Textos por orden alfabético de Juana Manuela Gorriti | pág. 2

Mostrando 11 a 20 de 28 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Juana Manuela Gorriti


123

Feliza

Juana Manuela Gorriti


Cuento


I. El satélite

En las primeras horas de una noche de diciembre, a su paso por Barracas al norte, lindo arrabal de Buenos Aires, un tramway se detuvo para desembarcar numerosos pasajeros ante la verja de una quinta cuyos jardines, iluminados, anunciaban una fiesta.

Los recién llegados se esparcieron platicando con ruidosa alegría por las avenidas de floridos arbustos que conducían a la casa.

Uno solo quedose rezagado.

Adelantó algunos pasos, y dando una mirada de investigación en torno, embozose en un plaid escocés que llevaba al hombro, recostose en el tronco de un árbol, envió al aire un largo silbido, y quedose al parecer en espera.

No de allí a mucho, un paso furtivo hizo crujir la arena del sendero; y una joven cuyo modesto vestido indicaba una criada, salió detrás de un grupo de árboles y se acercó al embozado.

—¡Señor Enrique! —murmuró con recelo.

—¡Bah! como todo en esta casa, ¿tú también me desconoces ya, Marieta?

—¡Oh! ¡no! pero... ¡cosa extraña! toda vez que veo a usted en su recinto, siento algo parecido al terror. A propósito de esas misteriosas sensaciones, mi abuela solía decir, que...

—Deja en paz a tu abuela y sus consejas. ¿Sabes si Feliza recibió una carta mía?

—Trajéronla esta mañana, cuando ella, sentada al piano, repasaba un nocturno de su composición.

—¿Y?

—Al verme tomarla de manos del factor, interrumpió su canto y la pidió.

—¡La ha leído!

—No, señor Enrique: sin levantar las manos del teclado, diola solo una mirada y me ordenó encerrarla en sobre, inscribir el nombre de usted y enviarla al correo.

Héla aquí.

Al ver su carta, así devuelta, Enrique exhaló una sorda imprecación.


Leer / Descargar texto

Dominio público
19 págs. / 33 minutos / 64 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Gethsemaní

Juana Manuela Gorriti


Cuento


A la señorita Ana Pintos


Era el día primero de los Ázimos, aquella fiesta solemne, simulacro del fin del cautiverio egipcio y del regreso a la patria.

El cumplimiento de las profecías se acercaba, y Jesús, viendo llegada su hora, dejó la aldea de Bethania, donde moraban Lázaro, Marta y María, aquellos amigos que él tanto amaba, y seguido de sus discípulos llegó delante de Jerusalén.

—Maestro, ¿dónde quieres que preparemos la Pascua? —dijéronle estos.

—Id —les respondió—, y llegados a la primera fuente seguid a un hombre que, lleno el cántaro, lo asienta en la cabeza y vuelve a su casa. Entrad en esta y decid al dueño: el Señor desea comer contigo la Pascua.

Los discípulos obedecieron, y Jesús, sentado en una piedra quedose solo.

La hora de nona había pasado hacía largo tiempo; y el sol próximo al ocaso, doraba con sus últimos rayos la ciudad querida de sus abuelos, la hermosa Sunamitis cantada por la lira de Salomón, que alegre y risueñas se extendía sobre dos colinas acariciada por las tibias brisas de la primavera.

Y Jesús, contemplándola lloró.

Lloró sobre su grandeza y santidad pasadas, y sus presentes abominaciones: y su tremendos castigos, y su destrucción postrera, que veía surgir inminente en las lontananzas del porvenir...

Y alzando los ojos hacia la Eterna Clemencia, encontró la eterna Justicia, que, abarcando los ámbitos del cielo, severa, inexorable pedía la hostia de expiación.

Entonces, como en el día que bajando del padre, vino a tomar su puesto en la humanidad degenerada, lleno el corazón de piedad y de amor infinito, ofreciose otra vez por ella en holocausto...

Y cuando sus discípulos vinieron a buscarlo para decirle que todo había sido hecho como él lo mandara, encontráronlo triste pero sereno.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 54 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Impresiones del 2 de Mayo

Juana Manuela Gorriti


Cuento


Era el 27 de abril, uno de los últimos de la temporada de Chorrillos. Nunca la villa de los palacios había tenido tantos huéspedes: nunca su delicioso baño estuvo tan concurrido.

Felices y desgraciados, todos gozan en ese lugar bendito, a donde nos lleva siempre una esperanza: esperanza de dicha, esperanza de alivio; pero siempre la esperanza, esa única felicidad verdadera.

La vida que se tiene en Chorrillos es fantástica como un cuento de hadas. El individuo se centuplica, porque está a la vez en todas partes: en el malecón, en el baño, en la plaza, en el hotel, en el templo. Se caza, se pesca, se organizan brillantes partidas de campo en los oasis del contorno. Las niñas cantan, bailan, ríen, triscan; las madres se extasían con esos cantos, con esas danzas, esos juegos, esas risas, mientras que sentadas en cuarto alrededor de una mesa, se entregan a las variadas combinaciones del rocambor.

Yo misma, con una mortal amenaza suspendida sobre el corazón y agonizando en el alma la esperanza, tenía, ese día, las cartas en la mano y decía:

—¡Juego!

—¡Más!

—¡Bien!

—Solo de espadas: esplendente, imperdible.

—Un momento —dijo de pronto el cesante asentando la baceta— que esta mano sea un oráculo. La escuadra española se aproxima; va a atacarnos. ¿De quién será la victoria? ¡España! ¡Chile! ¡Perú! —dijo señalándonos al jugador, a mi compañero y a mí.

—Roba tú —me dijo este, en vez del van sacramental—; yo tengo miedo a las espadas.

—Yo las amo. Son las armas de mi familia... Pero ¡ay! ¡aquellos que las llevan han caído todos, unos por la mano de Dios, otros por la de los hombres!

¡Y robé!

Robé la espada, dos chicos, y tres caballos; con los que di al esplendente solo, un esplendente codillo.

—¡Viva el Perú! —clamamos todos los gananciosos.


Leer / Descargar texto

Dominio público
11 págs. / 20 minutos / 44 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Ciudad de los Contrastes

Juana Manuela Gorriti


Crónica


En un oasis asentado entre las arenas del mar y las primeras rocas de los Andes, extiéndese la opulenta metrópoli.

Capital de la más rica de las repúblicas sudamericanas, cuenta a granel los millones que afluyen a su tesoro, por centenas los palacios de mármol que se alzan en su recinto; pero se rehúsa una casa para sus recepciones oficiales, un teatro donde recibir los grandes artistas, que atraídos por su esplendor vienen a visitarla.

En el flanco septentrional de una bella plaza adornada con fuentes, jardines y estatuas, álzase apenas del suelo un ruinoso, sucio y grotesco edificio coronado de una baranda de madera carcomida, y flanqueado de tiendas atestadas de telas vistosas y de una profusión de objetos heterogéneos. Diríase un bazar de Oriente.

Llámanlo Palacio de Gobierno. Sus huéspedes, curándose muy poco de esa transitoria morada, conténtanse con forrarla interiormente de seda, oro y mármol para su propio confort, dejando a sus sucesores el cuidado de la parte monumental.

Cinco cuadras de allí distante, un engañoso frontispicio da entrada a un caserón vetusto, informe, cuarteado en todos sentidos, y con las más pronunciadas apariencias de un granero:

¡Es el teatro!

Y sin embargo, con la cuarta parte del oro y las pedrerías que en su espléndido entusiasmo ha derramado Lima en ese escenario sobre sus artistas favoritos, habría podido construir el más hermoso teatro del mundo.

Y sin embargo, aun, en las noches de estrenos cuando las encantadoras hijas del Rímac llenan las tres líneas de palcos, que el gas resplandece, y los abanicos se agitan, y las miradas se cruzan, un prestigio extraño, casi divino, trasforma el derruido edificio; y ningún joven abonado lo cambiaría entonces por el más suntuoso teatro de París, por el más aristocrático de Londres.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 3 minutos / 60 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Hija del Mashorquero

Juana Manuela Gorriti


Cuento


I

Roque Alma-negra era el terror de Buenos Aires. Verdugo por excelencia entre una asociación de verdugos llamada Mashorca y consagrado en cuerpo y alma al tremendo fundador de aquella terrible hermandad, contaba las horas por el numero de sus crímenes, y su brazo perpetuamente armado del puñal, jamás se bajaba sino para herir. Su huella era un reguero de sangre, y había huido de él hacía tanto tiempo la piedad, que su corazón no conservaba de ésta ningún recuerdo y los gemidos del huérfano, de la esposa y de la madre, lo encontraban tan insensible, como la fría hoja de acero que hundía en el pecho de sus víctimas. Cada semejanza con la humanidad había desaparecido de la fisonomía de aquel hombre y su lenguaje, expresión fiel del nombre que sus delitos le habían dado, era una mezcla de ferocidad y de blasfemia que hacía palidecer de espanto a todos aquellos que tenían la desgracia de acercársele.

Sin embargo, entre aquel horrible vocabulario de crueldades y de impiedad, como una flor nacida en el cieno, había una palabra de bendición que Roque pronunciaba siempre.

Clemencia, decía aquel hombre de sangre, cuando fatigado por los crímenes de la noche entraba a su casa al amanecer. Y a este nombre, que sonaba como un sarcasmo en los labios del asesino, una voz tan dulce y melodiosa que parecía venir de los celestes coros, respondía con ternura: ¡Padre! Y una figura de ángel, una joven de dieciséis años, con grandes ojos azules y ceñidas de una aureola de rizos blondos salía al encuentro del mashorquero y lo abrazaba con dolorosa efusión. Era su hija.

Roque la amaba como el tigre ama sus cachorros, con un amor feroz. Por ella hubiera llevado el hiero y el fuego a los extremos del mundo; por ella hubiera vertido su propia sangre; pero no le habría sacrificado ni una sola gota de su venganza, ni uno solo de sus instintos homicidas.


Leer / Descargar texto

Dominio público
18 págs. / 32 minutos / 410 visitas.

Publicado el 2 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Quena

Juana Manuela Gorriti


Novela corta


I. La cita

Las doce de la noche acababan de sonar en el reloj de la catedral de Lima. Sus calles estaban lóbregas y desiertas como las avenidas de un cementerio; sus casas, tan llenas de luz y de vida en las primeras horas de la noche, tenian entonces un aspecto sombrío y siniestro; y la bella ciudad dormia sepultada en profundo silencio, interrumpido solo á largos intérvalos por los sonidos melancólicos de la vihuela de algun amante, ó por el lejano murmullo del mar que la brisa de la noche traia mezclado con el perfume de los naranjos que forman embalsamados bosques al otro lado de las murallas.

Un hombre embozado en una ancha capa apareció á lo lejos entre las tinieblas. Adelantóse rápidamente, mirando con precaucion en torno suyo, y deteniéndose delante de una de las rejas doradas de un palacio, paseó suavemente sus dedos por la celosía de alambre.

La celosía se entreabrió.

—¿Hernan? —dijo una voz dulce y armoniosa como las cuerdas de una lira. Y al mismo tiempo apareció el bellísimo rostro de una jóven engastado en negros y largos rizos sembrados de jazmines y aromas.

—¡Rosa! amada mia, no temas, soy yo —respondió con apasionado acento el embozado, estrechando contra su pecho la mano blanca y fina que la jóven le alargaba.

—¡Oh! ¡cuánto has tardado esta noche! —dijo suspirando— Yo contaba los segundos por los latidos de mi corazon; pero eran estos tan precipitados que me parece haber vivido siglos desde las once.


Leer / Descargar texto

Dominio público
39 págs. / 1 hora, 9 minutos / 55 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2024 por Edu Robsy.

Los Mellizos del Illimani

Juana Manuela Gorriti


Cuento


Eran dos; y en efecto, se les hubiera creído gemelos. Sin embargo, Álvarez y Loaiza eran solo amigos.

Pero amigos, con esa amistad de la infancia, lazo más fuerte que el parentesco y que el amor.

Hijos de dos familias unidas por una larga vecindad, nacidos en un mismo día, meciolos la misma cuna, y de ella bajaron asidos de las manos para recorrer los senderos de la vida.

Juntos entraron en la escuela; juntos lloraron ante el terrible problema del alfabeto; juntos atravesaron el monótono espacio que se extiende desde el Ba hasta el Zun. Juntos hicieron las primeras travesuras, y juntos recibieron los condignos palmetazos. Juntos dejaron la miga para pasar al colegio; y juntos se rellenaron de griego y de latín; juntos hicieron su entrada en el mundo; juntos corrieron la vida borrascosa de solteros, y juntos pidieron, obtuvieron y recibieron en matrimonio a dos buenas mozas, amadas con idéntico amor, y con igual entusiasmo.

Pero ¡ay! que aquí esa doble existencia se bifurcó de una manera dolorosa para aquellos dos corazones fundidos en uno solo.

Las esposas se rebelaron contra esa amistad llevada al terreno de lo sublime; creyéronse defraudadas en sus derechos al amor que contaran monopolizar; y la mujer de Álvarez miró de reojo a Loaiza; y la mujer de Loaiza dio a Álvarez con la puerta en las narices.

Pero ellos estaban demasiado habituados a esta vida de intimidad inalterable, para resignarse a romperla y si el hogar del uno estaba vedado al otro, la ciudad les ofrecía su larga alameda, sombrosa y perfumada, donde los dos amigos pasaban largas horas entregados a las encantadas reminiscencias del pasado.

Vestidos con la rigorosa igualdad que usaron desde la infancia hasta la vejez, bajo cuya apariencia los presentamos, cubría sus hombros una capa española de color turquí, que contrastaba singularmente con sus cabelleras blancas de largos y plateados bucles.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 3 minutos / 66 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Nuestra Señora de los Desamparados

Juana Manuela Gorriti


Cuento


A la niña María Pelliza


—Era este un militar —contábanos una noche, rodeada de siete niñas, mamá Teresa, antigua nodriza de la familia, negra cordobesa ladina y sentenciosa, que había manejado los pañales de tres generaciones—, era un militar jaranista y pendenciero. Llamábanlo el capitán Rogerio, y mandaba una compañía de alabarderos, cuyo regimiento daba guarnición a Valencia, sobre las costas del Mediterráneo.

A los vicios ya enumerados, el capitán reunía el de jugador: jugador desdichado pero incorregible, que en busca siempre del desquite, echaba sobre el tapete verde cuanto había a las manos.

Consumido su patrimonio, Rogerio cayó en poder de los usureros. Sueldo, espada de gala, uniforme de parada, todo fue vendido por unos cuantos puñados de oro que devoró luego el abismo insondable del garito.

Consecuencia obligada de estos percances era el humor de perros que jamás abandonaba al capitán, y que tropezaba con frecuencia en cosillas de sus soldados expresado en sendos planazos, más de una vez severamente censurados por sus jefes, sin que por ello aquel rabioso se enmendara.

Pero quien más tenía que sufrir con este furor crónico del capitán, era su pobre mujer, joven bella y buena como un ángel.

En verdad que a ella no le pegaba como a sus soldados; pero, lo que es peor aun, para una alma delicada, abrumábala con palabras duras, la espantaba con horribles juramentos, rechazaba brutalmente su obsequiosa solicitud, y hasta le imputaba su constante malaventura, atribuyéndola a un sino adverso que —decía— pesaba sobre ella.

La pobre Lucía, sencilla y humilde, comenzaba a creerlo, y se preguntaba, qué pecados le habían atraído aquel anatema.


Leer / Descargar texto

Dominio público
11 págs. / 19 minutos / 50 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Oasis en la Vida

Juana Manuela Gorriti


Novela corta


Dedicatoria

Á «La Buenos Aires»

La Autora.

I

—¡Bah!—exclamó Mauricio Ridel, arrojando la pluma despues de escribir la palabra Fin bajo la última línea de una cuartilla marcada con el guarismo 60.

—¿Qué es eso?—interrogó un jóven que escribía allí cerca.

—El postrer párrafo del folletin—respondió Mauricio, alargando la hoja á un cajista que aguardaba.

—¡Cómo! ¿Mañana acaba Chamusquinas de Amor? Hoy quedaba su héroe en una situacion extrema: la mano armada de un revólver, esperando para morir el primer rayo de sol; y ya, este comenzaba á dorar las copas de los árboles; y al verlo, «Enrique apoya el arma contra el corazon, enviando á María su último pensamiento; á Dios su última plegaria.»—¿Muere?

—No; porque—«De repente, un brazo cariñoso rodeó su cuello; un rostro pálido y mojado de lágrimas se apoyó en su rostro...

—¡Perdon!

—¡Perdon!—se oyó á la vez...

«Y el primer rayo de sol aguardado como una señal de muerte, fué la aurora de su felicidad».

—¡Bien! ¡oh! ¡Qué bien!—aplaudió el otro; y añadió con dramático ademan:

—¡Ah! que no haya para nosotros, párias del destino, ¡un rayo de sol que venga á redimirnos!

—Sí: y más que uno: dos—repuso Mauricio.—La resignacion y el trabajo.

—¡La resignacion! ¡el trabajo!—replicó el interlocutor con forzada risa.—Solo tú puedes decir eso; tú, que no contento con la tarea diaria, la has subido á catorce horas. Catorce horas, pluma en mano, encorvado sobre la implacable cuartilla, y precisamente, apenas en convalecencia de la terrible herida que casi te lleva al sepulcro.

—Sin embargo, ya lo vés: estoy sano y fuerte. Un poco de sueño; á veces, un poco de fatiga; pero se piensa en el fin propuesto, y todo eso vuela y se desvanece.—

Hablando así, Mauricio consultó su reloj.


Leer / Descargar texto

Dominio público
45 págs. / 1 hora, 19 minutos / 119 visitas.

Publicado el 19 de julio de 2020 por Edu Robsy.

Quien Escucha Su Mal Oye

Juana Manuela Gorriti


Cuento


—Cuando hemos caído en una falta —me dijo un día cierto amigo— si la reparación es imposible, réstanos al menos, el medio de expiarla por una confesión explícita y franca. ¿Quiere usted ser mi confesor, amiga mía?

—¡Oh! Sí —me apresuré a responder.

—¿Confesor con todas sus condiciones?

—Sí, aceptando una.

—¿Cuál?

—El secreto.

¿Oh! ¡mujeres!, ¡mujeres!, ¡no podéis callar ni aun a precio de vuestra vida!; ¡mujeres que profesáis, por la charla idólatra, culto!: ¡mujeres que… mujeres a quienes es preciso aceptar como sois!

—Acúsome, pues —comenzó él, resignado ya a mi indiscreta restricción—, acúsome de una falta grave, enormé, y me arrepiento hasta donde puede arrepentirse un curioso por haber satisfecho esta devorante pasión.

I

Conspiraba yo en una época no muy lejana y denunciado por los agentes del gobierno, vime precisado a ocultarme. Asilóme un amigo, por supuesto en el paraje más recóndito de su casa. Era un cuarto situado en el extremo del jardín y cuya puerta desaparecía completamente bajo los pámpanos de una vid.

Sus paredes tapizadas con damasco carmesí tenían el aspecto de una grande antigüedad. Ha servido de alcoba al abuelo de la casa, cuyo inmenso lecho dorado, vacío por la muerte, ocupaba yo…, mas ¡de cuán diferente manera! El Anciano caballero dormía —pensaba yo— un sueño bienaventurado entre las densas cortinas de tercipelo verde, agitadas ahora por el tenaz insomnio que circulaba con mi sangre de conspirador y de algo más: de curioso. Juzgue usted.


Leer / Descargar texto

Dominio público
10 págs. / 17 minutos / 167 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

123