La Niña
Katherine Mansfield
Cuento
Era un ser aterrador, y cuya presencia quería eludir. Cada mañana, antes de irse a sus negocios, entraba en el cuarto de la niña para darle el beso de ritual, beso al que ella correspondía con un «adiós, papá». Y qué sensación de alivio cuando oía el ruido del coche que se alejaba e iba haciéndose más y más débil.
Por las noches, cuando esperaba su regreso asomada al barandal, oía abajo, en el vestíbulo, su voz retumbante:
—Que me lleven el té al salón de fumar. ¿Todavía no han traído el periódico? ¿Se lo han vuelto a llevar a la cocina? Mamá, ve a ver si anda por ahí el periódico. Y tráeme las zapatillas.
Mamá entonces la llamaba a ella:
—Kezia, sé buena y baja a quitarle las botas a papá.
Y ella bajaba despacito las escaleras, asiéndose muy fuerte con una mano al barandal, cruzaba el vestíbulo, más despacio todavía, y empujaba la puerta del salón de fumar.
Él tenía ya las gafas puestas y la miraba por encima de ellas de un modo que la asustaba.
—Vamos, Kezia, date prisa. Quítame las botas y llévatelas fuera. ¿Has sido buena hoy?
—N... no sé, papá.
—¿Tú n... no lo sabes? Si sigues tartamudeando de ese modo tendrá que llevarte mamá a ver al médico.
Con los demás nunca tartamudeaba; casi había dejado de tartamudear. Sólo con papá; porque se esforzaba demasiado en pronunciar bien las palabras.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué miras tan asustada? Mamá, quisiera que enseñaras a esta criatura a no poner esa cara. Cualquiera diría que estaba a punto de suicidarse. Vamos, Kezia, llévate mi taza de té y ponía en la mesa. ¡Con cuidado! Te tiemblan las manos como a una viejecita. Y procura guardar el pañuelo en el bolsillo, no en la manga.
—S... sí, papá.
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Publicado el 9 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.