Textos más antiguos de Jules Renard etiquetados como Cuento no disponibles | pág. 2

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autor: Jules Renard etiqueta: Cuento textos no disponibles


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La Señorita Olympe

Jules Renard


Cuento


Con la vida de la señorita Olympe Bardeau, podría escribirse una novela de costumbres provincianas, pero sería muy monótona. Lo que hace no es nada variado: pasa su tiempo sacrificándose.

Siempre la conocí como una vieja solterona. Hace diez años no lo era menos; dentro de diez años no lo será más; no cambia; es una solterona precoz que se mantiene. Cada uno le calcula la edad que quiere.

Podría haberse casado tiempo atrás si su hermano no le hubiera quitado su dote para perderla en el comercio. Ha renunciado a casarse, pero quiere mucho a su hermano. A quienes pretenden que no se lo merece, ella responde que lo admira.

Ahora se sacrifica por su madre arruinada también por los malos negocios de su hijo. Las dos viven de lo que gana Olympe y la solterona se les apaña tan mal que siempre parece ganar lo menos posible.

Experta en trabajos de aguja de todo tipo, como bordadora de provincias, tiene un talento auténtico del que no sabe sacar partido.

Una señora de buenas intenciones le trae un babero para que lo borde.

—Elija el modelo que más le guste, —le dice Olympe.

La señora, que no entiende mucho de eso, elige para su babero sin valor, un bordado complicado y costoso. Olympe no hace ninguna observación; borda y pide un precio acorde con el precio del babero.

—¿Cómo quiere que pida quince francos por el festón de un babero que vale uno y medio? —dice—. La señora tendría derecho a sentirse sorprendida.

—Tendría que haberle explicado que había elegido un dibujo demasiado recargado.

—No tengo valor para atribular a una persona que se interesa por mí.

Se le ha ocurrido dar lecciones de costura a las niñas del pueblo por 0’25 francos la hora.

—No es caro —le digo.

—Es bastante caro, —dice Olympe— pero podrán quedarse dos horas si quieren.

—¿Por el mismo precio?


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3 págs. / 6 minutos / 30 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Un Modelo de Agricultor

Jules Renard


Cuento


El combate parecía terminado, cuando una última bala —una bala perdida— vino a dar en la pierna derecha de Fabricio. Éste hubo de regresar a su país con una pata de palo.

Al principio mostraba cierto orgullo. Entraba en la iglesia de la aldea golpeando tan fuertemente las baldosas, que se le podría haber tomado por un sacristán de catedral.

Después, ya calmada la curiosidad, durante mucho tiempo se lamentó, avergonzado, y creyó que ya nada bueno podía esperar.

Buscó con obstinación, a menudo como un alucinado, la manera de ser útil.

Y ahora helo allí, en el sendero del humilde bienestar. Sin llegar a despreciar su pierna de carne, siente alguna debilidad por la de madera.

Trabaja por un jornal. Se le asigna una fracción de terreno, y ya puede uno marcharse y dejarlo solo.

Lleva el bolsillo derecho lleno de alubias rojas o blancas, a elección.

Además, el bolsillo está roto; no demasiado, pero tampoco apenas.

Con normal apostura, Fabricio recorre el terreno a todo lo largo y ancho. Su pata de palo, a cada paso, abre un hoyo. Él sacude su bolsillo roto. Caen unas alubias. Él las recubre con ayuda del pie izquierdo y sigue adelante.

Y en tanto se gana honestamente la vida, el antiguo guerrero, con las manos a la espalda y la cabeza erguida, parece que se paseara para recobrar la salud.


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1 pág. / 1 minuto / 63 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Historias Naturales

Jules Renard


Cuento, fábula


El cazador de imágenes

Salta de su cama de buena mañana y sólo parte si su mente está clara, su corazón puro y su cuerpo ligero cual prenda estival. No lleva consigo provisión alguna. Beberá aire fresco por el camino y aspirará los olores saludables. Los ojos le sirven de red en la que caen presas las imágenes.

La primera que cautiva es la del camino que muestra sus huesos, guijarros pulidos, y sus rodadas, venas hendidas, entre dos setos ricos en moras y endrinas.

Apresa seguidamente la imagen del río. Blanquea en los recodos y duerme acariciado por los sauces. Espejea cuando un pez se voltea sobre el vientre, como si se hubiera lanzado una moneda, y en cuanto llovizna se le pone carne de gallina.

Atrapa la imagen de los trigales móviles, de la apetitosa alfalfa y de los prados bordeados de riachuelos. Y al vuelo caza el aleteo de una golondrina o de un jilguero.

Se adentra en el bosque. Él mismo ignoraba que poseyera tan delicados sentidos. Al cabo de poco, impregnado de perfumes, no se le escapa ningún rumor, por sordo que éste sea, y para comunicarse con los árboles sus nervios se enzarzan con las nervaduras de las hojas.

Pronto se siente tan vibrante que le parece que perderá el sentido, percibe demasiado, fermenta, tiene miedo, abandona el bosque y sigue a distancia a los leñadores que regresan al pueblo.

Fuera contempla durante un instante, hasta que le estalla el ojo, el sol que al ponerse se desprende de sus luminosos ropajes sobre el horizonte y esparce nubes aquí y allá.

Finalmente, de nuevo en su casa, con la cabeza repleta, apaga la luz y antes de dormirse se recrea contando sus imágenes durante un buen rato.


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53 págs. / 1 hora, 33 minutos / 213 visitas.

Publicado el 20 de enero de 2018 por Edu Robsy.

Pelo de Zanahoria

Jules Renard


Cuento


Dedicatoria

A Fantec y Baïe

Las perdices

Como de costumbre, el señor Lepic vacía su morral encima de la mesa. Contiene dos perdices. Félix, el hermano mayor, las anota en una pizarra colgada en la pared. Es su cometido. Cada niño tiene el suyo. Ernestine, la hermana, despelleja y despluma las piezas de caza. En cuanto a Pelo de Zanahoria, está especialmente encargado de rematar las piezas heridas. Debe tal privilegio a la de sobra conocida dureza de su seco corazón.

Las dos perdices se agitan, mueven el pescuezo.

SEÑORA LEPIC

¿A qué esperas para matarlas?

PELO DE ZANAHORIA

Me gustaría mucho anotarlas en la pizarra, mamá.

SEÑORA LEPIC

La pizarra está demasiado alta para ti.

PELO DE ZANAHORIA

Entonces, me gustaría mucho desplumarlas.

SEÑORA LEPIC

No es tarea de hombres.

Pelo de Zanahoria coge las dos perdices. Amablemente le dan las indicaciones de costumbre:

—Apriétalas con fuerza, ya sabes cómo, por el pescuezo, a contrapluma.

Con una pieza en cada mano detrás de la espalda, inicia su cometido.

SEÑOR LEPIC

¡Dos a la vez! ¿Qué haces, bribón?

PELO DE ZANAHORIA

Es para ir más deprisa.

SEÑORA LEPIC

No te hagas el melindroso; en el fondo, saboreas tu placer.

Las perdices se defienden, convulsas, y, batiendo las alas, esparcen sus plumas. No querrían morir. Le resultaría más fácil estrangular a un amigo, con una sola mano. Se las coloca entre las rodillas para mantenerlas bien sujetas y, ora rojo, ora blanco, bañado en sudor, la cabeza en alto para no ver nada, aprieta más fuerte.

Los animales se entercan.


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106 págs. / 3 horas, 6 minutos / 364 visitas.

Publicado el 21 de enero de 2018 por Edu Robsy.

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