El Perro
Juan José Morosoli
Cuento
Martiniano rara vez se acercaba al fogón de la estancia como lo hacían frecuentemente los otros puesteros. Y cuando lo hacía era para sentarse y quedarse callado, fumando, la cabeza medio levantada como haciendo un esfuerzo para acordarse de algo. No parecía oír ni ver. Recibía el mate, lo devolvía, lo volvía a recibir, y de repente, como si alguien lo llamara, salía al campo, montaba y partía.
Le acompañaba siempre el perro.
Con decir "el perro" ya se sabía que era el de Martiniano, pues los otros perros tenían nombre, o se distinguían por "el perro de tal o cual". El perro se parecía a Martiniano en muchas cosas. Ni al llegar ni al partir se acercaba a los otros perros. Ni los otros a él. Alguna cosa rara había en aquel perro que le alejaba de los demás.
Los dos —hombre y perro— parecían siempre encerrados dentro de ellos mismos. Una soledad que les salía de adentro los alejaba de hombres y cosas.
El único que solía conversar con Martiniano —lo necesario entre peón y patrón— era don Ramón, el dueño de la estancia.
Y para eso don Ramón iba al puesto, pues Martiniano no consideraba una obligación suya ir a dar cuenta de cómo iban las cosas en el campo a su cargo.
* * *
Al fondo del puesto estaba el pastoreo oficial a cuyo frente cruzaba el camino real. Algún carrero conocido que largaba allí la boyada, conversaba con él. Es decir, tomaba mate y hacía preguntas a Martiniano.
Fue en uno de esos encuentros que un carrero mirando el perro dijo esto:
—¡Mire que el perro es animal de buen aprender!... ¡Este parece hecho pa usté...!
Martiniano calló un segundo y respondió:
—¡Psss!... El perro es sin fin...
Hizo otra pausa y agregó:
—Al cristiano lo entiende aunque no hable...
El otro preguntó:
—¿Será verdad que es al único animal que no lo come ningún bicho?
Dominio público
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Publicado el 25 de febrero de 2025 por Edu Robsy.