Textos más populares esta semana de Julio Verne | pág. 6

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autor: Julio Verne


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El Testamento de un Excéntrico

Julio Verne


Novela


Volumen I

I. Una ciudad en plena alegría

Un extranjero llegado a la ciudad más importante de Illinois en la mañana del día 3 de abril de 1897 hubiera podido, con perfecta razón, considerarse como un favorito del dios de los viajeros. Su agenda se hubiera enriquecido dicho día con notas curiosas, propias para hilvanar artículos sensacionales. Y, de haber prolongado su estancia en Chicago durante algunos meses, hubiera tomado parte en las emociones, la agitación, las alternativas de esperanza y desfallecimiento, la fiebre, en suma, de aquella gran ciudad, que parecía haber perdido el juicio.

Desde las ocho de la mañana, una enorme multitud, siempre en aumento, se dirigía hacia el Barrio Veintidós. Es éste uno de los más ricos, y está situado entre la Avenida Norte y la División Street, siguiendo la dirección de los paralelos, y, siguiendo la dirección de los meridianos, entre North Halstedt y Lake Shore Drive, que bañan las aguas del Michigan. Es sabido que las ciudades modernas de los Estados Unidos orientan sus calles en relación con las longitudes y latitudes, dándoles la regularidad de líneas de un tablero de damas.

Un agente de la policía municipal, que se hallaba de guardia en la esquina de Beethoven Street y North Wells Street, murmuraba:

—¿Es que toda la ciudad va a invadir este barrio? Era este agente un individuo de alta estatura, de origen irlandés, como la mayor parte de sus compañeros, valerosos guardias que gastan la casi totalidad de un sueldo de mil dólares en combatir la inextinguible sed, tan natural a los nacidos en la verde Erín.

—¡Hoy será día de provecho para los rateros! —respondió uno de sus compañeros, no menos robusto que el primero, ni menos sediento e irlandés.


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380 págs. / 11 horas, 5 minutos / 185 visitas.

Publicado el 14 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Mistress Branican

Julio Verne


Novela


PRIMERA PARTE

I. El «Franklin»

Cuando emprendemos un largo viaje, se corren dos eventualidades de no ver más a nuestros amigos. Los que se quedan pueden no estar allí a la vuelta; los que parten pueden no volver. Pero apenas se preocupaban de estas eventualidades los marineros que hacían los preparativos para darse a la vela, a bordo del Franklin, en la mañana del 15 de marzo de 1875.

Aquel día, el Franklin, al mando de John Branican, iba a zarpar del puerto de San Diego (California) para emprender una navegación a través de los mares septentrionales del océano Pacífico.

Era el Franklin un lindo buque de novecientas toneladas, que se asemejaba en su aspecto a una goleta de tres mástiles, ampliamente aparejado con velas cangrejas, foques y galopes, gavia y juanete en su trinquete. Muy levantado en la obra muerta, ligeramente hendido en la obra viva, con la proa dispuesta para cortar el agua en ángulo agudo, su arboladura un poco inclinada hacia atrás, y de un paralelismo riguroso, su aparejo de hilos galvanizados, tan recios que parecían barras metálicas, ofrecía el último modelo de los elegantes clípers, de los que América del Norte se sirve tan ventajosamente para su gran comercio, y que compiten en velocidad con los mejores steamers de su marina mercante.

El Franklin estaba a la vez tan perfectamente construido y tan intrépidamente mandado, que, ni aun con la seguridad de obtener mayor soldada, ninguno de sus tripulantes hubiera aceptado enganche en otro buque. Todos iban a partir con la doble confianza que prestan un buen barco y un inteligente capitán.


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363 págs. / 10 horas, 36 minutos / 181 visitas.

Publicado el 14 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Clovis Dardentor

Julio Verne


Novela


I. En el que el principal personaje de esta obra no es presentado al lector

Cuando los dos se apearon en la estación de Cette, del tren de París al Mediterráneo, Marcel Lornans, dirigiéndose a Juan Taconnat, le dijo:

—¿Qué vamos a hacer mientras esperamos la partida del paquebote?

—Nada —respondió Juan Taconnat.

—Sin embargo, según la Guía del viajero, Cette, aunque no antigua, es una ciudad curiosa. Es posterior a la creación de su puerto, el término del canal Languedoc, debido a Luis XIV.

—¡Y tal vez lo más útil que Luis XIV ha hecho durante su reinado! —respondió Juan Taconnat—. Sin duda el Gran Rey preveía que acudiríamos a embarcarnos aquí hoy 27 de Abril de 1895.

—Ten formalidad, y no olvides que el Mediodía puede oírnos. Me parece lo más sabio que visitemos a Cette, puesto que en Cette estamos, sus canales, su estación marítima, sus doce kilómetros de muelles, su paseo regado por las límpidas aguas de un acueducto…

—¿Has concluido?…

—Una ciudad —continuó Marcel Lornans— que hubiera podido ser otra Venecia.

—¡Y que se ha contentado con ser una Marsella en pequeño! —respondió Juan Taconnat.

—Como tú dices, mi querido Juan, la rival de la soberbia ciudad provenzal; después de ella, el primer puerto franco del Mediterráneo que exporta vinos, sal, aguardientes, aceites, productos químicos…

—Y que importa pesados como tú —respondió Juan Taconnat volviendo la cabeza.

—Y también pieles, lanas de la Plata, harinas, frutas, bacalao, maderas, metales…

—¡Basta! ¡Basta! —exclamó el joven, deseoso de escapar a aquella catarata de detalles que caía de los labios de su amigo.


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192 págs. / 5 horas, 36 minutos / 180 visitas.

Publicado el 15 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Kerabán el Testarudo

Julio Verne


Novela


Volumen I

Capítulo I

EN EL CUAL VAN MITTEN Y SU CRIADO BRUNO SE PASEAN, MIRAN Y HABLAN SIN COMPRENDER NADA DE LO QUE VEN

El día 16 de agosto, a las seis de la tarde, la plaza de Top-Hané, en Constantinopla, tan animada de ordinario por el movimiento y el bullicio de la multitud, se hallaba a la sazón silenciosa, triste y casi desierta. No obstante, todavía presentaba un hermoso aspecto vista desde lo alto de la escalera que desciende hasta el Bósforo; pero se echaba de menos los personajes para completar el cuadro, pues tan sólo alguno que otro extranjero pasaba por allí para subir con rápido paso por las estrechas, tortuosas y sucias callejuelas, que, obstruidas casi siempre por amarillentos perros, conducen al arrabal de Pera. Allí se encuentra el barrio reservado a los europeos, cuyas casas, construidas de blanca piedra, se destacan sobre el negro tapiz formado por los cipreses de la colina.

La mencionada plaza resulta siempre pintoresca, aun sin la variedad de toda suerte de trajes de los que por ella pasean, y que animan, por decirlo así, el efecto de su primer término; la mezquita de Mahmud, de esbeltos minaretes; la linda fuente de estilo árabe, falta hoy el techadillo que antes le cubría; tiendas en las que se venden pastas y bebidas de mil clases; escaparates en los que se confunden variadas frutas, sobresaliendo entre ellas las curgas, los melones de Esmirna y las uvas de Escutari, que contrastan con los planos canastillos de mimbre de los vendedores de perfumes y de rosarios, y por fin, los innumerables caiques o barquillas pintarrajeadas, cuyo doble remo bajo las cruzadas manos de los raidjis, más bien que batirlas, parece que acarician las azuladas aguas del Cuerno de Oro y del Bósforo al irse acercando a la escalera de que ya hemos hecho mención.


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335 págs. / 9 horas, 47 minutos / 163 visitas.

Publicado el 14 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Matías Sandorf

Julio Verne


Novela


A ALEJANDRO DUMAS

Os dedico este libro, dedicándole también a la memoria del narrador del mismo Alejandro Damas, vuestro padre. En esta obra he intentado hacer de Matías Sandorf el Montecristo de los Viajes extraordinarios. Os ruego aceptéis la dedicatoria como un testimonio de mi profunda amistad.

JULIO VERNE

* * *

RESPUESTA DE M. A. DUMAS

QUERIDO AMIGO:

Estoy muy conmovido por el buen pensamiento que habéis tenido al dedicarme MATÍAS SANDORF, cuya lectura comenzaré a mi vuelta, el viernes o sábado. Tenéis razón al asociar en vuestra dedicatoria la memoria del padre a la amistad del hijo. Nadie se hubiera encantado tanto como el autor del MONTECRISTO con la lectura de vuestras creaciones luminosas, originales, seductoras. Hay entre vos y él un parentesco literario tan evidente, que vos, más bien que yo, sois hijo suyo. Os amo desde hace tanto tiempo, y con el mayor placer me considero vuestro hermano.

Os doy gramas por vuestro perseverante afecto, y os aseguro una vez más, y con el mayor cariño, mi fina amistad.

A. DUMAS

Primera parte

I. La paloma mensajera

Trieste, la capital de la Iliria, se divide en dos ciudades diferentes: la una nueva y rica, Theresienstadt, correctamente edificada en la orilla del pequeño golfo sobre el cual el hombre ha conquistado su suelo; la otra vieja y pobre, irregularmente construida, encerrada entre el Corso, que la separa de la primera, y las pendientes de la colina del Karst, cuya cima está coronada por una ciudadela de aspecto pintoresco.


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497 págs. / 14 horas, 30 minutos / 154 visitas.

Publicado el 14 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Volcán de Oro

Julio Verne


Novela


Parte I

I. Un tío de América

El 17 de marzo del antepenúltimo año del siglo pasado el cartero de la calle de Jacques-Cartier, en Montreal, entregó una carta en el número 29 dirigida al señor Summy Skim.

Esta carta decía:


«El señor Snubbin saluda al señor Summy Skim y le ruega pase por su bufete, sin pérdida de tiempo, para tratar de un asunto que le interesa».
 

¿Con qué propósito el notario desearía ver al señor Summy Skim? Conocía al señor Snubbin, como todo el mundo de Montreal, por su honradez y prudencia. Canadiense de nacimiento, estaba al frente del mejor bufete de la ciudad; el mismo que sesenta años antes tenía por titular al famoso Nick, cuyo verdadero nombre era Nicolás Sagamore, un notario de origen hurón, que tan patrióticamente intervino en el terrible proceso Morgaz, cuya resonancia fue considerable hacia el año 1837.

El señor Summy Skim se sorprendió bastante al recibir la carta del señor Snubbin. Acudió en seguida a la cita que se le daba, y media hora después llegaba a la plaza del mercado Buen Socorro, siendo recibido en el gabinete del notario.

—Muy buenos días, señor Skim —dijo éste levantándose—. Estoy a su disposición…

—Y yo a la de usted —dijo Summy Skim, sentándose cerca de la mesa.

—Es usted el primero en acudir a la cita, señor Skim…

—¿Dice usted el primero?… ¿Luego no soy yo el único citado?

—Su primo, el señor Ben Raddle —respondió el notario—, ha debido recibir una carta idéntica a la de usted.

—Entonces no se puede decir «ha debido recibir», sino «recibirá», puesto que mi primo no está en Montreal.

—¿Va a venir pronto?

—Dentro de tres o cuatro días.

—¡Diablo!

—¿Es, pues, muy urgente lo que tiene que comunicarnos?


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369 págs. / 10 horas, 46 minutos / 149 visitas.

Publicado el 15 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Héctor Servadac

Julio Verne


Novela


Primera Parte

I. CAMBIO DE TARJETAS

No, capitán, no cedo a usted la plaza.

—Lo siento, conde; pero por nada ni por nadie modifico mis pretensiones.

—¿De veras?

—Sí, señor.

—Tenga en cuenta, sin embargo, que soy el más antiguo en esa pretensión.

—La antigüedad no da ningún derecho en estos asuntos.

—Le obligaré a cederme el puesto, capitán.

—No lo creo, conde.

—Me parece que una estocada…

—Quizás un pistoletazo…

—Tome mi tarjeta.

—Allá va la mía.

Dichas estas palabras, los dos adversarios cambiaron sus tarjetas, en las que se leía:

Héctor Servadac, capitán del Estado Mayor en Mostaganem, en una; y

Conde Basilio Timascheff, a bordo de la goleta Dobryna, en la otra.

Al separarse, preguntó el conde Timascheff:

—¿Dónde pueden verse nuestros testigos?

—Hoy a las dos, si a usted le parece bien —respondió Héctor—, en el Estado Mayor.

—¿En Mostaganem?

—En Mostaganem.

Y, dicho esto, el capitán Servadac y el conde Timascheff se saludaron con cortesía. Al ir a separarse, el conde Timascheff hizo esta observación:

—Capitán, creo que debemos callar la verdadera causa de este duelo.

—También lo creo yo —respondió Servadac.

—No se pronunciará nombre alguno.

—Ninguno.

—¿Y el pretexto?

—¿El pretexto? Una discusión musical, señor conde.

—Perfectamente —respondió Timascheff—, yo habré defendido a Wagner, lo cual está en mis ideas.

—Y yo a Rossini, lo cual está también en las mías —replicó, sonriéndose, el capitán Servadac. Después, el conde Timascheff y el oficial de Estado Mayor se saludaron y se separaron definitivamente.


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Publicado el 16 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Camino de Francia

Julio Verne


Novela


Capítulo I

Yo me llamo Natalis Delpierre. He nacido en 1761 en Grattepanche, una aldea en la Picardía. Mi padre era labrador, y trabajaba en las tierras del marqués de Estrelle. Mi madre lo ayudaba en cuanto podía, y mis hermanas y yo hacíamos lo que mi madre. Mi padre no poseía ninguna clase de bienes de fortuna; y era tan desdichado en esto, que no debía tener jamás nada propio. Al mismo tiempo que cultivador era chantre en la Iglesia del pueblo; chantre de los llamados «confiteor», pues tenía una fuerte y hermosa voz, que se oía desde el pequeño cementerio contiguo a la iglesia hubiera, pues, podido ser cura, lo que llamamos un clérigo de misa y olla. Su voz es todo cuanto yo he heredado de él, o poca cosa más.

Mi padre y mi madre trabajaron duro. Los dos han muerto en el mismo año; en el 79. ¡Dios haya acogido sus almas!

De mis dos hermanas, la mayor, llamada Firminia, tenía cuarenta y cinco años por la época en que han pasado las cosas que voy a referir; la pequeña, Irma, cuarenta; yo, treinta y uno.

Cuando nuestros padres murieron, Firminia estaba casada con un individuo de Escarbotin, Benoni Fanthomme, simple obrero cerrajero, que no pudo jamás llegar a establecerse, aunque era bastante hábil en su oficio. En cuanto a familia, en el 81 tenían ya tres chiquillos, y aun algunos años más tarde vino un cuarto a unirse a los anteriores. Mi hermana Irma había permanecido soltera, y sigue siéndolo. Yo no podía contar, por consiguiente, ni con ella ni con los Fanthomme para que me protegieran y me prestaran ayuda a fin de crearme una posición. Yo me la he creado solo completamente, y de este modo, en los últimos años de mi vida, he podido servir de algo a mi familia.


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Publicado el 15 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Las Historias de Jean Marie Cabidoulin

Julio Verne


Novela


Capítulo I. Partida retrasada

¡Eh, capitán Bourcart…! ¿Es que no es hoy la marcha?

—No, monsieur Brunel, y temo que no podamos partir mañana…, ni aún dentro de ocho días.

—Es gran contrariedad.

—Que me inquieta mucho —declaró Bourcart, moviendo la cabeza—. El Saint-Enoch debía estar en el mar desde fines del mes último, a fin de llegar en buena época a los lugares de pesca. Ya verá usted cómo se deja adelantar por los ingleses o los americanos.

—Y lo que le falta a usted, ¿son esos dos hombres?

—Sí…, monsieur Brunel… Sin el uno no lo podría pasar; sin el otro, sí, a no imponérmelo los reglamentos.

—Y éste no es el tonelero, ¿verdad? —dijo M. Brunel.

—No. En mi barco, el tonelero es tan indispensable como la arboladura, el timón o la brújula, puesto que tengo dos mil barriles en el fondo de la bodega.

—¿Y cuántos hombres a bordo, capitán Bourcart?

—Seríamos treinta y cuatro si estuviéramos completos. Entre nosotros, es más útil tener un tonelero para cuidar los barriles que un médico para cuidar los enfermos. Los barriles exigen sin cesar reparaciones, mientras que los hombres… se reparan solos.

Además… ¿es que se está alguna vez enfermo en la mar?

—No debía estarse en aire tan puro. Sin embargo… a veces.

—Monsieur Brunel. Hasta ahora yo no he tenido un enfermo en el Saint-Enoch.

—Mi enhorabuena, capitán. Pero, ¿qué quiere usted? Un navío es un navío, y, como tal, está sometido a los reglamentos marítimos.

Cuando la tripulación se compone de cierto número de oficiales y de marineros, es preciso llevar a bordo un médico. Usted lo sabe.

—Sí… Y por esa razón el Saint-Enoch no está hoy en el cabo de San Vicente, donde debía estar.


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Publicado el 14 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Maravillosas Aventuras de Antifer

Julio Verne


Novela


I

EN EL QUE UN NAVÍO DESCONOCIDO, CON CAPITÁN DESCONOCIDO, VA EN BUSCA DE UN ISLOTE DESCONOCIDO EN UN MAR DESCONOCIDO

En aquella mañana —9 de septiembre de 1831— el capitán abandonó su camarote a las seis y subió a la toldilla.

El sol asomaba por el E, o más exactamente, la refracción lo elevaba por encima de la atmósfera, pues su disco se arrastraba bajo el horizonte. Una eflorescencia luminosa acariciaba la superficie del mar, que cabrilleaba a impulsos de la brisa matinal.

Después de una noche de calma parecía que se preparaba un hermoso día, de esos de septiembre, de agradable temperatura, propia de la estación en que el calor termina.

El capitán ajustó su anteojo al ojo derecho, y haciendo un círculo paseó el objetivo por aquella circunferencia donde se confundían el cielo y el mar. Bajolo después y se aproximó al timonel, un viejo de barba hirsuta, cuya viva mirada brillaba bajo un párpado entornado.

—¿Cuándo has tomado el cuarto? —preguntóle.

—A las cuatro, mi capitán.

Estos dos hombres hablaban una lengua bastante ruda, que no hubiera reconocido ningún europeo, inglés, francés, alemán u otro, a menos de haber frecuentado las Escalas de Levante. Parecía una especie de patois turco mezclado con el sirio.

—¿Nada de nuevo?

—Nada, capitán.

—¡Y desde esta mañana ningún barco a la vista!

—Uno sólo… Un gran navío que viene a contrabordo. He forzado un cuarto para pasar lo más lejos posible.

—Has hecho bien… Y ahora…

El capitán observó circularmente el horizonte con extrema atención. Después:

—¡Prepararse a virar! —gritó con voz fuerte.

Los hombres se levantaron.

El navío evolucionó y se puso en marcha hacia el noroeste con las amuras a babor.


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Publicado el 16 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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