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autor: Juan Valera etiqueta: Cuento textos disponibles


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Quien No te Conozca que te Compre

Juan Valera


Cuento


No nos atrevemos a asegurarlo, pero nos parece y queremos suponer que el tío Cándido fue natural y vecino de la ciudad de Carmona.

Tal vez el cura que le bautizó no le dio el nombre de Cándido en la pila, sino que después todos cuantos le conocían y trataban le llamaron Cándido porque lo era en extremo. En todos los cuatro reinos de Andalucía no era posible hallar sujeto más inocente y sencillote.

El tío Cándido tenía además muy buena pasta.

Era generoso, caritativo y afable con todo el mundo. Como había heredado de su padre una haza, algunas aranzadas de olivar y una casita en el pueblo, y como no tenía hijos, aunque estaba casado, vivía con cierto desahogo.

Con la buena vida que se daba se había puesto muy lucio y muy gordo.

Solía ir a ver su olivar, caballero en un hermosísimo burro que poseía; pero el tío Cándido era muy bueno, pesaba mucho, no quería fatigar demasiado al burro y gustaba de hacer ejercicio para no engordar más. Así es que había tomado la costumbre de hacer a pie parte del camino, llevando el burro detrás asido del cabestro.

Ciertos estudiantes sopistas le vieron pasar un día en aquella disposición, o sea a pie, cuando iba ya de vuelta para su pueblo.

Iba el tío Cándido tan distraído que no reparó en los estudiantes.

Uno de ellos, que le conocía de vista y de nombre y sabía sus cualidades, informó de ellas a sus compañeros y los excitó a que hiciesen al tío Cándido una burla.


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Las Castañas

Juan Valera


Cuento


El día de difuntos salió muy de mañana a misa una linda beata, que la noche anterior, según es costumbre en la noche de Todos los Santos, se había regalado, comiendo puches con miel y muchas castañas cocidas.

Como era muy temprano y apenas clareaba el día, la calle por donde iba la beata estaba muy sola. Así es que ella, sin reprimirse, con el más libre desahogo y hasta con cierta delectación, lanzaba suspiros traidores y retumbantes, y cada vez que lanzaba uno, decía sonriendo:

—¡Toma castañas!

Proseguía caminando, soltaba otros suspiros y exclamaba siempre:

—¡Las castañas! ¡Las castañas!

Un caballero, muy prendado de la beata, solía seguirla, hacerse el encontradizo, oír misa donde y cuando ella la oía, y hasta darle agua bendita al entrar en la iglesia, para tener el gusto de tocar sus dedos.

Iba aquel día el caballero tan silencioso y con pasos tan tácitos detrás de la beata, que ella no le vio ni sospechó que viniese detrás, hasta que volvió la cara, poco antes de entrar en el templo.

—¿Hace mucho tiempo que viene usted detrás de mí? —dijo muy sonrojada la linda beata.

Y contestó el caballero:

—Señora, desde la primera castaña.


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Charadas

Juan Valera


Cuento


En la misma tertulia del ya citado Capitán general, se entretenían una noche las señoritas y caballeros jóvenes en ponerse charadas.

Estaba allí un estudiante de leyes, que iba ya a graduarse de Licenciado, y que era guapo y listo, si bien poco dichoso en amores.

Entre las señoritas presentes, así por lo graciosa como por lo coqueta, sobresalía D.ª Manolita. Nuestro estudiante la había requerido de amores, y ella, durante algún tiempo, le había querido o había fingido quererle. Después le había dejado por otro. De aquí que el estudiante estuviese con ella, y no sin razón, algo fosco y rostrituerto.

Le llegó su turno de poner una charada y le excitaron para que la pusiese.

El estudiante, encarándose con D.ª Manolita, la puso en estos términos.

—Mi primera y mi segunda, lo que es usted; mi tercera, lo que usted me dice; el todo, lo que yo siento.

En vano se calentaban la cabeza todos los del corro. No pudieron adivinar la charada y se dieron por vencidos. El estudiante entonces explicó la charada de esta manera:

—Mi primera y mi segunda; lo que es usted, infier: mi tercera, lo que usted me dice; no: y el todo, lo que yo siento; infierno.

La charada fue muy aplaudida por los circunstantes; pero D.ª Manolita tuvo alguna turbación y se sonrojó. Procuró, sin embargo, mostrarse fría, tranquila e indiferente, y para ello puso también su charada, que fue como sigue:

—Mi primera y mi segunda, una ninfa; mi tercera, un signo de música; mi cuarta, otro signo de música; y el todo, una cosa que he hecho muy bien en el día de hoy.

El auditorio no fue más feliz con esta charada que con la del estudiante quejoso. Doña Manolita tuvo también que explicarla y dijo:


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

De los Escarmentados Nacen los Avisados

Juan Valera


Cuento


Era D. Calixto un caballerete cordobés, gracioso, bien plantado y con algunos bienes de fortuna.

Muchas mocitas solteras de Sevilla, donde él estaba estudiando, se afanaban por ganar su voluntad y conquistarle para marido; pero la empresa era harto difícil.

Don Calixto, y no sin fundamento, pasaba por un desaforado mariposón, seductor y picaruelo. Iba revoloteando siempre de muchacha en muchacha, como las abejas y las mariposas revolotean de flor en flor, liban la miel y sólo por breves instantes se posan en algunas.

La linda señorita D.ª Eufemia tuvo más maña y arte que otras y logró hacer en el corazón de nuestro héroe la herida amorosa más profunda que hasta entonces había traspasado sus entretelas llegando a lo más vivo.

Él, sin embargo, como travieso que era, si bien ponderaba a la niña su mucho amor y le pedía y aun le suplicaba que de aquel mal le curase, siempre hablaba de la cura, pero no del cura.

Acudía a hablar por la reja con la señorita doña Eufemia; le aseguraba que tenía por culpa de ella, en su lastimado pecho, no uno sino media docena de volcanes en erupción; le rogaba que apagase sus incendios y que mitigase sus estragos, y lo que es de casamiento no decía ni daba jamás palabra.

Así se pasaban meses y meses; los novios pelaban la pava todas las noches sin faltar una; pero el asunto permanecía siempre sin adelantar, ni por el lado de la buena fin, ni tampoco por el lado de la mala.

Cuando él excitaba a su novia para que no se hiciese de pencas y fuese generosa y se ablandase y cediese, ella, o se enojaba porque él le faltaba al respeto y mostraba que no tenía por ella estimación, o bien derramaba amargas lágrimas y exhalaba suspiros y quejas considerándose ofendida.

Con mil variantes, porque tenía fácil palabra y sabía decir una misma cosa de mil modos diversos, la niña solía contestar sobre poco más o menos lo que sigue:


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2 págs. / 4 minutos / 66 visitas.

Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Cocinero del Arzobispo

Juan Valera


Cuento


En los buenos tiempos antiguos, cuando estaba poderoso y boyante el Arzobispado, hubo en Toledo un Arzobispo tan austero y penitente, que ayunaba muy a menudo y casi siempre comía de vigilia, y más que pescado, semillas y yerbas.

Su cocinero le solía preparar para la colación, un modesto potaje de habichuelas y de garbanzos, con el que se regalaba y deleitaba aquel venerable y herbívoro siervo de Dios, como si fuera con el plato más suculento, exquisito y costoso. Bien es verdad que el cocinero preparaba con tal habilidad los garbanzos y las habichuelas, que parecían, merced al refinado condimento, manjar de muy superior estimación y deleite.

Ocurrió, por desgracia, que el cocinero tuvo una terrible pendencia con el mayordomo. Y como la cuerda se rompe casi siempre por lo más delgado, el cocinero salió despedido.

Vino otro nuevo a guisar para el señor Arzobispo y tuvo que hacer para la colación el consabido potaje. Él se esmeró en el guiso, pero el Arzobispo le halló tan detestable, que mandó despedir al cocinero e hizo que el mayordomo tomase otro.

Ocho o nueve fueron sucesivamente entrando, pero ninguno acertaba a condimentar el potaje y todos tenían que largarse avergonzados, abandonando la cocina arzobispal.

Entró, por último, un cocinero más avisado y prudente, y tuvo la buena idea de ir a visitar al primer cocinero y a suplicarle y a pedirle, por amor de Dios y por todos los santos del cielo, que le explicara cómo hacía el potaje de que el Arzobispo gustaba tanto.

Fue tan generoso el primer cocinero, que le confió con lealtad y laudable franqueza su procedimiento misterioso.

El nuevo cocinero siguió con exactitud las instrucciones de su antecesor, condimentó el potaje e hizo que se le sirvieran al ascético Prelado.

Apenas éste le probó, paladeándole con delectación morosa, exclamó entusiasmado:


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Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

El Espejo de Matsuyama

Juan Valera


Cuento


Mucho tiempo ha vivían dos jóvenes esposos en lugar muy apartado y rústico. Tenían una hija y ambos la amaban de todo corazón. No diré los nombres de marido y mujer, que ya cayeron en olvido, pero diré que el sitio en que vivían se llamaba Matsuyama, en la provincia de Echigo.

Hubo de acontecer, cuando la niña era aún muy pequeñita, que el padre se vio obligado a ir a la gran ciudad, capital del Imperio. Como era tan lejos, ni la madre ni la niña podían acompañarle, y él se fue solo, despidiéndose de ellas y prometiendo traerles, a la vuelta, muy lindos regalos.

La madre no había ido nunca más allá de la cercana aldea, y así no podía desechar cierto temor al considerar que su marido emprendía tan largo viaje; pero al mismo tiempo sentía orgullosa satisfacción de que fuese él, por todos aquellos contornos, el primer hombre que iba a la rica ciudad, donde el rey y los magnates habitaban, y donde había que ver tantos primores y maravillas.

En fin, cuando supo la mujer que volvía su marido, vistió a la niña de gala, lo mejor que pudo, y ella se vistió un precioso traje azul que sabía que a él le gustaba en extremo.

No atino a encarecer el contento de esta buena mujer cuando vio al marido volver a casa sano y salvo. La chiquitina daba palmadas y sonreía con deleite al ver los juguetes que su padre le trajo. Y él no se hartaba de contar las cosas extraordinarias que había visto, durante la peregrinación, y en la capital misma.

—A ti—dijo a su mujer—te he traído un objeto de extraño mérito; se llama espejo. Mírale y dime qué ves dentro.


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3 págs. / 5 minutos / 66 visitas.

Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Cocinero del Arzobispo

Juan Valera


Cuento


En los buenos tiempos antiguos, cuando estaba poderoso y boyante el Arzobispado, hubo en Toledo un Arzobispo tan austero y penitente, que ayunaba muy a menudo y casi siempre comía de vigilia, y más que pescado, semillas y yerbas.

Su cocinero le solía preparar para la colación, un modesto potaje de habichuelas y de garbanzos, con el que se regalaba y deleitaba aquel venerable y herbívoro siervo de Dios, como si fuera con el plato más suculento, exquisito y costoso. Bien es verdad que el cocinero preparaba con tal habilidad los garbanzos y las habichuelas, que parecían, merced al refinado condimento, manjar de muy superior estimación y deleite.

Ocurrió, por desgracia, que el cocinero tuvo una terrible pendencia con el mayordomo. Y como la cuerda se rompe casi siempre por lo más delgado, el cocinero salió despedido.

Vino otro nuevo a guisar para el señor Arzobispo y tuvo que hacer para la colación el consabido potaje. Él se esmeró en el guiso, pero el Arzobispo le halló tan detestable, que mandó despedir al cocinero e hizo que el mayordomo tomase otro.

Ocho o nueve fueron sucesivamente entrando, pero ninguno acertaba a condimentar el potaje y todos tenían que largarse avergonzados, abandonando la cocina arzobispal.

Entró, por último, un cocinero más avisado y prudente, y tuvo la buena idea de ir a visitar al primer cocinero y a suplicarle y a pedirle, por amor de Dios y por todos los santos del cielo, que le explicara cómo hacía el potaje de que el Arzobispo gustaba tanto.

Fue tan generoso el primer cocinero, que le confió con lealtad y laudable franqueza su procedimiento misterioso.

El nuevo cocinero siguió con exactitud las instrucciones de su antecesor, condimentó el potaje e hizo que se le sirvieran al ascético Prelado.

Apenas éste le probó, paladeándole con delectación morosa, exclamó entusiasmado:


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1 pág. / 2 minutos / 39 visitas.

Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Famoso Cantor Madureira

Juan Valera


Cuento


Fue tan hábil este cantor y tenía una voz tan dulce y tan argentina, que hizo el encanto de cuantos le oyeron durante su gloriosa pero no muy larga vida.

Los portugueses estaban llenos de orgullo porque había pertenecido a su nación tan eminente artista.

Así es que, después de su muerte, le enterraron como a todo el mundo; pero el entierro fue suntuoso y las exequias más suntuosas aún. En los Placeres, que aunque parezca extraño, así se llama el cementerio de Lisboa, le erigieron un soberbio mausoleo; y en una lápida de mármol negro inscribieron con letras de oro el siguiente epitafio:


Aquí yace o Senhor de Madureira, o primer cantor do mundo.
Morreu.
Porem, non morreu, Chamoulhe Deus a sua Capella.
Mandou-lhe cantar.
Nào quiz.
Rogou-lhe que cantase.
Entao cantou.
E diz Deus:
Vayan os anjos a merda que canta muito melhor o Senhor de Madureira.


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Cautivo de Doña Mencía

Juan Valera


Cuento


I

Pocos días ha recibí el prospecto de un libro muy curioso que va a publicarse en Córdoba. Contendrá la historia de las ciudades, villas y fortalezas de aquel antiguo reino. Me hizo esto recordar ciertos sucesos, que me contó mi amigo D. Juan Fresco, como ocurridos hace ya cuatrocientos treinta años en el castillo de la población en que él vive. Ignoro si dichos sucesos serán todo ficción, o si tendrán algún fundamento histórico. Ya se encargarán de dilucidarlo los que escriban el mencionado libro, ora consultando otros antiguos que deben de andar impresos, ora en vista de Memorias y demás documentos manuscritos que ha de haber en abundancia. Yo no quiero meterme en semejantes honduras. Me inclino, sin embargo, a creer que en mi historia, si hay alguna ficción, hay también mucho de verdad en que la ficción se funda: el grave testimonio de mi querido y erudito amigo D. Aureliano Fernández-Guerra, a quien oí referir no pequeña parte de los sucesos cuya narración me complazco en dedicar ahora a su inolvidable espíritu.

D. Aureliano tenía hacienda de olivar y viña en el cercano lugar de Zuheros; iba a menudo por allí, y se preciaba de saber, y había investigado y de seguro sabía, todo cuanto desde muchos siglos atrás había acontecido en aquella comarca. A pesar de todo, desisto de averiguar, para no comprometerme, lo que hay de verdad y lo que hay de mentira en el cuento, y voy a referirle aquí como me le contó mi tocayo.

Los fuertes muros y las ocho altas torres están hoy como en el día en que se edificaron. No falta ni una almena. Dentro de aquel recinto pueden alojarse bien doscientos peones y más de ochenta caballos. De la cómoda vivienda señorial no queda ni rastro. Han venido a sustituirla un molino aceitero con alfarge, trojes y prensas, que durante la vendimia sirven también de lagar, un grande alambique con agua corriente, y extensas bodegas para aceite, aguardiente, vinagre y vino.


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23 págs. / 41 minutos / 51 visitas.

Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Doña Bishodie

Juan Valera


Cuento


Al ir a confesarse una beata se jactó mucho con el Padre de que sabía rezar en latín y le rogó que le hiciese rezar algo en dicha lengua.

—Pues diga usted el Padre Nuestro —le dijo el Padre.

La beata empezó a rezar, trabucándolo todo e inventando un latín verdaderamente fantástico e inaudito.

El Padre la oyó con paciencia hasta que la beata llegó a decir:

—Don Cotidiano, Doña Bishodie.

Interrumpió entonces la oración y dijo al Padre:

—Todo lo comprendo, pero no caigo en quién pueda ser esta Doña Bishodie.

—Sí, hija mía, contestó el Padre: es muy sencillo; la mujer de D. Cotidiano.


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1 pág. / 1 minuto / 56 visitas.

Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

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