Textos más cortos de Julio Verne no disponibles | pág. 3

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Las Historias de Jean Marie Cabidoulin

Julio Verne


Novela


Capítulo I. Partida retrasada

¡Eh, capitán Bourcart…! ¿Es que no es hoy la marcha?

—No, monsieur Brunel, y temo que no podamos partir mañana…, ni aún dentro de ocho días.

—Es gran contrariedad.

—Que me inquieta mucho —declaró Bourcart, moviendo la cabeza—. El Saint-Enoch debía estar en el mar desde fines del mes último, a fin de llegar en buena época a los lugares de pesca. Ya verá usted cómo se deja adelantar por los ingleses o los americanos.

—Y lo que le falta a usted, ¿son esos dos hombres?

—Sí…, monsieur Brunel… Sin el uno no lo podría pasar; sin el otro, sí, a no imponérmelo los reglamentos.

—Y éste no es el tonelero, ¿verdad? —dijo M. Brunel.

—No. En mi barco, el tonelero es tan indispensable como la arboladura, el timón o la brújula, puesto que tengo dos mil barriles en el fondo de la bodega.

—¿Y cuántos hombres a bordo, capitán Bourcart?

—Seríamos treinta y cuatro si estuviéramos completos. Entre nosotros, es más útil tener un tonelero para cuidar los barriles que un médico para cuidar los enfermos. Los barriles exigen sin cesar reparaciones, mientras que los hombres… se reparan solos.

Además… ¿es que se está alguna vez enfermo en la mar?

—No debía estarse en aire tan puro. Sin embargo… a veces.

—Monsieur Brunel. Hasta ahora yo no he tenido un enfermo en el Saint-Enoch.

—Mi enhorabuena, capitán. Pero, ¿qué quiere usted? Un navío es un navío, y, como tal, está sometido a los reglamentos marítimos.

Cuando la tripulación se compone de cierto número de oficiales y de marineros, es preciso llevar a bordo un médico. Usted lo sabe.

—Sí… Y por esa razón el Saint-Enoch no está hoy en el cabo de San Vicente, donde debía estar.


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166 págs. / 4 horas, 51 minutos / 140 visitas.

Publicado el 14 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

De la Tierra a la Luna

Julio Verne


Novela


Capítulo I. El Gun-Club

En el transcurso de la guerra de Secesión de los Estados Unidos, en Baltimore, ciudad del Estado de Maryland, se creó una nueva sociedad de mucha influencia. Es por todos conocida la energía con que el instinto militar se desenvolvió en aquel pueblo de armadores, mercaderes y fabricantes. Simples comerciantes y tenderos abandonaron su despacho y su mostrador para improvisarse capitanes, coroneles y hasta generales sin haber visto las aulas de West Point, y muy pronto comenzaron a rivalizar dignamente en el arte de la guerra con sus colegas del antiguo continente, alcanzando victorias, lo mismo que éstos, a fuerza de prodigar balas, millones y hombres.

Pero esencialmente en lo que los americanos aventajaron a los europeos, fue en la ciencia de la balística, y no porque sus armas hubiesen llegado a un grado más alto de perfección, sino porque se les dieron dimensiones desusadas y con ellas un alcance desconocido hasta entonces. Respecto a tiros rasantes, directos, parabólicos, oblicuos y de rebote, nada tenían que envidiarles los ingleses, franceses y prusianos, pero los cañones de éstos, los obuses y los morteros, no son más que simples pistolas de bolsillo comparados con las formidables máquinas de artillería norteamericana.

No es extraño. Los yanquis no tienen rivales en el mundo como mecánicos, y nacen ingenieros como los italianos nacen músicos y los alemanes metafísicos. Era, además, natural que aplicasen a la ciencia de la balística su natural ingenio y su característica audacia. Así se explican aquellos cañones gigantescos, mucho menos útiles que las máquinas de coser, pero no menos admirables y mucho más admirados. Conocidas son en este género las maravillas de Parrot, de Dahlgreen y de Rodman. Los Armstrong, los Pallisier y los Treuille de Beaulieu tuvieron que reconocer su inferioridad delante de sus rivales ultramarinos.


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171 págs. / 4 horas, 59 minutos / 2.635 visitas.

Publicado el 18 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Un Drama en Livonia

Julio Verne


Novela


I. FRONTERA FRANQUEADA

Aquel hombre estaba solo en la oscuridad de la noche. Caminaba con paso de lobo entre los bloques de hielo almacenados por los fríos de un largo invierno. Su pantalón fuerte, su khalot, especie de caftán rugoso de piel de vaca, su gorra con las orejeras bajas, apenas le defendían del viento. Dolorosas grietas resquebrajaban sus labios y sus manos. Los sabañones mortificaban sus dedos. Andaba a través de la oscuridad profunda, bajo un cielo cubierto de nubes bajas que amenazaban con copiosa nevada, a pesar de que la época en que comienza este relato era los primeros días de abril, si bien a la elevada latitud de 58 grados.

Se obstinaba en seguir andando. Después de una parada, tal vez se viera imposibilitado de continuar su marcha.

Sin embargo, a las once de la noche aquel hombre se detuvo; no porque sus piernas se negasen a seguir, ni porque le faltase el aliento ni sucumbiese al cansancio. Su energía física era tan grande como su energía moral. Con voz fuerte, en la que vibraba un inexplicable acento de patriotismo, exclamó:

—¡Al fin! ¡La frontera! ¡La frontera de Livonia! ¡La frontera de mi país!

Y con profunda mirada abrazó el espacio que se extendía ante él al oeste. Con pie seguro golpeó la blanca superficie del suelo, como para grabar su huella en el término de aquella última jornada.


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175 págs. / 5 horas, 7 minutos / 125 visitas.

Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Escuela de Robinsones

Julio Verne


Novela


1

En que el lector hallara, si lo desea, ocasión de comprar una isla en el Océano Pacífico

«¡Se vende isla al contado, sin gastos, al último y mejor postor!», repetía una y otra vez, sin tomar aliento, Dean Felporg, comisario tasador de la subasta en que se debatían las condiciones de esta venta singular.

«¡Isla en venta, isla en venta!», repetía con voz más y más sonora el pregonero Gingrass, que iba y venía por entre una multitud en verdad excitadísima.

Multitud, efectivamente, que se apretaba en la vasta sala del hotel de ventas del número 10 de la calle Sacramento. Allí había no sólo cierto número de americanos de los estados de California, Oregon y Utah, sino también algunos de esos franceses que forman una buena sexta parte de la población, mejicanos envueltos en su sarape, chinos con sus túnicas de largas mangas, zapatos en punta y gorro cónico, canacos de Oceanía e incluso pies-negros, vientres abultados, o cabezas-planas procedentes de las riberas del río Trinidad.

Nos apresuramos a decir que la escena tenía lugar en la capital del estado californiano, en San Francisco, pero no en la época en que la explotación de nuevos placeres atraía a los buscadores de oro de ambos mundos, de 1849 a 1852. San Francisco ya no era lo que había sido al principio, un caravasar, un desembarcadero, una posada en que se detenían por una noche los atareados que se apresuraban hacia los terrenos auríferos de la vertiente occidental de la Sierra Nevada. ¡No!


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183 págs. / 5 horas, 21 minutos / 151 visitas.

Publicado el 14 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Las Tribulaciones de un Chino en China

Julio Verne


Novela


I

Donde se van conociendo poco a poco la fisonomía y la patria de los personajes

—Sin embargo, es justo aceptar que la vida tiene cosas buenas —dijo uno de los invitados que tenía los codos sobre los brazos de su asiento de respaldo de mármol y estaba chupando una raíz de nenúfar con azúcar.

—Y malas también, respondía, entre dos accesos de tos, otro que había estado a punto de ahogarse con una espina de aleta de tiburón.

—Seamos filósofos, dijo entonces un personaje de más edad cuya nariz sostenía un enorme par de anteojos de grandes cristales, montados sobre armadura de madera. Hoy corre el riesgo de ahogarse y mañana todo pasa como pasan los sorbos de este suave néctar.

—Ésta es la vida, ni más ni menos. Esto diciendo aquel epicúreo de genio acomodaticio, se bebió una copa de excelente vino tibio, cuyo ligero vapor se escapaba lentamente de una tetera metálica.

—A mí, dijo otro convidado, la existencia me parece muy aceptable cuando no se hace nada y se tienen los medios de estar ocioso.

—¡Error! Repuso el quinto comensal. La felicidad consiste en el estudio y en el trabajo. Adquirir la mayor suma posible de conocimientos es buscar la dicha…

—Y llegar a saber que en resumidas cuentas no se sabe nada.

—¿No es ése el principio de la sabiduría?

—¿Y cuál es el fin?

—La sabiduría no tiene fin, respondió filosóficamente el de los anteojos. La satisfacción suprema sería tener sentido común. Entonces el primero de los comensales se dirigió al anfitrión que ocupaba la cabecera de la mesa, es decir, el sitio más malo, como lo exigen las leyes de la cortesía. El anfitrión, indiferente y distraído, escuchaba, sin decir nada aquella disertación ínter pocula.


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186 págs. / 5 horas, 26 minutos / 263 visitas.

Publicado el 14 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Caza del Meteoro

Julio Verne


Novela


Capítulo I

En el cual el Juez John Proth llena uno de los más gratos deberes de su cargo antes de volver al jardín

No existe ningún motivo que impida decir a los lectores que la ciudad en que comienza esta singular historia se halla en Virginia (Estados Unidos de América). Si les parece bien, llamaremos a esta ciudad Whaston, y la colocaremos en el distrito oriental, sobre la margen derecha del Potomac; pero nos parece inútil precisar más las coordenadas de esta ciudad, que se buscaría en vano aun en los mejores mapas de la Unión.

El 12 de marzo de ese año, aquellos de los habitantes de Whaston que atravesaron Exeter Street en el momento preciso, pudieron ver, en las primeras horas de la mañana, a un elegante caballero que, al paso lento de su caballo, subía y bajaba la calle, muy pendiente, y se detenía por fin en la plaza de la Constitución, casi en el centro de la ciudad.

Este caballero, de puro tipo yanqui, tipo éste que no se halla exento de una original distinción, no debía tener más de treinta años. Era de una estatura algo más que mediana, de bella y robusta complexión, de cabellos negros y barba castaña, cuya punta alargaba su semblante de labios perfectamente afeitados. Una amplia capa le cubría hasta las piernas y caía sobre la grupa del caballo. Guiaba su montura con gran soltura, pero firmemente. Todo en su actitud indicaba al hombre de acción, resuelto, y también al hombre de primer impulso; no debía oscilar jamás entre el deseo y el temor, que es lo que constituye el rasgo de un carácter vacilante. Finalmente, un observador atento habría podido descubrir que apenas lograba disimular su impaciencia natural bajo una apariencia de frialdad.


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189 págs. / 5 horas, 31 minutos / 163 visitas.

Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Camino de Francia

Julio Verne


Novela


Capítulo I

Yo me llamo Natalis Delpierre. He nacido en 1761 en Grattepanche, una aldea en la Picardía. Mi padre era labrador, y trabajaba en las tierras del marqués de Estrelle. Mi madre lo ayudaba en cuanto podía, y mis hermanas y yo hacíamos lo que mi madre. Mi padre no poseía ninguna clase de bienes de fortuna; y era tan desdichado en esto, que no debía tener jamás nada propio. Al mismo tiempo que cultivador era chantre en la Iglesia del pueblo; chantre de los llamados «confiteor», pues tenía una fuerte y hermosa voz, que se oía desde el pequeño cementerio contiguo a la iglesia hubiera, pues, podido ser cura, lo que llamamos un clérigo de misa y olla. Su voz es todo cuanto yo he heredado de él, o poca cosa más.

Mi padre y mi madre trabajaron duro. Los dos han muerto en el mismo año; en el 79. ¡Dios haya acogido sus almas!

De mis dos hermanas, la mayor, llamada Firminia, tenía cuarenta y cinco años por la época en que han pasado las cosas que voy a referir; la pequeña, Irma, cuarenta; yo, treinta y uno.

Cuando nuestros padres murieron, Firminia estaba casada con un individuo de Escarbotin, Benoni Fanthomme, simple obrero cerrajero, que no pudo jamás llegar a establecerse, aunque era bastante hábil en su oficio. En cuanto a familia, en el 81 tenían ya tres chiquillos, y aun algunos años más tarde vino un cuarto a unirse a los anteriores. Mi hermana Irma había permanecido soltera, y sigue siéndolo. Yo no podía contar, por consiguiente, ni con ella ni con los Fanthomme para que me protegieran y me prestaran ayuda a fin de crearme una posición. Yo me la he creado solo completamente, y de este modo, en los últimos años de mi vida, he podido servir de algo a mi familia.


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190 págs. / 5 horas, 33 minutos / 139 visitas.

Publicado el 15 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Clovis Dardentor

Julio Verne


Novela


I. En el que el principal personaje de esta obra no es presentado al lector

Cuando los dos se apearon en la estación de Cette, del tren de París al Mediterráneo, Marcel Lornans, dirigiéndose a Juan Taconnat, le dijo:

—¿Qué vamos a hacer mientras esperamos la partida del paquebote?

—Nada —respondió Juan Taconnat.

—Sin embargo, según la Guía del viajero, Cette, aunque no antigua, es una ciudad curiosa. Es posterior a la creación de su puerto, el término del canal Languedoc, debido a Luis XIV.

—¡Y tal vez lo más útil que Luis XIV ha hecho durante su reinado! —respondió Juan Taconnat—. Sin duda el Gran Rey preveía que acudiríamos a embarcarnos aquí hoy 27 de Abril de 1895.

—Ten formalidad, y no olvides que el Mediodía puede oírnos. Me parece lo más sabio que visitemos a Cette, puesto que en Cette estamos, sus canales, su estación marítima, sus doce kilómetros de muelles, su paseo regado por las límpidas aguas de un acueducto…

—¿Has concluido?…

—Una ciudad —continuó Marcel Lornans— que hubiera podido ser otra Venecia.

—¡Y que se ha contentado con ser una Marsella en pequeño! —respondió Juan Taconnat.

—Como tú dices, mi querido Juan, la rival de la soberbia ciudad provenzal; después de ella, el primer puerto franco del Mediterráneo que exporta vinos, sal, aguardientes, aceites, productos químicos…

—Y que importa pesados como tú —respondió Juan Taconnat volviendo la cabeza.

—Y también pieles, lanas de la Plata, harinas, frutas, bacalao, maderas, metales…

—¡Basta! ¡Basta! —exclamó el joven, deseoso de escapar a aquella catarata de detalles que caía de los labios de su amigo.


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192 págs. / 5 horas, 36 minutos / 178 visitas.

Publicado el 15 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Piloto del Danubio

Julio Verne


Novela


I. AL CONCURSO DE SIGMARINGEN

El sábado 5 de agosto de 1 876, una muchedumbre inmensa y animada llenaba la taberna La Cita de los Pescadores. Había en su interior un barullo ensordecedor de canciones, gritos, chocar de vasos, aplausos y juramentos, que a intervalos eran dominados por esos boch! con los que acostumbra a expresarse la alegría alemana cuando llega a su punto culminante.

Las ventanas de la taberna daban directamente sobre el Danubio, en el extremo de la encantadora ciudad de Sigmaringen, capital de la jurisdicción prusiana de Elohen/ollern, situada en los orígenes de ese gran río de la Europa central.

Obedientes a la invitación de la muestra pintada en hermosas letras sobre la puerta, habíanse reunido en esa taberna los miembros de la Liga Danubiana, sociedad internacional de pescadores, pertenecientes a las diversas nacionalidades ribereñas.

No existe alegría en la reunión donde no se haga consumo de cerveza. En consecuencia, bebíase allí en grandes cantidades la buena cerveza de Munich y el excelente vino de Hungría. El humear de los cigarros y pipas también estaba a la orden del día y la gran sala estaba casi oscurecida por completo por el humo producido por los fumadores. Pero si a causa de esto los socios allí reunidos no podían verse, al menos se oían, siempre, claro está, que no hubiera algún sordo entre ellos.

Tranquilos y silenciosos en el desempeño de su trabajo, los pescadores de cana son, en efecto, la gente más bulliciosa del inundo, tan pronto han dejado sus útiles de labor. Para contar sus hazañas son casi tan fértiles de imaginación como los cazadores, lo cual no es poco decir.


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194 págs. / 5 horas, 40 minutos / 271 visitas.

Publicado el 16 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Ayer y Mañana

Julio Verne


Cuento


AVENTURAS DE LA FAMILIA RATÓN

Cuento de hadas

I

Había una vez una familia de ratas, compuesta por el padre Ratón, la madre Ratona, su hija Ratina, y su primo Raté; sus criados eran el cocinero Rata y su buena mujer Ratana. Ahora bien, niños míos queridos, acaeciéndoles tan extraordinarias aventuras a estos estimables roedores, que no puedo resistir el deseo de contároslas.

Pasaba esto en el tiempo de las hadas y de los encantadores, en el tiempo asimismo en que las bestias hablaban; de esa época es, sin duda, de la que data la frase «decir bestialidades». Y, sin embargo, esas bestias no han dicho ni dicen más bestialidades que las que dicen y han dicho los hombres de hoy y los hombres de antaño.

Escuchad, pues, mis queridos niños; voy a dar principio.

II

En una de las más hermosas ciudades de aquel tiempo y en la más hermosa casa de la ciudad residía una buena hada que se llamaba Firmenta; hacía todo el bien que un hada puede hacer, y era muy amada.

Según parece, en aquella época todos los seres vivos estaban sometidos a las leyes de la metempsicosis; no os asustéis de esta palabreja, que no significa otra cosa sino que había una escala en la creación cuyos escalones debía franquear cada uno de los seres para poder llegar hasta el último, y tomar puesto en las filas de la humanidad; así que de esta suerte se nacía molusco, se convertía uno en pez, en pájaro luego, en cuadrúpedo después y, por fin, en hombre o mujer.

Como veis, era preciso ascender del estado más rudimentario al estado más perfecto; podía, con todo, suceder que se volviese a bajar la escala merced a la maligna influencia de algún encantador; y en tal caso, ¡qué triste existencia! ¡Figuraos: haber sido hombre y convertirse luego en ostra! Por fortuna, esto no se ve ya en nuestros días, físicamente al menos.


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196 págs. / 5 horas, 43 minutos / 372 visitas.

Publicado el 16 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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