El Padre Postas fue un capuchino famoso por sus predicaciones.
Las anécdotas y graciosos dichos que de él se refieren, son innumerables.
Le apellidaban el Padre Postas porque, cuando se entusiasmaba en sus
sermones y quería ponderar la violencia y rapidez con que los demonios
se llevan al infierno a los pecadores empedernidos, decía, ya que
entonces no había aún ferrocarriles, que se los llevan en postas, y para
explicarlo mejor, montaba a caballo en la delantera del púlpito,
agitaba el cordón que ceñía sus hábitos como si fuese un látigo y le
crujía y daba golpes diciendo: «arre, arre».
Se cuenta que una vez, hablando contra los juegos de azar y envite, a
los que en secreto era harto aficionado, se entusiasmó y manoteó con
tanta furia, que se le escapó una baraja que llevaba escondida en la
manga, y desparramados los naipes salieron volando y cayeron al suelo.
Pero el Padre, no sólo salió del apuro, sino que se valió de aquel
accidente para que fuese su plática más conmovedora, porque dijo con
gran presencia de espíritu:
—Ahí los tenéis; ellos son uno de los instrumentos más ingeniosos de
que se vale Satanás para cautivar las almas, ellos son la perdición de
las familias, etc.
Predicando otro día en favor del ayuno y censurando a las damas
remilgadas y melindrosas que no ayunan porque padecen del estómago y se
ponen flacas, aseguró que él ayunaba de diario y que por la gracia de
Dios estaba fuerte como un roble. Se remangó entonces la manga, enseñó
desnudo el poderoso brazo derecho, digno del propio Hércules, y
mostrándosele al auditorio, exclamó:
—¿Qué os parece? Ya veis que no estoy delgado.
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