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autor: Julia de Asensi textos disponibles


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Las Buenas Hadas

Julia de Asensi


Cuento infantil


La pobre Micaela se había quedado viuda siendo muy joven y con escasísimos recursos. Gracias a la caridad de una vecina, que cuidaba a su único hijo de edad de cuatro años, había podido ponerse a servir, pero aquella excelente mujer había muerto poco después y la viuda se vio obligada a llevarse a su niño, perdiendo por esto la colocación que tenía.

Allá, en una pequeña aldea donde había nacido, vivían algunos parientes suyos, los unos ricos, pero avaros; los otros en tan triste situación como ella. A fuerza de economías había reunido lo necesario para pagar el viaje y se puso en camino con su hijo, del que no se quería separar.

Poco se acordaban en el pueblo de la viuda y la recibieron con desvío o con frialdad. Ella tenía a su Félix para consolarse, porque el muchacho era dócil y bueno y adoraba a su madre.

La pobre mujer alquiló un cuarto muy pequeño, con dos habitaciones únicamente, y se dedicó a coser y a planchar, reuniendo una parroquia muy reducida aunque trabajaba bien y se hacía pagar poco, mucho menos que las otras costureras y planchadoras del lugar.

Había arreglado pronto su casa, porque no tenía apenas muebles, pero éstos eran limpios y no de mal gusto, por lo que Félix no pudo darse cuenta al principio de los sacrificios que la madre se imponía para que el niño no viviese peor que los demás de su clase.

No iba a la escuela, pero tampoco bajaba a jugar a la calle, viendo ésta desde su ventana adornada con unas cortinas de percal, dos tiestos, con claveles el uno y geranios el otro, y una jaula con un pájaro.


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Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 61 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Gota de Agua

Julia de Asensi


Cuento


I

Jamás se vio un matrimonio más dichoso que el de D. Juan de Dios Cordero —médico cirujano de un pueblo demasiado grande para pasar por aldea, y demasiado pequeño para ser considerado como ciudad—; y doña Fermina Alamillos, ex-profesora de bordados en un colegio de la corte, y en la actualidad rica propietaria y labradora. Hacía veinte años que se habían casado, no llevando ella más dote que su excelente corazón, ni él más dinero en su bolsillo que 60 reales; y a pesar de esta pobreza, conocida su proverbial honradez, sin recibir ninguna herencia inesperada, al cabo de cinco lustros, el señor y la señora de Cordero eran los primeros contribuyentes del lugar. ¡Pero qué miserias habían pasado durante esos cinco lustros! En aquella casa apenas se comía, se dormía en un humilde lecho, y su mueble de más lujo lo hubiera desdeñado cualquier campesino.

Cuando alguien preguntaba a doña Fermina por qué no teniendo hijos a quienes legar su fortuna había ahorrado tanto dinero a costa de su bienestar y acaso de su salud, la buena señora respondía: «Hice como la hormiga, trabajé durante el verano de mi vida, para tener alimento, paz y albergue en mi invierno. He cumplido cincuenta años; si vivo veintitantos o treinta más —que bien puede esperarlo, la que como yo, sólo encuentra en su casa gratos placeres—, daré por bien empleada mi antigua pobreza, que hoy me brinda una existencia serena y desahogada».


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Dominio público
8 págs. / 15 minutos / 688 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

El Gato Negro

Julia de Asensi


Cuento infantil


Dos gatitos, nada más, había tenido la gata de Doña Casimira Vallejo, y ya habían pedido a la citada señora nada menos que catorce. Y es que los gatitos eran completamente negros, y sabido es que hay muchas personas que creen que aquéllos traen la felicidad a las casas.

De buena gana Doña Casimira no se hubiera desprendido de aquellos dos hijos de su Sultana; pero su esposo le había declarado que no quería mas gatos en su vivienda, y la buena señora tuvo que resignarse a regalarlos el día mismo que cumplieran dos meses.

Mucho tiempo estuvo pensando dónde quedarían mejor colocados; el vecino del piso bajo perdía muchos gatos y no faltaba quien sospechase que se los comía; el tendero de entrente los dejaba salir a la calle y se los robaban; la vieja del cuarto entresuelo era muy económica y no les daba de comer; el cura tenía un perro que asustaba a los animalitos; y así, de uno en otro, resultó que los catorce pedidos se redujeron para Doña Casimira solamente a dos, casualmente el número de gatos que tenía. Aún así, no acabaron sus cavilaciones.

Moro, el más hermoso y más grave de los dos gatitos, convendría mejor a Doña Carlota, la vecina del tercero de la izquierda, que tenía una hija muy juiciosa a pesar de sus cortos años; pero Fígaro (así nombrado por el marido de Doña Casimira por haberle hallado un día jugando con su guitarra, cuyas cuerdas sonaban no muy armoniosamente)… Fígaro, que, según decían, tenía una vaga semejanza con el barbero del número 8 de aquella calle, por lo que había merecido dos veces ser llamado de aquella manera, no estaría del todo bien en casa de don Serafín, cuyos niños eran muy revoltosos y trataban con dureza a los animales.

Pero al cabo, como el tiempo urgía, Morito fue entregado a Doña Carlota y Fígaro a Don Serafín.


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Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 125 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Coco Azul

Julia de Asensi


Cuento infantil


Teresa era mucho menor que sus hermanos Eugenio y Sofía y sin duda por eso la mimaban tanto sus padres. Había nacido cuando Víctor y Enriqueta no esperaban tener ya más hijos y, aunque no la quisieran mas que a los otros, la habían educado mucho peor. No era la niña mala, pero sí voluntariosa y abusaba de aquellas ventajas que tenía el ser la primera en su casa cuando debía de ser la última.

A causa de eso Eugenio no la quería tanto como a Sofía; ésta, en cambio, repartía por igual su afecto entre sus dos hermanos.

Cuando Teresa hacía alguna cosa que no era del agrado de Eugenio, él la amenazaba con el coco y pintaba muñecos que ponía en la alcoba de su hermana menor para asustarla.

Teresa tenía miedo de todo y sólo Eugenio era el que procuraba vencer su frecuente e incomprensible terror.

No se le podía contar ningún cuento de duendes ni de hadas, ni hablarle de ningún peligro de esos que son continuos e inevitables en la vida. Los padres se disgustaban con que tal hiciera, y sólo su hermano procuraba corregirla por el bien de ella y el de todos, esperando aprovechar la primera ocasión que se presentase para lograrlo.

Rompía los juguetes de su hermana sin que nadie la riñese y Sofía había guardado los que le quedaban, que aun eran muchos y muy bonitos, donde Teresa no los pudiera coger.

—El día que seas buena te los daré todos, le decía.

—Y cuando seas valiente yo te compraré otros, añadía Eugenio.

Teresa se quedaba meditabunda durante largo rato, sin hallar el medio de complacerles.


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6 págs. / 11 minutos / 79 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Altar de la Virgen

Julia de Asensi


Cuento infantil


Se acercaban las fiestas de la Virgen de Agosto que debían celebrarse en el pueblo de *** con más esplendor que nunca. La función de iglesia prometía estar brillante; la víspera al anochecer debía cantarse una Salve y la Letanía en la parroquia, después haber fuegos artificiales en la plaza, verbena en la misma, acaso baile, pues se susurraba, que algunos mozos del lugar, aficionados a la música, tocarían las guitarras hasta media noche, para animar a sus paisanos, y después darían serenatas a las jóvenes más hermosas de ***.

A una media hora del pueblo, en un bosquecillo de viejos árboles cubiertos de verde ramaje, se elevaba un modesto altar en el que se invocaba una bella estatua representando a la Virgen María llevando al Niño Jesús en sus brazos. Nadie recordaba la época en que se había descubierto aquella estatua; sólo se sabía que desde tiempo inmemorial el 15 de Agosto iban los habitantes de los lugares vecinos en peregrinación hasta allí y que la Virgen les otorgaba todo lo que con gran devoción le pedían.

Las muchachas eran generalmente las encargadas de adornar el altar, y aquel año lo habían sido las de dos familias que vivían cercanas al bosquecillo. Cada una se componía de un matrimonio y una hija, siendo ambas niñas de la misma edad, circunstancia por la que, más bien que por sus gustos e inclinaciones, eran amigas inseparables.

Regina tenía diez años; era hermosa, elegante, pero altiva; sus padres ricos labradores, no se negaban jamás a satisfacer sus caprichos, y los tres habitaban una preciosa quinta rodeada de un extenso jardín.

Aurora era sencilla, dulce, afable, menos bella pero más simpática que su compañera, hija de humildes campesinos que vivían en una modesta casita situada en un verde prado.

Dos días antes de las fiestas se reunieron Regina y Aurora en casa de la primera.

—Veamos —dijo Regina— ¿qué has pensado hacer para adornar el altar?


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3 págs. / 6 minutos / 132 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Cocos y Hadas

Julia de Asensi


Cuentos infantiles, Colección


El coco azul

Teresa era mucho menor que sus hermanos Eugenio y Sofía y sin duda por eso la mimaban tanto sus padres. Había nacido cuando Víctor y Enriqueta no esperaban tener ya más hijos y, aunque no la quisieran mas que a los otros, la habían educado mucho peor. No era la niña mala, pero sí voluntariosa y abusaba de aquellas ventajas que tenía el ser la primera en su casa cuando debía de ser la última.

A causa de eso Eugenio no la quería tanto como a Sofía; ésta, en cambio, repartía por igual su afecto entre sus dos hermanos.

Cuando Teresa hacía alguna cosa que no era del agrado de Eugenio, él la amenazaba con el coco y pintaba muñecos que ponía en la alcoba de su hermana menor para asustarla.

Teresa tenía miedo de todo y sólo Eugenio era el que procuraba vencer su frecuente e incomprensible terror.

No se le podía contar ningún cuento de duendes ni de hadas, ni hablarle de ningún peligro de esos que son continuos e inevitables en la vida. Los padres se disgustaban con que tal hiciera, y sólo su hermano procuraba corregirla por el bien de ella y el de todos, esperando aprovechar la primera ocasión que se presentase para lograrlo.

Rompía los juguetes de su hermana sin que nadie la riñese y Sofía había guardado los que le quedaban, que aun eran muchos y muy bonitos, donde Teresa no los pudiera coger.

—El día que seas buena te los daré todos, le decía.

—Y cuando seas valiente yo te compraré otros, añadía Eugenio.

Teresa se quedaba meditabunda durante largo rato, sin hallar el medio de complacerles.


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38 págs. / 1 hora, 6 minutos / 313 visitas.

Publicado el 27 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

Sor María

Julia de Asensi


Cuento


Casado Bernardo, ¿qué le importaba a ella el mundo ya? Había sido el compañero de su infancia, el que había enjugado sus primeras lágrimas, producido su sonrisa primera y recogido el primer suspiro que exhaló su pecho virginal. Ella le había amado con toda su alma, con todo el entusiasmo de la primera juventud.

¿Cómo él no la había correspondido? Blanca tenía algunos años menos que él; aún era niña cuando Bernardo era hombre; una mujer malvada y astuta conquistó el corazón del joven y logró ser conducida al pie de los altares, donde fueron unidos en eterno lazo.

Blanca buscó un consuelo en la religión; no había en la tierra remedio a su pesar y volvió los ojos al cielo. En la ciudad donde habitaba se elevaba un sombrío convento, de altos muros, fuertes rejas y espesas celosías, y allí se encerró la infortunada niña, sin ver las lágrimas de su madre, ni atender a los consejos de su padre, ni escuchar los ruegos de sus amigos.

El día en que fue llevada al templo, vio a Bernardo en el camino. Él la miró con una indefinible expresión, y Blanca creyó adivinar que el hombre a quien tanto quería no debía ser feliz.

Acaso si Blanca no hubiese ido en carruaje, él la hubiera detenido, dirigiéndole la palabra, quién sabe si le hubiera pedido perdón por su conducta, porque Bernardo era culpable, había adivinado el amor de Blanca, lo había alentado con vanas esperanzas, abandonándola sin remordimientos después.

La niña trocó sus galas por el severo traje religioso; la novicia, sin libertad de palabra ni de acción, empezó la vida de convento resignada y acaso indiferente; martirizó su cuerpo con ayunos y penitencias, y pasó casi todas las horas dedicada a las oraciones.


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2 págs. / 4 minutos / 112 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

La Rosa Blanca

Julia de Asensi


Cuento infantil


Una hermosa mañana de Junio salió la niña Margarita a pasear con su aya. Era hija única y sus padres le otorgaban hasta los caprichos más raros y más costosos. De esto resultaba que era muy voluntariosa y no podía soportar la menor contradicción.

Habían estado primero en una frondosa alameda y luego penetraron en una calle a cuyos dos lados se veían preciosos jardines. La institutriz, que conocía de nombre o de trato a los propietarios de la mayor parte de ellos, iba diciendo a la niña quiénes eran, y esta la escuchaba con indiferencia exclamando a cada momento cuando se paraba delante de una verja:

—¡Hermosos claveles! pero los de mi jardín son más dobles.

—Mira qué dalias, pero las mías tienen colores más variados.

—Repara qué jazmines y qué heliotropos, pero me agradan más los que cultiva mi jardinero.

Al llegar a la última de aquellas posesiones, Margarita se detuvo y el aya le dijo:

—Esta ignoro de quién es, aunque se ha vendido hace ya algunos años.

Por la puerta de hierro se veía una espaciosa plazoleta con una bella fuente en el centro, las estatuas a los lados de las cuatro estaciones, árboles seculares por cuyos troncos trepaba verde hiedra y una infinidad de flores de puros matices, admirablemente combinados, entre las que descollaba un hermoso rosal cuajado de capullos y con una sola rosa completamente abierta.

Aquella rosa blanca, de un tamaño extraordinario, era de una belleza tal que jamás recordaba Margarita haber visto nada semejante.

—Dámela —dijo la niña al aya señalando con su mano la flor.

—¿Pero cómo puedo cogerla? —preguntó la institutriz alarmada por aquel extraño capricho.

—Llama y pídela al que abra.

Bien comprendía la pobre mujer que aquello era imposible, pero sabía que contrariar a Margarita era perder la plaza que desempeñaba y tiró de la campanilla.


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5 págs. / 9 minutos / 86 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Princesa Elena

Julia de Asensi


Cuento infantil


Aquel príncipe tan amado de sus súbditos, casado con la princesa Rosalía, que presenté a mis lectores en el cuento titulado Pedro y Perico, tenía un hermano menor llamado Enrique que, al morir sus padres, había heredado también numerosos Estados y grandes bienes de fortuna.

Así como los primeros no habían tenido de su feliz unión más que un hijo, Enrique y su esposa la princesa Amalia no temían más que una niña, a la que habían dado el nombre de Elena.

La heredera del principado, porque en él podían las hembras ser sucesoras, era una criatura bellísima, de cabellos rubios y ojos azules, frente despejada y tez blanca teñida de un ligero sonrosado.

Rodeada de cuidados solícitos, la princesita podía vivir tranquila, si no contenta, en el soberbio palacio donde habitaba. Y si digo que no vivía contenta es porque la princesa amaba todo aquello de que se la privaba, correr por el campo, tener por amigas a niñas de su edad, ser expansiva sin que se tomasen sus demostraciones por familiaridades poco en armonía con su alto rango, no estar constantemente vigilada, en fin olvidar aquella etiqueta con que la mortificaban desde por la mañana hasta por la noche.

Tenía varios profesores y un aya encargada de no separarse de ella ni un segundo.

Cuando Elena paseaba en su carruaje, miraba con envidia a las niñas que jugaban sin que nadie se lo impidiera, y con placer hubiera cambiado su suerte por la de cualquiera de aquellas criaturas.


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8 págs. / 14 minutos / 63 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Hija del Gigante

Julia de Asensi


Cuento infantil


En la ciudad donde vivía, que era una de las mejores de España, le llamaban León el Grande. Tenía una estatura verdaderamente extraordinaria, como no se ve ya en estos tiempos, ni aún en los países donde son los hombres más altos. Su rostro era franco y simpático, su carácter dulce y bueno, su alma candorosa como la de un niño. Dotado de una fuerza excepcional, sólo la empleaba para defender al débil; así es que era temido por los unos e inspiraba vivas simpatías o profundo cariño a los otros. Era rico, había perdido a toda su familia y su única aspiración era formarse una, porque era entusiasta de los encantos del hogar. Pero la cuestión de hallar novia era para él difícil, porque siendo excesivamente tímido, no se atrevía a hacer el amor a ninguna muchacha.

Una vez, pasando por una plaza, vio asomada a una ventana una joven cuya belleza le cautivó; a la mañana siguiente, que era un domingo, la esperó a la puerta de su casa para ir a la misma misa que ella. La doncella no salió hasta las diez; pero al verla a su lado León sufrió una decepción terrible, porque era de tan corta estatura que no podía menos de hacer una figura ridícula a su lado; desistió de la conquista porque algunos de sus amigos se rieron al verle junto a la joven, que no podía mirarle sin molestia.

Cuando iba a un baile, no tomaba parte en la fiesta porque ninguna mujer alcanzaba a su brazo para bailar con él. Su estatura colosal le causaba más disgustos que beneficios.

Al fin un amigo que había sido de su padre le habló de una señorita a quien él conocía, en estos términos:


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7 págs. / 12 minutos / 44 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

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