Textos más populares este mes de Julia de Asensi publicados el 7 de enero de 2021 | pág. 2

Mostrando 11 a 18 de 18 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Julia de Asensi fecha: 07-01-2021


12

El Gato Negro

Julia de Asensi


Cuento infantil


Dos gatitos, nada más, había tenido la gata de Doña Casimira Vallejo, y ya habían pedido a la citada señora nada menos que catorce. Y es que los gatitos eran completamente negros, y sabido es que hay muchas personas que creen que aquéllos traen la felicidad a las casas.

De buena gana Doña Casimira no se hubiera desprendido de aquellos dos hijos de su Sultana; pero su esposo le había declarado que no quería mas gatos en su vivienda, y la buena señora tuvo que resignarse a regalarlos el día mismo que cumplieran dos meses.

Mucho tiempo estuvo pensando dónde quedarían mejor colocados; el vecino del piso bajo perdía muchos gatos y no faltaba quien sospechase que se los comía; el tendero de entrente los dejaba salir a la calle y se los robaban; la vieja del cuarto entresuelo era muy económica y no les daba de comer; el cura tenía un perro que asustaba a los animalitos; y así, de uno en otro, resultó que los catorce pedidos se redujeron para Doña Casimira solamente a dos, casualmente el número de gatos que tenía. Aún así, no acabaron sus cavilaciones.

Moro, el más hermoso y más grave de los dos gatitos, convendría mejor a Doña Carlota, la vecina del tercero de la izquierda, que tenía una hija muy juiciosa a pesar de sus cortos años; pero Fígaro (así nombrado por el marido de Doña Casimira por haberle hallado un día jugando con su guitarra, cuyas cuerdas sonaban no muy armoniosamente)… Fígaro, que, según decían, tenía una vaga semejanza con el barbero del número 8 de aquella calle, por lo que había merecido dos veces ser llamado de aquella manera, no estaría del todo bien en casa de don Serafín, cuyos niños eran muy revoltosos y trataban con dureza a los animales.

Pero al cabo, como el tiempo urgía, Morito fue entregado a Doña Carlota y Fígaro a Don Serafín.


Leer / Descargar texto

Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 124 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Rosa Blanca

Julia de Asensi


Cuento infantil


Una hermosa mañana de Junio salió la niña Margarita a pasear con su aya. Era hija única y sus padres le otorgaban hasta los caprichos más raros y más costosos. De esto resultaba que era muy voluntariosa y no podía soportar la menor contradicción.

Habían estado primero en una frondosa alameda y luego penetraron en una calle a cuyos dos lados se veían preciosos jardines. La institutriz, que conocía de nombre o de trato a los propietarios de la mayor parte de ellos, iba diciendo a la niña quiénes eran, y esta la escuchaba con indiferencia exclamando a cada momento cuando se paraba delante de una verja:

—¡Hermosos claveles! pero los de mi jardín son más dobles.

—Mira qué dalias, pero las mías tienen colores más variados.

—Repara qué jazmines y qué heliotropos, pero me agradan más los que cultiva mi jardinero.

Al llegar a la última de aquellas posesiones, Margarita se detuvo y el aya le dijo:

—Esta ignoro de quién es, aunque se ha vendido hace ya algunos años.

Por la puerta de hierro se veía una espaciosa plazoleta con una bella fuente en el centro, las estatuas a los lados de las cuatro estaciones, árboles seculares por cuyos troncos trepaba verde hiedra y una infinidad de flores de puros matices, admirablemente combinados, entre las que descollaba un hermoso rosal cuajado de capullos y con una sola rosa completamente abierta.

Aquella rosa blanca, de un tamaño extraordinario, era de una belleza tal que jamás recordaba Margarita haber visto nada semejante.

—Dámela —dijo la niña al aya señalando con su mano la flor.

—¿Pero cómo puedo cogerla? —preguntó la institutriz alarmada por aquel extraño capricho.

—Llama y pídela al que abra.

Bien comprendía la pobre mujer que aquello era imposible, pero sabía que contrariar a Margarita era perder la plaza que desempeñaba y tiró de la campanilla.


Leer / Descargar texto

Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 85 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Perro del Ciego

Julia de Asensi


Cuento infantil


—¡Las seis de la mañana! Ya es hora de salir: estamos en Junio y hace gran rato que debe de ser de día. ¡Luisa! ¡Luisa! ¿Te has levantado o estás todavía durmiendo?

El que esto decía era un anciano se setenta años, con el cabello blanco, de mediana estatura, que se apoyaba en un palo grueso con una mano, mientras con la otra buscaba la puerta que daba salida a su humilde habitación. El viejo Teodoro era ciego. La persona a quien se dirigía era su nieta, hermosa niña de doce años, que dormía profundamente en el cuarto inmediato al de su abuelo.

Teodoro era un pobre que pedía limosna por el camino que conducía desde el pueblo a la ciudad, y la niña cuidaba la casa, entregándose al mismo tiempo a alguna labor propia de su sexo.

Al escuchar la voz del anciano, Luisa se despertó sobresaltada, se vistió apresuradamente y corrió a buscar a su abuelo, al que abrazó y besó con la mayor ternura.

—Me marcho, hija mía —le dijo—, y hoy te repito como siempre que no abras a nadie la puerta mientras estés sola. Me alejaría mucho más tranquilo si te dejase a Miro.

—¡Bah! se iría a la calle y no lograría V. que me acompañara.

Miro era un gran perro negro que estaba desde que nació en poder de Teodoro.

Apenas se oyó nombrar, acudió presuroso dando saltos de alegría, saludando así a sus queridos amos.

—Puesto que no consientes que Miro esté contigo, me lo llevaré —murmuró el viejo—. Hasta luego, Luisita.

—Hasta luego —repitió la niña.

Teodoro y el perro se alejaron.

Luisa barrió la casa, arregló el cuarto de su abuelo y el suyo, encendió el fuego del hogar, preparó el frugal almuerzo y luego se sentó junto a la ventana y se puso a coser. Transcurrieron tres horas sin que el abuelo volviese, y la niña empezó a estar inquieta.

—Vecina —preguntó a una vieja que pasaba por la calle—, ¿ha visto V. al padre Teodoro?


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 151 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Fantasma del Bosque

Julia de Asensi


Cuento infantil


I

¿Por qué habían nacido tan iguales aquellos dos muchachos? No eran de la misma familia ni vivían en la misma clase social. El uno, Guillermo, era hijo único del señor del castillo, y el otro, Paulino, de un pobre soldado. Tenían entonces unos diez añitos, igual estatura, más bien alta que baja para su edad, el cabello castaño, los ojos negros, grandes y expresivos, la tez morena y algo pálida, los labios gruesos y los dientes blancos y pequeños.

Decíase que la madre de Paulino tenía veneración por la castellana, encontrándole una notable semejanza con la Virgen que en un cuadro antiguo trazara un hábil pintor y que se veneraba en la vieja iglesia de aquel pueblo. Y que así como Guillermo era el vivo retrato de la castellana, Paulino se parecía al niño Jesús que tenía la Virgen en sus brazos, igual en el rostro a la santa imagen que tanto había mirado su madre antes de darle a luz.

Si en la parte física se asemejaban los dos niños, no ocurría lo mismo en la moral. Guillermo era bueno, caritativo y amable; Paulino adusto, retraído y envidioso.

La castellana daba a la mujer del soldado las prendas poco usadas por su hijo y Paulino vertía amargo llanto al ponerse aquellas ropas de desecho. ¿Por qué no había de ser él hijo de padres ricos y nobles como Guillermo y tener caballo, coche y juguetes? ¿Había alguna razón para que todos saludaran con cariño y respeto a aquel muchacho de su edad y a él no se dignaran mirarle siquiera? ¡Cuánto odiaba a aquel ser afortunado, nacido el mismo año que él, pero halagado por los dones de la fortuna, mientras Paulino carecía hasta de lo más necesario para vivir?


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 161 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Copa Encantada

Julia de Asensi


Cuento


Luciano era un niño muy goloso y, lo que es peor, demasiado aficionado al vino. Su madre tenía que echar las llaves a todos los armarios porque, al menor descuido, el muchacho cogía los bollos, las onzas de chocolate y los dulces que sabía guardaban en los aparadores del comedor. En cuanto al vino, apenas podía se apoderaba de una botella y bebía, llenándola después con agua para que la falta no se advirtiese.

Pero su familia lo conocía, porque Luciano, que tenía en estado normal un carácter dulce, alegre y cariñoso, en cuanto probaba el vino, se encolerizaba sin motivo, se ponía taciturno y no podía tolerar ni la más ligera demostración de cariño. Además de esto hablaba en la mesa, lo cual tenía prohibido, durante las comidas, y tiraba al suelo una parte de los manjares que le servían en su plato.

Vivía con sus padres y él un joven, sobrino de aquellos, que estaba estudiando al cuidado de sus tías, teniendo su habitación no lejos de la de Luciano. Había viajado bastante con su padre por Oriente y, deseando descansar, salía poco, ocupándose solamente de sus libros.

El niño no tenía fácil entrada en el cuarto de su primo Diego, porque, como todo lo revolvía, el estudiante le había prohibido que estuviese allí, pero esto no impedía que Luciano hubiera visto por el agujero de la llave que el joven tenía sobre su mesa una botella, que debía contener un vino delicioso, y una pequeña copa de cristal tallado.

¡Con qué placer hubiese probado Luciano aquel líquido!

Por fin, una noche, minutos antes de acostarse el niño, su padre llamó a Diego, este salió de la habitación dejando la puerta entreabierta, y el muchacho, aprovechando aquel descuido, se deslizó en el cuarto, siendo lo primero que vio la copa y la botella.

—No tendré tiempo de echarle agua para ocultar lo que beba —dijo Luciano—, así es que apenas tomaré para que no se note.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 50 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Altar de la Virgen

Julia de Asensi


Cuento infantil


Se acercaban las fiestas de la Virgen de Agosto que debían celebrarse en el pueblo de *** con más esplendor que nunca. La función de iglesia prometía estar brillante; la víspera al anochecer debía cantarse una Salve y la Letanía en la parroquia, después haber fuegos artificiales en la plaza, verbena en la misma, acaso baile, pues se susurraba, que algunos mozos del lugar, aficionados a la música, tocarían las guitarras hasta media noche, para animar a sus paisanos, y después darían serenatas a las jóvenes más hermosas de ***.

A una media hora del pueblo, en un bosquecillo de viejos árboles cubiertos de verde ramaje, se elevaba un modesto altar en el que se invocaba una bella estatua representando a la Virgen María llevando al Niño Jesús en sus brazos. Nadie recordaba la época en que se había descubierto aquella estatua; sólo se sabía que desde tiempo inmemorial el 15 de Agosto iban los habitantes de los lugares vecinos en peregrinación hasta allí y que la Virgen les otorgaba todo lo que con gran devoción le pedían.

Las muchachas eran generalmente las encargadas de adornar el altar, y aquel año lo habían sido las de dos familias que vivían cercanas al bosquecillo. Cada una se componía de un matrimonio y una hija, siendo ambas niñas de la misma edad, circunstancia por la que, más bien que por sus gustos e inclinaciones, eran amigas inseparables.

Regina tenía diez años; era hermosa, elegante, pero altiva; sus padres ricos labradores, no se negaban jamás a satisfacer sus caprichos, y los tres habitaban una preciosa quinta rodeada de un extenso jardín.

Aurora era sencilla, dulce, afable, menos bella pero más simpática que su compañera, hija de humildes campesinos que vivían en una modesta casita situada en un verde prado.

Dos días antes de las fiestas se reunieron Regina y Aurora en casa de la primera.

—Veamos —dijo Regina— ¿qué has pensado hacer para adornar el altar?


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 132 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Princesa Elena

Julia de Asensi


Cuento infantil


Aquel príncipe tan amado de sus súbditos, casado con la princesa Rosalía, que presenté a mis lectores en el cuento titulado Pedro y Perico, tenía un hermano menor llamado Enrique que, al morir sus padres, había heredado también numerosos Estados y grandes bienes de fortuna.

Así como los primeros no habían tenido de su feliz unión más que un hijo, Enrique y su esposa la princesa Amalia no temían más que una niña, a la que habían dado el nombre de Elena.

La heredera del principado, porque en él podían las hembras ser sucesoras, era una criatura bellísima, de cabellos rubios y ojos azules, frente despejada y tez blanca teñida de un ligero sonrosado.

Rodeada de cuidados solícitos, la princesita podía vivir tranquila, si no contenta, en el soberbio palacio donde habitaba. Y si digo que no vivía contenta es porque la princesa amaba todo aquello de que se la privaba, correr por el campo, tener por amigas a niñas de su edad, ser expansiva sin que se tomasen sus demostraciones por familiaridades poco en armonía con su alto rango, no estar constantemente vigilada, en fin olvidar aquella etiqueta con que la mortificaban desde por la mañana hasta por la noche.

Tenía varios profesores y un aya encargada de no separarse de ella ni un segundo.

Cuando Elena paseaba en su carruaje, miraba con envidia a las niñas que jugaban sin que nadie se lo impidiera, y con placer hubiera cambiado su suerte por la de cualquiera de aquellas criaturas.


Leer / Descargar texto

Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 62 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Grano de Arena

Julia de Asensi


Cuento infantil


I

Terminaba el mes de Diciembre.

Camino de una de las principales ciudades del Norte de España, en una noche fría y lluviosa, una mujer, llevando una criatura de pocos años en sus brazos andaba triste y fatigada, sin encontrar una casa que le diera albergue ni alimento que reanimase sus quebrantadas fuerzas. La niña lloraba de hambre y temblaba de frío, y su madre no tenía calor para darle vida, ni pan con que sustentarla. Aquella infeliz era viuda, una penosa enfermedad la consumía, y su mayor pesar nacía del temor de no llegar a la población donde vivía un hermano suyo bien acomodado y que le ofrecía, cama y mesa en su morada.

Besaba con ternura a su niña, pero esta no cesaba de gemir.

No lejos de allí estaban sentados en un banco de piedra un viejo y un niño. El viejo gruñía y el niño lloraba.

—Eres un holgazán, Ángel, no sirves más que de estorbo —decía el anciano—; ni trabajas hoy ni trabajarás en tu vida.

—Yo no he nacido para esto, además soy muy pequeño para cargar con tanta leña —murmuraba el muchacho.

—Para eso has venido al mundo, para servir de algo. A tu edad llevaba yo mucho más peso que tú sobre mis costillas. Pero se hace tarde, echemos a andar, que es necesario llegar a la granja antes de las diez.

Ambos se levantaron, el chico cogió la leña que colocó sobre sus hombros y siguió al viejo que era su amo.

Aquel niño no tenía padres, su madre había muerto poco después de su nacimiento y su padre algunos meses más tarde. Le habían acogido por caridad los dueños de una granja, y allí le daban casa y comida a cambio de un trabajo superior a sus años y a sus fuerzas.


Leer / Descargar texto

Dominio público
7 págs. / 12 minutos / 74 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2021 por Edu Robsy.

12