio, ese medio poderoso de robustecer la inteligencia.

Correr sin objeto más del tiempo debido, dedicar las horas de trabajo á la contemplación de los juguetes, olvidar las graves ideas recibidas en el aula por atender á los soldaditos de plomo ó á la pelota, son acciones que al cabo de algún tiempo conducen á un funesto resultado.

Todos estos pasatiempos hicieron de Julio un niño torpe é indiscreto. No hace mucho tiempo que vimos lo que le aconteció á este pobre niño, y pensamos que los niños que dedican algunos momentos al provechoso placer de la lectura, podrían referir el hecho á algún amiguito descuidado que se hallara en igual caso que nuestro Julio.

En la vida la amistad es el sentimiento que más nos acerca á nuestros semejantes, y por ella nos auxiliamos y protegemos mutuamente.

Nosotros, pensando prestar un servicio, intentamos referir este cuento á nuestros amiguitos.

II

¡Cuán desdichado es el hombre que se levanta todos los días sin tener que pensar en el trabajo!

El ingeniero abandona el lecho para calcular y dibujar sus planos; construye puentes, perfora montes, une los continentes apartados, inventa máquinas y aparatos de gran utilidad; el pintor prepara su caballete y su lienzo, vierte el color, copia preciosos paisajes y traza los grandes episodios históricos, alcanzando por este medio las primeras medallas en las exposiciones; el escritor estudia y dispone de la manera más bella sus escritos para instruir y moralizar y todos desenvuelven su provechosa y saludable actividad, mereciendo nombre y gloria, y contribuyendo al progreso de su patria.


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4 págs. / 7 minutos / 34 visitas.

Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Los Juegos del Gato Pik

José Zahonero


Cuento


I

Pues, señor, este era un gato llamado Pik; tenía una cabecita graciosa, y como Marramaquiz de la gatomaquia, tenía en los ojos dos niñas de color de esmeraldas diamantadas, y cual todos los gatos, según el sabio Bufón, las uñitas guardadas en un estuche de terciopelo; y, en fin, debo añadir para terminar el retrato, que era blanquinegro como una ficha de dominó, tenía el rabo unas veces erguido, y enroscado otras, las orejas movibles y un hociquito de color de rosa. Aún no llegaba á los seis meses, pero ya tenía unos bigotes que darían envidia á un jovenzuelo y hubieran podido competir con los de un tambor mayor; felizmente ya no hay tambores, de lo que deben dar gracias al cielo nuestros oídos.

Pero no salgamos de nuestro cuento, que él ha de ser pequeñito, y no hay cosa que más enoje que las digresiones impertinentes, pues en ocasiones el ruido es más que las nueces, ó se hace mucho ruido para nada. ¿Ustedes creen que por lo largo de sus bigotes era Pik formalote y grave? Ni mucho menos. Era el mismísimo diablo en trazas de gato.

Os aseguro que no encontraréis gato más revoltoso.

Jugaba con todo: con los flecos que caen de los sillones, las puntillas de las colchas y almohadas, los papeles, los cordones de las campanillas; todo esto le servía para divertirse á su placer; y si lograba hallar á su alcance la cajita ó neceser de una señora, en un dos por tres hacía rodar los carretes de hilos, los alfileteros, los dedales, y á veces cogía entre sus dientes una almohadilla y escapaba con su presa á trote ligero, como un raterillo de la calle con lo primero que arrebata á los descuidados.


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3 págs. / 6 minutos / 45 visitas.

Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Marinita Peregrina

José Zahonero


Cuento


I

Fue rubia y blanca; pero el oro de sus cabellos se volvió de un tinte trigueño, y la blancura de su rostro se cambió en pálido con manchas amoratadas. Iba de aquí para allá pidiendo limosna; pero un día se atrevió á salir de un país donde no hallaba socorros. Figuraos una hojita que, desprendida del árbol, es arrastrada con el polvo por el viento y marcha á merced de los caprichos de su soplo, violento unas veces, leve otras; así marchaba Marinita por un camino abierto en el valle, como si el viento la impulsara, caminando de prisa, parándose bruscamente y volviendo á emprender su paso.

Aunque ya se hacía sentir el frío del invierno, aún había algunos hormigueros abiertos, y cerca de una piedra descubrió uno, chiquito como un dedal, y paróse á contemplarle, cuando de pronto empezaron á caer del cielo gruesas gotas de agua, que mojaron el roto y ligero vestido de la niña y humedecieron sus carnes.

Entonces la niña, acobardada, miró alrededor por ver si descubría donde guarecerse, y no halló una casa, ni una choza, ni una roca, ni un árbol, y bajó sus ojos para mirar al hormiguerito, y pensó:

—¿Por qué harán las casas sobre la tierra y no como las hormigas, en la tierra? Sería más fácil esto. Bastaría un agujerito en el suelo.

Pensando así, y disponiéndose á continuar su camino, dirigió una mirada de despedida al hormiguero, y no le halló, se había cerrado.

—¡Quién fuera tan pequeñita, tan pequeñita como una hormiga! —dijo compungida Marinita Peregrina.

II

La lluvia había cesado, pero el viento no; y la niña que tenía sus vestidos y su cuerpo empapados, tiritaba de frío.


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Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Saragüete de los Ratones

José Zahonero


Cuento


I

¡Vaya una despensa que habitaba no hace mucho, una familia de ratones!

De Jauja puede uno reirse pensando en tan provisto lugar; allí había perniles, chorizos y uvas pendientes del techo; grandes cajas de jalea, un número prodigioso de quesos manchegos, y galletas, y pastas que no había más que pedir.

Formadas en hilera, lustrosas y relucientes, veíase un batallón de botellas, con morriones plateados las del Champagne, etiquetas doradas y elegantes por bandas y petos, con monteras de oro las que contenían vinos generosos, y bonetes encarnados las del vino de mesa; y tan soberbia legión parecía por su esbelta presencia dispuesta á llevar á cabo los más gloriosos finales de un banquete.

Con decir que en aquella despensa no faltaba ni mazapán, ni turrón, que había sacas de azúcar, y que de vez en cuando se guardaba en ella algún que otro pastelón, hemos dicho lo bastante para comprender la sabiduría que el viejo patriarca de una familia de ratones tuvo al elegir por morada lugar de tal abundancia y riqueza.

Sí, señor; allí se habían bonitamente colocado, abriendo un agujero por detrás de una panzuda olla de manteca, toda una familia de ratones, padre, madre, hijos y parientes políticos.

El lugar era á propósito; pintábase en el suelo de la semi-oscura despensa un disco de luz que parecía una luna llena; pero sí que los ratones eran tontos; desde luego comprendieron que aquel redondel luminoso no era, ni mucho menos, la luna, sino la luz que penetraba por una gatera; ergo había gato en la casa; de aquí la necesidad de andarse con precaución.

¡Qué fortuna haber hallado lugar tan espléndido! No carecía de peligros; pero, ¿qué riqueza se encuentra sin graves riesgos? ¿qué tesoro sin miedo y sobresaltos?

El viejo ratón lo inspeccionó todo antes de permitir que saliera á recorrer sus posesiones su codiciosa familia.


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Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Cartouche

José Zahonero


Cuento


Á D. Manuel Pardo Regidor.

I

Tomasillo y Antoñico andaban por sendas, caminos y veredas, unas veces pisando la nieve ó sobre el hielo, y otras recibiendo los ardientes rayos del sol de Julio, mendigando en invierno y espigando por los rastrojos en verano, y siempre picoteando los desperdicios de las aldeas ó de las eras, sin otro amigo ni otra ayuda que la compañía de un perrillo feo y flaco, de nombre Chusco.

Noche tras noche, y día tras día, pasaban los huerfanillos y el perro rebuscando leña que robar en el monte, mendrugos que recoger en las aldeas y uvas y espigas que cosechar en el campo.

Se les veían las carnes por los jirones de sus camisillas raídas y de sus calzones rotos, y sus piececillos se arrecían de frío sobre el hielo ó se abrasaban en la arena de la llanura, y las guijas y pedruscos les herían sus plantas como las zarzas punzaban sus carnes.

Pero casi nunca estaban tristes, porque Chusco, su compañero, era un perro que acreditaba tal nombre y correteando unas veces, ladrando sin causa ni motivo otras, y haciendo mil diabluras, les recordaba el jugueteo y les provocaba al retozo.

Llevóles su buena estrella, que hasta entonces sin duda no comenzó á lucir, á la puerta de un soberbio palacio de la ciudad, construido todo él de piedra, que en puertas y ventanas, aparecía, por los dibujos elegantes y sutiles calados, no de piedra, sino de finísimo papel recortado con tijeritas de bordar.

Dispúsose un criado á llenarles el zurrón de mendrugos y á darles dos grandes cazuelas de sobras de comida, cuyo olor había de tener gran fuerza en la nariz de Chusco, pues no bien le llegó al hociquillo, debióle recorrer por todo el cuerpo, puesto que le salía la satisfacción por el rabo; tanto lo agitaba con vivo movimiento de un lado á otro y de arriba abajo.


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Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Don Dieguín

José Zahonero


Cuento


I

—Descanse V.: aquí subimos pocas veces; cuando más, si necesitamos tomar algún objeto. Bajaré la luz del gas, y podrá V. dormir si gusta.

Mucho agradecí la invitación, y con buen deseo la acepté.

¿Qué ha de suceder? esto de trabajar todo el día, ganar poco y gastar más acaba con las fuerzas de un Hércules. Un dolor de cabeza me obligó á despachar de prisa y corriendo el negocio comercial que me había llevado á la tienda de los Tiroleses, pero uno de los dependientes de la casa, persona muy amable, compadecido de mi estado, me proporcionó el medio de lograr un ligero reposo á la fatiga.

No quedé mal del todo luego que pasaron algunos minutos, durante los cuales, con la cabeza entre las manos, los codos en los brazos del sillón, los piés sobre un calentador y los ojos cerrados, olvidé mis preocupaciones y permanecí como aletargado, medio despierto y medio dormido. ¡El descanso es una medicina eficaz!

De modo que al poco tiempo, sin acordarme del tanto por ciento por comisión, ni de los pedidos, ni del debe y haber, ni del precio de fábrica, ni del recargo de aduana… me acordé de vosotros, mis niños queridos, sentí la cabeza despejada, y creedlo, me sonreí, y aun creo que hablé solo… mas luego volvió á amenazarme el tedio. ¡Ah! pero en buen lugar me hallaba para que durara mucho mi tristeza. No necesitaré deciros que «Los Tiroleses» es una tienda de juguetes que lleva este nombre.


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El Chino del Abanico

José Zahonero


Cuento


I

Á la Sra. Marquesa de Valdegamas.


No tiene media pulgada de altura; su carita redonda es menor que un botón de camisa; va lindamente vestido; habita en un hermoso país, no lejos de un kiosco de campanillas con picos y cuernos chinescos junto á un bosquecillo de árboles frutales y en un espacio alfombrado por verde esmeralda cortado por la franja plateada de un arroyuelo y bordado por hierbezuelas aplastadas en forma de estrella; en lontananza se ven las azules montañas sobre las cuales luce un rojizo esplendor que lo mismo puede ser el brillante anuncio de la aurora como el último fulgurar del sol poniente.

Thong-Thing es feliz, pero ha estado á punto de perder su dicha para siempre.

Ya había él leído antes de salir de Pekin que no hay nadie en el mundo contento con su suerte. Y en esto se pasaba pensando la mayor parte del tiempo.

Yo quería viajar (se dijo un día), recorrer todos los países, pero sin abandonar el mío, sin salir de mi casa, véase que locura; y sin embargo, nada le era difícil al sabio Kungo Kunquin, y me redujo al tamaño que hoy tengo, y de igual manera redujo mi casa, mi huerto, mi país á una medida proporcional á la mía, hizo lo propio con Mininga, con mis hijos, con mis criados y mis amigos, y puso todo y nos puso á todos en un abanico, y por arte de su magia hemos recorrido medio mundo sin salir de país chino. Pero francamente me aburro, quiero ver las cosas más de cerca y he de aventurarme á correr riesgos y sorpresas. Mininga está, como se ha visto, muy entrenida asomada al mirador, y no bien se duerma la niña, nuestra dueña que de continuo nos zarandea de uno á otro lado ó nos priva de la luz cerrando bruscamente el abanico, me escaparé. ¡Vaya si me escaparé!


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Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Contramaestre

José Zahonero


Cuento


Á vuela pluma.

I

Tenía un humor de mil diablos «debe estar podrido todo el cordelaje de mi cuerpo» decía. Cuando su rostro se hallaba sereno se veían en él rayas, quebraduras y patas de gallo, estaba estrellado, con aquella red que formaba de gestos huraños, el emperrado carácter del viejo marino.

Tosía «como una carraca vieja», su habla era oscura y torpe, fumaba mucho, juraba más, de aquella boca de negros dientes no salían sino humo y palabrotas.

Y sin embargo era un ángel.

El reuma le mortificaba y estaba siempre triste «por dentro» según acostumbraba á decir.

Cuando ya nadie le quería ajustar, ni ya podía servir á bordo sino para cuidar las gallinas ó hacer de perro ratonero; cuando no le restaba otro consuelo que el de contemplar desde la costa la mar y los barcos que entraban y salían del puerto, ó el de darse el placer de contar á los boquiabiertos pilludos de playa que le escuchaban, su vida de marinero, una señora de la ciudad le proporcionó la plaza de maestro de maniobras en un Barco Asilo, escuela flotante de marineros.

La chiquillería le alegraba, en el discordante tumulto de vocecillas infantiles, en la inquieta movilidad de los niños hallaba él los ruidos, las gracias, las incesantes ondulaciones, el espectáculo mismo que siempre había tenido ante sí, algo muy semejante á la mar, y que como esta sujetaba el ánimo en un encanto, y en un asombro constante.

Á veces se aburría también, «los muñecos» eran buenos para nietos, pero demasiado poco para marineros; además, no hay cosa más terrible para un hombre de mar que estar á bordo de un buque siempre anclado; esto produce efectos de pesadilla; hallarse un marino preso en tierra es mejor que verse condenado á permanecer en un barco paralítico.

Y el Barco Asilo no podía moverse.


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Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

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