Al Excmo. Señor Don Antonio Flores, Presidente de la República del Ecuador
Mi querido amigo: Poco valen estas "Nuevas cartas americanas", pero
me atrevo á dedicárselas, confiado en la bondadosa indulgencia de usted
que les prestará el valer de que carecen.
Aunque mi propósito al escribirlas es puramente literario, todavía,
sin proponérmelo yo, lo literario trasciende en estos asuntos á la más
alta esfera política.
La unidad de civilización y de lengua, y en gran parte de raza
también, persiste en España y en esas Repúblicas de América, á pesar de
su emancipación é independencia de la metrópoli. Cuanto se escribe en
español en ambos mundos es literatura española, y, á mi ver, al tratar
yo de ella, propendo á mantener y á estrechar el lazo de cierta superior
y amplia nacionalidad que nos une á todos.
Es evidente que yo, que siempre fuí un crítico suave, no había de ser
severo con mis semi-compatriotas de Ultramar; pero también es evidente
que ni debo ni quiero ganarme la voluntad de nadie con lisonjas. Además,
á lo que muchos sujetos afirman, yo no sirvo para lisonjear, aunque lo
desee. Suponen que me sucede, si bien en sentido contrario, lo que á
aquel famoso profeta que fué, por orden del Rey de los hijos de Moab, á
maldecir á los hijos de Israel. Levantó siete altares, sacrificó
becerras, hizo otras ceremonias, y subió á un cerro, desde donde se
oteaba la llanura en que los israelitas tenían desplegadas sus tiendas.
Desde allí quiso maldecirlos, y Dios desató su lengua y le movió á
entonar un cántico de bendiciones. Subió luego á otro cerro, volvió á
querer maldecir y bendijo de nuevo, sin poderlo remediar. Si á mí, como
aseguran, me sucede algo parecido, ya pueden ustedes confiar en que no
hay adulación en mis alabanzas y no agradecérmelas, pues son
involuntarias. Y cuando hubiere algo de censura, deberán perdonármelo
también por el mismo motivo.
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