Feliza
Juana Manuela Gorriti
Cuento
I. El satélite
En las primeras horas de una noche de diciembre, a su paso por Barracas al norte, lindo arrabal de Buenos Aires, un tramway se detuvo para desembarcar numerosos pasajeros ante la verja de una quinta cuyos jardines, iluminados, anunciaban una fiesta.
Los recién llegados se esparcieron platicando con ruidosa alegría por las avenidas de floridos arbustos que conducían a la casa.
Uno solo quedose rezagado.
Adelantó algunos pasos, y dando una mirada de investigación en torno, embozose en un plaid escocés que llevaba al hombro, recostose en el tronco de un árbol, envió al aire un largo silbido, y quedose al parecer en espera.
No de allí a mucho, un paso furtivo hizo crujir la arena del sendero; y una joven cuyo modesto vestido indicaba una criada, salió detrás de un grupo de árboles y se acercó al embozado.
—¡Señor Enrique! —murmuró con recelo.
—¡Bah! como todo en esta casa, ¿tú también me desconoces ya, Marieta?
—¡Oh! ¡no! pero... ¡cosa extraña! toda vez que veo a usted en su recinto, siento algo parecido al terror. A propósito de esas misteriosas sensaciones, mi abuela solía decir, que...
—Deja en paz a tu abuela y sus consejas. ¿Sabes si Feliza recibió una carta mía?
—Trajéronla esta mañana, cuando ella, sentada al piano, repasaba un nocturno de su composición.
—¿Y?
—Al verme tomarla de manos del factor, interrumpió su canto y la pidió.
—¡La ha leído!
—No, señor Enrique: sin levantar las manos del teclado, diola solo una mirada y me ordenó encerrarla en sobre, inscribir el nombre de usted y enviarla al correo.
Héla aquí.
Al ver su carta, así devuelta, Enrique exhaló una sorda imprecación.
Dominio público
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Publicado el 3 de enero de 2021 por Edu Robsy.