Textos más cortos de Juana Manuela Gorriti disponibles | pág. 2

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El Postrer Mandato

Juana Manuela Gorriti


Cuento


A la señorita Sara Carranza


El reinado de los Incas había pasado para siempre; consumada estaba la traición que hiciera caer al último de ellos en un infame lazo. Despojado de su poder, arrancado del solio de sus padres, Atahualpa yacía cautivo en las prisiones de su imperial palacio de Cajamarca.

El desventurado monarca, había visto cada vez estrecharse más en torno suyo, el radio mezquino de esa sombra de libertad que el vencedor aparentaba dejarle. Del círculo amurallado del alcázar al de los ejercicios gimnásticos, que debía servir de medida al oro de su rescate; de allí a las tinieblas de un calabozo, donde, separado de los suyos, dejáronlo solo, cargadas de cadenas sus augustas manos.

—Mi última hora se acerca —dijo, ese día a Hernando, aquel generoso hermano de Pizarro, el solo amigo que su infortunio hallara en aquel cubil de fieras.

—Nada temas —respondió el noble español—, que mientras yo aliente, tu vida es sagrada.

—¡Magnánimo corazón! —replicó el prisionero—: eres solo entre esos hombres feroces, y tus esfuerzos serán vanos... Han resuelto que yo muera, y moriré.

Hase apoderado de mí, al mirarte hoy, una tristeza de siniestro agüero... ¿Qué quiere anunciarme? Lo ignoro: pero de cierto algo funesto me predice...

Un guerrero que entró en el calabozo interrumpió al Inca.

—Hernando —dijo aquel—, el Consejo te encarga la misión de llevar al rey nuestro señor el quinto del botín conquistado, y me envía a ti para prevenirte que el convoy te espera y que debes disponerte a partir.

Hernando volvió hacia el cautivo una dolorosa mirada.

—¿Lo ves? —dijo este—, no me engañaban mis presentimientos: te alejan para darme la muerte.


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Dominio público
7 págs. / 12 minutos / 34 visitas.

Publicado el 2 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Caer de las Nubes

Juana Manuela Gorriti


Cuento


Al niño Washington Carranza


Mamá Teresa no era el solo cronista de las nocturnas reuniones a la luz de la luna, bajo los algarrobos del patio.

La vieja nodriza tenía días de sombría tristeza, dolorosos aniversarios que le recordaban la muerte de sus padres, de su marido, de sus hijos.

—Don Gerónimo —decía entonces a un contemporáneo suyo, antiguo, capataz de mulas—, cuente usted un caso a estos niños que yo tengo hoy el alma dolorida y quebrantado el corazón.

—Y cerrando los ojos, inclinada la cabeza y el rosario entre las manos, hundíase en silenciosa plegaria.

Don Gerónimo Banda, tan bueno para una trova como para una conseja, sentábase en medio al turbulento círculo y nos refería las escenas de su vida nómada, historias portentosas que escuchábamos maravillados tendido el cuello, conteniendo el aliento, y la vista fija en la masa de blancas barbas que ocultaba la boca del narrador.

Hoy era la persecución de un bandido que amparándose de las selvas, emprendía una fuga aérea sobre las copas de los árboles; mañana el terrible encuentro de un tigre, y las peripecias de la formidable lucha en que las garras de la fiera le destrozaban las espaldas, en tanto que él, puñal en mano, y el brazo hundido en las horribles fauces, rompíale las entrañas y la arrojaba sin vida a sus pies.

Otras veces, era la vertiginosa carrera sobre las alas de un avestruz, al través del espacio inmensurable de la pampa, huyendo ante las hordas salvajes, que en numerosa falange perseguían al extraño jinete sobre sus veloces corceles, como una cacería fantástica. Otras aun, descrita con gráfica expresión, la disparada de diez mil mulas, espantadas por la aparición de un alma en pena en las hondas gargantas de los Andes.


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Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 74 visitas.

Publicado el 2 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Quien Escucha Su Mal Oye

Juana Manuela Gorriti


Cuento


—Cuando hemos caído en una falta —me dijo un día cierto amigo— si la reparación es imposible, réstanos al menos, el medio de expiarla por una confesión explícita y franca. ¿Quiere usted ser mi confesor, amiga mía?

—¡Oh! Sí —me apresuré a responder.

—¿Confesor con todas sus condiciones?

—Sí, aceptando una.

—¿Cuál?

—El secreto.

¿Oh! ¡mujeres!, ¡mujeres!, ¡no podéis callar ni aun a precio de vuestra vida!; ¡mujeres que profesáis, por la charla idólatra, culto!: ¡mujeres que… mujeres a quienes es preciso aceptar como sois!

—Acúsome, pues —comenzó él, resignado ya a mi indiscreta restricción—, acúsome de una falta grave, enormé, y me arrepiento hasta donde puede arrepentirse un curioso por haber satisfecho esta devorante pasión.

I

Conspiraba yo en una época no muy lejana y denunciado por los agentes del gobierno, vime precisado a ocultarme. Asilóme un amigo, por supuesto en el paraje más recóndito de su casa. Era un cuarto situado en el extremo del jardín y cuya puerta desaparecía completamente bajo los pámpanos de una vid.

Sus paredes tapizadas con damasco carmesí tenían el aspecto de una grande antigüedad. Ha servido de alcoba al abuelo de la casa, cuyo inmenso lecho dorado, vacío por la muerte, ocupaba yo…, mas ¡de cuán diferente manera! El Anciano caballero dormía —pensaba yo— un sueño bienaventurado entre las densas cortinas de tercipelo verde, agitadas ahora por el tenaz insomnio que circulaba con mi sangre de conspirador y de algo más: de curioso. Juzgue usted.


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10 págs. / 17 minutos / 167 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Camila O'Gorman

Juana Manuela Gorriti


Cuento


Era un día de primavera en las orillas del Plata.

El sol descendía, envolviendo en una zona de oro y grana la inmensidad de la Pampa.

Habíamos abandonado el tramway a la entrada del Parque de Saavedra; y dejando atrás este delicioso paraje, nos dirigíamos al través de los campos, por un sendero flanqueado de jardines al pueblo de San Martín, cuyas casas blanqueaban a lo lejos entre un océano de vegetación.

—¿Por qué no tomamos un coche, que nos llevará allí en media hora? —dijo un joven perezoso que iba sentándose en las raíces de todos los ombúes encontrados al paso.

—No, repuse yo —dejadme, por favor, caminar en íntimo contacto con esta amada tierra argentina que no me canso de contemplar.

Y paseando la mirada en torno al encantado panorama de cuyo seno surgían las cúpulas de los pintorescos pueblecitos que como una guirnalda circuyen la metrópoli:

—¡Belgrano! ¡Saavedra! ¡Rivadavia! ¡San Martín! —exclamaba—. ¡Qué sublime epopeya encerrada en esos nombres!... Y si añado el de aquel cuyos parientes venimos a visitar... ¡Pueyrredon!

—¿Sabe usted cómo se llamaba ese pueblo antes que Monte-Caseros cambiara su nombre? —dijo el coronel G., señalando el que teníamos al frente.

—No en verdad —respondí.

—Más allá de una casa de blancas arcadas donde nos dirigimos ¿qué divisa usted?

—Un paredón negro y derruido que contrasta notablemente con los rojos tejados y las blancas azoteas del pueblo.

—Es el último resto de los muros de un edificio que en tiempo del terror se denominaba: la Crujía. A su pie se perpetró el horrendo crimen que dio a Santos-Lugares su siniestra celebridad.

Al escuchar ese nombre, el blanco fantasma de una mártir cruzó mi mente.

—¡Camila O’Gorman! —exclamé.


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Dominio público
10 págs. / 18 minutos / 214 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Nuestra Señora de los Desamparados

Juana Manuela Gorriti


Cuento


A la niña María Pelliza


—Era este un militar —contábanos una noche, rodeada de siete niñas, mamá Teresa, antigua nodriza de la familia, negra cordobesa ladina y sentenciosa, que había manejado los pañales de tres generaciones—, era un militar jaranista y pendenciero. Llamábanlo el capitán Rogerio, y mandaba una compañía de alabarderos, cuyo regimiento daba guarnición a Valencia, sobre las costas del Mediterráneo.

A los vicios ya enumerados, el capitán reunía el de jugador: jugador desdichado pero incorregible, que en busca siempre del desquite, echaba sobre el tapete verde cuanto había a las manos.

Consumido su patrimonio, Rogerio cayó en poder de los usureros. Sueldo, espada de gala, uniforme de parada, todo fue vendido por unos cuantos puñados de oro que devoró luego el abismo insondable del garito.

Consecuencia obligada de estos percances era el humor de perros que jamás abandonaba al capitán, y que tropezaba con frecuencia en cosillas de sus soldados expresado en sendos planazos, más de una vez severamente censurados por sus jefes, sin que por ello aquel rabioso se enmendara.

Pero quien más tenía que sufrir con este furor crónico del capitán, era su pobre mujer, joven bella y buena como un ángel.

En verdad que a ella no le pegaba como a sus soldados; pero, lo que es peor aun, para una alma delicada, abrumábala con palabras duras, la espantaba con horribles juramentos, rechazaba brutalmente su obsequiosa solicitud, y hasta le imputaba su constante malaventura, atribuyéndola a un sino adverso que —decía— pesaba sobre ella.

La pobre Lucía, sencilla y humilde, comenzaba a creerlo, y se preguntaba, qué pecados le habían atraído aquel anatema.


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Dominio público
11 págs. / 19 minutos / 50 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Impresiones del 2 de Mayo

Juana Manuela Gorriti


Cuento


Era el 27 de abril, uno de los últimos de la temporada de Chorrillos. Nunca la villa de los palacios había tenido tantos huéspedes: nunca su delicioso baño estuvo tan concurrido.

Felices y desgraciados, todos gozan en ese lugar bendito, a donde nos lleva siempre una esperanza: esperanza de dicha, esperanza de alivio; pero siempre la esperanza, esa única felicidad verdadera.

La vida que se tiene en Chorrillos es fantástica como un cuento de hadas. El individuo se centuplica, porque está a la vez en todas partes: en el malecón, en el baño, en la plaza, en el hotel, en el templo. Se caza, se pesca, se organizan brillantes partidas de campo en los oasis del contorno. Las niñas cantan, bailan, ríen, triscan; las madres se extasían con esos cantos, con esas danzas, esos juegos, esas risas, mientras que sentadas en cuarto alrededor de una mesa, se entregan a las variadas combinaciones del rocambor.

Yo misma, con una mortal amenaza suspendida sobre el corazón y agonizando en el alma la esperanza, tenía, ese día, las cartas en la mano y decía:

—¡Juego!

—¡Más!

—¡Bien!

—Solo de espadas: esplendente, imperdible.

—Un momento —dijo de pronto el cesante asentando la baceta— que esta mano sea un oráculo. La escuadra española se aproxima; va a atacarnos. ¿De quién será la victoria? ¡España! ¡Chile! ¡Perú! —dijo señalándonos al jugador, a mi compañero y a mí.

—Roba tú —me dijo este, en vez del van sacramental—; yo tengo miedo a las espadas.

—Yo las amo. Son las armas de mi familia... Pero ¡ay! ¡aquellos que las llevan han caído todos, unos por la mano de Dios, otros por la de los hombres!

¡Y robé!

Robé la espada, dos chicos, y tres caballos; con los que di al esplendente solo, un esplendente codillo.

—¡Viva el Perú! —clamamos todos los gananciosos.


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Dominio público
11 págs. / 20 minutos / 44 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Una Visita al Manicomio

Juana Manuela Gorriti


Cuento


I

En el lindo pueblecito del Cercado, lugar sombroso y romántico, situado como un apéndice de Lima, entre el circuito de sus murallas, elévase ese suntuoso y lúgubre edificio rodeado de huertos, jardines y fuentes.

Envuélvelo profundo silencio, tan solo interrumpido allá, de vez en cuando, por algún extraño grito que aleja a los paseantes de aquel ameno sitio, y desgarra el corazón a aquellos que vagan atraídos por el amor de seres queridos encerrados entre sus fúnebres muros. Cuán honda compasión inspiran esas madres, hijas y esposas que vienen cada día a pasar horas enteras ante la gran verja, pegado el rostro a las barras de hierro, fijos los tristes ojos en esa puerta que recuerda el Lacciate ogni speranza de la terrible leyenda.

—Jamás me atrevería a pasar esos siniestros umbrales, madre Teresa —dije a la hermana de Caridad, superiora de esa casa, un día que pasando por allí me divisó desde el peristilo, y me llamaba con expresivas señas.

—Pues sí, que los atravesará usted —insistió ella, viniendo a mí, que me había detenido cerca de la verja. Estaba vacilando, entre usted y Carmencita, para dar a la una o la otra una delicada misión.

—¿De qué se trata, madre?

—De devolver a su familia a Delfina H. que está ya del todo curada de su locura; pero empleando para ello las precauciones necesarias a fin de que no se aperciba de qué lugar sale, pues la hemos hecho creer que se halla en una casa de campo a seis leguas de Lima, donde la hermana María y yo estamos convaleciendo, y la trajimos a ella enferma de tercianas a la cabeza. He ahí todo. Ahora invente usted a su modo y compóngase como pueda.

—¡Y bien! ¡espéreme usted aquí un momento!... Supongo que en este carruaje he de llevarla.

—Precisamente.

—Vuelvo luego.


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Dominio público
12 págs. / 21 minutos / 74 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Escenas de Lima

Juana Manuela Gorriti


Cuento


Risas y gorjeos

¡Helas ahí! Como las golondrinas en una mañana de primavera, llegan riendo, cantando y derramando en todas partes a su paso, luz y alegría; en todas partes... ¡hasta en mi corazón! Sus nombres mismos son armoniosos y dulces como una caricia: ¡Emma! ¡Julia! ¡Rosa! ¡Eleodora! ¡Cristina! ¡Florinda! El alma rejuvenece al contacto de esas jóvenes flores que comienzan a abrir su cáliz a las promesas de la vida; y plácele seguir el vuelo vagaroso de sus ilusiones, como a la mirada el de esas bandadas de blancas aves que cruzan el cielo en las tardes de verano.

—¡Qué trozo tan bello es ese que acabas de cantar, querida mía! No lo conozco. ¿A qué partitura pertenece?

—Es una romanza de la ópera Guaraní, la última pieza de mi estudio. Cierto que es una música deliciosa, llena de dulzura, y de un carácter original. Sin embargo, la música no es para mí realmente bella, sino cuando refleja el recuerdo.

—¿No es verdad?... Pero, ¡ah! tus recuerdos, risueños, frescos, datan de ayer, y los encierra una aurora.

Julia suspiró profundamente; y dejando la romanza de Guaraní entonó, con los ojos llenos de lágrimas —Caro nome que el mio cor— esa cascada de perlas del Rigoletto.

Entre las compañeras de Julia, una voz murmuró un nombre: Maximiano. Recordé entonces, que no hacía mucho tiempo, una mano aleve dio la muerte a ese bello joven tan querido en la sociedad. ¡Pobre Julia! ¡En el riente miraje de sus recuerdos, alzábase ya una cruz!

—¡Al viento las penas! —exclamó Florinda, pasando su pañuelo sobre los húmedos ojos de la cantora—. ¡Oh! si cada una fuera a hablar de las suyas, el cuartel de Santa Ana, en el cementerio, puede decir si yo tengo derecho de estar entre los vivos.


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12 págs. / 21 minutos / 52 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Una Querella

Juana Manuela Gorriti


Cuento


Era una noche de enero, calurosa y sin estrellas. El cielo estaba cargado de sofocantes vapores, y ni la más tenue ráfaga de brisa venía a refrescar la atmósfera, abrasada por el sol de un largo día.

En las sombras revueltas del camino que conduce de la Magdalena a la portada de Juan Simón, corría un jinete montado en un brioso caballo negro.

El noble corcel parecía comprender la impaciencia de su dueño, y devoraba el espacio en fogoso galope. Sin embargo, a estar dotado de reflexión, habríale asombrado el encontrarse corriendo a esa hora, él, habituado a reposar hasta el mediar de la noche en una fresca pesebrera, cercada de rosales, tapizada de sabrosa yerba, y acariciado por una blanca manita, en cuya palma comía bizcochos exquisitos.

¿Por qué aquella noche le había faltado todo eso? ¿Por qué había cólera en el movimiento de la brida que lo conducía? Y lo que era peor aun, ¿por qué inusitados golpes de acicate, venían de vez en cuando a lastimar sus lucientes ijares?

Todo esto habría podido explicar la expresión pintada en el semblante del nocturno caballero, su frente, ora cubierta de mortal palidez, ora encendida con el rubor de la indignación; su sonrisa, que él habría querido tornar irónica y que era solo dolorosa.

El valiente potro, siempre, aguijoneado por la inmerecida espuela, cruzó como una exhalación las calles de Lima, flanqueó la plazoleta del teatro, espléndidamente iluminada para una función de beneficio, y entró en una de las más bellas casas de Valladolid.

Al echar pie a tierra, su amo, que lo cuidaba con el anhelo cariñoso de un árabe, apartose de él con despego abandonándolo en manos de un criado, sin darle siquiera una mirada; y taciturno, sombrío, atravesó el patio y se dirigió al principal.


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15 págs. / 27 minutos / 72 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Hija del Mashorquero

Juana Manuela Gorriti


Cuento


I

Roque Alma-negra era el terror de Buenos Aires. Verdugo por excelencia entre una asociación de verdugos llamada Mashorca y consagrado en cuerpo y alma al tremendo fundador de aquella terrible hermandad, contaba las horas por el numero de sus crímenes, y su brazo perpetuamente armado del puñal, jamás se bajaba sino para herir. Su huella era un reguero de sangre, y había huido de él hacía tanto tiempo la piedad, que su corazón no conservaba de ésta ningún recuerdo y los gemidos del huérfano, de la esposa y de la madre, lo encontraban tan insensible, como la fría hoja de acero que hundía en el pecho de sus víctimas. Cada semejanza con la humanidad había desaparecido de la fisonomía de aquel hombre y su lenguaje, expresión fiel del nombre que sus delitos le habían dado, era una mezcla de ferocidad y de blasfemia que hacía palidecer de espanto a todos aquellos que tenían la desgracia de acercársele.

Sin embargo, entre aquel horrible vocabulario de crueldades y de impiedad, como una flor nacida en el cieno, había una palabra de bendición que Roque pronunciaba siempre.

Clemencia, decía aquel hombre de sangre, cuando fatigado por los crímenes de la noche entraba a su casa al amanecer. Y a este nombre, que sonaba como un sarcasmo en los labios del asesino, una voz tan dulce y melodiosa que parecía venir de los celestes coros, respondía con ternura: ¡Padre! Y una figura de ángel, una joven de dieciséis años, con grandes ojos azules y ceñidas de una aureola de rizos blondos salía al encuentro del mashorquero y lo abrazaba con dolorosa efusión. Era su hija.

Roque la amaba como el tigre ama sus cachorros, con un amor feroz. Por ella hubiera llevado el hiero y el fuego a los extremos del mundo; por ella hubiera vertido su propia sangre; pero no le habría sacrificado ni una sola gota de su venganza, ni uno solo de sus instintos homicidas.


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18 págs. / 32 minutos / 410 visitas.

Publicado el 2 de enero de 2021 por Edu Robsy.

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