Veneno
Katherine Mansfield
Cuento
Se había retrasado mucho el cartero. Cuando volvimos de nuestro paseo de la mañana aún no había llegado.
—Pas encore, Madame —dijo Annette con voz cantarína, y escapó corriendo al fogón.
Llevamos nuestros paquetes al comedor. La mesa estaba puesta. Al ver los dos cubiertos sólo dos, y sin embargo tan bien dispuestos, tan perfectos que no había posibilidad de que cupiera un tercero, experimenté, igual que siempre, un extraño y fugaz escalofrío, como si hubiera sido herido por los rayos argentados que se desprendían de los blancos manteles, de la cristalería centelleante, del obscuro tazón de las fresas.
—¡Dichoso cartero! ¿Qué le habrá ocurrido? —dijo Beatrice—. Pon eso allí, querido.
—¿Dónde quieres que lo ponga?
Alzó la cabeza para sonreírme con aquella amable y burlona sonrisa.
—Donde quieras, tontín.
Pero yo sabía de sobra que allí no había sitio para aquello y hubiera seguido sosteniendo en vilo la panzuda botella de licor y los dulces durante meses, durante años antes que correr el riesgo de contrariar, aunque sólo fuera ligeramente, su exquisito sentido del orden.
—Vamos, trae —y los plantó sobre la mesa, juntamente con sus largos guantes y la canastilla de los higos—. «La mesa para la comida», novela corta por, por... —me cogió del brazo—. Vamos a la terraza —y al decirlo noté que se estremecía—. Ca sent la cuisine —concluyó con voz desmayada.
En los últimos días, había observado —hacía un par de meses que vivíamos en la Costa Azul— que cuando quería hablar de la comida, del clima o, en tono retozón, de su amor hacia mí, siempre recurría al francés.
Protegido por copyright
7 págs. / 12 minutos / 147 visitas.
Publicado el 9 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.