Textos favoritos de Joseph Conrad etiquetados como Novela | pág. 2

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autor: Joseph Conrad etiqueta: Novela


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Victoria

Joseph Conrad


Novela


Parte I

Capítulo 1

Existe, como no se le escapa ni a un chico de escuela en esta edad dorada de la ciencia, una estrecha relación química entre el carbón y los diamantes. Creo que ésta es la razón por la que algunos le llaman el «diamante negro». Ambas mercancías significan riqueza, si bien el carbón constituye una clase de propiedad bastante menos portátil. Adolece, desde este punto de vista, de una lamentable falta de concentración física. Otra cosa sería si la gente pudiera meterse las minas en el bolsillo del chaleco —pero no puede—. Existe, al mismo tiempo, una fascinación por el carbón, producto supremo de una época en la que nos hemos instalado como viajeros aturdidos en un deslumbrante aunque desasosegado hotel. Presumo que estas dos últimas consideraciones, la práctica y la mística, impidieron la marcha de Heyst, de Axel Heyst.

La Tropical Belt Coal Company liquidó. El mundo financiero es un mundo misterioso donde, por increíble que parezca, la evaporación precede a la liquidación. Primero, se evapora el capital. Luego, la compañía liquida. Estos acontecimientos se corresponden poco con la naturaleza, así que hay que ponerlos en la cuenta de la ininterrumpida inercia de Heyst, de la que nos reíamos a escondidas, pero sin animadversión. Los cuerpos inertes no hacen daño, ni provocan hostilidad, y reírse de ellos casi no vale la pena. Como mucho, pueden ponerse en medio algunas veces, pero tal cosa no podía achacársele a Axel Heyst. Él quedaba por encima de todos los caminos, ostentosamente, igual que si colgara de la cresta más alta del Himalaya.


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Protegido por copyright
361 págs. / 10 horas, 32 minutos / 115 visitas.

Publicado el 20 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Salvamento

Joseph Conrad


Novela



¡Lastima!, dijo ella: ¿cómo ha podido esto ocurrir?
¡Y es que nunca imaginé la posibilidad
de que tal prodigio o maravilla pudiera existir!

—Chaucer,

The Frankeleyns Tale

(Cuentos de Canterbury, w. 670-672)
 

Dedicatoria

A

FREDERIC COURTLAND PENFIELD

difunto embajador de los Estados Unidos
de América en el extinto Imperio Austrohúngaro,
queda dedicado este relato antiguo con gratitud,
en recuerdo del salvamento de ciertos
viajeros en aprietos, efectuado por él
durante la gran tempestad mundial
del año
1914
 

Nota del autor

De mis tres novelas largas que sufrieron una prolongada interrupción en el transcurso de su escritura, Salvamento fue la que más tuvo que esperar hasta complacer por fin a los Hados. No delato secreto alguno cuando afirmo aquí que tuvo que esperar exactamente veinte años hasta quedar concluida. La dejé a un lado al terminar el verano de 1898 y más o menos al terminar el verano de 1918 volví a retomarla con la firme determinación de llegar a escribir el final, fortalecido por la súbita sensación de que tal vez por fin estuviera a la altura de esa tarea.

No quiero decir con ello que la retomara alborozado. Era muy consciente, tal vez demasiado, de los peligros que entrañaba semejante aventura. La amabilidad y la simpatía asombrosas que hombres de muy distintos temperamentos, diversos puntos de vista y variados gustos literarios han manifestado a lo largo de los años respecto de mi obra me han sido de grandísima ayuda, por no decir que lo han sido todo, salvo capaces de otorgarme esa desmesurada confianza en uno mismo que bien puede ser un gran apoyo para un aventurero, pero que tantas veces, a la larga, termina por llevarlo a la horca.


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478 págs. / 13 horas, 56 minutos / 101 visitas.

Publicado el 26 de enero de 2018 por Edu Robsy.

Azar

Joseph Conrad


Novela


Quienes sostienen que todas las cosas están regidas por la fortuna no habrían errado, de no haber persistido en ello.

Sir Thomas Browne

Dedicatoria

Dedicado a
Sir Hugh Clifford, K. C. M. G.,
cuya inquebrantable amistad
es responsable de
la existencia de estas páginas

Nota del autor

Azar es una de las novelas que a poco tiempo de empezadas hube de abandonar durante varios meses. Tras arrancar con el ímpetu de un remero de vehemente temperamento, pleno de confianza en sus fuerzas, que emprende la navegación muy de mañana, pronto llegué a una bifurcación del río en donde se me impuso la necesidad de hacer un alto y reflexionar seria y pausadamente sobre la dirección que iba a emprender. Una y otra me fascinaban por igual, cuando menos en la superficie, y debido a esta razón mis dudas se prolongaron por espacio de muchos días. Me dejé flotar sobre las encalmadas aguas de la plácida especulación, entre las corrientes divergentes de impulsos contradictorios, con la placentera aunque perfectamente irracional convicción de que ninguna de las dos corrientes terminaría por arrastrarme a la destrucción. Comoquiera que mis simpatías estaban divididas a partes iguales, y que una y otra fuerzas eran de igual magnitud, es perfectamente obvio que nada sino el azar influyera a la postre en mi decisión. Es una poderosa fuerza la del azar, sin más aditivos, absolutamente irresistible por más que se manifieste a veces en formas tan delicadas como, por ejemplo, el encanto, ya sea cierto o ilusorio, de un ser humano. Es muy difícil poner el dedo en la llaga de lo imponderable, pero me aventuro a decir que es Flora de Barral la auténtica responsable de esta novela que refiere, de hecho, la historia de su vida.


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508 págs. / 14 horas, 49 minutos / 137 visitas.

Publicado el 28 de enero de 2018 por Edu Robsy.

Un Vagabundo de las Islas

Joseph Conrad


Novela


Primera parte

I

Cuando abandonó por primera vez en su vida la estrecha y rígida senda del deber, lo hizo con el sincero propósito de volver al camino de la virtud tan pronto como aquella extraña excursión hacia el Mal hubiera producido el efecto deseado. Según él, iba a ser un episodio sin importancia en medio del fecundo y florido cuento de su vida, algo momentáneo y fugitivo, aceptado contra su deseo, y que más tarde podría continuar mirando cara a cara la luz del sol, disfrutando de la misma existencia plácida y respirando el aire cargado del perfume de las flores en el pequeño jardín que se extendía ante su casa. Imaginaba que todo iba a seguir igual, que él podría continuar tiranizando a su pobre mujer, contemplando a su hijo y dominando altivamente a su cuñada, que, aunque vestida hasta cierto punto a la europea, miraba al blanco esposo de su hermana como a un dios. Aquéllas eran las grandes alegrías de su vida, y no podía imaginarse que ninguno de sus actos, fuera el que fuese, tuviera la suficiente fuerza moral para destruir el encanto de todas aquellas cosas, empañar o eclipsar la luz del sol, robar su aroma a las flores, borrar la sonrisa de los labios de su hijo o arrebatarle un ápice del respeto con que le miraba y le mimaba Leonardo da Souza y toda la familia Da Souza. La admiración de aquella familia era el gran orgullo de su existencia. Parecía rodearle de una especie de inquebrantable seguridad y de una superioridad indiscutible. Le gustaba aspirar con inacabable delicia el tosco incienso que aquellas gentes quemaban sin cansarse ante el altar del venturoso hombre blanco; del hombre que les había hecho el inmenso honor de casarse con su hija, hermana o prima; de aquel hombre de alta alcurnia, seguramente, que sabría elevarse más y más todavía; del empleado de confianza de Hudig y Compañía.


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309 págs. / 9 horas, 1 minuto / 238 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2018 por Edu Robsy.

El Espejo del Mar

Joseph Conrad


Novela


Dedicatoria

A
Mrs. Katherine Sanderson que hizo extensivas su cálida bienvenida
y su amable hospitalidad al amigo de su hijo, animando aquellos primeros y oscuros días tras mi despedida del mar,
quedan estas páginas afectuosamente dedicadas.

Nota del autor

Tal vez menos que ningún otro libro escrito por mí, o por cualquier otra persona, precisa este volumen de prefacio. Sin embargo, y puesto que todos los demás —incluida la Memoria personal, que no es sino un fragmento de biografía— van a llevar su correspondiente Nota del Autor, no puedo en modo alguno dejar a éste sin la suya, no fuera a crearse por ello una falsa impresión de indiferencia o hastío. Veo con toda nitidez que no va a ser tarea fácil. Siendo la necesidad —madre de la invención— enteramente inconcebible en este caso, no sé que inventar a manera de exposición; y al ser, asimismo, la necesidad el mayor incentivo posible para el esfuerzo, ni siquiera sé por dónde empezar a esforzarme. Aquí cuenta también la natural inclinación. Toda mi vida he tenido aversión al esfuerzo.

Bajo estas descorazonadoras circunstancias, me veo, sin embargo, forzado a proseguir por un sentido del deber. Esta Nota es algo prometido. En menos de lo que dura un minuto me impuse, con unas cuantas palabras poco cautas, una obligación que desde entonces no ha cesado de oprimirme el corazón.


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193 págs. / 5 horas, 38 minutos / 455 visitas.

Publicado el 30 de enero de 2018 por Edu Robsy.

Con la Soga al Cuello

Joseph Conrad


Novela


A mi esposa

1

Mucho después que el rumbo del Sofala cambiara en dirección a tierra, la baja costa pantanosa aún retenía la apariencia de un mero tizne de oscuridad más allá de una franja de resplandor. Los rayos del sol caían violentamente sobre el mar en calma, se estrellaban contra esa lisura de diamante para convertirse en polvo de chispas: un vapor luminoso que cegaba los ojos y fatigaba el cerebro con su inconstante brillo.

El capitán Whalley no miraba. Cuando el serang, aproximándose al amplio sillón de bambú que él ocupaba con toda su capacidad, le dijo que debían modificar el rumbo, se levantó en seguida y permaneció de pie, cara al frente, mientras la proa del barco giraba un cuarto de círculo. No dijo una sola palabra, ni siquiera la palabra necesaria para que mantuvieran el rumbo. Fue el serang, un viejo malayo, menudo y alerta, quien murmuró la orden al timonel. Y entonces, lentamente, el capitán Whalley volvió a sentarse en el sillón del puente y clavó los ojos en el pedazo de cubierta que había entre sus pies.


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Protegido por copyright
154 págs. / 4 horas, 30 minutos / 321 visitas.

Publicado el 31 de enero de 2018 por Edu Robsy.

La Locura de Almayer

Joseph Conrad


Novela


Capítulo I

—¡Kaspar! ¡Makan!

La voz familiar y penetrante sacó a Almayer de su sueño de grandezas futuras, restituyéndole a las desagradables realidades de la hora presente. También la voz era desagradable. La había oído durante muchos años, y cada vez le gustaba menos. No importaba: todo aquello tendría un próximo fin.

Mostró su irritación con un gesto, pero no hizo caso del llamamiento. Apoyándose con ambos codos en el antepecho de la veranda, continuó mirando de hito en hito al gran río que corría —indiferente y rápido— ante sus ojos. Le gustaba contemplarlo durante el ocaso, quizá porque a aquella hora el sol poniente teñía de oro encendido las aguas del Pantai: el oro que tan a menudo ocupaba los pensamientos de Almayer; el oro que él no había logrado adquirir; el oro que otros habían ganado —por medios infames desde luego—, pero que él pensaba alcanzar aún, con su honrado trabajo, para sí mismo y para Nina. Almayer se abismaba en su sueno de riqueza y poder, lejos de esta costa donde había pasado tantos años, olvidando las amarguras de las fatigas sufridas, con la visión de una grande y espléndida recompensa. Se establecerían en Europa él y su hija. Serían ricos y respetados. Al verla a ella nadie se detendría a pensar en la sangre mestiza de la joven ante su extraordinaria hermosura y su inmensa riqueza. Testigo de sus triunfos, él se rejuvenecería, y olvidaría los veinticinco años de acongojado esfuerzo en esta costa donde se sentía como prisionero.

Todo esto estaba próximo a llegar. Bastaba que regresara Dain. Y regresaría pronto, por su propio interés. ¡Más de una semana de retraso llevaba ya! ¿No volvería tal vez aquella misma noche?


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Dominio público
203 págs. / 5 horas, 55 minutos / 211 visitas.

Publicado el 1 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Situación Límite

Joseph Conrad


Novela


1

Aunque hacía ya mucho que el vapor Sofala había virado hacia la costa, la baja y húmeda franja de tierra seguía pareciendo una simple mancha obscura al otro lado de una franja de resplandor. Los rayos del sol caían con violencia sobre la mar calma, como si se estrellasen sobre superficie diamantina produciendo una polvareda de centellas, un vapor de luz deslumbradora que cegaba la vista y agobiaba el cerebro con su trémulo brillo.

El capitán Whalley no contemplaba nada de esto. Cuando el fiel serang se había acercado al amplio sillón de bambú que llenaba cumplidamente para informarle en voz baja de que había que cambiar el rumbo, se había levantado enseguida y había permanecido en pie, mirando al frente, mientras la proa del buque giraba un cuarto de círculo. No había dicho palabra, ni siquiera para ordenar al timonel que mantuviese el rumbo. Era el serang, un viejo malayo muy despierto, de piel muy obscura, el que había musitado la orden al hombre del timón. Y entonces el capitán Whalley se había sentado de nuevo lentamente en el sillón del puente para clavar la mirada en la cubierta que tenía bajo los pies.


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Protegido por copyright
165 págs. / 4 horas, 49 minutos / 80 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

El Fin de las Ataduras

Joseph Conrad


Novela


I

Mucho después de que el vapor Sofala hubiese virado hacia la costa, aquella chata y húmeda línea de tierra seguía pareciendo poco más que una mancha oscura en el lado opuesto de una franja luminosa. Los rayos del sol caían violentamente sobre aquel mar en calma, como si produjesen sobre la superficie reflectante un polvo de estrellas, un vapor de luz cegadora que llegaba a agobiar con aquel brillo tan persistente.

El capitán Whalley no se encontraba contemplando aquel espectáculo. Cuando el serang se acercó hasta el sillón de bambú en el que estaba sentado y que llenaba por completo para informarle de que debía cambiar el rumbo, se levantó al instante y se quedó de pie mirando al frente, mientras la proa del buque iba girando en semicírculo. No dijo ni una sola palabra, ni siquiera para avisar al timonel de que variara el rumbo. Fue el mismo serang, aquel viejo y despierto malayo, quien se aproximó hasta el timonel para darle la orden. A continuación, el capitán Whalley se sentó de nuevo en su sillón del puente con la mirada fija en la cubierta que estaba bajo sus pies.


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Protegido por copyright
176 págs. / 5 horas, 8 minutos / 98 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

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