San Carlos
Julio Verne
Cuento
—¿Ha llegado Jacopo?
—No. Hace dos horas que tomó el camino a Cauterets; pero debe haber hecho grandes rodeos para explorar los alrededores.
—¿Alguien sabe si el bote del lago de Gaube es aún conducido por el viejo Cornedoux?
—Nadie, capitán; hace tres meses que no hemos ido al valle de Broto —respondió Fernando—. Estos infelices carabineros conocen todas nuestras guaridas. Ha sido necesario abandonar los caminos habituales. Después de todo, ¿qué gruta o cueva de los Pirineos les son desconocidas?
—Eso es cierto —respondió el capitán San Carlos—, pero aun cuando este país me haya sido completamente desconocido, era imposible permitirme cualquier vacilación. Del lado de los Pirineos orientales, fuimos perseguidos día y noche, y expuestos a innumerables peligros, por medio de artimañas que casi no podían ser puestas en práctica, apenas reuníamos nuestro sustento para la jornada. Cuando uno se juega la vida, es necesaria ganársela; allá abajo no teníamos nada más que perderla. ¡Y este Jacopo que no acaba de llegar! ¡Eh, ustedes! —dijo, dirigiéndose hacia un grupo compuesto por siete u ocho hombres recostados a un inmenso bloque de granito.
Los contrabandistas interpelados por su jefe se volvieron hacia él.
—¿Qué quiere usted, capitán? —dijo uno de ellos.
—Ustedes saben que se trata de hacer pasar inadvertidos diez mil paquetes de tabaco prensados. Es dinero contante. Y encontrarán bien que el fisco nos deje esta limosna.
—¡Bravo! —dijeron los contrabandistas.
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Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.