Matrimonio a la Moda
Katherine Mansfield
Cuento
Camino de la estación, William se dio cuenta de que había olvidado comprar algo para los críos. El olvido le causó gran malestar. ¡Pobres niños! ¡Qué pena! Las primeras palabras que decían siempre cuando corrían a saludarle eran: «¿Qué nos traes, papá?», y él no llevaba nada. Tendría que comprarles unos dulces en la estación. Pero eso era lo que había hecho los cuatro sábados anteriores, y la última vez sus caras habían sido lo suficientemente expresivas al ver aparecer las mismas cajas de costumbre.
Paddy había dicho:
—A mí ya me diste una con cinta roja.
Y el comentario de Johnny fue:
—Y a mí siempre me toca rosa. Odio el color rosa.
Pero, ¿qué podía hacer William? El asunto no era fácil. Antes hubiera cogido un taxi hasta una buena juguetería y en cinco minutos habría encontrado algo adecuado para ellos. Pero ahora tenían juguetes rusos, franceses, serbios… juguetes de Dios sabe qué parte del mundo. Hacía más de un año que Isabel había desechado los burritos, las locomotoras y un montón de cosas más porque eran «demasiado sentimentales» y «muy perjudiciales para la formación de los pequeños».
—Es importantísimo —había explicado la nueva Isabel— que tengan gustos adecuados desde el principio. Ahorra mucho tiempo más adelante. La verdad, si las pobres criaturas se pasan la infancia contemplando semejantes monstruosidades, es muy normal que al crecer insistan en que los lleven a la Real Academia de Pintura.
Y continuaba hablando como si una visita a la Real Academia de Pintura fuese algo semejante a una condena a muerte…
—Bueno, no estoy muy seguro —dijo William lentamente—. Cuando yo tenía su edad me iba a la cama abrazado a una toalla con un nudo en la punta.
La nueva Isabel le miró con los ojos entornados y los labios entreabiertos.
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Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.