Hace unos treinta
años dos solteronas ricas y viejas me eligieron para que visitara una
propiedad en esa parte de Lancashire que está cerca del famoso bosque de
Pendle, con el que tan agradablemente nos hemos familiarizado gracias a
la obra del señor Ainsworth, Las brujas de Lancashire.
Tenía yo que hacer la partición de una pequeña propiedad, formada por
una casa con la tierra solariega, que mucho tiempo antes habían recibido
como coherederas.
Los últimos sesenta kilómetros del viaje me vi obligado a realizarlos
en posta, principalmente por atajos poco conocidos, y todavía menos
frecuentados, que presentaban paisajes extremadamente interesantes y
hermosos. La estación en la que viajaba, principios de septiembre,
mejoraba el pintoresquismo del paisaje.
Nunca había estado en esa parte del mundo; me han dicho que ahora es mucho menos salvaje, y en consecuencia menos hermosa.
En la posada en la que me detuve para cambiar los caballos y cenar
algo, pues pasaban ya de las cinco, encontré que el hospedero, un tipo
robusto que tenía, según me dijo, sesenta y cinco años, era de una
benevolencia fácil y charlatana, que deseaba distraer a sus huéspedes
con cualquier charla y para el que la menor excusa bastaba para que se
pusiera a fluir su conversación sobre cualquier tema que a uno le
complaciera.
Tenía yo curiosidad por saber algo sobre Barwyke, nombre de la casa y
las tierras a las que me dirigía. Como no había ninguna posada a
algunos kilómetros de ella, había escrito al administrador para que me
alojara allí, lo mejor que pudiera, por una noche.
El hospedero de «Three Nuns», que tal era el cartel bajo el que
entretenía a los viajeros, no tenía mucho que contar. Hacía ya veinte
años o más desde que había muerto el viejo Squire Bowes, y nadie había
vivido allí desde entonces salvo el jardinero y su esposa.
Información texto 'Dickon el Diablo'