Nuestra Señora de los Desamparados
Juana Manuela Gorriti
Cuento
A la niña María Pelliza
—Era este un militar —contábanos una noche, rodeada de siete
niñas, mamá Teresa, antigua nodriza de la familia, negra cordobesa
ladina y sentenciosa, que había manejado los pañales de tres
generaciones—, era un militar jaranista y pendenciero. Llamábanlo el
capitán Rogerio, y mandaba una compañía de alabarderos, cuyo regimiento
daba guarnición a Valencia, sobre las costas del Mediterráneo.
A los vicios ya enumerados, el capitán reunía el de jugador: jugador desdichado pero incorregible, que en busca siempre del desquite, echaba sobre el tapete verde cuanto había a las manos.
Consumido su patrimonio, Rogerio cayó en poder de los usureros. Sueldo, espada de gala, uniforme de parada, todo fue vendido por unos cuantos puñados de oro que devoró luego el abismo insondable del garito.
Consecuencia obligada de estos percances era el humor de perros que jamás abandonaba al capitán, y que tropezaba con frecuencia en cosillas de sus soldados expresado en sendos planazos, más de una vez severamente censurados por sus jefes, sin que por ello aquel rabioso se enmendara.
Pero quien más tenía que sufrir con este furor crónico del capitán, era su pobre mujer, joven bella y buena como un ángel.
En verdad que a ella no le pegaba como a sus soldados; pero, lo que es peor aun, para una alma delicada, abrumábala con palabras duras, la espantaba con horribles juramentos, rechazaba brutalmente su obsequiosa solicitud, y hasta le imputaba su constante malaventura, atribuyéndola a un sino adverso que —decía— pesaba sobre ella.
La pobre Lucía, sencilla y humilde, comenzaba a creerlo, y se preguntaba, qué pecados le habían atraído aquel anatema.
Dominio público
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Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.