Textos más cortos de Juan José Morosoli publicados por Edu Robsy

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autor: Juan José Morosoli editor: Edu Robsy


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El Asistente

Juan José Morosoli


Cuento


Cuando su mujer murió, el pago se quedó sin partera. En el mismo momento de morir ella, él heredó la profesión.

Alguien se horrorizaba:

—Mire usted que un hombre en eso...

—Pero si es como una mujer el pobre. ¿Usted ha estado en su casa?

Y contaba que Almada se remendaba y lavaba la ropa, cocinaba y zurcía sus trapitos. Que andaba siempre limpio y bien afeitado.

Era verdad. Usaba unos pantalones negros, estrechos y lustrosos y un saco blanco. De pecho angosto y pie chiquito, como de mujer, calzado siempre en zapatillas de cuero puntiagudas y lustradas. Caminando livianito como un peluquero.


* * *


A él dándole golosinas ya lo tenían contento. Lo que menos apreciaba era la plata. Si acaso algún regalo para la casa: floreros, estatuas de santos.

—Por eso Rodríguez se había hecho nombrar con un regalo de estos.

—¿Algún juego de vidrio?

—No. Un busto.

—¿Santo o general tal vez...?

—No. Un busto de los Treinta y Tres Orientales. Parados. Completo. Ni uno más ni uno menos. Y un monte atrás.

Cuando llegaba a las casas, lo recibían con un surtido de especialidades de boliche: anís, pasas de higo, cocoa, café... Era hombre de buena prosa y de buena atención para la prosa de los demás.


* * *


Su mujer era muy gruesa y se cansaba de todo menos de comer y tomar mate dulce. Almada hacía la tarea de la casa.

—A tu patrona la has puesto de patrón...

—¿Y qué querés? ¿Que yo parteree y ella cocine?


* * *


Así hasta aquel día que ella se quedó muerta tomando mate.

Estaba al lado de la cama donde una infeliz se retorcía de dolor en trance de alumbrar.

Cuando Almada entró a buscar el mate, la encontró en el suelo. La pobre se había "quedado" sin moverse del asiento.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 13 visitas.

Publicado el 15 de marzo de 2025 por Edu Robsy.

Un Velatorio

Juan José Morosoli


Cuento


Bentos había terminado la jornada. Tomaba unos mates, tranquilo, sentado sobre un tronco cuando llegó la policía. Venía a mata caballo con el aviso del comisario. Mandaba decir éste que fuera al pueblo enseguida.

—¿Qué pasa? —preguntó Bentos.

—Parece que un hijo suyo "es" muerto.

Bentos ensilló en seguida y partió.


* * *


Cuatro leguas lo separan del pueblo. A veces pone el caballo al trote para pensar mejor. O al paso. Arma un cigarro.

—...Vaya a saber cuál es el muertito. A lo mejor Justino, el mayor, un muchachito que va a ser flor de hombre. Es un gurí que si llora por algo es porque él no lo lleva al monte.

Tiene una escalera de hijos, Bentos. Una escalera a la que le faltan algunos escalones. Porque es raro el año que él no cristiane un hijo y entierre otro. El pueblo es un pueblo muy castigado por los andancios. Nada más. Trabaja en el monte, de carbonero. Corta leña, la para. Embarra el horno. Quema.

Vende cuando comienza el otoño. Entonces ya no va más al monte. Hasta la primavera se lo pasa "en las casas", haciéndole el gusto al cuerpo. Duerme en cama, truquea en el boliche. Tres meses lindos se pasa Bentos así.

Cuando se va no vuelve hasta el final del verano. A menos que lo vayan a buscar por alguna desgracia. Por nacimientos, gracias a Dios, no lo molesta la patrona.


* * *


Trote y galope. Paso y cigarro. Cuando quiere acordar está en la boca del pueblo. Son dos hileras de ranchos que tropezando y levantándose bordean el callejón con colchón de polvo bayo.

Un tajo de luz, una luz bárbara de fuerte, se tiene en la calleja, mordiendo la tierra, revelando el yuyal y el hormigueo de perros y mujeres.

Sale del rancho de Bentos la luz.

Bentos paró el caballo y sintió entonces un ronquido parejo y seguro, de motor, que vencía la noche sin ruidos.

—¡Güe! ¿Y ésto?...


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 10 visitas.

Publicado el 24 de febrero de 2025 por Edu Robsy.

Un Huérfano

Juan José Morosoli


Cuento


Aparicio arrojó sobre el cajón un puñado de terrones. Los acompañantes hicieron lo mismo. Después colocó sobre la tierra que cubría la fosa un ramo de cedrón e hinojo. Aquél no era pago de flores. Isidro —el tío— dijo entonces:

—Bueno, sobrino, vamos.

El grupo inició el regreso.

En la portera del camposanto los hombres fueron despidiéndose, montaron y llenaron el valle de galopes.


* * *


Aparicio e Isidro tomaron el callejón.

Iban callados, sin nada que decirse. Habrían andado veinte cuadras cuando habló Isidro:

—Ahora que te faltó ella, vamo a visitarnos seguido...

—Pues...

La finada era una mujer de mal genio, mandona, "capaz de ponerle la pata a un hormiguero". Si la familia de Isidro —que era hermano de ella— estaba distanciada, si no llegaban vecinos a la casa, la culpa era de ella. Siempre fue así. Porque el pobre finado Juan —el marido— "fue un para escuchar nomás".

Enfrentaban la estancia cuando Isidro volvió a hablar:

—¿No querés seguir conmigo?

—No señor, gracias...

—La casa te va a resultar grande... solo y güérfano...

Solo y huérfano. Lo dijo sin pizca de ironía. La verdad era que Aparicio con sus treinta años y sus cien kilos era un huérfano...


* * *


La pieza, con aquella cama enorme, parecía más grande. En el muro frontero medían la soledad tres cuadros pequeños: uno con la marca de la estancia, un Jesucristo de manto celeste con un corazón rasgado como una granada, goteando sangre, y un retrato del finado, cara fina, pera en punta y un quepis militar medio cuadrado.


* * *


Ganas de llorar no tenía Aparicio. Sentía que estaba solo, como desprendido de algo protector. Como cortado de una raíz.

Sin embargo podía hacer cualquier cosa.

El —y nadie más que él— tenía que resolver lo que deseaba hacer.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 8 visitas.

Publicado el 9 de abril de 2025 por Edu Robsy.

El Retobador

Juan José Morosoli


Cuento


Menchaca vivía en un rancho de mojinete sillón con la crimera de paja despareja y erizada. A pocos pasos del rancho crecía un tunal de higos chumbos, al que los muchachos arrojaban desde la calle trozos de lata y vidrio. Con sol fuerte, latas y vidrios hacían cerrar los ojos con su juego de reflejos. El desorden de tunas terminaba en un cerco de cina cina. Cicutas e hinojos crecían entre un osario de cabezas de vaca.

Se le veía dos veces por semana. Era cuando iba al mercado seguido por su perro, un "pelado" lleno de costras, con algunos pelos sobre los ojos pitañosos y en el tronco de la cola. Del mercado volvía con una cabeza de vaca, sin sesos y sin lengua, donde los ojos parecían escapar de la corteza rojiza, y los dientes de la carretilla parecían adelantarse en un avance de voracidad grotesca. La marcha del hombre con su carga, su perro lento y los ojos aquellos de la vaca, que no parecían estar muertos sino muriendo, daban al grupo una espantosa apariencia de vida y muerte, unidas y fraternas.

Después el rancho agresivo y triste, los guardaba como la vaina gusanera guarda al gusano.


* * *


Menchaca no tenía amigos, ni a su rancho llegaban vendedores de cosa alguna. La excepción era Melgarejo que llegaba alguna vez, para salir luego a comprar yerba o galleta. O cuando iba a llevarle perros para sacrificar.

Entonces entraba conduciendo el perro por la parte de atrás del rancho, donde nacía un zanjón que iba a morir en la culata del cementerio, entre las tablas medio podridas de los cajones que dejaban las "reducciones" y el orín de las coronas de lata y alambres.

Tenía Melgarejo una manera especial de amansar perros. Aun aquéllos más acobardados por el hombre, "de ésos que ven venir un cristiano y cambian de rumbo", le seguían luego de dos o tres encuentros, cabrestiando tras un simple piolín de remontar cometas.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 3 visitas.

Publicado el 17 de abril de 2025 por Edu Robsy.

Regreso

Juan José Morosoli


Cuento


Estaba fumando, sentado frente a la puerta, mirando hacia el mar donde moría la calle entre latas viejas y montones de basura. Como siempre. Cuando los tres compañeros están en la pieza él sale a la puerta a mirar el lugar donde muere la calle. Esto porque es poca prosa y porque lo único que tiene de común con los otros de la pieza, que alquilan juntos "porque una pieza para él sólo es mucho lujo". Los otros siempre juntos, conversando. Son conversaciones enredadas como de mujeres. Después está el Frigorífico lleno de hombres. El tranvía lleno de hombres. La casa donde come llena de hombres conversando. Y después la radio.


* * *


Una mañana se encontró con Alvariza. Este es un viejo amigo de su pago, allá por Carapé, donde hay talas, piedras y cañadas. Es un hombre conversador, un "desasosegado" que ha trabajado en mil cosas diferentes, que ha vivido en mil pagos. Bien en todos. Un "sin pago" según Almada. una vez se lo dijo y Alvariza contestó:

—No hermano... De todos los pagos.


* * *


—Viene siendo lo mismo —le respondió el. Ahí anda la conversación. Que "allá esto y aquello", dice Alvariza. Que "aquí esto y lo otro", responde Almada.

—¿Vivís solo?

Contesta que sí, pero se corrige en seguida:

—Semos cuatro en la pieza... Aquí te come el alquiler...

—Entonces estarás bien... ¡cuatro!

—No, eso no. ¿Va una a hablar con tres, de todo? Además, ¿va un hombre a aguantar lo que conversan tres? ¿Y bobadas?...

Alvariza ría y responde:

—Bueno, ¡pa hacerte hablar a vos!...

Se callan. Alvariza contenido por la respuesta seca de Almada y éste porque no tiene nada que decir.

Alvariza comprende que el amigo está desconforme con la vida. Algo hay en su actitud que se lo dice. Y como es hombre de "pienso y digo", le sale con esto:

—Pero entonces, ¿por qué te viniste?


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2 págs. / 4 minutos / 9 visitas.

Publicado el 24 de febrero de 2025 por Edu Robsy.

Una Virgen

Juan José Morosoli


Cuento


Las tres tías, solteras y viejas, tejían. Celia bordaba o leía la "Historia Sagrada". Ellas iban siguiendo la marcha de la tarde hacia los cerros. Lentamente acercaban las sillas hasta el ventanal enfrentado al poniente. La casa daba al callejón de la iglesia que era una vía muerta.

Veían regresar los niños del colegio. Al rato cruzaban los soldados que iban a hacer la guardia nocturna a la cárcel. Después la campana alta llamaba a novena. Las ondas sonoras iban a perderse en el campo, desde donde regresaban las palomas de los mechinales de la torre. La

torre cambiaba con el campo sonidos por palomas.

Instantes después salían las cuatro para la iglesia. Era la hora de la novena.


* * *


Un día las tías resolvieron que Celia fuera a los bailes del club. Tenía ésta veinticinco años. Vestida de largo con el talle alto, su cuerpo de campanilla escolar, frente a los pesados cortinados de pana morada, parecía suspendido desde arriba.

Fue una noche para ella sola. Las otras mujeres vieron cómo los hombres se la disputaban en cada vals. Bailó hasta el amanecer; en cada danza un compañero distinto.

Cuando regresó a la casona familiar cubierta de jazmines en flor, las tías esperaban el regreso prontas para la misa del alba, negras de capas y rosarios.

Caminaban ya las cuatro hacia la iglesia. Las tres mujeres escoltaban a la joven. Como tres escarabajos, empujando un pétalo de azahar.

A los pocos días entró en "Las Hijas de María".


* * *


De su niñez guardaba un recuerdo de muñecas y el ruido de una puerta al cerrarse.

Fue aquella puerta la que la alejó por siempre de los hombres. De la madre muerta cuando ella tenía diez años, recordaba las manos. Era un recuerdo que estaba junto con el otro, el de la puerta.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 2 visitas.

Publicado el 17 de abril de 2025 por Edu Robsy.

El Viudo

Juan José Morosoli


Cuento


Al terminar un surco e iniciar otro, enfrentando al naciente, Arbelo miraba con insistencia hacia el rancho. Primero veía un borrón empujado por la luz lechosa del amanecer. Después el chiquero de los cerdos y los árboles que parecían sin tronco. Hasta que al fin veía venir los hijos, tomados de la mano. El menor, Laurencito, balanceándose entre los terrones para no caer. Eran varones pero vestían polleras, como si fueran niñas. Entonces Arbelo clavaba la reja en la tierra, y les salía al encuentro.


* * *


Se levantaba a las cuatro. Ordeñaba las vacas, uñía los bueyes y partía. Los niños se levantaban al amanecer. El mayor, de siete años, vestía al hermano que apenas contaba tres, y salían al encuentro del padre.

Ya en el rancho los tres, Arbelo encendía el fogón, hervía la leche y desayunaban. Luego partían hacia el campo.


* * *


De regreso al campo otra vez, los niños quedaban bajo un árbol, callados, mirando el ir y venir de los bueyes. A veces se entretenían buscando alguna piedra, o ensartaban "trompitos" de eucaliptus en un alambre. Arbelo sentía al verlos una tristeza profunda. Siempre estaba triste Arbelo, porque los niños estaban callados, el rancho estaba sin humo y en el jardincillo se iban muriendo las plantas. Las manchas rojas de los malvones que al amanecer venían corriendo sobre la tierra negra mientras él araba, ya no se veían más.

El campo hacía tiempo que era muy distinto.


* * *


Después que desuñía los bueyes tenía que cocinar y fregar. Y luego lavar su propia ropa y la de los hijos. Cuando terminaba la tarea se acostaba un rato. Y vuelta a enyugar y después desuñir y hacer la cena y fregar y acostar a los niños.

Y ellos callados, mirándole, siguiendo con los ojos sus pasos por el rancho.


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2 págs. / 5 minutos / 2 visitas.

Publicado el 17 de abril de 2025 por Edu Robsy.

La Señora

Juan José Morosoli


Cuento


Llegaron, colocaron la corona de flores artificiales, prendieron algunas velas y empezaron a rezar.

Una vez al año hacían esta visita. Así, rezando, parándose, hincándose, estaban allí hasta que las velas se consumían.

Cedrés iba hasta el portón de entrada, fumaba, volvía.

No podía comprender cómo aguantaban tanto tiempo en aquella situación.

—Porque —pensaba— ¡mire que una vela cuando uno está esperando que se apague dura tiempo prendida!...

Esta vez se puso a hablar con el camposantero. Miraban los dos a aquellas cuatro figuras negras, de cabeza caída sobre el pecho, con una rigidez de madera.

—Mire que ha sido gente fiel con el finado...

—¡Déjeme! —respondió Cedrés—. Gente de ésa ya no queda. ¿Usté sabe lo que son seis años de luto cerrado?

—¡Seis años!

—¡Seis! Pero éste es el último... Ella dice que ya cumplió con él... Les va a repartir el campo.

Y siguió contándole:

—"La Señora" quiere que ellos se arreglen por su cuenta...

—¡Y está bien nomás!

—Dice que no van a ser güérfanos toda la vida ... Y que ella ya fue doliente seis años...

—¡Ha cumplido hasta demás!...


* * *


Siempre fue ella la que llevó la dirección de la familia y de los negocios. El finado fue un hombre muy blando.

—¿Ve el más grande de ellos? Así era el padre... Pero capaz que lo envolvía un chiquilín... Todo marchó bien porque ella era un general para disponer.

Él andaba siempre como sorbido por ella, que es una mujer alta, medio gruesa, amiga de apretarse la ropa lisa sobre el cuerpo, con una cara donde la piel parece querer reventar por no poder contener la sangre, con un bozo azul sobre el labio grueso.

De tarde, cuando él llegaba del campo, andaba tras ella como arrastrado por aquellas formas, que la ropa lisa torturaba, y aquella voz medio borrada que parecía una voz con fiebre.


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3 págs. / 5 minutos / 15 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2025 por Edu Robsy.

La Cuña

Juan José Morosoli


Cuento


El abuelo Toledo quedó descontento con la noticia del casamiento de la nieta con Rondán. Muy descontento.

—¿Pero no es bueno Rondán? —pregunta Juan, el hermano de la novia.

—Matar no ha matao a nadie...

Esta no es contestación de dar un viejo a quien se va a consultar por obligación, pues entre los canarios, esto de consultar al más anciano del apellido, en casos como éste es tradicional. Si el consultado da su bendición, la nueva sangre que entra en la familia es sangre que manda Dios. Si desaprueba, la familia queda menos obligada con la pareja. La solidaridad de la sangre se debilita.

Juan, disgustado por la contestación del viejo, responde:

—Mire que Rondán es resuelto y de ojo largo...

—Es. Si hay un ñudo no desata, corta...

Admite Juan que Rondán es medio atropellado. Pero es hombre de tranco largo, sacador de pecho. De cabeza levantada.

—La oveja de cabeza más alta es la más flaca...

No puede Juan explicarle al abuelo que lo que más le gusta de Rondán es que es hombre de boca pronta, avasallador. Justo al revés de ellos, que siempre están mirando la tierra, domados por treinta años de renta juntada a lomo.

Los Toledo son hombres de buey y melga. Del pueblo conocen la casa del propietario de la tierra, la iglesia y el cementerio.

Allí están las chacras como hace treinta años, porque ellos son gente quieta, echadora de raíces. El pago está cundido de ranchos. Cada uno de éstos centra un pedazo de treinta cuadras. Cinco apellidos cruzados componen la población, que es una familia larga al fin. Es toda gente mansa, manejada por la lluvia y la seca. En sus fiestas podrá haber indigestiones, pero peleas no hay...


* * *


Rondán ha sido siempre hombre de caballo, monte y frontera. Cuando se pone a contar sus andanzas, los Toledo mozos se sienten absorbidos por el relato.


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3 págs. / 5 minutos / 9 visitas.

Publicado el 6 de abril de 2025 por Edu Robsy.

Destino

Juan José Morosoli


Cuento


Cuando vio el monte que marginaba el arroyo, pasaba frente al boliche. En la enramada había ya tres o cuatro hombres observando los toros. Eran cinco rústicos cuadrados de gordos.

—Seguí vos hasta el pastoreo... Yo no demoro —le dijo al negro que lo acompañaba.

Era un hombre joven, de perfil recio, bien vestido y bien montado.

Se acercó al mostrador, pidió una caña, convidó a unos de esos "aposentados" de boliche —que de haragán ni se había movido a mirar los toros— y preguntó:

—¿Qué distancia habrá hasta la estancia de "El Francés"?

—A lo de don el Francés habrá cuatro leguas cortas o tres largas...

Siguieron algunas preguntas más con sus respuestas, cuando Olmedo dejó caer ésta:

—¿No hay unos Almadas por aquí?

—Hubieron pero se fueron yendo...

—¿Todos?

—Yo conocí dos: don Pedro y María... Ya ni los huesos les quedarán... Se ahorcaron los dos: padre e hijo.

—¿Buenos vecinos?

—Buenos. Malos para ellos... Mucha pulpería.. Mucho juego... Gente que no veía venir las tormentas...

—Destinos.

—Pues...

Alzó galletas y dulce de membrillo. Pagó y partió rumbo al pastoreo. Ya de cabeza caída porque María era su padre.

* * *

Cuando llegó al pastoreo ya había recorrido toda su vida. Recordaba que había visto algo raro en la casa aquel día que lo llevaron para lo de un vecino. Cuando salió vio ocho o diez hombres... Después —dos o tres días habían pasado— vino la madre y se lo llevó lejos. Lejísimo. Estaban en un rancherío con un hermano de ella. Después fue de peoncito a una estancia. Después nada. La madre se fue con el hermano...

—Me he hecho hombre sin saber cómo... ¡Fíjese cómo es la cosa!...

Desensillaba. El negro ya había acercado la carne al fogón y le alcanzó un mate.

—¿Taba bien?

—Sí. Tres o cuatro leguas...


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Publicado el 1 de marzo de 2025 por Edu Robsy.

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