El Postrer Mandato
Juana Manuela Gorriti
Cuento
A la señorita Sara Carranza
El reinado de los Incas había pasado para siempre; consumada
estaba la traición que hiciera caer al último de ellos en un infame
lazo. Despojado de su poder, arrancado del solio de sus padres,
Atahualpa yacía cautivo en las prisiones de su imperial palacio de
Cajamarca.
El desventurado monarca, había visto cada vez estrecharse más en torno suyo, el radio mezquino de esa sombra de libertad que el vencedor aparentaba dejarle. Del círculo amurallado del alcázar al de los ejercicios gimnásticos, que debía servir de medida al oro de su rescate; de allí a las tinieblas de un calabozo, donde, separado de los suyos, dejáronlo solo, cargadas de cadenas sus augustas manos.
—Mi última hora se acerca —dijo, ese día a Hernando, aquel generoso hermano de Pizarro, el solo amigo que su infortunio hallara en aquel cubil de fieras.
—Nada temas —respondió el noble español—, que mientras yo aliente, tu vida es sagrada.
—¡Magnánimo corazón! —replicó el prisionero—: eres solo entre esos hombres feroces, y tus esfuerzos serán vanos... Han resuelto que yo muera, y moriré.
Hase apoderado de mí, al mirarte hoy, una tristeza de siniestro agüero... ¿Qué quiere anunciarme? Lo ignoro: pero de cierto algo funesto me predice...
Un guerrero que entró en el calabozo interrumpió al Inca.
—Hernando —dijo aquel—, el Consejo te encarga la misión de llevar al rey nuestro señor el quinto del botín conquistado, y me envía a ti para prevenirte que el convoy te espera y que debes disponerte a partir.
Hernando volvió hacia el cautivo una dolorosa mirada.
—¿Lo ves? —dijo este—, no me engañaban mis presentimientos: te alejan para darme la muerte.
Dominio público
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Publicado el 2 de enero de 2021 por Edu Robsy.