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autor: Juan Valera etiqueta: Cuento


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Elocuencia Vizcaína

Juan Valera


Cuento


El obispo de Málaga más de cien años ha era un varón lleno de saber y virtudes y predicador elocuentísimo. Tenía además tan alegre y suave condición y tanta afabilidad y llaneza en su trato que, lejos de enojarse, gustaba de que sus familiares discutiesen con él y hasta le embromasen.

Era el obispo vizcaíno, y sus familiares, al poner por las nubes su elocuencia, la calificaban de extraña y única entre los hijos de las Provincias Vascongadas, donde, según ellos, no hubo jamás hombre que no fuese premioso de palabra ni clérigo que no pasase por un porro y que en el púlpito no se hiciese un lío.

Movido el bondadoso prelado de su cristiana modestia y de su ferviente patriotismo, sostenía lo contrario, y llegaba a asegurar que lo menos había entre los presbíteros vizcaínos, sus contemporáneos, tres docenas que valían más que él por la ciencia, el arte y la inspiración con que enjaretaban sermones.

Como pasaba el tiempo y no parecía por aquella diócesis ningún clérigo vizcaíno, la disputa se hacía interminable. El obispo no probaba su afirmación de un modo experimental y práctico, y los familiares seguían erre que erre, negando a todos los vizcaínos, menos a Su Señoría Ilustrísima, la capacidad para la oratoria sagrada.

Acertó al cabo a venir a Málaga en busca de amparo y protección un clérigo guipuzcoano que había estudiado con el obispo en el mismo Seminario y había sido allí grande amigo suyo. El obispo le recibió muy bien y le hospedó en su palacio. No tardó, cuando estuvo a solas con él, en hablarle de las discusiones sin término que con sus familiares tenía, y luego le dijo:


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Pájaro Verde

Juan Valera


Cuento


I

Hubo, en época muy remota de esta en que vivimos, un poderoso Rey, amado con extremo de sus vasallos, y poseedor de un fertilísimo, dilatado y populoso reino, allá en las regiones de Oriente. Tenía este Rey inmensos tesoros y daba fiestas espléndidas. Asistían en su corte las más gentiles damas y los más discretos y valientes caballeros que entonces había en el mundo. Su ejército era numeroso y aguerrido. Sus naves recorrían como en triunfo el Océano. Los parques y jardines, donde solía cazar y holgarse, eran maravillosos por su grandeza y frondosidad, y por la copia de alimañas y de aves que en ellos se alimentaban y vivían.

Pero ¿qué diremos de sus palacios y de lo que en sus palacios se encerraba, cuya magnificencia excede a toda ponderación? Allí muebles riquísimos, tronos de oro y de plata, y vajillas de porcelana, que era entonces menos común que ahora; allí enanos, jigantes, bufones y otros monstruos para solaz y entretenimiento de S. M.; allí cocineros y reposteros profundos y eminentes, que cuidaban de su alimento corporal, y allí no menos profundos y eminentes filósofos, poetas y jurisconsultos, que cuidaban de dar pasto a su espíritu, que concurrían a su consejo privado, que decidían las cuestiones más arduas de derecho, que aguzaban y ejercitaban el ingenio con charadas y logogrifos, y que cantaban las glorias de la dinastía en colosales epopeyas.

Los vasallos de este Rey le llamaban con razón el Venturoso. Todo iba de bien en mejor durante su reinado. Su vida había sido un tejido de felicidades, cuya brillantez empañaba solamente con negra sombra de dolor la temprana muerte de la señora Reina, persona muy cabal y hermosa a quien S. M. había querido con todo su corazón. Imagínate, lector, lo que la lloraría, y más habiendo sido él, por el mismo acendrado cariño que le tenía, causa inocente de su muerte.


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Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Maestro Raimundico

Juan Valera


Cuento


I

En varios tratados de Economía política he visto yo una cuenta, de la que resulta que la industria de los zapateros en Francia ha producido, desde el descubrimiento de América hasta hoy, seis o siete veces más riqueza que todo el oro y la plata que han venido a Europa desde aquel nuevo e inmenso continente. Esto me anima, sin recelo de pasar por inventor de inverosímiles tramoyas, a hablar aquí del maestro Raimundico.

Haciendo zapatos empezó a ser rico; acrecentó luego su riqueza, dando dinero a premio, aunque por ser hombre concienzudo, temeroso de Dios y muy caritativo, nunca llevó más de 10 por 100 al año; después, fundó y abrió una tienda o bazar, donde se vendía cuanto hay que vender: azúcar, café, judías, bacalao, barajas, devocionarios, libros para los niños de la escuela, y toda clase de tejidos y de adornos para la vestimenta de hombres y mujeres. El maestro se fue quedando también con no pocas fincas de sus deudores, y llegó a ser propietario de viñas, olivares, huertas y cortijos.

Ya no esgrimía la lezna, ni se ponía el tirapié, ni se ensuciaba los dedos con cerote, pero fiel a su origen, conservaba la zapatería, donde trabajaban expertos oficiales, discípulos suyos. El magnífico bazar estaba contiguo. Y junto a la zapatería y al bazar podía contemplarse la revocada y hermosa fachada de su casa, situada en la calle más ancha y central del pueblo. A espaldas de esta casa y en no interrumpida sucesión, había patios, corrales, caballerizas, tinados, bodegas, graneros, lagar, molino de aceite, y en suma, todo cuanto puede poseer y posee un acaudalado labrador y propietario de Andalucía. La puerta falsa, que daba ingreso a estas dependencias agrícolas, pudiera decirse que estaba extramuros del pueblo, si el pueblo tuviera muros, mientras que la puerta principal, según queda dicho estaba en el centro.


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Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Gitano Teólogo

Juan Valera


Cuento


Se fue a confesar un gitano ya de edad provecta y muy preciado de discreto.

El Padre le preguntó si sabía la doctrina cristiana.

—Pues no faltaba más sino que a mis años no la supiese —dijo el gitano.

—Pues rece usted el Padrenuestro —dijo el confesor.

—Mire usted, Padre —contestó el gitano— no me avergüence preguntándome cosas tan fáciles. Eso se pregunta a los niños de la doctrina y no a los hombres ya maduros y que no tienen traza de ignorantes o de tontos. En punto a religión yo sé cuanto hay que saber. Hágame preguntas difíciles, morrocotudas, y ya verá cómo contesto.

—Bien está —dijo el padre—. Pues entonces responda usted: ¿Cómo es que, siendo Dios omnipotente y creador de cielos y tierras, consintió en hacerse hombre y en venir al mundo?

El gitano contestó sin titubear:

—Pues ahí verá usted.

—Y si N. S. Jesucristo no hubiera venido a salvarnos —prosiguió el Padre— y si no hubiera padecido pasión y muerte, ¿qué hubiera sido de nosotros?

—Hágase usted cargo —replicó el gitano.

Y el padre se quedó turulato al oír contestaciones tan llenas de sabiduría.


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Doble Sacrificio

Juan Valera


Cuento


EL PADRE GUTIÉRREZ A DON PEPITO

Málaga, 4 de Abril de 1842.

Mi querido discípulo: Mi hermana, que ha vivido más de veinte años en ese lugar, vive, hace dos, en mi casa, desde que quedó viuda y sin hijos. Conserva muchas relaciones, recibe con frecuencia cartas de ahí y está al corriente de todo. Por ella sé cosas que me inquietan y apesadumbran en extremo. ¿Cómo es posible, me digo, que un joven tan honrado y tan temeroso de Dios, y a quien enseñé yo tan bien la metafísica y la moral, cuando él acudía a oír mis lecciones en el Seminario, se conduzca ahora de un modo tan pecaminoso? Me horrorizo de pensar en el peligro a que te expones de incurrir en los más espantosos pecados, de amargar la existencia de un anciano venerable, deshonrando sus canas, y de ser ocasión, si no causa, de irremediables infortunios. Sé que frenéticamente enamorado de doña Juana, legítima esposa del rico labrador D. Gregorio, la persigues con audaz imprudencia y procuras triunfar de la virtud y de la entereza con que ella se te resiste. Fingiéndote ingeniero o perito agrícola, estás ahí enseñando a preparar los vinos y a enjertar las cepas en mejor vidueño; pero lo que tú enjertas es tu viciosa travesura, y lo que tú preparas es la desolación vergonzosa de un varón excelente, cuya sola culpa es la de haberse casado, ya viejo, con una muchacha bonita y algo coqueta. ¡Ah, no, hijo mío! Por amor de Dios y por tu bien, te lo ruego. Desiste de tu criminal empresa y vuélvete a Málaga. Si en algo estimas mi cariño y el buen concepto en que siempre te tuve, y si no quieres perderlos, no desoigas mis amonestaciones.

DE DON PEPITO AL PADRE GUTIÉRREZ

Villalegre, 7 de Abril.


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Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Canto Gangoso

Juan Valera


Cuento


La madre abadesa no consideraba que el canto era bastante devoto y sentido cuando no era muy gangoso también, especialmente al terminar cada frase.

Las novicias y las monjas jóvenes se obstinaban, sin embargo, en querer lucir la voz y en no ganguear.

Cierto día que estaban en el coro, cantaron sonoramente y sin que el aire pasase por las narices:

... —¡Per omnia saecula saeculorum!

Y notando la abadesa que no la obedecían, dijo gangueando y algo enojada:

¡Niñas, un poco de narices en el culorum!


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Doña Bishodie

Juan Valera


Cuento


Al ir a confesarse una beata se jactó mucho con el Padre de que sabía rezar en latín y le rogó que le hiciese rezar algo en dicha lengua.

—Pues diga usted el Padre Nuestro —le dijo el Padre.

La beata empezó a rezar, trabucándolo todo e inventando un latín verdaderamente fantástico e inaudito.

El Padre la oyó con paciencia hasta que la beata llegó a decir:

—Don Cotidiano, Doña Bishodie.

Interrumpió entonces la oración y dijo al Padre:

—Todo lo comprendo, pero no caigo en quién pueda ser esta Doña Bishodie.

—Sí, hija mía, contestó el Padre: es muy sencillo; la mujer de D. Cotidiano.


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Bondad de la Plegaria

Juan Valera


Cuento


El boticario del lugar era un filósofo racionalista y descreído. Apenas había acto piadoso que él no condenase como superstición o ridícula impertinencia. Contra lo que más declamaba, era contra el rezo en que se pide a Dios o a los santos que hagan alguna cosa para cumplir nuestro deseo. La censura del boticario subía de punto cuando trataba de plegarias que iban acompañadas de promesas.

Según es costumbre en los lugares, en la trastienda de nuestro boticario filósofo había tertulia diaria. Allí se jugaba al tresillo, a la malilla y al tute, se leían los periódicos y se hablaba de religión, de política y de cuanto hay que hablar.

El señor cura asistía también en aquella tertulia, pero esto no refrenaba el prurito de impiedad del boticario, sino que le excitaba más en sus disertaciones, a fin de que el señor cura se lanzase a la palestra y disputase con él.

El señor cura distaba no poco de ser muy profundo en teología, y cuando no se preparaba escribiendo de antemano lo que había de decir, como escribía los sermones, era mucho menos elocuente que el boticario, pero le aventajaba en dos excelentes cualidades: tenía fe vivísima y gran dosis de sentido común para resolver cuanto la fe no resuelve.

—Dios —decía el cura—, no infringe ni trastorna las leyes de la naturaleza, cediendo a nuestras súplicas y para satisfacer nuestros antojos. Para Dios no hay milagros improvisados. Desde la eternidad los previó todos y los ordenó por infalible decreto. Y en este sentido, tan conforme con la ley divina y tan de acuerdo está con el orden prescrito desde ab eterno que salga mañana el sol como que no salga. Y en cuanto a las súplicas que los hombres dirigimos a Dios, siempre deben agradarle como no sean contrarias a la moral, ya que dan testimonio de la fe que en Él tenemos y de la esperanza y del amor que nos inspira.


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Manifestaciones de Duelo del Rey de Portugal

Juan Valera


Cuento


Un portugués contaba a un andaluz los extremos de doloroso sentimiento que hizo el Rey de Portugal por la muerte de la Señora Infanta, su linda hija.

Extraordinarias eran las cosas que el portugués refería; pero el andaluz, en vez de maravillarse, decía siempre:

—¿Y no hizo más que eso?

Algo enojado el portugués de que el andaluz no se maravillase, ponderaba cada vez más las manifestaciones de duelo de Su Majestad Fidelísima.

El andaluz, no obstante, permanecía indiferente y no se cansaba de repetir:

—¿Y no hizo más que eso?

El portugués perdió por último la paciencia, y dijo para terminar:

—Ainda fiz mais: mandou que en todo o reino ninguem creese'en Deus en tres annos, para que Deus, nos tempos vendouros, saiva como se ten de conduzir con o Rei de Portugal.


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Los Santos de Francia

Juan Valera


Cuento


En una de las mejores poblaciones de la Mancha vivía, no hace mucho tiempo, un rico labrador, muy chapado a la antigua, cristiano viejo, honrado y querido de todo el mundo. Su mujer, rolliza y saludable, fresca y lozana todavía, a pesar de sus cuarenta y pico de años, le había dado un hijo único, que era muy lindo muchacho, avispado y travieso.

Como este muchacho estaba mimadísimo por su padre y por su madre, era harto difícil hacer carrera con él. A pesar de su mucha inteligencia, a la edad de diez años, leía con dificultad y al escribir hacía unos garrapatos ininteligibles. Lo único que el chico sabía bien era la doctrina cristiana y querer y respetar al autor de sus días y a su señora mamá. El niño era tan gracioso y ocurrente, que tenía embobado a todo el vecindario. Cuantos le conocían le reían los chistes y ponían su ingenio por las nubes, con lo cual al rico labrador se le caía la baba de gusto.

—¡Qué lástima, decía, que este chico se críe cerril en el pueblo, sin hacer más que jugar al hoyuelo, a las chapas, al toro y al salto de la comba, con todos los pilletes! Si yo le enviase a un buen colegio, en una gran ciudad, sin duda que volvería hecho un pozo de ciencia, sería la gloria y el apoyo de mi vejez y serviría y honraría a su patria.

Tanto caviló en esto el labrador, que al fin, sobreponiéndose a la pena que le causaba el separarse de su hijo, le envió a que estudiase en París nada menos.

Seis años estuvo por allí estudiando en uno de los mejores colegios primero y después en la Sorbona.

Como él era, naturalmente, muy despejado, aprovechó mucho, y volvió a casa de sus padres sabiendo cuanto hay que saber, y además elegantísimo y atildadísimo: hecho un verdadero dije; lo que ahora llaman un dandy, un gomoso.


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