Textos más populares este mes de Juan Valera publicados por Edu Robsy | pág. 4

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autor: Juan Valera editor: Edu Robsy


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Los Emigrantes

Juan Valera


Cuento


El barco de vapor había tocado en varios puertos de España cuando abandonó definitivamente la península dirigiéndose a Buenos Aires. El patrón, ya en alta mar, hizo que se presentasen sobre cubierta los numerosos emigrantes de diversas provincias, contratados y enganchados por él para que fuesen a fundar una colonia en la República Argentina.

Al pasar aquella revista, era su intento confirmar los datos que ya tenía y formar uno a modo de empadronamiento, inscribiendo en él los nombres y apellidos de los colonos que llevaba y los oficios y menesteres a los que cada cual pensaba y podía dedicarse. Fue, pues, preguntando sucesivamente a todos. Uno decía que iba de carpintero; otro, de herrador; de zapatero, otro; de albañiles, seis o siete; tres o cuatro, de sastre, y muchísimos, de jornaleros para las faenas del campo.

Apoyado contra el quicio de la puerta de la cámara de popa estaba un mozo andaluz, alto, fornido, de grandes y negros ojos, de espesas patillas, negras también, y de muy gallarda presencia. Iba vestido con primor y aseo, con el traje popular de su tierra; pero su porte era tan majestuoso y era tan reposado y digno su aspecto, que, más que trabajador emigrante, parecía príncipe disfrazado.

Con gran curiosidad de saber a qué oficio se dedicaría aquel Gerineldos, el patrón se acercó a él y empezó el interrogatorio:

—¿Cómo se llama usted, amigo? —le preguntó.

Y contestó el mozo andaluz:

—Para servir a Dios y a usted, yo me llamo Narciso Delicado, alias Poca-pena.

—Y ¿de qué va usted a Buenos Aires?

—Pues toma... ¿de qué he de ir? De poblador.

El patrón le miró sonriendo con benevolencia y no pudo menos de reconocer en su traza que el hombre había de ser muy a propósito para tan buen oficio.


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

A Quién Debe Darse Crédito

Juan Valera


Cuento


Llamaron a la puerta. El mismo tío Pedro salió a abrir y se encontró cara a cara con su compadre Vicentico.

—Buenos días, compadre. ¿Qué buen viento le trae a usted por aquí? ¿Qué se le ofrece a usted?

—Pues nada... confío en su amistad de usted... y espero...

—Desembuche usted, compadre.

—La verdad, yo he podado los olivos, tengo en mi olivar lo menos cinco cargas de leña que quiero traerme a casa y vengo a que me empreste usted su burro.

—¡Cuánto lo siento, compadre! Parece que el demonio lo hace. ¡Qué maldita casualidad! Esta mañana se fue mi chico a Córdoba, caballero en el burro. Si no fuera por esto podría usted contar con el burro como si fuese suyo propio. Pero, qué diablos, el burro estará ya lo menos a cuatro leguas de aquí.

El pícaro del burro, que estaba en la caballeriza, se puso entonces a rebuznar con grandes bríos.

El que le pedía prestado dijo con enojo:

—No creía yo, tío Pedro, que usted fuese tan cicatero que para no hacerme este pequeño servicio, se valiese de un engaño. El burro está en casa.

—Oiga usted —replicó el tío Pedro—. Quien aquí debe enojarse soy yo.

—¿Y por qué el enojo?

—Porque usted me quita el crédito y se lo da al burro.


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Bondad de la Plegaria

Juan Valera


Cuento


El boticario del lugar era un filósofo racionalista y descreído. Apenas había acto piadoso que él no condenase como superstición o ridícula impertinencia. Contra lo que más declamaba, era contra el rezo en que se pide a Dios o a los santos que hagan alguna cosa para cumplir nuestro deseo. La censura del boticario subía de punto cuando trataba de plegarias que iban acompañadas de promesas.

Según es costumbre en los lugares, en la trastienda de nuestro boticario filósofo había tertulia diaria. Allí se jugaba al tresillo, a la malilla y al tute, se leían los periódicos y se hablaba de religión, de política y de cuanto hay que hablar.

El señor cura asistía también en aquella tertulia, pero esto no refrenaba el prurito de impiedad del boticario, sino que le excitaba más en sus disertaciones, a fin de que el señor cura se lanzase a la palestra y disputase con él.

El señor cura distaba no poco de ser muy profundo en teología, y cuando no se preparaba escribiendo de antemano lo que había de decir, como escribía los sermones, era mucho menos elocuente que el boticario, pero le aventajaba en dos excelentes cualidades: tenía fe vivísima y gran dosis de sentido común para resolver cuanto la fe no resuelve.

—Dios —decía el cura—, no infringe ni trastorna las leyes de la naturaleza, cediendo a nuestras súplicas y para satisfacer nuestros antojos. Para Dios no hay milagros improvisados. Desde la eternidad los previó todos y los ordenó por infalible decreto. Y en este sentido, tan conforme con la ley divina y tan de acuerdo está con el orden prescrito desde ab eterno que salga mañana el sol como que no salga. Y en cuanto a las súplicas que los hombres dirigimos a Dios, siempre deben agradarle como no sean contrarias a la moral, ya que dan testimonio de la fe que en Él tenemos y de la esperanza y del amor que nos inspira.


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Caballero de Azor

Juan Valera


Cuento


I

Hará ya mucho más de mil años, había en lo más esquivo y fragoso de los Pirineos una espléndida abadía de benedictinos. El abad Eulogio pasaba por un prodigio de virtud y de ciencia.

Las cosas del mundo andaban muy mal en aquella edad. Tremenda barbarie había invadido casi todas las regiones de Europa. Por donde quiera, luchas feroces, robos y matanzas. Casi toda España estaba sujeta a la ley de Mahoma, salvo dos o tres estadillos nacientes, donde, entre breñas y riscos, se guarecían los cristianos.

En medio de aquel diluvio de males, pudiera compararse la abadía de que hablamos al arca santa en que se custodiaban el saber y las buenas costumbres y en que la humana cultura podía salvarse del universal estrago. Gran fe tenían los monjes en sus rezos y en la misericordia de Dios, pero no desdeñaban la mundana prudencia. Y a fin de poder defenderse de las invasiones de bandidos, de barones poderosos y desalmados o de infieles muslimes, habían fortificado la abadía como casi inexpugnable castillo roquero, y mantenían a su servicio centenares de hombres de armas de los más vigorosos, probados y hábiles para la guerra.


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Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

El Cocinero del Arzobispo

Juan Valera


Cuento


En los buenos tiempos antiguos, cuando estaba poderoso y boyante el Arzobispado, hubo en Toledo un Arzobispo tan austero y penitente, que ayunaba muy a menudo y casi siempre comía de vigilia, y más que pescado, semillas y yerbas.

Su cocinero le solía preparar para la colación, un modesto potaje de habichuelas y de garbanzos, con el que se regalaba y deleitaba aquel venerable y herbívoro siervo de Dios, como si fuera con el plato más suculento, exquisito y costoso. Bien es verdad que el cocinero preparaba con tal habilidad los garbanzos y las habichuelas, que parecían, merced al refinado condimento, manjar de muy superior estimación y deleite.

Ocurrió, por desgracia, que el cocinero tuvo una terrible pendencia con el mayordomo. Y como la cuerda se rompe casi siempre por lo más delgado, el cocinero salió despedido.

Vino otro nuevo a guisar para el señor Arzobispo y tuvo que hacer para la colación el consabido potaje. Él se esmeró en el guiso, pero el Arzobispo le halló tan detestable, que mandó despedir al cocinero e hizo que el mayordomo tomase otro.

Ocho o nueve fueron sucesivamente entrando, pero ninguno acertaba a condimentar el potaje y todos tenían que largarse avergonzados, abandonando la cocina arzobispal.

Entró, por último, un cocinero más avisado y prudente, y tuvo la buena idea de ir a visitar al primer cocinero y a suplicarle y a pedirle, por amor de Dios y por todos los santos del cielo, que le explicara cómo hacía el potaje de que el Arzobispo gustaba tanto.

Fue tan generoso el primer cocinero, que le confió con lealtad y laudable franqueza su procedimiento misterioso.

El nuevo cocinero siguió con exactitud las instrucciones de su antecesor, condimentó el potaje e hizo que se le sirvieran al ascético Prelado.

Apenas éste le probó, paladeándole con delectación morosa, exclamó entusiasmado:


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Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

El Doble Sacrificio

Juan Valera


Cuento


EL PADRE GUTIÉRREZ A DON PEPITO

Málaga, 4 de abril de 1842.

Mi querido discípulo: Mi hermana, que ha vivido más de veinte años en ese lugar, vive hace dos en mi casa, desde que quedó viuda y sin hijos. Conserva muchas relaciones, recibe con frecuencia cartas de ahí y está al corriente de todo. Por ella sé cosas que me inquietan y apesadumbran en extremo. ¿Cómo es posible, me digo, que un joven tan honrado y tan temeroso de Dios, y a quien enseñé yo tan bien la metafísica y la moral, cuando él acudía a oír mis lecciones en el Seminario, se conduzca ahora de un modo tan pecaminoso? Me horrorizo de pensar en el peligro a que te expones de incurrir en los más espantosos pecados, de amargar la existencia de un anciano venerable, deshonrando sus canas, y de ser ocasión, si no causa, de irremediables infortunios. Sé que frenéticamente enamorado de doña Juana, legítima esposa del rico labrador don Gregorio, la persigues con audaz imprudencia y procuras triunfar de la virtud y de la entereza con que ella se te resiste. Fingiéndote ingeniero o perito agrícola, estás ahí enseñando a preparar los vinos y a enjertar las cepas en mejor vidueño; pero lo que tú enjertas es tu viciosa travesura, y lo que tú preparas es la desolación vergonzosa de un varón excelente, cuya sola culpa es la de haberse casado, ya viejo, con una muchacha bonita y algo coqueta. ¡Ah, no, hijo mío! Por amor de Dios y por tu bien, te lo ruego. Desiste de tu criminal empresa y vuélvete a Málaga. Si en algo estimas mi cariño y el buen concepto en que siempre te tuve, y si no quieres perderlos, no desoigas mis amonestaciones.

DE DON PEPITO AL PADRE GUTIÉRREZ

Villalegre, 7 de abril.


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8 págs. / 14 minutos / 127 visitas.

Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Los Telefonemas de Manolita

Juan Valera


Cuento


Manolita, personaje único.

CUADRO PRIMERO

Salón elegante y rico. Es de noche. Lámparas y bujías encendidas. Hay teléfono. Manolita sola. Inquieta, yendo y viniendo de un extremo a otro, había consigo misma.

Mucho quiero a mamá. No faltaba más que yo no la quisiera. El cuarto honrar padre y madre. Además, harto fácil es para mí cumplir este mandamiento. No estoy resentida, sino agradecida de que me haya tenido cerca de tres años en el colegio. Yo estaba imposible de mimada, de traviesa y de voluntariosa. Yo era un diablillo y necesitaba que me metiesen en costura. Ahora, que he vuelto de nuevo a casa, soy persona de mucho juicio. ¿Y cómo no he de querer a mamá? Me mima, me celebra, me idolatra. Mis caprichos son ley. Mamá me regala mil dijes; gasta un dineral en mis vestidos y sombreros. Nunca rabia cuando vienen las cuentas. Hasta le parece poco lo que paga. Y con todo, no puedo negarlo: mamá me tiene quejosa.

Buena y santa es la inocencia; sí, señor; muy buena y muy santa; pero yo acabo de cumplir diecisiete años, y aunque apenas hace tres meses que salí del Sagrado Corazón de Jesús, no por eso ha de imaginar mamá que soy tonta y que no veo ni entiendo nada.

Algo más de ocho años lleva ya de viuda. Mucho cuidó a mi padre en su última enfermedad. Sintió su muerte y le lloró muy de veras; pero, en fin, ella no tiene en el día más que treinta y seis años. Parece mi hermanita mayor. A menudo me da envidia, aunque dulce y no amarga, porque la encuentro y noto que la encuentran por ahí más bonita que a mí. ¿Qué extraño es que mamá se haya consolado? Dios me lo perdone, si es mal pensamiento. Sospecho que mamá se consuela con el general. No la condeno. Sea en buen hora. Es libre: bien puede hacer lo que le agrade sin ofender a Dios. Lo que a mí me ofende es la falta de confianza en mí; que mamá me engañe sin necesidad.


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12 págs. / 21 minutos / 40 visitas.

Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Pájaro Verde

Juan Valera


Cuento


I

Hubo, en época muy remota de esta en que vivimos, un poderoso Rey, amado con extremo de sus vasallos, y poseedor de un fertilísimo, dilatado y populoso reino, allá en las regiones de Oriente. Tenía este Rey inmensos tesoros y daba fiestas espléndidas. Asistían en su corte las más gentiles damas y los más discretos y valientes caballeros que entonces había en el mundo. Su ejército era numeroso y aguerrido. Sus naves recorrían como en triunfo el Océano. Los parques y jardines, donde solía cazar y holgarse, eran maravillosos por su grandeza y frondosidad, y por la copia de alimañas y de aves que en ellos se alimentaban y vivían.

Pero ¿qué diremos de sus palacios y de lo que en sus palacios se encerraba, cuya magnificencia excede a toda ponderación? Allí muebles riquísimos, tronos de oro y de plata, y vajillas de porcelana, que era entonces menos común que ahora; allí enanos, jigantes, bufones y otros monstruos para solaz y entretenimiento de S. M.; allí cocineros y reposteros profundos y eminentes, que cuidaban de su alimento corporal, y allí no menos profundos y eminentes filósofos, poetas y jurisconsultos, que cuidaban de dar pasto a su espíritu, que concurrían a su consejo privado, que decidían las cuestiones más arduas de derecho, que aguzaban y ejercitaban el ingenio con charadas y logogrifos, y que cantaban las glorias de la dinastía en colosales epopeyas.

Los vasallos de este Rey le llamaban con razón el Venturoso. Todo iba de bien en mejor durante su reinado. Su vida había sido un tejido de felicidades, cuya brillantez empañaba solamente con negra sombra de dolor la temprana muerte de la señora Reina, persona muy cabal y hermosa a quien S. M. había querido con todo su corazón. Imagínate, lector, lo que la lloraría, y más habiendo sido él, por el mismo acendrado cariño que le tenía, causa inocente de su muerte.


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27 págs. / 48 minutos / 86 visitas.

Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Último Pecado

Juan Valera


Cuento


I

El Sr. D. Emilio Cotarelo es un erudito de notable ingenio y de muy buen gusto, a quien debemos estar agradecidos y dar grandes alabanzas los aficionados a la amena literatura y a todas las artes de la palabra. Sus libros nos maravillan por la diligencia y el tino con que el autor ha sabido recoger noticias. Sus libros enseñan mucho y deleitan más. Natural es que sean leídos, comprados y celebrados.

Los ha compuesto ya el Sr. Cotarelo sobre don Enrique de Villena, sobre el conde de Villamediana y sobre el gran poeta Tirso. Pero lo que ahora me mueve a hablar de este escritor es la serie de estudios que está publicando sobre actores y actrices del siglo pasado. Ya han salido a luz la vida de la divina María Ladvenant, y más recientemente la vida de La Tirana. Ambas obras tienen mayor interés que las novelas, y más que novelas parecen intrincadas selvas de aventuras, lances y casos raros. Al leerlos, no podemos menos de exclamar casi con envidia. ¡Vamos, vamos, no dejaban de divertirse nuestros morigerados abuelos!

Y lo que es para mí el mayor mérito que tienen los libros de que voy hablando, es ser muy sugestivos. El autor no cuenta ni afirma nada sin probar su exacta verdad con documentos fehacientes. Quedan, pues, por contar o apenas indicados entre renglones, mil sucesos importantes y ocultos, los cuales explican o pueden explicar otros cuyas causas no vislumbramos, porque el Sr. Cotarelo, como historiador severísimo y veraz, tiene que dejarnos a media miel, sin decir como cierto lo que no está evidentemente demostrado, aunque se presuma y haya acerca de ello rastros e indicios. Siguiéndolos, voy a permitirme yo poner aquí algo muy importante de la vida de La Caramba, que el Sr. Cotarelo, por virtud de su severidad histórica, no ha podido menos de dejarse en el tintero, tal vez a pesar suyo.


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Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Cuento Soñado

Juan Valera


Cuento


Queremos, lector, que sepas, que nos tienen hartos y aburridos los rígidos moralistas que pululan ahora por donde quiera.

Aunque no nos jactamos de virtuosos, respetamos la virtud; pero no la creemos tan vocinglera y tan espantadiza como la de estos censores de la India. Si hubiéramos de escribir a gusto de algunos; si hubiéramos de tomar su rigidez por valedera y no fingida, y si hubiéramos de ajustar a ella nuestros escritos, tal vez ni las Agonías del tránsito de la muerte de Venegas, ni Los gritos del infierno, del padre Boneta, serían edificantes modelos que imitar.

Por desgracia, esa rigidez es sólo aparente. Esa rigidez no tiene otro resultado que la de exaltar los ánimos, haciéndoles dudar y burlarse, aunque sólo sea en sueños, de la hipocresía farisaica que ahora se usa.

Véase, si no, el sueño que ha tenido un amigo nuestro, y que trasladamos aquí íntegro, cuando no para recreo, para instrucción de los lectores.

Nuestro amigo soñó lo que sigue:

«Mas de 2600 años ha que era yo en Susa un sátrapa muy querido del gran rey Arteo, y el más rígido, grave y moral de todos los sátrapas. El santo varón Parsondes había sido mi maestro, y me había comunicado todo lo comunicable de la ciencia y de la virtud del primer Zoroastro.


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6 págs. / 11 minutos / 46 visitas.

Publicado el 5 de enero de 2021 por Edu Robsy.

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