Textos más vistos de Katherine Mansfield etiquetados como Cuento | pág. 5

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autor: Katherine Mansfield etiqueta: Cuento


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Una Familia Ideal

Katherine Mansfield


Cuento


Aquella tarde, por primera vez en su vida, al apretar los batientes de la puerta y descender los tres peldaños que llevaban a la acera, el anciano señor Neave sintió que era demasiado viejo para la primavera. La primavera —cálida, vivaracha, inquieta— había llegado y le esperaba en aquella luz dorada, dispuesta a correr delante de todo el mundo, a acariciarle la blanca barba, a tirarle amablemente del brazo. Pero él no podía seguirla, no; ya no podía alcanzarla y salir corriendo con ella, ágil como un jovenzuelo. Estaba cansado y, aunque todavía lucían los últimos rayos del sol, sentía frío y tenía una curiosa sensación de atontamiento. De pronto había descubierto que ya no tenía energía, ánimos suficientes para continuar soportando aquella alegría y aquel brillante movimiento; todo aquello le confundía. Quería permanecer quieto, apartarlo todo con su bastón, exclamar: «¡Anda, lárgate!» Inesperadamente le costaba un esfuerzo enorme tener que saludar como cada día —levantando levemente el sombrero de fieltro con el bastón— a toda la gente que conocía, amigos, conocidos, tenderos, carteros, cocheros. Pero la mirada alegre que acompañaba aquel gesto, aquella amable chispita que parecía decir: «Valgo tanto como cualquiera de vosotros, si no más», aquella mirada, el viejo señor Neave, va no podía lograrla. Continuó avanzando torpemente, levantando las rodillas como si estuviese caminando por una atmósfera que de algún modo misterioso se hubiese ido espesando y solidificando, como convirtiéndose en agua. La gente que regresaba a sus casas cruzó apresuradamente junto a él, los tranvías tintinearon, traquetearon las carretas, y los grandes coches de alquiler se deslizaban por las calles con la indiferencia desafiante y temeraria que encontramos en los sueños…


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8 págs. / 15 minutos / 164 visitas.

Publicado el 8 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Veneno

Katherine Mansfield


Cuento


Se había retrasado mucho el cartero. Cuando volvimos de nuestro paseo de la mañana aún no había llegado.

—Pas encore, Madame —dijo Annette con voz cantarína, y escapó corriendo al fogón.

Llevamos nuestros paquetes al comedor. La mesa estaba puesta. Al ver los dos cubiertos sólo dos, y sin embargo tan bien dispuestos, tan perfectos que no había posibilidad de que cupiera un tercero, experimenté, igual que siempre, un extraño y fugaz escalofrío, como si hubiera sido herido por los rayos argentados que se desprendían de los blancos manteles, de la cristalería centelleante, del obscuro tazón de las fresas.

—¡Dichoso cartero! ¿Qué le habrá ocurrido? —dijo Beatrice—. Pon eso allí, querido.

—¿Dónde quieres que lo ponga?

Alzó la cabeza para sonreírme con aquella amable y burlona sonrisa.

—Donde quieras, tontín.

Pero yo sabía de sobra que allí no había sitio para aquello y hubiera seguido sosteniendo en vilo la panzuda botella de licor y los dulces durante meses, durante años antes que correr el riesgo de contrariar, aunque sólo fuera ligeramente, su exquisito sentido del orden.

—Vamos, trae —y los plantó sobre la mesa, juntamente con sus largos guantes y la canastilla de los higos—. «La mesa para la comida», novela corta por, por... —me cogió del brazo—. Vamos a la terraza —y al decirlo noté que se estremecía—. Ca sent la cuisine —concluyó con voz desmayada.

En los últimos días, había observado —hacía un par de meses que vivíamos en la Costa Azul— que cuando quería hablar de la comida, del clima o, en tono retozón, de su amor hacia mí, siempre recurría al francés.


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7 págs. / 12 minutos / 146 visitas.

Publicado el 9 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Vida de Ma Parker

Katherine Mansfield


Cuento


Cuando el caballero literato, cuyo apartamiento limpiaba la anciana señora Ma Parker todos los martes, le abrió la puerta aquella mañana, aprovechó para preguntarle por su nieto. Ma Parker se detuvo sobre el felpudo del pequeño y oscuro recibidor, alargó el brazo para ayudar al señor a cerrar la puerta, y sólo después replicó apaciblemente:

—Ayer lo enterramos, señor.

—¡Dios santo! No sabe cuánto lo siento —dijo el caballero literato en tono desolado. Estaba a medio desayunar. Llevaba una bata deshilachada y en una mano sostenía un periódico arrugado. Pero se sintió incómodo. No podía volver al confort de la sala sin decir algo, sin decirle algo más. Y como aquella gente daba tanta importancia a los entierros, añadió amablemente:

—Espero que el entierro fuese bien.

—¿Cómo dice, señor? —dijo con voz ronca la anciana Ma Parker.

¡Pobre mujer! Estaba acabada.

—Que espero que el entierro fuese bien… —repitió.

Ma Parker no respondió. Agachó la cabeza y se encaminó hacia la cocina, llevando aquella usada bolsa de pescado en la que guardaba las cosas de la limpieza, un mandil y unas zapatillas de fieltro. El literato enarcó las cejas y volvió a sumirse en su desayuno.

—Supongo que está abatida —dijo en voz alta, tomandoun poco de mermelada.


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8 págs. / 15 minutos / 57 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Violet

Katherine Mansfield


Cuento


«Hallé una virginal criatura
Que plañía tristemente...»
 

Hay un refrán inglés, muy untuoso y exasperante, según el cual «no hay nube que no esté por dentro revestida de plata». ¿Qué consuelo puede encontrar quien, empapándose hasta las cejas en las nubes, medite sobre su revestimiento interno, y qué ingrato marchamo de tarjeta postal ilustrada viene esto a estampar sobre la tragedia de cada cual, al convertirla en una cursilería de a medio penique, con una luna en el ángulo izquierdo, pretenciosa como una monedita de plata? Y sin embargo, como la mayoría de las cosas exasperantes y untuosas, el proverbio encierra una gran verdad. El revestimiento, se me mostró al despertar tras de mi primera noche en la pensión Séguin, cuando vi por encima del almohadón de plumas una estancia tan resplandeciente de sol, como si todos los rubicundos querubes del cielo se hubiesen puesto a volcar sobre la tierra amarillentas florecillas. «Qué fantasía más encantadora —me dije—. Cuánto más bonita que el proverbio. Viene a ser como un día de campo con Katherine Tynan.»

Y, como en un cuadro, me vi a su lado, cogiendo de manos de una mujer coloradota con un inmenso y abultado mandilón, sendos vasos de leche, mientras discutíamos sobre las rotundas verdades de los refranes frente a las falacias de los juguetones querubes. Pero en este caso hipotético yo me pondría de parte de los proverbios.


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7 págs. / 13 minutos / 61 visitas.

Publicado el 9 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

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