Las Historias de Jean Marie Cabidoulin
Julio Verne
Novela
Capítulo I. Partida retrasada
¡Eh, capitán Bourcart…! ¿Es que no es hoy la marcha?
—No, monsieur Brunel, y temo que no podamos partir mañana…, ni aún dentro de ocho días.
—Es gran contrariedad.
—Que me inquieta mucho —declaró Bourcart, moviendo la cabeza—. El Saint-Enoch debía estar en el mar desde fines del mes último, a fin de llegar en buena época a los lugares de pesca. Ya verá usted cómo se deja adelantar por los ingleses o los americanos.
—Y lo que le falta a usted, ¿son esos dos hombres?
—Sí…, monsieur Brunel… Sin el uno no lo podría pasar; sin el otro, sí, a no imponérmelo los reglamentos.
—Y éste no es el tonelero, ¿verdad? —dijo M. Brunel.
—No. En mi barco, el tonelero es tan indispensable como la arboladura, el timón o la brújula, puesto que tengo dos mil barriles en el fondo de la bodega.
—¿Y cuántos hombres a bordo, capitán Bourcart?
—Seríamos treinta y cuatro si estuviéramos completos. Entre nosotros, es más útil tener un tonelero para cuidar los barriles que un médico para cuidar los enfermos. Los barriles exigen sin cesar reparaciones, mientras que los hombres… se reparan solos.
Además… ¿es que se está alguna vez enfermo en la mar?
—No debía estarse en aire tan puro. Sin embargo… a veces.
—Monsieur Brunel. Hasta ahora yo no he tenido un enfermo en el Saint-Enoch.
—Mi enhorabuena, capitán. Pero, ¿qué quiere usted? Un navío es un navío, y, como tal, está sometido a los reglamentos marítimos.
Cuando la tripulación se compone de cierto número de oficiales y de marineros, es preciso llevar a bordo un médico. Usted lo sabe.
—Sí… Y por esa razón el Saint-Enoch no está hoy en el cabo de San Vicente, donde debía estar.
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Publicado el 14 de marzo de 2017 por Edu Robsy.