Hace un buen puñado de años había varios barcos
cargando en el puerto de Londres. Me refiero a los años ochenta del
siglo pasado, una época en la que aún había un buen número de magníficos
barcos en los muelles, aunque no edificios tan espléndidos en sus
calles.
Los barcos del muelle eran realmente magníficos. Estaban atados
unos junto a otros y el Sapphire, el tercero desde el fondo, era tan
bueno como el resto. Como es lógico, cada uno de los barcos que había en
el muelle tenía su primer oficial. Igual que el resto de los barcos del
puerto.
Los policías que estaban en las puertas los conocían a todos de
vista, aunque no pudieran decir directamente a qué barco pertenecía cada
hombre en concreto. En realidad lo oficiales de los barcos que
permanecían durante aquellos años en el puerto de Londres eran como la
mayoría de los oficiales de la marina mercante: hombres tranquilos,
laboriosos, incondicionales y nada románticos que pertenecían a
distintas clases sociales, pero con una profesión que acababa borrando
todas las características personales, que, en cualquier caso, tampoco
eran muy marcadas.
Aquello era algo que se cumplía en todos los casos, menos en el del
oficial del Sapphire. A la policía no le cabía ni la menor duda: aquél
en concreto tenía su presencia.
Cuando caminaba por la calle, llamaba la atención a mucha
distancia, y cuando cruzaba el muelle dirigiéndose a su barco, tanto los
estibadores como los trabajadores del puerto que estaban cargando
mercancía y llevando carretillas con bultos se decían unos a otros:
—Por ahí viene el oficial negro.
Le daban aquel nombre porque eran hombres rudos y poco capaces de
apreciar la distinción de aquel hombre. Llamarlo negro no eran más que
la expresión superficial de su ignorancia.
Información texto 'El Oficial Negro'