Textos más populares este mes de Julia de Asensi publicados por Edu Robsy | pág. 2

Mostrando 11 a 20 de 37 textos encontrados.


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autor: Julia de Asensi editor: Edu Robsy


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La Vocación

Julia de Asensi


Cuento


I

El cura del pueblo de C… vivía con su hermano, militar retirado, con la mujer de este, virtuosa señora sin más deseo que el de agradar a su marido, y con los tres hijos de aquel matrimonio, de los que el mayor, Miguel, contaba apenas diez y seis años.

El sacerdote D. Antonino tenía gran influencia sobre la familia, que nada hacía sin consultarle y al que miraba como a un oráculo; a él estaba encomendada la educación de los niños, él debía decidir la carrera que habían de seguir, tuviesen vocación o no, y en cambio de esta obediencia pasiva, D. Antonino se comprometía a costear la enseñanza de sus sobrinos y abrirles un hermoso y lisonjero porvenir.

Una noche se hallaba reunida la familia en una sala pequeña que tenía dos ventanas con vistas a la plaza; el militar leía en voz baja un periódico, su mujer hacía calceta; el cura limpiaba los cristales de sus gafas y Javier y Mateo, los dos hijos menores, trataban en vano de descifrar un problema difícil, mientras Miguel, con una gramática latina en la mano, a la que miraba distraído, soñaba despierto escuchando una música lejana, que tal vez ninguno más que él lograba percibir.

—¡Qué aplicación! —exclamó de repente don Antonino.

Los tres muchachos se sobresaltaron. Javier echó un borrón de tinta en el cuaderno que tenía delante, Mateo dio con el codo a su hermano para advertirle que prestase más atención, y Miguel leyó algunas líneas de gramática conteniendo a duras penas un bostezo.

—Tengo unos sobrinos que son tres alhajas —prosiguió el buen sacerdote.

Juan, el militar retirado, suspendió la lectura, miró a su prole, cuya actitud debió dejarle satisfecho, y esperó a que su hermano continuase hablando.

—Es preciso pensar en dar carrera a estos chicos, dijo D. Antonino; veamos, Mateo, ¿qué desearías tú ser?


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Dominio público
9 págs. / 16 minutos / 347 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

La Fuga

Julia de Asensi


Cuento


La casa era espaciosa, con la fachada pintada de azul; se componía de tres pisos, tenía dos puertas y muchas ventanas, algunas con reja. Una torre con una cruz indicaba dónde se hallaba la capilla. Rodeaba el edificio un extenso jardín, no muy bien cuidado, con elevados árboles, cuyas ramas se enlazaban entre sí formando caprichosos arcos, algunas flores de fácil cultivo y una fuente con una estatua mutilada.

Una puerta de hierro daba a una calle de regular apariencia; otra pequeña, bastante vieja y que no se abría casi nunca, al campo. Este presentaba en aquella estación, a mediados de la primavera, un bello aspecto con sus verdes espigas, sus encendidas amapolas y sus Poéticas margaritas.

¿Se celebraba alguna fiesta en aquella morada? Un gallardo joven tocaba la guitarra con bastante gracia y de vez en cuando entonaba una dulce canción. Al compás de la música bailaban dos alegres parejas, mientras un caballero las contemplaba sonriendo, como recordando alguna época no muy lejana en que se hubiera entregado a esas gratas expansiones.

Un anciano de venerable aspecto, el jefe sin duda de aquella numerosa familia, se paseaba melancólicamente en compañía de un hombre de menos edad, y algunos otros se encontraban sentados en bancos de piedra o sillas rústicas, hablando animadamente.

Lejos del bullicio, sola, triste, contemplando las flores de un rosal, se veía a una joven de incomparable hermosura, vestida de blanco. Era tal su inmovilidad, que de lejos parecía una estatua de mármol.

Tenía el cabello rubio, los ojos negros; era blanca, pálida, con perfectas facciones, manos delicadas, pies de niña.

¿Estaba contando sus penas a las rosas? ¿Vivía tan aislada que no tenía a quién referir la causa de su dolor?

Más de un cuarto de hora permaneció en el mismo sitio y en la misma postura, hasta que la sacó de su ensimismamiento un bello joven que se aproximó cautelosamente a ella.


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Dominio público
5 págs. / 10 minutos / 552 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

Brisas de Primavera

Julia de Asensi


Cuentos infantiles, Colección


El retrato vivo

¡Pobres mujeres y pobres niños! Ancianos y jóvenes habían formado un valeroso ejército para combatir al enemigo que había venido a sitiarlos a los mejores de sus pueblos y, no habiendo logrado vencer, habían perecido casi todos. Los pocos que vivían, hechos prisioneros, no podían ser ya el sostén de la madre, de la esposa y de los tiernos hijos. El vencedor, no contento con este triunfo, había dado orden de salir de aquella tierra a tan débiles seres.

Recogieron sus ropas y todo cuanto era fácil llevar sobre sí y que no tenía valor material alguno, y llorando los unos, suspirando los otros, y sin comprender lo que perdían los más, se alejaron despacio de sus hogares, en los que meses antes fueran tan felices.

Ya a larga distancia de su patria, los tristes emigrantes se detuvieron para descansar y también para tomar una resolución para lo porvenir.

Los que tenían familia en otras poblaciones pensaban buscar su protección; los que no, decidían, las jóvenes madres trabajar para sus hijos, las muchachas servir en casas acomodadas, los niños aprender cualquier oficio fácil, las viejas mendigar.

Pero había entre aquellos seres un niño de nueve años, que no tenía madre ni hermanos, que antes vivía solo con su padre y, después de muerto este en la pelea, quedaba abandonado en el mundo.

Se acercó a una antigua vecina suya implorando su protección.

—Nada puedo hacer por ti, Gustavo, le dijo ella, harto tendré que pensar para buscar los medios de mantener a mis dos niñas.

—Cada cual se arregle como pueda, repuso otra; no faltará en cualquier país quien te tome a su servicio, aunque sólo sea para guardar el ganado.

—Para eso llevo yo tres hijos —añadió otra mujer—; primero son ellos que Gustavo.


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Dominio público
77 págs. / 2 horas, 15 minutos / 293 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

La Gota de Agua

Julia de Asensi


Cuento


I

Jamás se vio un matrimonio más dichoso que el de D. Juan de Dios Cordero —médico cirujano de un pueblo demasiado grande para pasar por aldea, y demasiado pequeño para ser considerado como ciudad—; y doña Fermina Alamillos, ex-profesora de bordados en un colegio de la corte, y en la actualidad rica propietaria y labradora. Hacía veinte años que se habían casado, no llevando ella más dote que su excelente corazón, ni él más dinero en su bolsillo que 60 reales; y a pesar de esta pobreza, conocida su proverbial honradez, sin recibir ninguna herencia inesperada, al cabo de cinco lustros, el señor y la señora de Cordero eran los primeros contribuyentes del lugar. ¡Pero qué miserias habían pasado durante esos cinco lustros! En aquella casa apenas se comía, se dormía en un humilde lecho, y su mueble de más lujo lo hubiera desdeñado cualquier campesino.

Cuando alguien preguntaba a doña Fermina por qué no teniendo hijos a quienes legar su fortuna había ahorrado tanto dinero a costa de su bienestar y acaso de su salud, la buena señora respondía: «Hice como la hormiga, trabajé durante el verano de mi vida, para tener alimento, paz y albergue en mi invierno. He cumplido cincuenta años; si vivo veintitantos o treinta más —que bien puede esperarlo, la que como yo, sólo encuentra en su casa gratos placeres—, daré por bien empleada mi antigua pobreza, que hoy me brinda una existencia serena y desahogada».


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Dominio público
8 págs. / 15 minutos / 691 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

Santiago Arabal

Julia de Asensi


Novela corta


Mis recuerdos alcanzan a cuando yo tenía unos cuatro años. Por esa época acababa de perder a mi madre y vivía solo con mi padre, pescador rudo que me amaba tiernamente.

Era yo entonces un muchacho fuerte y robusto que, apenas vestido, me pasaba el día en la playa jugando con otros chicos de mi edad. Curtido por el sol y el aire del mar, mi rostro hacía singular contraste con mis cabellos rubios y mis ojos claros. Iba sucio, harapiento, descalzo siempre y no recordaba haberme puesto sombrero jamás.

Cuando mi padre volvía de pescar, me encerraba en la pobre casa con él y me hacía acostar en su mismo lecho, después que cenábamos frugalmente.

Había detrás de aquellas paredes un huertecillo dividido por una valla en dos; la mitad nos pertenecía y la otra mitad era de la casa de al lado. En ésta vivía una mujer a la que nunca conocí más que por la Roja; no sé cuál sería su nombre. Era también viuda y había perdido un niño de dos años. En su lugar estaba criando, desde hacía próximamente uno, a una niña que le habían traído de la ciudad vecina y por la que le pagaban una pensión.

La Roja cosía y planchaba en las casas, dejando casi todo el día sola en el huerto a la criatura a la que a horas fijas iba a dar el pecho o alguna sopa fría y sin sustancia.

Como yo no estaba en casa más que por las noches o cuando iba a comer, no es de extrañar que apenas conociese a mis vecinas. Pero a los dos años de muerta mi madre, y cuando contaba ya seis, observé que aquella mujer, en la que antes ni me había fijado, se acercaba a mí con frecuencia, me acariciaba y me daba alguna golosina. Mi carácter salvaje me había hecho huir al principio de ella, pero aquellos bollos con que me obsequiaba, y que yo no había comido nunca, le granjearon al fin mis simpatías. Por la noche le contaba a mi padre lo que la Roja me había dado por la mañana o por la tarde.


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Dominio público
45 págs. / 1 hora, 18 minutos / 74 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

Cosme y Damián

Julia de Asensi


Cuento


Ambos habían nacido el mismo día en un pueblo de los más pobres de la Coruña. Sus padres eran parientes lejanos, y cada cual tenía ya, al venir los muchachos al mundo, seis o siete chiquillos, que vivían mal alimentados y casi desnudos junto a las vacas que constituían toda la fortuna de aquellas familias.

Les pusieron por nombres, al uno Cosme y al otro Damián.

Los niños fueron buenos amigos desde sus primeros años, a pesar de la diferencia de gustos y de caracteres. Cosme era activo, amante del estudio, inteligente; y Damián, por el contrario, perezoso, torpe y de escaso talento. Los dos sacaban las vacas a pastar en el campo, y mientras Damián, echado en la hierba, procuraba dormir o no hacer nada, Cosme deletreaba en cualquier papel o libro viejo que buscaba sin que nadie supiera cómo, y en el que estudiaba solo, pues sus padres no le mandaban a la escuela, yendo únicamente el hermano mayor.

El tiempo pasó así para los dos chicos, hasta que un día sus familias decidieron que salieran del pueblo en busca de trabajo, muy escaso allí.

—¿Y dónde iremos? —preguntó Damián.

—Donde haya en qué ganar un pedazo de pan —le dijo su padre.

—¿Iremos juntos? —interrogó Cosme.

—Como queráis —les contestaron.

Los dos niños se despidieron de sus respectivas familias y partieron sin llevar más equipaje que un poco de ropa vieja atada en la punta de un palo, algunas monedas, escasas y de corto valor, y un escapulario que les puso la abuela de Cosme.

Damián caminaba triste y silencioso; su compañero iba más animado, contemplando con placer, ya la verde campiña que cruzaban, ya el cristalino río o el arroyo donde mitigaban su sed, o los altos campanarios y las casitas blancas de los pueblos.

Damián se cansaba pronto de andar, y tenían que detenerse a menudo, lo que no era del agrado de Cosme, que deseaba verse en alguna población de más importancia.


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4 págs. / 7 minutos / 132 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

Las Buenas Hadas

Julia de Asensi


Cuento infantil


La pobre Micaela se había quedado viuda siendo muy joven y con escasísimos recursos. Gracias a la caridad de una vecina, que cuidaba a su único hijo de edad de cuatro años, había podido ponerse a servir, pero aquella excelente mujer había muerto poco después y la viuda se vio obligada a llevarse a su niño, perdiendo por esto la colocación que tenía.

Allá, en una pequeña aldea donde había nacido, vivían algunos parientes suyos, los unos ricos, pero avaros; los otros en tan triste situación como ella. A fuerza de economías había reunido lo necesario para pagar el viaje y se puso en camino con su hijo, del que no se quería separar.

Poco se acordaban en el pueblo de la viuda y la recibieron con desvío o con frialdad. Ella tenía a su Félix para consolarse, porque el muchacho era dócil y bueno y adoraba a su madre.

La pobre mujer alquiló un cuarto muy pequeño, con dos habitaciones únicamente, y se dedicó a coser y a planchar, reuniendo una parroquia muy reducida aunque trabajaba bien y se hacía pagar poco, mucho menos que las otras costureras y planchadoras del lugar.

Había arreglado pronto su casa, porque no tenía apenas muebles, pero éstos eran limpios y no de mal gusto, por lo que Félix no pudo darse cuenta al principio de los sacrificios que la madre se imponía para que el niño no viviese peor que los demás de su clase.

No iba a la escuela, pero tampoco bajaba a jugar a la calle, viendo ésta desde su ventana adornada con unas cortinas de percal, dos tiestos, con claveles el uno y geranios el otro, y una jaula con un pájaro.


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6 págs. / 10 minutos / 61 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Cocos y Hadas

Julia de Asensi


Cuentos infantiles, Colección


El coco azul

Teresa era mucho menor que sus hermanos Eugenio y Sofía y sin duda por eso la mimaban tanto sus padres. Había nacido cuando Víctor y Enriqueta no esperaban tener ya más hijos y, aunque no la quisieran mas que a los otros, la habían educado mucho peor. No era la niña mala, pero sí voluntariosa y abusaba de aquellas ventajas que tenía el ser la primera en su casa cuando debía de ser la última.

A causa de eso Eugenio no la quería tanto como a Sofía; ésta, en cambio, repartía por igual su afecto entre sus dos hermanos.

Cuando Teresa hacía alguna cosa que no era del agrado de Eugenio, él la amenazaba con el coco y pintaba muñecos que ponía en la alcoba de su hermana menor para asustarla.

Teresa tenía miedo de todo y sólo Eugenio era el que procuraba vencer su frecuente e incomprensible terror.

No se le podía contar ningún cuento de duendes ni de hadas, ni hablarle de ningún peligro de esos que son continuos e inevitables en la vida. Los padres se disgustaban con que tal hiciera, y sólo su hermano procuraba corregirla por el bien de ella y el de todos, esperando aprovechar la primera ocasión que se presentase para lograrlo.

Rompía los juguetes de su hermana sin que nadie la riñese y Sofía había guardado los que le quedaban, que aun eran muchos y muy bonitos, donde Teresa no los pudiera coger.

—El día que seas buena te los daré todos, le decía.

—Y cuando seas valiente yo te compraré otros, añadía Eugenio.

Teresa se quedaba meditabunda durante largo rato, sin hallar el medio de complacerles.


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38 págs. / 1 hora, 6 minutos / 315 visitas.

Publicado el 27 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

El Monaguillo

Julia de Asensi


Cuento infantil


I

El pueblo aquel era de tan escasa importancia que sólo conocían su nombre sus habitantes y algunos de los que vivían en los lugares más cercanos. Tenía una plaza grande, pocas calles, cortas y estrechas, un paseo con dos docenas de árboles y una fuente, un convento ruinoso y una iglesia. Ésta era bastante espaciosa, con columnas de piedra, ventanas con cristales de colores, rotos los unos y sucios los otros, varios altares con imágenes de escaso mérito, lámparas de cristal o de metal dorado, cuatro arañas antiguas, floreros adornados con rosas y azucenas hechas por manos más piadosas que hábiles y algunos bancos de madera que ocupaban los días festivos las mujeres y los niños, porque eran contados los hombres que iban a oír misa en aquel lugar.

El retablo del altar mayor, medio borrado ya por la acción del tiempo, representaba la Anunciación y casi lo ocultaba una Virgen de talla, con el niño Jesús en los brazos, que tenía delante. Llevaba la imagen una corona de plata sobre sus negros cabellos e iba vestida con una túnica azul y un manto encarnado, obra todo de un escultor notable, aunque de nombre desconocido. El rostro de la Virgen era muy bello, lleno de dulzura y mansedumbre. Miraban sus hermosos ojos al divino infante y algunos ángeles estaban a los pies del grupo del que eran ornato y complemento.

A los dos lados del altar había muchos exvotos de cera, y sobre él dos candelabros y algunos jarrones y vasos con flores naturales. En aquella iglesia había poco culto; una misa a las seis y otra a las nueve, una función solemne a mediados de mayo en que se celebraba la fiesta principal del pueblo y una novena los días anteriores costeada por las devotas del lugar, sin sermón y sin música.


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7 págs. / 13 minutos / 143 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

El Coco Azul

Julia de Asensi


Cuento infantil


Teresa era mucho menor que sus hermanos Eugenio y Sofía y sin duda por eso la mimaban tanto sus padres. Había nacido cuando Víctor y Enriqueta no esperaban tener ya más hijos y, aunque no la quisieran mas que a los otros, la habían educado mucho peor. No era la niña mala, pero sí voluntariosa y abusaba de aquellas ventajas que tenía el ser la primera en su casa cuando debía de ser la última.

A causa de eso Eugenio no la quería tanto como a Sofía; ésta, en cambio, repartía por igual su afecto entre sus dos hermanos.

Cuando Teresa hacía alguna cosa que no era del agrado de Eugenio, él la amenazaba con el coco y pintaba muñecos que ponía en la alcoba de su hermana menor para asustarla.

Teresa tenía miedo de todo y sólo Eugenio era el que procuraba vencer su frecuente e incomprensible terror.

No se le podía contar ningún cuento de duendes ni de hadas, ni hablarle de ningún peligro de esos que son continuos e inevitables en la vida. Los padres se disgustaban con que tal hiciera, y sólo su hermano procuraba corregirla por el bien de ella y el de todos, esperando aprovechar la primera ocasión que se presentase para lograrlo.

Rompía los juguetes de su hermana sin que nadie la riñese y Sofía había guardado los que le quedaban, que aun eran muchos y muy bonitos, donde Teresa no los pudiera coger.

—El día que seas buena te los daré todos, le decía.

—Y cuando seas valiente yo te compraré otros, añadía Eugenio.

Teresa se quedaba meditabunda durante largo rato, sin hallar el medio de complacerles.


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Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 79 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

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