Textos más vistos de Jules Renard etiquetados como Cuento no disponibles | pág. 2

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autor: Jules Renard etiqueta: Cuento textos no disponibles


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El Sapo

Jules Renard


Cuento


Nacido de una piedra, vive debajo de una y en ella se cavará la tumba.

Lo visito frecuentemente, y cada vez que levanto su piedra tengo miedo de encontrarlo y miedo de que ya no esté allí.

Pero está.

Escondido en aquella guarida seca, limpia, estrecha y propia, la ocupa plenamente, hinchado como una bolsa de avaro.

Si la lluvia le hace salir, viene a mi encuentro. Unos cuantos saltos pesados, y luego me mira con ojos enrojecidos.

Si el mundo injusto lo trata como a un leproso, yo no temo agacharme junto a él y acercar al suyo mi rostro de hombre.

Luego reprimiré un resto de asco y te acariciaré con la mano, sapo.

En la vida se tragan otros sapos que repugnan más.

Ayer, no obstante, me faltó tacto. Fermentaba y sudaba, con todas sus verrugas reventadas.

—Mi pobre amigo —le dije— no quiero ofenderte pero, ¡Dios santo! ¡qué feo eres!

Abrió su boca pueril y sin dientes, de aliento caliente, y me respondió con un ligero acento inglés:

—¡Pues anda que tú!


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Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Llave

Jules Renard


Cuento


La vieja es vieja y avara; el viejo es aún más viejo y más avaro. Pero ambos temen por igual a los ladrones. A cada instante del día se preguntan:

—¿Tienes tú la llave del armario?

—Sí.

Eso los tranquiliza un poco. Guardan la llave alternativamente y llegan a desconfiar el uno de la otra. La vieja la esconde principalmente en el pecho, entre la camisa y la piel. ¡Cuántas cosas no desata para poder introducirla en las fundas de sus senos inútiles!

El viejo la esconde unas veces en los bolsillos abotonados del pantalón y otras en los del chaleco, medio cosidos, que palpa con frecuencia. Pero al final, esos escondites que son siempre los mismos les han parecido cada vez menos seguros, y él acaba de encontrar un nuevo escondite del que se siente satisfecho.

La vieja le pregunta como de costumbre:

—¿Tienes tú la llave del armario?

El viejo no responde.

—¿Estás sordo?

El viejo hace gesto de que no está sordo.

—¿Se te ha perdido la lengua? —dice la vieja.

Lo mira inquieta. Tiene los labios cerrados y las mejillas hinchadas. Sin embargo, su expresión no es la de un hombre que se hubiera quedado mudo de repente, y sus ojos expresan más picardía que espanto.

—¿Dónde está la llave? —dice la vieja—; ahora me toca guardarla a mí.

El viejo sigue moviendo la cabeza con aire satisfecho, con las mejillas a punto de reventar.

La vieja comprende. Se lanza con agilidad, agarra por la nariz al viejo, le abre por la fuerza —con riesgo de que la muerda— la boca de par en par, introduce en ella los cinco dedos de su mano derecha y saca la llave del armario.


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Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Petición

Jules Renard


Cuento


En el gran patio de la Gouille, la señora Repin lanzaba a sus aves puñados de grano. Éstos volaban regularmente de la cesta, siguiendo el ritmo del gesto, y se dispersaban granizando sobre el duro suelo. La fina música de un manojo de llaves, que se entrechocaban, ascendía de uno de los bolsillos del mandil. Haciendo con los labios “¡Cht, Cht!” e incluso dando grandes zapatazos, la señora Repin alejaba a las voraces pavas. Sus crestas azuleaban de cólera y los semicírculos de sus colas se abría de inmediato como una especie de detonación y brusco desenvolvimiento de un abanico que se abre entre los dedos de una dama nerviosa. El señor Repin apareció por el camino con paso acelerado. El lanzamiento de grano se detuvo, las llaves se callaron y las inquietas gallinas se revolvieron un instante por el apresuramiento desacostumbrado del señor Repin.

—¿Qué ocurre? —preguntó la granjera.

El señor Repin respondió:

—¡Gaillardon quiere una!

—¿Una gallina?

—Hazte la graciosa: una de nuestras hijas. Viene a almorzar el domingo.

Tan pronto como las señoritas conocieron la noticia, Marie, la más joven, besó a su hermana mayor de forma turbulenta: «¡Me alegro mucho, Henriette, me alegro mucho!». Estaba feliz, en primer lugar por la felicidad de su primogénita, y también un poco por ella, pues el señor Repin había dicho siempre, casi canturreando: «Cuando hay dos hijas casaderas, la mayor va delante, la menor sigue detrás». Pero, Henriette no avanzaba muy rápido y Marie pensaba que si no se ponía por delante, tal vez no llegara nunca a casarse.


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10 págs. / 18 minutos / 43 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Señorita Olympe

Jules Renard


Cuento


Con la vida de la señorita Olympe Bardeau, podría escribirse una novela de costumbres provincianas, pero sería muy monótona. Lo que hace no es nada variado: pasa su tiempo sacrificándose.

Siempre la conocí como una vieja solterona. Hace diez años no lo era menos; dentro de diez años no lo será más; no cambia; es una solterona precoz que se mantiene. Cada uno le calcula la edad que quiere.

Podría haberse casado tiempo atrás si su hermano no le hubiera quitado su dote para perderla en el comercio. Ha renunciado a casarse, pero quiere mucho a su hermano. A quienes pretenden que no se lo merece, ella responde que lo admira.

Ahora se sacrifica por su madre arruinada también por los malos negocios de su hijo. Las dos viven de lo que gana Olympe y la solterona se les apaña tan mal que siempre parece ganar lo menos posible.

Experta en trabajos de aguja de todo tipo, como bordadora de provincias, tiene un talento auténtico del que no sabe sacar partido.

Una señora de buenas intenciones le trae un babero para que lo borde.

—Elija el modelo que más le guste, —le dice Olympe.

La señora, que no entiende mucho de eso, elige para su babero sin valor, un bordado complicado y costoso. Olympe no hace ninguna observación; borda y pide un precio acorde con el precio del babero.

—¿Cómo quiere que pida quince francos por el festón de un babero que vale uno y medio? —dice—. La señora tendría derecho a sentirse sorprendida.

—Tendría que haberle explicado que había elegido un dibujo demasiado recargado.

—No tengo valor para atribular a una persona que se interesa por mí.

Se le ha ocurrido dar lecciones de costura a las niñas del pueblo por 0’25 francos la hora.

—No es caro —le digo.

—Es bastante caro, —dice Olympe— pero podrán quedarse dos horas si quieren.

—¿Por el mismo precio?


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3 págs. / 6 minutos / 30 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

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