Textos favoritos de Julio Verne etiquetados como Novela | pág. 4

Mostrando 31 a 40 de 49 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Julio Verne etiqueta: Novela


12345

Agencia Thompson y Cía.

Julio Verne


Novela


I. AGUANTANDO EL CHAPARRÓN

Dejando vagar su mirada por los brumosos horizontes del ensueño, Roberto Morgand hacía más de cinco minutos que permanecía inmóvil frente a aquella larga pared completamente cubierta de anuncios y carteles, en una de las más tristes calles de Londres.

Llovía torrencialmente. El agua subía desde el arroyo e invadía la acera, minando la base del abstraído personaje cuya cabeza se hallaba asimismo gravemente amenazada.

La mano de éste, debido a su ensimismamiento, había dejado que el protector paraguas se deslizara con suavidad, y el agua de la lluvia caía directamente del sombrero al traje, convertido en esponja, antes de ir a confundirse con la que corría tumultuosamente por el arroyo.

No se daba cuenta Roberto Morgand de esta irregular disposición de las cosas, si tenía consciencia de la ducha helada que caía sobre sus hombros. En vano sus miradas se fijaban en las botas; tan grande era su preocupación, que no notaba cómo lentamente se transformaban en dos pequeños arrecifes, en los que rompían los húmedos embates del arroyo.

Toda su atención hallábase monopolizada por el misterioso trabajo a que entregábase su mano izquierda; sumergida en un bolsillo del pantalón, aquella mano agitada, sopesaba, dejaba y volvía a coger algunas monedas, que totalizaban un valor de 33 francos con 45 céntimos, tal como había podido asegurarse después de haberlas contado repetidas veces.


Información texto

Protegido por copyright
405 págs. / 11 horas, 50 minutos / 575 visitas.

Publicado el 16 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Héctor Servadac

Julio Verne


Novela


Primera Parte

I. CAMBIO DE TARJETAS

No, capitán, no cedo a usted la plaza.

—Lo siento, conde; pero por nada ni por nadie modifico mis pretensiones.

—¿De veras?

—Sí, señor.

—Tenga en cuenta, sin embargo, que soy el más antiguo en esa pretensión.

—La antigüedad no da ningún derecho en estos asuntos.

—Le obligaré a cederme el puesto, capitán.

—No lo creo, conde.

—Me parece que una estocada…

—Quizás un pistoletazo…

—Tome mi tarjeta.

—Allá va la mía.

Dichas estas palabras, los dos adversarios cambiaron sus tarjetas, en las que se leía:

Héctor Servadac, capitán del Estado Mayor en Mostaganem, en una; y

Conde Basilio Timascheff, a bordo de la goleta Dobryna, en la otra.

Al separarse, preguntó el conde Timascheff:

—¿Dónde pueden verse nuestros testigos?

—Hoy a las dos, si a usted le parece bien —respondió Héctor—, en el Estado Mayor.

—¿En Mostaganem?

—En Mostaganem.

Y, dicho esto, el capitán Servadac y el conde Timascheff se saludaron con cortesía. Al ir a separarse, el conde Timascheff hizo esta observación:

—Capitán, creo que debemos callar la verdadera causa de este duelo.

—También lo creo yo —respondió Servadac.

—No se pronunciará nombre alguno.

—Ninguno.

—¿Y el pretexto?

—¿El pretexto? Una discusión musical, señor conde.

—Perfectamente —respondió Timascheff—, yo habré defendido a Wagner, lo cual está en mis ideas.

—Y yo a Rossini, lo cual está también en las mías —replicó, sonriéndose, el capitán Servadac. Después, el conde Timascheff y el oficial de Estado Mayor se saludaron y se separaron definitivamente.


Información texto

Protegido por copyright
379 págs. / 11 horas, 4 minutos / 141 visitas.

Publicado el 16 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Segunda Patria

Julio Verne


Novela


PREFACIO

Por qué he escrito Segunda Patria…

Los Robinsones han sido los libros de mi infancia, y han dejado en mí recuerdo imperecedero, afirmado en mi alma por las repetidas lecturas que de ellos he hecho. Y hasta puedo asegurar que otros libros modernos no han producido en mí la impresión que los de mi primera edad. No es extraño que mi gusto por este género de aventuras me haya llevado, instintivamente, al camino que más tarde debía seguir. Por esta razón he escrito Escuela de Robinsones, La isla misteriosa y Dos años de vacaciones, cuyos héroes son próximos parientes de los de De Foe y Wyss. Tampoco extrañará a nadie que yo me haya entregado por completo a la obra de los Viajes extraordinarios.

Los títulos de las obras que con tanta avidez leía acuden a mi memoria: el Robinsón de doce años, de madame Mollar de Beaulieu, el Robinsón de las arenas del desierto, de madame de Mirval. Y, semejantes a éstos, las Aventuras de Robert, de Louis Desnoyers, que publicaba el Diario de los niños, con otros muchos libros que jamás olvidaré.

Vino después el Robinsón Crusoe, esa obra maestra, a pesar de no ser más que un episodio en la larga y fastidiosa narración de De Foe. Y, en fin, El cráter de Fenimore Cooper aumentó mi pasión por los héroes de las islas desconocidas del Atlántico o del Pacífico.


Información texto

Protegido por copyright
383 págs. / 11 horas, 10 minutos / 194 visitas.

Publicado el 16 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Maravillosas Aventuras de Antifer

Julio Verne


Novela


I

EN EL QUE UN NAVÍO DESCONOCIDO, CON CAPITÁN DESCONOCIDO, VA EN BUSCA DE UN ISLOTE DESCONOCIDO EN UN MAR DESCONOCIDO

En aquella mañana —9 de septiembre de 1831— el capitán abandonó su camarote a las seis y subió a la toldilla.

El sol asomaba por el E, o más exactamente, la refracción lo elevaba por encima de la atmósfera, pues su disco se arrastraba bajo el horizonte. Una eflorescencia luminosa acariciaba la superficie del mar, que cabrilleaba a impulsos de la brisa matinal.

Después de una noche de calma parecía que se preparaba un hermoso día, de esos de septiembre, de agradable temperatura, propia de la estación en que el calor termina.

El capitán ajustó su anteojo al ojo derecho, y haciendo un círculo paseó el objetivo por aquella circunferencia donde se confundían el cielo y el mar. Bajolo después y se aproximó al timonel, un viejo de barba hirsuta, cuya viva mirada brillaba bajo un párpado entornado.

—¿Cuándo has tomado el cuarto? —preguntóle.

—A las cuatro, mi capitán.

Estos dos hombres hablaban una lengua bastante ruda, que no hubiera reconocido ningún europeo, inglés, francés, alemán u otro, a menos de haber frecuentado las Escalas de Levante. Parecía una especie de patois turco mezclado con el sirio.

—¿Nada de nuevo?

—Nada, capitán.

—¡Y desde esta mañana ningún barco a la vista!

—Uno sólo… Un gran navío que viene a contrabordo. He forzado un cuarto para pasar lo más lejos posible.

—Has hecho bien… Y ahora…

El capitán observó circularmente el horizonte con extrema atención. Después:

—¡Prepararse a virar! —gritó con voz fuerte.

Los hombres se levantaron.

El navío evolucionó y se puso en marcha hacia el noroeste con las amuras a babor.


Información texto

Protegido por copyright
326 págs. / 9 horas, 32 minutos / 125 visitas.

Publicado el 16 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Piloto del Danubio

Julio Verne


Novela


I. AL CONCURSO DE SIGMARINGEN

El sábado 5 de agosto de 1 876, una muchedumbre inmensa y animada llenaba la taberna La Cita de los Pescadores. Había en su interior un barullo ensordecedor de canciones, gritos, chocar de vasos, aplausos y juramentos, que a intervalos eran dominados por esos boch! con los que acostumbra a expresarse la alegría alemana cuando llega a su punto culminante.

Las ventanas de la taberna daban directamente sobre el Danubio, en el extremo de la encantadora ciudad de Sigmaringen, capital de la jurisdicción prusiana de Elohen/ollern, situada en los orígenes de ese gran río de la Europa central.

Obedientes a la invitación de la muestra pintada en hermosas letras sobre la puerta, habíanse reunido en esa taberna los miembros de la Liga Danubiana, sociedad internacional de pescadores, pertenecientes a las diversas nacionalidades ribereñas.

No existe alegría en la reunión donde no se haga consumo de cerveza. En consecuencia, bebíase allí en grandes cantidades la buena cerveza de Munich y el excelente vino de Hungría. El humear de los cigarros y pipas también estaba a la orden del día y la gran sala estaba casi oscurecida por completo por el humo producido por los fumadores. Pero si a causa de esto los socios allí reunidos no podían verse, al menos se oían, siempre, claro está, que no hubiera algún sordo entre ellos.

Tranquilos y silenciosos en el desempeño de su trabajo, los pescadores de cana son, en efecto, la gente más bulliciosa del inundo, tan pronto han dejado sus útiles de labor. Para contar sus hazañas son casi tan fértiles de imaginación como los cazadores, lo cual no es poco decir.


Información texto

Protegido por copyright
194 págs. / 5 horas, 40 minutos / 271 visitas.

Publicado el 16 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Las Indias Negras

Julio Verne


Novela


I. DOS CARTAS CONTRADICTORIAS

Al Sr. J. R. Starr, ingeniero

30, Canongate EDIMBURGO

“Si el Sr. Jacobo Starr tiene a bien pasarse mañana por las minas de Aberfoyle, galerías y Dochart, pozo Yarow, se le comunicará una cosa que ha de interesarle.

“El Sr. Jacobo Starr será esperado todo el día en la estación de Callandar, por Harry Ford, hijo del antiguo capataz Simón Ford.

«Se le encarga que conserve el secreto respecto de esta carta».

Tal fue la carta que Jacobo Starr recibió por el primer correo del 3 de diciembre de 18…, carta que llevaba el timbre de la administración de correos de Aberfoyle, condado de Stirling, Escocia.

Esta carta excitó vivamente la curiosidad del ingeniero. No se le ocurrió siquiera que pudiera encerrar un engaño. Conocía hacía mucho tiempo a Simón Ford; uno de los más antiguos capataces de las minas de Aberfayle, de las cuales había sido veinte años director, que es lo que en las minas inglesas se llama viewer.


Información texto

Protegido por copyright
163 págs. / 4 horas, 46 minutos / 103 visitas.

Publicado el 16 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Rayo Verde

Julio Verne


Novela


I. El hermano Sam y el hermano Sib

¡Bet!

—¡Beth!

—¡Bess!

—¡Betsey!

—¡Betty!

Todos estos nombres resonaron sucesivamente en el magnífico hall de Helensburgh con arreglo a la costumbre del hermano Sam y del hermano Sib, para llamar así al ama de llaves de la mansión.

Pero en aquel momento los diminutivos familiares del nombre de Elisabeth no lograron que apareciera la buena mujer, tanto como si la hubieran llamado con su nombre entero.

En cambio, el que apareció en la puerta del hall con la gorra en la mano fue el mayordomo Partridge en persona.

Partridge, dirigiéndose a los dos personajes de alegre semblante, sentados en el alféizar de una ventana que hacía tribuna en la fachada de la casa:

—Los señores han llamado a la señora Bess —dijo—, pero la señora Bess no está en casa.

—¿Dónde está, pues, Partridge?

—Ha salido acompañando a la señorita Campbell, que se pasea por el jardín.

Y Partridge se retiró ceremoniosamente, obedeciendo una señal que le hicieron los dos hermanos.

Estos dos hermanos, Sam y Sib —cuyo verdadero nombre de bautismo era Samuel y Sebastián—, tíos de la señorita Campbell, escoceses de pura cepa, escoceses de un antiguo clan de las Tierras Altas, contaban entre los dos la bonita edad de ciento doce años, con una diferencia solo en quince meses entre el mayor Sam y el menor Sib.


Información texto

Protegido por copyright
151 págs. / 4 horas, 25 minutos / 161 visitas.

Publicado el 16 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Un Billete de Lotería

Julio Verne


Novela


I

—¿Qué hora es? —preguntó la señora Hansen, después de haber sacudido la ceniza de su pipa y arrojado al aire las últimas bocanadas de humo, que se perdieron entre los pintados maderos del lecho.

—Las ocho han dado ya, madre —respondió Hulda.

—No es probable que nos lleguen viajeros durante la noche, hija mía; el tiempo está bastante malo.

—Creo lo mismo. De todos modos, las habitaciones están dispuestas, y yo oiré si llaman desde fuera.

—¿No ha vuelto tu hermano?

—Todavía no.

—¿No dijo que estaría hoy de vuelta?

—No, madre. Joël ha ido a acompañar a un viajero hasta el lago Tinn, y como ha partido muy tarde, no creo que pueda volver a Dal antes de mañana.

—¿Entonces dormirá en Meel?

—Sin duda, a menos que haya ido a Bamble a hacer una visita al granjero Helmboë…

—Y a su hija Siegfrid.

—¡Sí, Siegfrid, mi mejor amiga, a quien quiero como a una hermana! —respondió sonriendo la joven.

—Pues bien. Cierra la puerta, Hulda, y vamos a dormir.

—¿Te sientes mal, madre?

—No, pero pienso levantarme mañana muy temprano. Tengo precisión de ir a Moel.

—¿Y para qué?…

—¿Acaso no hay necesidad de renovar nuestras provisiones para la próxima estación?

—¿Qué? ¿Ha llegado ya a Meel el comisario de Cristianía con su carro de vinos y de comestibles?


Información texto

Protegido por copyright
156 págs. / 4 horas, 34 minutos / 145 visitas.

Publicado el 16 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Náufragos del Jonathan

Julio Verne


Novela


Primera parte

I. El guanaco

Era un animal grácil, de cuello largo y elegante curvatura, de grupa redonda, nerviosas y finas las patas, los ijares entrados, el pelaje de color rojizo oteado de blanco, la cola corta en penacho, muy luda. En aquellas tierras le llaman guanaco; en francés: guanaque. Vistos de lejos, estos rumiantes crean con frecuencia la ilusión de caballos montados y, más de un viajero confundido por esa apariencia, ha tomado una de sus manadas que galopan en el horizonte, por un grupo de jinetes.

Ese guanaco, única criatura visible en aquella desierta región, se detuvo en la cresta de un montículo, en el centro de una extensa pradera donde los juncos se rozaban sonoramente unos con otros y apuntaban sus afiladas agujas entre matas de plantas espinosas. Vuelto el hocico hacia el viento, aspiraba las emanaciones traídas por una ligera brisa del este. El ojo avizor, erguida la oreja giratoria, estaba al acecho, dispuesto a emprender la huida al menor ruido sospechoso.

La llanura no ofrecía una superficie uniformemente lisa. Aquí y allá se veían ondulaciones formadas por los barrancos que las grandes lluvias borrascosas habían dejado a su paso. Resguardado por uno de esos rellanos, a poca distancia del montículo, reptaba un indígena, un indio, que no podía ser descubierto por el guanaco. Casi totalmente desnudo, cubierto tan solo por los jirones de piel de animal, avanzaba sin ruido, deslizándose por la hierba, para acercarse a la presa codiciada sin espantarla. Esta, sin embargo, empezaba a dar señales de inquietud, como si temiera un peligro inminente.


Información texto

Protegido por copyright
452 págs. / 13 horas, 11 minutos / 142 visitas.

Publicado el 17 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Isla del Tío Robinson

Julio Verne


Novela


Capítulo 1

La porción más desértica del océano Pacífico es esa vasta extensión de agua, limitada por Asia y América al oeste, al este por las islas Aleutianas y las Sándwich al norte y al sur. Los barcos mercantes casi no se aventuran en este mar. No hay al parecer ningún punto en el que pudiera hacerse una escala de emergencia y las corrientes son allí caprichosas. Los buques de navegación de altura, que transportan productos desde Nueva Holanda hasta América Occidental, navegan en latitudes más bajas; sólo el tráfico entre Japón y California podría animar esta parte septentrional del Pacífico pero todavía no es muy importante. La línea transatlántica que hace el servicio entre Yokohama y San Francisco sigue un poco más abajo la ruta de los grandes círculos del globo. Se puede decir en consecuencia que allí, entre los cuarenta y los cincuenta grados de latitud norte, existe lo que se puede llamar «el desierto». Quizás algún ballenero se arriesga alguna vez en este mar casi desconocido pero cuando lo hace pronto se apresura a sortear la cintura de las islas Aleutianas a fin de penetrar en el estrecho de Bering, más allá del cual se refugian los grandes cetáceos, encarnizadamente perseguidos por el arpón de los pescadores.


Información texto

Protegido por copyright
226 págs. / 6 horas, 37 minutos / 266 visitas.

Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

12345