Textos más antiguos de Julia de Asensi etiquetados como Cuento | pág. 2

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autor: Julia de Asensi etiqueta: Cuento


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Cosme y Damián

Julia de Asensi


Cuento


Ambos habían nacido el mismo día en un pueblo de los más pobres de la Coruña. Sus padres eran parientes lejanos, y cada cual tenía ya, al venir los muchachos al mundo, seis o siete chiquillos, que vivían mal alimentados y casi desnudos junto a las vacas que constituían toda la fortuna de aquellas familias.

Les pusieron por nombres, al uno Cosme y al otro Damián.

Los niños fueron buenos amigos desde sus primeros años, a pesar de la diferencia de gustos y de caracteres. Cosme era activo, amante del estudio, inteligente; y Damián, por el contrario, perezoso, torpe y de escaso talento. Los dos sacaban las vacas a pastar en el campo, y mientras Damián, echado en la hierba, procuraba dormir o no hacer nada, Cosme deletreaba en cualquier papel o libro viejo que buscaba sin que nadie supiera cómo, y en el que estudiaba solo, pues sus padres no le mandaban a la escuela, yendo únicamente el hermano mayor.

El tiempo pasó así para los dos chicos, hasta que un día sus familias decidieron que salieran del pueblo en busca de trabajo, muy escaso allí.

—¿Y dónde iremos? —preguntó Damián.

—Donde haya en qué ganar un pedazo de pan —le dijo su padre.

—¿Iremos juntos? —interrogó Cosme.

—Como queráis —les contestaron.

Los dos niños se despidieron de sus respectivas familias y partieron sin llevar más equipaje que un poco de ropa vieja atada en la punta de un palo, algunas monedas, escasas y de corto valor, y un escapulario que les puso la abuela de Cosme.

Damián caminaba triste y silencioso; su compañero iba más animado, contemplando con placer, ya la verde campiña que cruzaban, ya el cristalino río o el arroyo donde mitigaban su sed, o los altos campanarios y las casitas blancas de los pueblos.

Damián se cansaba pronto de andar, y tenían que detenerse a menudo, lo que no era del agrado de Cosme, que deseaba verse en alguna población de más importancia.


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Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

Sor María

Julia de Asensi


Cuento


Casado Bernardo, ¿qué le importaba a ella el mundo ya? Había sido el compañero de su infancia, el que había enjugado sus primeras lágrimas, producido su sonrisa primera y recogido el primer suspiro que exhaló su pecho virginal. Ella le había amado con toda su alma, con todo el entusiasmo de la primera juventud.

¿Cómo él no la había correspondido? Blanca tenía algunos años menos que él; aún era niña cuando Bernardo era hombre; una mujer malvada y astuta conquistó el corazón del joven y logró ser conducida al pie de los altares, donde fueron unidos en eterno lazo.

Blanca buscó un consuelo en la religión; no había en la tierra remedio a su pesar y volvió los ojos al cielo. En la ciudad donde habitaba se elevaba un sombrío convento, de altos muros, fuertes rejas y espesas celosías, y allí se encerró la infortunada niña, sin ver las lágrimas de su madre, ni atender a los consejos de su padre, ni escuchar los ruegos de sus amigos.

El día en que fue llevada al templo, vio a Bernardo en el camino. Él la miró con una indefinible expresión, y Blanca creyó adivinar que el hombre a quien tanto quería no debía ser feliz.

Acaso si Blanca no hubiese ido en carruaje, él la hubiera detenido, dirigiéndole la palabra, quién sabe si le hubiera pedido perdón por su conducta, porque Bernardo era culpable, había adivinado el amor de Blanca, lo había alentado con vanas esperanzas, abandonándola sin remordimientos después.

La niña trocó sus galas por el severo traje religioso; la novicia, sin libertad de palabra ni de acción, empezó la vida de convento resignada y acaso indiferente; martirizó su cuerpo con ayunos y penitencias, y pasó casi todas las horas dedicada a las oraciones.


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Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

La Copa Encantada

Julia de Asensi


Cuento


Luciano era un niño muy goloso y, lo que es peor, demasiado aficionado al vino. Su madre tenía que echar las llaves a todos los armarios porque, al menor descuido, el muchacho cogía los bollos, las onzas de chocolate y los dulces que sabía guardaban en los aparadores del comedor. En cuanto al vino, apenas podía se apoderaba de una botella y bebía, llenándola después con agua para que la falta no se advirtiese.

Pero su familia lo conocía, porque Luciano, que tenía en estado normal un carácter dulce, alegre y cariñoso, en cuanto probaba el vino, se encolerizaba sin motivo, se ponía taciturno y no podía tolerar ni la más ligera demostración de cariño. Además de esto hablaba en la mesa, lo cual tenía prohibido, durante las comidas, y tiraba al suelo una parte de los manjares que le servían en su plato.

Vivía con sus padres y él un joven, sobrino de aquellos, que estaba estudiando al cuidado de sus tías, teniendo su habitación no lejos de la de Luciano. Había viajado bastante con su padre por Oriente y, deseando descansar, salía poco, ocupándose solamente de sus libros.

El niño no tenía fácil entrada en el cuarto de su primo Diego, porque, como todo lo revolvía, el estudiante le había prohibido que estuviese allí, pero esto no impedía que Luciano hubiera visto por el agujero de la llave que el joven tenía sobre su mesa una botella, que debía contener un vino delicioso, y una pequeña copa de cristal tallado.

¡Con qué placer hubiese probado Luciano aquel líquido!

Por fin, una noche, minutos antes de acostarse el niño, su padre llamó a Diego, este salió de la habitación dejando la puerta entreabierta, y el muchacho, aprovechando aquel descuido, se deslizó en el cuarto, siendo lo primero que vio la copa y la botella.

—No tendré tiempo de echarle agua para ocultar lo que beba —dijo Luciano—, así es que apenas tomaré para que no se note.


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4 págs. / 7 minutos / 50 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

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