I
En varios tratados de Economía política he visto yo una cuenta, de la
que resulta que la industria de los zapateros en Francia ha producido,
desde el descubrimiento de América hasta hoy, seis o siete veces más
riqueza que todo el oro y la plata que han venido a Europa desde aquel
nuevo e inmenso continente. Esto me anima, sin recelo de pasar por
inventor de inverosímiles tramoyas, a hablar aquí del maestro
Raimundico.
Haciendo zapatos empezó a ser rico; acrecentó luego su riqueza, dando
dinero a premio, aunque por ser hombre concienzudo, temeroso de Dios y
muy caritativo, nunca llevó más de 10 por 100 al año; después, fundó y
abrió una tienda o bazar, donde se vendía cuanto hay que vender: azúcar,
café, judías, bacalao, barajas, devocionarios, libros para los niños de
la escuela, y toda clase de tejidos y de adornos para la vestimenta de
hombres y mujeres. El maestro se fue quedando también con no pocas
fincas de sus deudores, y llegó a ser propietario de viñas, olivares,
huertas y cortijos.
Ya no esgrimía la lezna, ni se ponía el tirapié, ni se ensuciaba los
dedos con cerote, pero fiel a su origen, conservaba la zapatería, donde
trabajaban expertos oficiales, discípulos suyos. El magnífico bazar
estaba contiguo. Y junto a la zapatería y al bazar podía contemplarse la
revocada y hermosa fachada de su casa, situada en la calle más ancha y
central del pueblo. A espaldas de esta casa y en no interrumpida
sucesión, había patios, corrales, caballerizas, tinados, bodegas,
graneros, lagar, molino de aceite, y en suma, todo cuanto puede poseer y
posee un acaudalado labrador y propietario de Andalucía. La puerta
falsa, que daba ingreso a estas dependencias agrícolas, pudiera decirse
que estaba extramuros del pueblo, si el pueblo tuviera muros, mientras
que la puerta principal, según queda dicho estaba en el centro.
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